Stone Fordyce hizo una pausa, se enjugó el sudor de la frente y comprobó el GPS. Se estaban acercando a los dos mil quinientos metros de altitud. Los pinos habían dejado paso a los abetos, y el bosque se hacía mucho más denso. Las poderosas luces halógenas de las linternas proyectaban negras sombras cada vez que barrían los troncos, y los sabuesos rastreadores aullaban de frustración. Alzó la mano y aguzó el oído. Tras él los hombres se detuvieron y guardaron silencio. El encargado de los perros los hizo callar.
El agente del FBI se arrodilló y examinó el rastro. Era cada vez más reciente. Los bordes de los fragmentos de tierra parecían más limpios y definidos. Durante toda la mañana y toda la tarde habían ido ganando terreno a las pisadas y en esos momentos se hallaban muy cerca. Los perros estaban nerviosos y no hacían más que tirar de sus correas. Se puso en pie con la mano todavía en alto, escuchando atentamente. Por encima del siseo del viento en los árboles oyó algo más, el ruido rítmico de unos cascos. El caballo se estaba desplazando lateralmente a lo largo de la pendiente, en algún lugar por encima de ellos.
En poco rato todo habría acabado.
—Están ahí arriba —murmuró—. Quiero una separación de cinco metros y que los flanqueen por la derecha. ¡Muévanse!
Entraron todos en acción al mismo tiempo. Los perros ladraron frenéticamente, y los hombres se lanzaron pendiente arriba con las armas dispuestas. Estaban exhaustos, pero la proximidad de su presa les daba renovadas energías.
Fordyce desenfundó su arma de calibre 45 y corrió con ellos. Una vez más sintió una punzada de culpabilidad. Tendría que haberse dado cuenta días atrás. Gideon era un manipulador por excelencia y lo había engañado como nadie. Pero todo eso estaba a punto de acabar. Cuando le echara el guante lo obligaría a hablar y la trama quedaría resuelta.
«¿Hacerlo hablar? ¡Al cuerno con las Convenciones de Ginebra!», se dijo. En alguna parte había una bomba atómica a punto de estallar. Haría lo que fuera necesario.
Ascendieron hacia lo alto de la cresta jadeando pero sin dejar de correr, con Fordyce a la cabeza. El rastro iba en línea recta, y el agente lo siguió, agachándose y aprovechando la vegetación para ocultarse. Los demás iban tras sus pasos.
Vio el destello de algo y oyó un brusco movimiento. Una sombra se movió entre los árboles. Se detuvo tras un tronco en cuclillas y esperó hasta que apareció un caballo que resopló nerviosamente al verlo. El caballo pinto de la mujer.
Sin jinete.
Los hombres se desplegaron alrededor del animal, que hizo ademán de encabritarse y retrocedió con un resoplido.
El agente se dio cuenta de lo que había pasado. La furia se apoderó de él antes de que pudiera recuperar la respiración. Se puso en pie y guardó la pistola.
—Bajen las linternas —ordenó Fordyce secamente—, lo están asustando.
Se acercó al animal con la mano por delante, y este dio un paso hacia él. Lo cogió por el bocado. Comprobó que llevaba las riendas atadas en la silla y que a esta le faltaban las alforjas. Lo habían soltado deliberadamente.
Una vez más le costó respirar con tranquilidad y tuvo que hacer un esfuerzo para disimular su rabia. No le serviría de nada mostrar debilidad ante sus hombres. Se volvió hacia ellos una vez se acercaron a él con los perros.
—Hemos estado siguiendo un rastro falso.
Sus palabras fueron recibidas por un perplejo silencio.
—En algún momento de su fuga, seguramente hace bastante, debieron de soltar al animal y continuar a pie. Hemos seguido al caballo. Vamos a tener que retroceder sobre nuestros pasos y hallar el punto donde se desviaron.
Miró a su alrededor. Su equipo consistía en hombres del GAEN, y algunos de ellos, empapados de sudor, no estaban en forma. También contaba con hombres del FBI asignados al GAEN, el encargado de los perros y unos cuantos policías locales que se le habían unido. Era un grupo demasiado numeroso.
—Usted y usted —dijo señalando a los dos hombres que parecían más cansados—, llévense este caballo. Es una prueba, así que vigílenlo y póngalo en manos del equipo forense. —Miró a los demás—. Bien, señores, vamos a tener que movernos mucho más rápido y somos demasiados.
Inmediatamente se deshizo de los que podían resultar un lastre y los envió de regreso con los del caballo, generando una ola de protestas.
Luego se arrodilló, sacó un mapa topográfico de la región y, aunque odiaba tener que hacerlo, llamó a Dart. Mientras oía sonar el teléfono contempló al grupo al que había descartado, que seguía allí de pie, mirándolo.
—Pero ¿se puede saber qué esperan? ¡Váyanse ya!
—Informe —dijo sin más Dart en tono cortante.
—Todavía no lo tenemos. Nos han despistado con el caballo. Vamos a tener que desandar el camino. —Oyó un gruñido de disgusto.
—O sea, que nuestros helicópteros están peinando el área equivocada.
—Sí, señor. —Examinó el mapa que había desplegado—. Deberían reubicarse en el interior de las montañas, creo que por una zona llamada Bearhead.
Oyó un frufrú de papel. Dart debía de estar mirando un mapa como el suyo.
—Está bien, trasladaremos nuestros equipos aéreos. —Se hizo un breve silencio, y Dart añadió—: ¿Cuál es el plan de Crew?
—Yo diría que simplemente está huyendo. Nada más.
—Tenemos que atraparlos. Ah, y algo más: me han llegado informes de que sus hombres han disparado indiscriminadamente contra él y la mujer. ¡Es totalmente inaceptable! ¡Maldita sea, los necesitamos con vida! ¡Tenemos que interrogarlos!
—Sí, señor, pero es posible, o más bien probable, que estén armados. Son terroristas. Las normas de enfrentamiento del FBI son claras en este aspecto y autorizan el uso de la fuerza en caso de defensa propia.
—Para empezar no tenemos pruebas de que ella sea una terrorista. Es posible que se encuentre temporalmente… influenciada por Crew. En cuanto a sus normas de enfrentamiento, si me entrega dos cadáveres le aseguro que no estaré nada, pero que nada contento. ¿Me ha entendido?
—Sí, señor —contestó Fordyce con un nudo en la garganta.
—Agente Fordyce, el único motivo de que esté ahí ahora mismo es que no tenemos a nadie más en la zona, solo usted y otros doce agentes especiales que han sido incapaces de hacer un simple arresto y que hasta ahora no han sabido dar con Crew a pesar de su superioridad en medios y hombres. Así que se lo preguntaré de nuevo: ¿va a atraparlo o no?
Fordyce contempló la negrura de las montañas lleno de ira.
—Lo atraparemos, señor.