Gideon se sintió a la vez aliviado y alarmado al comprobar la facilidad con la que el plan de Blaine había logrado eliminar toda vigilancia de la cámara donde se guardaba el virus. Con su pase temporal bien a la vista ninguno de los escasos técnicos y científicos que deambulaban por el edificio le había planteado dificultades. Las únicas señales visibles de seguridad eran las cámaras que lo vigilaban todo desde cualquier rincón del techo y sin duda registraban cada uno de sus movimientos. Se preguntó si habría alguien observando las imágenes de los monitores, pero no lo creyó probable. La estrategia de Blaine parecía haber dado brillantes resultados.
Tras unos cuantos despistes dio con el camino hasta la entrada del recinto del nivel cuatro y se encontró ante una puerta de acero en la que destacaba un llamativo símbolo de peligro biológico junto con mensajes de advertencia en distintos idiomas.
Miró por la pequeña ventanilla y vio que no daba directamente al laboratorio, sino a una especie de antecámara en cuyo extremo más alejado distinguió la puerta hermética y la ducha de descontaminación que llevaban hasta las instalaciones. Una serie de trajes de bioseguridad azul claro colgaban de un perchero, ordenados por tallas. En un lado de la antecámara había lo que parecía una zona de almacenaje donde se amontonaban cajas con material —bioreactores en desuso, pilas de placas de Petri, frascos de cultivo— y suministros para el laboratorio.
Probó el picaporte, vio que la puerta no estaba cerrada con llave y entró en la antecámara. La compuerta hermética del fondo tenía su propio símbolo de peligro, y allí era donde empezaban los niveles adicionales de seguridad: no solo había un teclado de acceso, sino también un lector de tarjetas y un escáner de retina junto con las cámaras de rigor. Todo quedaría grabado. Iba a hacerle falta cuando llegara el momento de que los investigadores ataran cabos.
Cruzó la sala y examinó el escáner. Aquello sí que era un problema. Podía apañárselas con el teclado y el lector de tarjetas, pero no con su retina.
Repasó rápidamente sus alternativas. Estaba claro que no podría sorprender a Blaine dentro del laboratorio del nivel cuatro propiamente dicho, y eso no le gustaba porque suponía un riesgo añadido. No le quedaba más remedio que emboscarlo cuando saliera de la cámara con el virus.
Se quedó pensativo. En cierto sentido aquella sala brindaba más posibilidades para una emboscada. Blaine entraría, se apoderaría del virus y él esperaría para sorprenderlo cuando saliera de la ducha de descontaminación. Sería entonces cuando menos sospecharía un ataque y sería más vulnerable. Además, si se ponía uno de aquellos trajes nadie lo reconocería.
Miró en derredor y vio que a un lado había varios cambiadores. Un escondite excelente donde esperar.
Examinó los trajes, escogió uno de su talla, se lo llevó al cambiador y dejó la puerta entreabierta para poder ver quién entraba y salía. Luego comprobó su móvil. El indicador de cobertura mostraba todavía una barra. Ese era su principal temor: que no hubiera señal suficiente para poder recibir el aviso de Fordyce.
Se estaba poniendo el traje cuando oyó que la puerta de la antecámara se abría y vio que entraban dos personas: Blaine y un oficial vestido con uniforme de combate. Se escondió lo mejor que pudo en el fondo del cambiador, sorprendido y disgustado por el hecho de que Fordyce no lo hubiera avisado. Por suerte había llegado minutos antes que ellos.
Observó subrepticiamente a los dos hombres. El militar, a juzgar por sus galones, debía de ser capitán del ejército e iba armado con una automática de 9 milímetros. Parecía hispano y era joven, atractivo, moreno y de pómulos altos.
Gideon se cubrió rápidamente el rostro con la capucha del traje. Tanto Blaine como el capitán lo habían visto dentro del cambiador al pasar, pero no lo reconocieron ni parecieron preocuparse por su presencia. Se vistieron rápidamente, sin perder tiempo; después el capitán se acercó a la compuerta, tecleó el código de entrada, pasó su tarjeta por el lector y acercó el ojo al escáner. Se encendió una luz verde. Blaine y el capitán se pusieron la capucha y entraron en el compartimiento hermético de la ducha. La compuerta se cerró tras ellos con un siseo del sistema de cierre.
Gideon sacó el Colt Python, comprobó que estuviera cargado y se dispuso a esperar.