Echaron a correr por la pasarela que discurría junto al rayo de partículas.
—¿Sabes adónde vamos? —preguntó Alida mientras seguía a Gideon a poca distancia.
—Tú sígueme.
Unas voces resonaron con fuerza tras ellos. «Maldición», se dijo Gideon, que había confiado en que tardarían más en entrar.
—¡Alto o disparamos! —exclamó el agente a lo lejos.
Siguieron corriendo. El acelerador parecía latir con su carga de alta energía. Si alguna bala lo perforaba…
—Se están marcando un farol —dijo Gideon—. No dispararán.
Una bala rebotó en el techo con un ruido seco, seguida rápidamente de otras dos.
—No, claro, no dispararán —repuso Alida, que se agachó sin dejar de correr.
Gideon notaba los pasos de la joven junto a él, en la pasarela.
Otro proyectil dio contra el techo y los roció de fragmentos de hormigón.
Gideon se volvió y disparó con el revólver de fogueo. Sus perseguidores se pusieron a cubierto.
Siguieron corriendo otros veinte metros, hasta que Gideon encontró lo que andaba buscando: una antigua puerta de hierro empotrada en la pared de cemento. Estaba cerrada por un viejo candado.
—¡Mierda! —masculló Alida.
Gideon volvió a disparar con el revólver de fogueo, y sus perseguidores tuvieron que lanzarse al suelo por segunda vez. Acto seguido sacó la pistola de calibre 45, acercó el cañón al candado y apretó el gatillo. La cerradura saltó por los aires. Gideon empujó la puerta con todo su peso, pero esta no se abrió.
—¡Los dos juntos a la de tres! —dijo Alida.
Se lanzaron contra la puerta al mismo tiempo, y esta se abrió con un chirrido justo cuando una ráfaga de disparos se estrellaba a sus pies. Cayeron al otro lado, cerraron la compuerta y se encontraron sumidos en la más completa negrura.
Alida encendió el mechero e iluminó débilmente lo que era una red de toscos túneles. Gideon la cogió de la mano, eligió uno al azar y echó a correr con ella. El mechero se apagó con el vaivén.
Oyó voces y un chirrido metálico. Alguien estaba abriendo la puerta.
Gideon siguió corriendo en la oscuridad, llevando a Alida de la mano, a ciegas. Habían recorrido unos cien metros cuando tropezaron con algo y cayeron al suelo. Gideon quedó tendido en la oscuridad, jadeando. Tanteó a su alrededor hasta que encontró la mano de Alida. Oía voces tras él, distorsionadas por el eco del túnel. No estaban lejos. ¿Tendrían linternas?
Un haz de luz respondió a su pregunta y al mismo tiempo iluminó brevemente otra galería que se abría en la pared contigua. Cuando el haz hubo pasado Gideon ayudó a Alida a levantarse y se adentraron por ese camino.
La joven encendió brevemente el mechero para iluminar el pasadizo. Este continuaba unos metros y terminaba en un callejón sin salida, donde una oxidada escalerilla metálica subía por la pared de piedra. Fueron a tientas hasta ella y empezaron a subir. Tras ellos las voces sonaron más fuertes, nerviosas y agresivas.
Ascendieron a oscuras. Gideon vio que una linterna barría el pasadizo por debajo de él, pero habían subido lo bastante para que no los vieran. Siguieron hacia arriba, procurando hacer el menor ruido posible, hasta que llegaron al final de la escalerilla. Nuevamente el mechero de Alida les mostró un túnel lleno de materiales y equipos herrumbrosos, al parecer restos del Proyecto Manhattan.
Gideon salió trepando y ayudó a Alida a acabar de subir mientras se preguntaba si algo de todo aquello estaría todavía contaminado con radioactividad.
—¿Hacia dónde? —murmuró Alida.
—Ni idea.
Gideon echó a caminar en lo que supuso sería dirección oeste, hacia el cañón White Rock. Sonaron voces y ruido en el conducto por el que acababan de trepar. Los seguían.
Tropezó nuevamente con algo que había en el suelo.
—Déjame un momento el mechero.
Alida se lo entregó a tientas. Gideon lo encendió y vio que unos raíles corrían a lo largo del túnel. Un poco más adelante había una vieja vagoneta de manivela en una vía secundaria.
Una ráfaga de disparos los obligó a lanzarse al suelo. Varios haces de luz danzaron a su alrededor.
—Sube a esa vagoneta —dijo Gideon—. ¡Deprisa!
Alida obedeció al instante. Gideon empujó el vehículo hasta que lo puso en la vía principal y logró darle cierta velocidad. Entonces subió a su vez. La polvorienta y oxidada manivela de balancín se movía hacia arriba y hacia abajo entre chirridos, pero parecía funcionar correctamente. Gideon la asió y la hizo funcionar para mantener la velocidad mientras las balas rebotaban en la caverna. La vagoneta rodó por las vías cada vez más deprisa a medida que entraba en una pendiente.
—¡Oh, mierda! —exclamó Alida.
Gideon soltó la manivela, pero no sirvió de nada. Al ganar rapidez el manubrio subía y bajaba por su cuenta. Los gritos y los disparos se perdieron en la distancia.
—Me parece que no ha sido buena idea —dijo Alida mientras se agachaba y se aferraba a los laterales de la vagoneta.
El vagón rodaba a toda velocidad en medio de la más completa negrura, en dirección a Dios sabía dónde.