Se deslizaron por las vías, incapaces de ver nada. Un aire rancio azotaba el rostro de un asustado Gideon mientras este se mantenía agachado y se aferraba como podía en previsión del inevitable choque.
—¡Frenos! —gritó Alida—. ¡Este trasto debe tener frenos!
—¿Por qué no se me habrá ocurrido?
Encendió el mechero y a la luz de la breve chispa que surgió antes de que el viento la apagara vio un viejo pedal de hierro entre las ruedas de la vagoneta. Lo presionó desesperadamente con el pie. Se produjo un horrísono chirrido, y una explosión de chispas surgió a su alrededor y tras ellos. Tanto Gideon como Alida se vieron lanzados hacia delante cuando la vagoneta frenó entre sacudidas que amenazaban con hacerla descarrilar. Gideon levantó el pie del pedal y aplicó una presión más progresiva. La vagoneta chirrió y gimió hasta que finalmente se detuvo.
—Buen trabajo, Casey Jones —dijo Alida con alegría.
Gideon saltó rápidamente al suelo y encendió el mechero. El túnel se perdía en la distancia, formando lo que parecía el principio de una amplia curva. Sin embargo, no muy lejos, un montón de piedras que parecían haber caído del techo bloqueaban las vías de un lado a otro.
—¡Jesús! —exclamó Alida—. Has conseguido parar en el momento preciso.
Gideon oyó en la distancia los gritos de la gente del GAEN. Solo habían ganado unos minutos de ventaja.
—¡Vamos! —dijo cogiendo a Alida de la mano.
Corrieron hasta el montón de rocas y empezaron a treparlas. Gideon iba encendiendo cada pocos segundos el mechero para que pudieran orientarse. Oía en la lejanía el sonido de pies que se acercaban corriendo.
—No necesito que me cojan de la mano —protestó Alida, que intentaba zafarse.
—Pues yo sí.
Al fin llegaron a lo alto del cúmulo de rocas y empezaron a bajar por el otro lado. Siguieron corriendo como pudieron por el túnel y sortearon otros dos desprendimientos, hasta que finalmente se toparon con uno que bloqueaba el pasadizo por completo.
—¡Maldita sea! —exclamó Alida al verlo—. ¿No hemos dejado atrás ninguna bifurcación?
—Ninguna —contestó Gideon mientras alumbraba con el mechero.
El techo se había hundido en su totalidad, y no había otro camino. Era un callejón sin salida.
—Será mejor que pensemos en algo, y deprisa.
—Ya te he dicho que no hemos dejado atrás ninguna bifurcación, pero creo haber visto lo que parecía ser un equipo de perforación de túneles.
—¡Oh, no! De eso ni hablar.
—Tú quédate aquí.
Gideon volvió sobre sus pasos. Las voces le llegaban con mayor claridad, y a través del aire cargado de polvo creyó ver los puntos de luz de las linternas. Sus perseguidores se estaban acercando a toda velocidad.
Llegó donde estaban los equipos de perforación: montones de estera para voladuras, cajas de lona, viejas puntas de taladro y cuerda. Intentó mover una de las cajas hacia el rincón, pero la madera estaba tan podrida que se le desmontó y los explosivos cayeron al suelo. Todo estaba podrido.
Los haces de las linternas perforaron la oscuridad y las nubes de polvo.
Oyó que una voz gritaba: «¡Por aquí!», y a continuación un disparo. Se echó al suelo y apagó el mechero. Si una bala impactaba contra aquellos cartuchos…
Más disparos. Las linternas iluminaban en todas direcciones, buscándolo. Estaban demasiado cerca. No tenía tiempo de improvisar una bomba. Solo le quedaba una alternativa. Corrió agachado y retrocedió unos cuantos metros. Luego se detuvo y se arrodilló. Con una mano sacó la pistola cargada con balas de verdad, y con la otra encendió el mechero. Iluminaba lo suficiente para que alcanzara a ver a lo lejos los barrenos amontonados en el suelo. Más atrás las luces de las linternas cruzaban el oscuro túnel.
—¡Allí! —dijo una voz.
Sonaron varios disparos al mismo tiempo que el suyo. Se produjo una tremenda explosión, y después la onda expansiva lo arrojó hacia atrás y lo dejó sin respiración mientras el techo del pasadizo se venía abajo.