Fordyce estaba sombrío y callado cuando salieron y se abrieron paso entre la multitud de agentes de los distintos cuerpos de seguridad. Cuando llegaron al Suburban se partió de risa:
—Ese tío es bueno, demasiado bueno en mi opinión.
—Sí, un verdadero Horatio Alger, pero si miente lo hace muy bien —convino Gideon por lo bajo, evitando añadir «y sé de lo que hablo»—. De todas maneras no debería ser difícil comprobar su historia.
—Estoy seguro de que su historia encajará. Un tipo así suele ser cuidadoso.
—Quizá valga la pena comprobar por qué abandonó la Iglesia católica.
—Teniendo en cuenta el énfasis que le ha dado, apuesto diez contra uno a que eso es precisamente lo que está esperando que hagamos.
Pasaron cerca del grupo de manifestantes que seguían gritando tras el cordón policial. Sus clamores y protestas sonaban como papel de lija en el tranquilo aire del desierto. Algunas voces destacaban entre la cacofonía.
Fordyce se detuvo bruscamente y ladeó la cabeza.
—¿Ha oído eso? —preguntó.
Gideon aguzó el oído. Alguien estaba diciendo algo a voz en cuello acerca de un cañón y de montar una bomba.
Se acercaron a los manifestantes, que al ver que alguien les prestaba atención gritaron y agitaron sus carteles con renovadas energías.
—¡Un momento de silencio, por favor! —tronó Fordyce ante ellos—. Usted, ¿quiere repetir lo que acaba de decir?
Una mujer vestida con un traje de vaquera, botas, sombrero y un cinturón con una gran hebilla dio un paso al frente y dijo:
—Digo que van a hurtadillas por Cobre Canyon al amanecer y…
—¿Los ha visto personalmente?
—Pues claro.
—¿Desde dónde?
—Desde lo alto de la escarpadura. Allí hay un camino que bordea el cañón y por el que suelo pasear a caballo. Yo los he visto caminar por Cobre Canyon cargados con material para fabricar una bomba. Allí están preparando una bomba.
—¿Qué tipo de material?
—No sé, llevaban mochilas repletas de todo tipo de cosas. Se lo digo en serio. Están preparando una bomba.
—¿Cuántas veces los ha visto?
—Solo una, pero con eso basta para…
—¿Cuándo?
—Hará unos seis meses. Deje que le diga que…
—Gracias.
Fordyce anotó el nombre y dirección de la mujer, volvió al coche con Gideon y se puso al volante, todavía malhumorado.
—Bonita pérdida de tiempo —comentó.
—Quizá no, si esa pista de Cobre Canyon nos lleva a alguna parte.
—Supongo que vale la pena comprobarlo, pero esa mujer no hacía más que repetir un rumor. No vio nada. De todas maneras, lo que me interesaba eran los dos tipos que nos seguían desde el momento en que salimos de la mezquita.
—¿Nos seguía alguien?
—Sí, ¿no los ha visto?
Gideon se ruborizó.
—No me he fijado, la verdad.
Fordyce meneó la cabeza.
—No sé quiénes eran, pero tengo una buena grabación en vídeo de ellos.
—¿Vídeo? ¿Cuándo demonios ha filmado un vídeo?
Fordyce sonrió maliciosamente y sacó un bolígrafo del bolsillo.
—Noventa y nueve dólares. Sharper Image. Es mejor que rellenar solicitudes por triplicado para que nos entreguen las cintas del GAEN. —Puso en marcha el motor mientras recuperaba su habitual seriedad—. Ya hemos malgastado tres días. Solo falta una semana hasta el Día-N, puede que menos. Mire este caos, mírelo bien —dijo con un gesto hacia el mar de coches oficiales—. Es lo que me da miedo de verdad.
Engranó una marcha, aceleró y dejó una nube de polvo flotando en el aire del desierto.