Stone Fordyce conducía por el pésimo camino de tierra que llevaba al rancho de Blaine. Se sentía lleno de dudas. En otro momento habría enviado todo al cuerno, pero las circunstancias no eran precisamente normales. Al parecer faltaba solo un día para que Washington fuera víctima de un ataque nuclear, y la investigación había tomado claramente la dirección que no era. Tanto Dart como Millard se equivocaban. Alguien había tendido una trampa a Gideon, alguien de Los Álamos —seguramente Novak— que estaba implicado en la trama terrorista. Era la única conclusión a la que cabía llegar.
Y también había llegado a otra conclusión: Gideon no había huido, sino que seguía por los alrededores e intentaba demostrar su inocencia buscando al verdadero culpable. Por eso había ido a Los Álamos con gran riesgo para su persona y después había intentado desenmascarar a Lockhart. Gideon era un zorro astuto y listo, pero ni siquiera él se habría arriesgado tanto de no haber sido inocente. Además, en algún momento de todo ese embrollo, Gideon debía de haber convencido a la hija de Blaine de que no era ningún terrorista; eso era lo único que explicaba su participación y que ella no se hubiera puesto en contacto con las autoridades.
Así pues la pregunta era dónde estaba Gideon. No podía haber caminado desde Los Álamos hasta el rancho Paiute Creek y regresado en tan poco tiempo. Dado que tampoco tenía un caballo, tenía que haber viajado en coche.
Pero ¿en el de quién?
Fordyce supo la respuesta nada más hacerse la pregunta. Alguien estaba ayudando a Alida y a Gideon, y quién podía ser sino el padre de ella, Simon Blaine, el escritor. Era tan obvio que se sorprendió de que a nadie más se le hubiera ocurrido.
A partir de ahí no habría sido difícil averiguar que Blaine tenía un rancho en los montes Jemez, pero Fordyce sabía que si para él había sido obvio, también lo sería para Millard. La investigación quizá siguiera la pista equivocada, pero Millard no era idiota. En algún momento se le ocurriría investigar el rancho de Blaine.
Solo esperaba que no se le hubiera adelantado.
Todo parecía tranquilo cuando se acercó. El rancho lo formaban una serie de edificios repartidos alrededor de un gran campo central por donde corría un arroyo. Las cercas de madera ocultaban corrales, graneros y demás dependencias auxiliares.
Se detuvo antes de llegar al rancho, cogió su arma reglamentaria y se apeó del vehículo. No había otros coches a la vista ni señales de actividad. Se internó entre los árboles y se acercó a la casa sin hacer ruido, deteniéndose cada pocos pasos para aguzar el oído. Nada.
Entonces, cuando se encontraba a unos cien metros, oyó un portazo y vio que Alida Blaine salía a grandes zancadas, con el rubio cabello ondeando al viento, y cruzaba el patio.
Fordyce salió de entre los árboles con la pistola en una mano y la placa en la otra.
—¿Señorita Blaine? Soy agente federal. No se mueva.
Alida echó un vistazo y salió corriendo hacia los árboles al otro lado del arroyo.
—¡Alto! —gritó Fordyce—. ¡FBI!
Alida corrió más deprisa, y Fordyce salió tras ella a toda velocidad. Era un buen corredor y estaba en forma, pero la joven parecía tener alas. Comprendió que si llegaba al bosque, conociendo el terreno como sin duda lo conocía, la perdería irremisiblemente.
—¡Alto! —gritó de nuevo mientras redoblaba su carrera y empezaba a acortar la distancia.
Se internaron en el bosque, pero Fordyce se había acercado lo suficiente para lanzarse sobre ella y placarla por detrás.
Cayeron pesadamente en el suelo cubierto de pinaza, pero Alida se revolvió como una leona y se defendió lanzando golpes y patadas. Fordyce tuvo que recurrir a toda su fuerza y habilidad como luchador para inmovilizarla.
—¡Por Dios! —le gritó—. ¿Se puede saber qué demonios le pasa? ¡Ha tenido suerte de que no le pegara un tiro!
—¡No habría tenido cojones! —le espetó Alida, furiosa y sin dejar de forcejear.
—¡Haga el favor de calmarse y escuchar! —Notaba que la sangre le corría por el rostro allí donde ella lo había arañado. Era una verdadera fiera—. Sé que han tendido una trampa a Gideon.
Alida dejó de debatirse y lo miró.
—Es verdad —insistió Fordyce—. Lo conozco bien.
—¡No me venga con monsergas! Usted fue quien intentó arrestarlo —dijo, pero con menos convicción que antes.
—Monsergas o no, la estoy apuntando con una pistola, de modo que será mejor que me escuche. ¿Entendido?
—Está bien.
Fordyce le explicó rápidamente cómo había llegado a esa conclusión, pero sin mencionar el nombre de Novak ni darle más detalles. Lo último que necesitaba eran más iniciativas descontroladas por parte de ella.
—Así que ya ve —concluyó—, sé que los dos son inocentes, pero nadie quiere escucharme. La investigación va completamente desencaminada, de modo que nos toca a nosotros seguir investigando por nuestra cuenta.
—Suélteme. No puedo pensar teniéndolo encima de mí.
Fordyce liberó su presa lentamente, y ella se puso en pie y se sacudió el polvo y la pinaza.
—Vayamos a la casa —propuso.
—¿Gideon está dentro?
—No, no está en el rancho.
Siguió a Alida al interior de la vivienda, a un gran salón rústico con tapices navajos en las paredes, una piel de oso en el suelo y una cornamenta de alce encima de la chimenea.
—¿Quiere tomar algo? ¿Un café?
—Un café y una tirita.
—Enseguida.
El café era excelente. La observó discretamente mientras Alida buscaba la tirita. Sin duda era una mujer de armas tomar. Igual que Gideon, formidable.
—Bueno, dígame qué quiere —dijo Alida lanzándole una caja de tiras adhesivas.
—Tengo que encontrar a Gideon. Empezamos esta misión juntos y quiero que la acabemos igual: como colegas.
Ella lo pensó un momento.
—De acuerdo, me apunto.
—No, usted no se apunta. No tiene idea de lo peligroso que puede ser esto. Somos profesionales, y usted no. Su presencia sería una grave limitación y hasta un peligro para nosotros y sobre todo para usted.
Se hizo un largo silencio.
—Está bien. Usted y Gideon pueden utilizar el rancho como base si lo desean.
—Eso tampoco puede ser. El rancho no tardará en recibir la visita de las fuerzas de seguridad. Quizá no hoy, pero no tardarán. Por lo tanto será mejor que se largue de aquí y que yo vaya en busca de Gideon.
Otro silencio mientras Alida sopesaba qué hacer. Fordyce la observó, convencido de que lo había entendido.
—De acuerdo —asintió finalmente—. Gideon ha cogido el jeep y se ha ido al rancho Paiute Creek para encararse con ese tal Willis porque está seguro de que ese tío y su secta están detrás de todo esto.
Fordyce disimuló su sorpresa. Gideon se había encarado con Willis la noche anterior.
—¿Dice que ha ido a Paiute Creek esta mañana?
—Exacto. Salió al amanecer.
Así pues, Gideon también le había mentido a ella. ¿Qué demonios estaría tramando? Seguía el rastro de alguien, de eso no había duda, pero alguna razón tenía para no haber compartido esa información con Alida.
—De acuerdo. Deme la matrícula y los datos del vehículo y yo me ocuparé.
Alida le dio la información. Él la anotó y se puso en pie.
—¿Me permite que le dé un consejo, señorita Blaine?
—Claro.
—Tiene que ocultarse sin pérdida de tiempo por lo que le he dicho. Tarde o temprano, y no creo que tarden, las fuerzas de seguridad se presentarán en este rancho, y es posible que no sobreviva si tenemos en cuenta la mentalidad que impera en la investigación. ¿Me entiende? Hasta que no descubramos quién está detrás de todo esto su vida corre peligro.
Alida asintió.
—De acuerdo, gracias por su cooperación. Ahora tengo que irme.