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Warren Chu se hallaba sentado a su escritorio. Sudaba profusamente y lo único que deseaba era que todo acabara de una vez. El agente del FBI caminaba por el pequeño despacho igual que un león enjaulado y de vez en cuando le hacía alguna pregunta antes de sumirse en otro largo e insoportable silencio. El resto de los agentes federales y de seguridad habían desaparecido en los túneles. Al principio se había oído un tiroteo, pero los sonidos se hicieron más distantes hasta que se apagaron del todo. Sin embargo, aquel agente que respondía al nombre de Stone Fordyce se había quedado atrás. Chu cambió de posición para despegar sus sudorosas nalgas del asiento de vinilo. Como de costumbre el aire acondicionado de aquellas multimillonarias instalaciones apenas resultaba suficiente. Se daba cuenta de que su conducta durante su período como rehén no había sido precisamente heroica, y a eso se sumaba la sensación de incomodidad. No obstante, se consoló pensando que al menos seguía con vida.

Fordyce se volvió hacia él una vez más.

—O sea, que Crew dijo eso, exactamente eso, que alguien había pirateado su ordenador mientras estaba de vacaciones, ¿no es así?

—No recuerdo con exactitud lo que dijo, pero sí que alguien le había tendido una trampa.

El agente seguía caminando de un lado a otro y dando vueltas.

—¿Y aseguraba que alguien había puesto esos mensajes en su ordenador?

—Así es.

El agente del FBI lo miró fijamente.

—¿Hay alguna forma de hacer eso?

—No, ninguna. Es una red aislada físicamente. No está conectada con el mundo exterior.

—¿Por qué no?

Chu se sorprendió por la pregunta.

—Este sistema alberga buena parte de la información más reservada de la nación.

—Entiendo. Así pues, no hay manera de que alguien hubiera podido introducir esos mensajes desde fuera.

—Ninguna.

—¿Y desde dentro? ¿Podría haberlos introducido usted, por ejemplo?

Se hizo un momentáneo silencio.

—Bueno, imposible no sería.

Fordyce dejó de caminar y se detuvo frente a Chu.

—¿Y cómo habría que hacerlo?

Chu se encogió de hombros.

—Yo soy uno de los administradores de seguridad. En un sistema sumamente restringido como este debería ser una persona que tuviera pleno acceso, para que no levantara sospechas, ¿me entiende? También sería necesario un alto nivel de conocimientos técnicos. Yo lo tengo, pero no fui yo —se apresuró a añadir.

—Y si no fue usted, ¿quién más pudo ser? En teoría, claro.

—Aparte de mí hay otros dos técnicos de mi nivel y mi supervisor, naturalmente.

—¿Quién es su supervisor?

—Bill Novak. —Chu tragó saliva—. Pero escuche, los cuatro hemos superado todo tipo de pruebas de seguridad. Comprueban a fondo nuestros antecedentes, nos observan todo el tiempo, tienen acceso a cualquier rincón de nuestra vida personal, a nuestras cuentas bancarias, viajes, extractos de la tarjeta de crédito, a nuestros registros de llamadas telefónicas, a lo que quiera. En la práctica es como si no tuviéramos vida privada, así que resulta inconcebible que uno de nosotros forme parte de un complot terrorista.

—De acuerdo. —Fordyce siguió caminando—. ¿Conocía bien a Crew?

—Bastante bien.

—¿Y se sorprendió?

—Por completo, pero también conocía a Chalker y me quedé de piedra cuando me enteré de lo que había hecho. Nunca se sabe. Los dos eran un poco raros como personas, no sé si me explico.

Fordyce asintió. «Desde luego, nunca se sabe», se dijo.

Se oyó ruido en el pasillo. La puerta se abrió bruscamente, y entraron unos cuantos agentes de seguridad cubiertos de polvo y oliendo a tierra y moho.

—¿Qué ocurre? —preguntó Fordyce.

—Han escapado, señor —dijo el que parecía el cabecilla—, por uno de los barrancos que llevan al río.

—Quiero que los helicópteros sobrevuelen la zona —ordenó Fordyce—, especialmente los que llevan infrarrojos. Que los hombres se desplieguen a lo largo del río y que registren cada uno de esos barrancos. Ah, y consígame algo que vuele. ¡Rápido!

—Sí, señor.

Fordyce se volvió hacia Chu.

—Usted se queda aquí. Quizá tenga más preguntas que hacerle.

Y tras decir esto desapareció.