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Gideon se esforzó por concentrarse en la conducción mientras Fordyce hablaba.

—Lo que tengo aquí es un borrador para un libro. Son solo diez páginas y se titula «Operación Cadáver».

Gideon levantó el pie del acelerador y redujo la velocidad para poder prestar la debida atención a su compañero.

—¿Un borrador para un libro?

—Sí, para uno de intriga.

—¿Acerca de un atentado terrorista con armas nucleares?

—No, con viruela.

—¿Viruela? ¿Qué tiene que ver eso?

—Usted escuche —repuso Fordyce, que hizo una pausa para poner en orden sus ideas—. Primero debe conocer algunos antecedentes. El borrador explica que la viruela, como enfermedad, fue erradicada en 1977; además todos los cultivos que existían en los laboratorios fueron destruidos, todos menos dos. Uno de ellos se encuentra en el VECTOR, el centro nacional de investigación de virología y biotecnología de Koltsovo, en Rusia; el otro, en el USAMRIID, el centro médico de investigación de enfermedades infecciosas del ejército de Estados Unidos que está en, agárrese, Fort Detrick, Maryland.

Gideon sintió que lo invadía un sudor frío.

—No fastidie.

—El borrador cuenta la historia de un grupo que planea robar los cultivos de viruela de Fort Detrick para chantajear al mundo con la amenaza de liberar la enfermedad. Lo que piden es cien mil millones de dólares y un país propio en una isla del Pacífico. El plan es conservar el cultivo en la isla a modo de protección y vivir el resto de sus vidas rodeados de lujos y comodidades.

—Vale, pero no veo la relación.

—La cuestión es el modo en que planean robar la viruela. Piensan hacerlo creando una falsa trama terrorista islámica que presuntamente pretende hacer estallar una bomba atómica en Washington.

Gideon intercambió una mirada con el agente y dijo:

—¡Vaya!

—Y ahora viene lo bueno: fingen la trama terrorista dejando un cadáver contaminado de radiación en un apartamento de Nueva York para que parezca que el sujeto ha muerto manipulando un núcleo radioactivo. Además, el piso está plagado de pruebas falsas para que todo el mundo crea que era un terrorista de la yihad.

—¡Ese es Chalker!

—Exacto, por no hablar del calendario con la presunta fecha y los mapas de Washington con los posibles objetivos medio quemados.

La mente de Gideon funcionaba a toda velocidad.

—Fort Detrick está a sesenta kilómetros de Washington —dijo.

—Exacto —asintió Fordyce.

—De manera que la amenaza contra Washington habrá dejado Fort Detrick prácticamente sin tropas.

—Correcto —convino Fordyce—, pero eso no es todo, también habrá disminuido los niveles de seguridad del USAMRIID, de modo que los cultivos de viruela serán vulnerables.

—Todo esto es increíble —añadió Gideon.

—En el borrador los del grupo tienen un contacto en el interior que les facilita los códigos para acceder a las cámaras donde se encuentra el virus. Entran, introducen el código, abren la cámara de bioseguridad donde está almacenado el virus, cogen unas cuantas cepas y se largan. Los cultivos se guardan en unos cilindros sellados criogénicamente, tan pequeños que se pueden ocultar en un bolsillo. —Fordyce dio un golpecito en el portátil—. Está todo aquí, en un borrador para una novela escrito por Blaine hace seis años. Y no se pierda esto: dice que la idea la sacó de una operación llamada «Mincemeat» que los servicios de inteligencia británicos organizaron durante la Segunda Guerra Mundial. Los ingleses dejaron un cadáver en las costas españolas, supuestamente el de un oficial de alto rango que se había ahogado cuando su avión se estrelló. En sus bolsillos llevaba documentos secretos que indicaban que los aliados pretendían invadir el continente a través de Grecia y Cerdeña, pero no era más que una estratagema para distraer la atención de los alemanes lejos del canal de la Mancha. El ardid funcionó, y hasta Hitler se lo tragó.

Hubo un breve silencio mientras Gideon asimilaba todo aquello.

—La inteligencia británica —murmuró—. El MI6. Blaine trabajó para ellos.

—La única diferencia es que Chalker no era ningún cadáver —comentó Fordyce.

—Pero incluso estando vivo resultó de lo más convincente —convino Gideon—. Una dosis masiva de radiación tarda su tiempo en matar, así que seguramente lo secuestraron, lo mantuvieron encerrado y le hicieron algún tipo de lavado de cerebro.

—La jaula que encontramos en el almacén quizá no fuera para un perro, después de todo —sugirió Fordyce.

—Aquellos delirios de Chalker acerca de que lo habían secuestrado y experimentado con él puede que no lo fueran tanto —dijo Gideon—. Al pobre Chalker le tendieron una trampa y lo hicieron pasar por yihadista, igual que a mí.

—Deje que le lea algo —añadió Fordyce mientras tecleaba en el portátil—. En el borrador explica que hace cuarenta años que la viruela ha sido erradicada, y la gente de hoy día no tiene defensas para hacerle frente. Por eso el virus sería letal para la raza humana. Escuche esto:

La Variola major o viruela está considerada por muchos epidemiólogos la peor enfermedad que ha afligido a la humanidad. Dependiendo de la virulencia de la cepa el índice de mortandad puede alcanzar al cien por cien de los afectados. Es tan infecciosa como el resfriado común y se extiende con la rapidez del fuego. Incluso los que logran sobrevivir acaban con cicatrices de por vida y a menudo ciegos.

La viruela causa una de las muertes más terribles que se conocen. Empieza provocando fiebre alta, dolores musculares y vómitos. A continuación produce un sarpullido que cubre el cuerpo de pequeños bultos duros que incluso aparecen en la lengua y el paladar y que se transforman en pústulas. En su forma más letal, las pústulas se unen para formar una única ampolla que acaba cubriendo todo el cuerpo de la víctima. La sangre de los vasos sanguíneos se filtra a los músculos y los órganos. Los ojos se llenan de sangre y se vuelven rojos. Los síntomas de la enfermedad a menudo llegan acompañados de un grave agotamiento mental y de cambios neurológicos que dejan a la víctima sumida en una abrumadora sensación de terror y de muerte inminente. Dichos terrores se convierten en realidad con demasiada frecuencia.

La Organización Mundial de la Salud ha declarado que bastaría con que apareciera un solo caso de viruela en el mundo para que nos enfrentáramos a una «emergencia médica mundial de la mayor gravedad» que requeriría la «cuarentena total de la región infectada combinada con un programa de vacunación. Lo más probable es que se tenga que recurrir al uso de la fuerza militar para aplicar las medidas de aislamiento necesarias de las zonas afectadas».

Cuando Fordyce terminó de leer se hizo un pesado silencio interrumpido solo por el rumor de los neumáticos al rodar sobre el asfalto.

—Así pues, a Blaine se le ocurrió esa idea para una novela, perfiló los detalles y escribió un borrador —recapituló Gideon—. Iba a ser una estupenda historia de intriga, pero entonces se dio cuenta de que el planteamiento era demasiado bueno para malgastarlo en un libro y decidió llevarlo a la práctica.

Fordyce asintió.

—Apuesto a que se decidió cuando conoció a Chalker y se dio cuenta de la oportunidad de oro que se le presentaba. Me refiero a que no podía soñar con un candidato mejor que un científico nuclear convertido al islam para el papel del cadáver contaminado.

—Sí —convino Fordyce—, pero estoy seguro de que en este caso no nos enfrentamos a una sola persona, sino a un grupo. Novak está metido en esto, y seguro que hay otros. Un asunto como este es demasiado complejo para que lo lleve a cabo un solo individuo.

—Tiene razón, y seguro que uno de ellos debe de ser un mecánico de aviación.

—De todas maneras hay algo que no entiendo. Si no tienen un artefacto nuclear, ¿cómo lograron que Chalker recibiera una dosis masiva de radiación?

Gideon lo meditó un momento.

—Hay maneras; una de ellas sería con los radioisótopos que se utilizan en diagnósticos médicos.

—¿Ese material se puede conseguir fácilmente?

—Fácilmente no, pero está disponible para los profesionales que cuentan con los permisos necesarios. La cuestión está en que los isótopos médicos son por lo general productos de la fisión del uranio o del plutonio, resultado de reacciones controladas críticamente. Naturalmente tendrían que calcular los ratios de los isótopos radioactivos basados en la radioactividad médica, debido a los rendimientos de la fisión que determinan dichos ratios isotópicos.

—No he entendido nada de lo que acaba de explicar.

—Es igual, lo que quiero decir es que se puede conseguir. Podría simular un accidente con un núcleo radioactivo si dejara la cantidad adecuada de residuos de radioisótopos médicos. Es más, para contaminar a Chalker podrían haber utilizado esos mismos radioisótopos.

—¿Y qué me dice de los restos de uranio-235 que se hallaron en las manos de Chalker? —preguntó Fordyce.

—Eso no sería problema para alguien que tuviera un contacto en Los Álamos; por ejemplo, Novak. Bastarían con unos nanogramos. Cualquiera podría conseguirlos con solo pasar el dedo de un guante por un fragmento de uranio-235. Después bastaría con un apretón de manos para impregnar a Chalker.

—Entonces ¿por qué nadie consideró la posibilidad de que todo fuera un montaje?

—Supongo que por lo descabellado de la idea. ¿Se le habría ocurrido a usted algo así?

Fordyce se quedó pensativo.

—Creo que nunca.

—Blaine debió de alquilar la vivienda de Queens para Chalker. No me extraña que el infeliz dijera que aquella no era su casa. Es probable que nunca hubiera puesto el pie allí. Seguramente lo tuvieron encerrado en aquella jaula del sótano hasta que estuvo totalmente desorientado, entonces lo irradiaron, le pusieron una pistola en la mano y lo encerraron en Sunnyside con aquella familia inocente. Y todo para hacer chantaje, todo por dinero.

—Si está hablando de la viruela, tiene que ser por un montón de dinero sin duda.

Gideon meneó la cabeza.

—¡Qué horror!

Pasaron ante un cartel que anunciaba que estaban entrando en Virginia. Gideon aminoró.

—El Día-N ya está aquí —dijo Fordyce tras mirar el reloj— y solo nos quedan cinco horas para intentar parar todo esto.