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Durante la semana previa al 22 de diciembre, el registro de llamadas de Melanie Kim mostraba setenta y una llamadas efectuadas en horas de trabajo. Descartaron rápidamente los números que figuraran en la agenda de Kim y se concentraron en el resto. Había varios grupos de teléfonos, lo que daba a entender que Chalker había tomado prestado el móvil para hacer varias llamadas al mismo tiempo.

Hicieron la lista de todas ellas y obtuvieron un total de treinta y cuatro.

Se repartieron el trabajo, y Gideon se dedicó a llamar mientras Fordyce utilizaba su ordenador para conectarse a la base de datos del FBI y obtener información de cada número. Al cabo de media hora los habían identificado a todos y completado la lista.

La contemplaron en silencio. Ofrecía un aspecto francamente inofensivo. Principalmente eran llamadas a colegas del trabajo, a la consulta de un médico, a la lavandería y a Radio Shack. También había unas cuantas a la mezquita y otras de variada naturaleza. Fordyce se levantó para pedir otro espresso triple y volvió a la mesa con la taza vacía porque se lo bebió por el camino.

—Chalker llamó tres veces al Bjornsen Institute of Writing —comentó Gideon.

Fordyce gruñó.

—Quizá estaba escribiendo algo —prosiguió Gideon—. Como le dije, estaba interesado en convertirse en escritor.

—Llámelos.

Gideon marcó el número y habló un momento. Luego colgó y miró a su compañero con una sonrisa.

—Se apuntó a un taller de escritura.

—¿Sí? —Fordyce estaba interesado.

—Se llamaba «Escriba su vida».

Se produjo otro largo silencio.

—¿Qué quiere decir eso? —preguntó Fordyce—. ¿Que estaba escribiendo sus memorias?

—Eso parece. Fue hace cuatro meses. Seis semanas más tarde lo dejó todo, desapareció y se apuntó a la yihad.

Fordyce asimiló aquellas palabras y su rostro se iluminó.

—Unas memorias… Podrían ser un verdadero filón. ¿Dónde está ese Bjornsen Institute?

—En Santa Cruz, California.

—Ahora los llamaré yo para obtener más información.

—Un momento —dijo Gideon—. Es mejor que vayamos personalmente. Si los llamamos antes de tiempo podemos tener problemas. Si llega a oídos de la investigación oficial quedaremos excluidos antes de empezar.

—Se supone que debo dar cuenta de nuestros movimientos a nuestra oficina de campo —contestó Fordyce, como si hablara consigo mismo—. Si tomamos un vuelo regular tendremos que pedir permiso. —Se quedó unos instantes pensativo—. Pero no hace falta que cojamos un vuelo regular. Podemos alquilar una avioneta.

—¿Ah, sí? ¿Y quién va a pilotarla?

—Yo —repuso el agente del FBI mientras marcaba un número—. Tengo licencia de vuelo.

—¿A quién llama?

—Al aeródromo local.

Gideon lo observó charlar animadamente por teléfono. La idea de volar no acababa de gustarle y aún menos en una avioneta particular, pero no estaba dispuesto a confesárselo a Fordyce.

El agente colgó.

—El jefe de vuelos puede alquilarnos un avión, pero no hasta dentro de un par de días.

—No podemos esperar. Será mejor que vayamos en coche.

—¿Y perder todo ese tiempo de investigación sentados en un coche? Además, mañana a las dos tengo una reunión en la oficina de campo del FBI de Albuquerque.

—¿Y qué hacemos entretanto? —replicó Gideon.

Hubo un momentáneo silencio hasta que hizo otra pregunta.

—¿Recuerda que le dije que Chalker donó la mayor parte de sus cosas?

—Sí —respondió Fordyce.

—A mí me ofreció algunas de sus colecciones de libros. En su mayoría eran novelas de intriga que no me interesaban, de modo que comentó que quizá se las daría a la biblioteca de uno de los colegios indios de los alrededores, creo que era la de San Ildefonso.

—¿Qué es eso?

—Un pueblo que hay camino de Los Álamos. Sus habitantes son una pequeña tribu india conocida por su alfarería y sus bailes. Chalker fue siempre un gran aficionado a las danzas, al menos hasta que se convirtió.

—¿Y también donó su ordenador y sus papeles?

—No, solo las cosas que consideraba decadentes: libros, películas y música.

Se hizo otro silencio.

—Quizá deberíamos acercarnos a San Ildefonso y echar un vistazo a esos libros —propuso finalmente Gideon.

Fordyce negó con la cabeza.

—Son de antes de que Chalker se convirtiera. No creo que nos digan nada.

—Nunca se sabe. Puede que encontremos algo en ellos, desde papeles hasta anotaciones al margen. Usted mismo ha dicho que deberíamos hacer algo, y eso sería un buen paso. Además —añadió Gideon inclinándose hacia delante—, le aseguro que será el único sitio donde no tendremos que hacer cola.

Fordyce miró por la ventana.

—Tiene razón.