12

Gideon Crew contempló el desorden con incredulidad. A pesar de que eran las dos de la madrugada había tal cantidad de vehículos de emergencia y del gobierno, tantas barreras, puestos de control y de mando alrededor de la casa de Chalker que habían tenido que aparcar a varias manzanas de distancia. Mientras se abrían paso hacia la casa donde había tenido lugar la toma de rehenes, toda la zona se convirtió en un desfile de cuerpos y fuerzas de seguridad, con miembros de infinidad de agencias gubernamentales yendo de un lado a otro, controles de paso, cintas rojas y barreras por todas partes. Gideon dio gracias a Dios por contar con Fordyce, su placa y su feroz ceño para abrirse paso en medio de semejante despliegue.

El cordón de seguridad también mantenía a raya a una excitada multitud de equipos de televisión, reporteros y fotógrafos que se entremezclaba con los curiosos y la gente que había sido desalojada de sus casas, algunos de los cuales manifestaban sus protestas con gritos y gestos obscenos. Sorprendentemente el gobierno se las había arreglado para mantener en secreto la explosiva noticia de que había sido un incidente con materiales radioactivos y que cabía la posibilidad de que unos terroristas anduvieran sueltos por ahí con un artefacto nuclear.

Gideon no creía que la situación pudiera sostenerse mucho más. Había demasiada gente al corriente de los hechos. Cuando la verdad se supiera solo Dios sabía lo que ocurriría.

Se abrieron paso entre la sopa de letras que formaban los distintos departamentos y llegaron al puesto de mando y control central: tres furgonetas de unidades móviles aparcadas en forma de «U», con sus antenas parabólicas apuntando al cielo. Para ordenar la multitud de agentes que entraban y salían se habían dispuesto varios puntales con cintas extensibles, como en los aeropuertos. Más allá la calle había sido despejada. Fordyce vio bajo la intensa luz de los focos varias figuras enfundadas en trajes antirradiación que se movían por el jardín y el interior de la casa.

—Bienvenido a la capital del desbarajuste —dijo Gideon.

Fordyce se acercó enseguida a un individuo vestido con el uniforme del FBI.

—Soy el agente especial Fordyce —dijo tendiéndole la mano.

—Y yo soy Packard, agente especial de la Unidad de Ciencias del Comportamiento.

—Tenemos que entrar en esa casa.

Packard soltó un bufido sarcástico.

—Si quieren entrar tendrán que ponerse a la cola. Los seis tipos que están ahí en estos momentos llevan ya tres horas dentro, y debe de haber al menos un centenar de efectivos esperando que salgan. —El agente meneó la cabeza—. La respuesta del 11 de septiembre fue mucho más organizada que esta. ¿En qué unidad está?

—He sido destinado al equipo de una empresa privada de seguridad.

—¡Jesús! ¿Una empresa privada? Pues ya se puede ir de vacaciones a Hawai y volver dentro de quince días.

—¿Quiénes son los que han entrado los primeros? —preguntó Fordyce.

—Gente del GAEN, naturalmente.

Gideon tocó a Fordyce en el hombro para llamar su atención y señaló a uno de los individuos enfundados en trajes antirradiación.

—Me pregunto quién será su sastre —susurró.

Fordyce pareció captar la indirecta. Hizo una pausa, como si reflexionara, y se volvió hacia Packard.

—¿Dónde puedo conseguir uno de esos trajes? —le preguntó.

Packard señaló una de las furgonetas con un discreto gesto de la cabeza.

—Allí.

—Gracias, colega.

Mientras se alejaban Gideon comentó:

—Veo que está listo para un poco de acción. Me refiero a que esos yihadistas tienen una bomba atómica y a que dentro de dos semanas será demasiado tarde.

Fordyce no respondió y se limitó a abrirse paso entre la multitud hacia la furgoneta. Gideon lo siguió. Contemplando la pétrea expresión del agente del FBI resultaba difícil adivinar sus pensamientos.

Detrás del vehículo habían montado una tienda donde cambiarse. Estaba llena de trajes con medidores de radiación y respiradores. Fordyce pasó por debajo de la cinta que hacía de barrera, seguido por Gideon, fue hasta los colgadores y empezó a buscar entre ellos.

Enseguida se acercó un individuo con el uniforme del GAEN.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó.

Fordyce lo miró fijamente con sus ojos azules, cogió la placa que llevaba colgando del cuello y casi se la estampó en las narices.

—Tenemos que entrar sin demora.

El otro se envaró.

—No sé cuántas veces voy a tener que explicarles que a los del FBI ya les llegará el turno.

Fordyce siguió mirándolo fijamente.

—¿Me está diciendo que todavía no ha entrado nadie del FBI?

—Así es. El GAEN tiene que acabar primero con su trabajo.

—Es el grupo que dirige Dart, ¿no?

—Exacto, el protocolo de seguridad nacional dice que en caso de emergencia nuclear el GAEN tiene prioridad.

Se hizo un largo silencio. Fordyce parecía como paralizado, y Gideon se dio cuenta de que iba a corresponderle a él hacer lo necesario para entrar en la casa. Fordyce estaba demasiado limitado por su sentido de la obediencia y se jugaba su carrera; él, en cambio, no tenía nada que perder.

—Pues demos gracias a Dios que así sea —dijo mientras cogía uno de los trajes y empezaba a vestirse—. No me extraña que Dart estuviera tan impaciente porque nos incorporáramos al GAEN.

Vio que Fordyce lo fulminaba con la mirada y le contestó con su mejor sonrisa.

—Dese prisa, ya sabe que Dart se enfadará si no le entregamos nuestro informe antes del amanecer.

El hombre del GAEN los miró con menos desconfianza.

—Lo siento, no era mi intención causarles problemas. No sabía que los habían asignado al GAEN.

—No pasa nada —repuso Gideon, que no dejaba de mirar a Fordyce y se preguntaba si le seguiría la corriente—. Vamos, Stone, que no tenemos todo el día.

El agente vaciló un momento y después, para alivio de Gideon, empezó a ponerse el traje.

—Esperen —dijo el hombre de uniforme—, tengo que ver su autorización. Además, mi obligación es ayudarlos a seleccionar el equipo.

Fordyce se subió la cremallera del traje hasta arriba y obsequió al hombre con una sonrisa.

—Los papeles están de camino. En cuanto al equipo, gracias, pero sabemos cómo funciona.

—Pero al menos tienen que enseñarme su identificación temporal.

—¿Va a obligarme a quitarme esto para que se la enseñe?

—Es que debo verla.

Fordyce sonrió y le puso la mano en el hombro.

—¿Cómo se llama usted, amigo?

—Ramírez.

—Bien, Ramírez, deme esos respiradores.

Ramírez se los entregó, y Fordyce pasó uno a su compañero.

—Dart nos ha autorizado personalmente —dijo Gideon—. Si tiene alguna duda, llámelo.

Ramírez seguía mirando a Fordyce.

—Bueno, al señor Dart no le gusta que lo molesten si no…

Fordyce se colocó el respirador, lo cual le impidió toda comunicación con Ramírez. Gideon hizo lo mismo. Vio que el respirador disponía de un intercomunicador, lo conectó, seleccionó un canal privado e indicó al agente del FBI que hiciera como él.

—¿Me oye, Fordyce?

—Alto y claro —respondió este.

—Pues vamos antes de que se nos haga tarde.

—Un momento —intervino Ramírez en tono casi de disculpa—. Lo siento, pero tienen que enseñarme su identificación.

Gideon se levantó el respirador.

—Se la enseñaremos cuando nos quitemos los trajes. Si no le parece bien, compruébelo con Dart, pero asegúrese de pillarlo en un buen momento. Ahora mismo está de bastante mal humor.

—No me diga.

—Sí, se lo digo, así que puede hacerse una idea de la gracia que le hará saber que alguien está reteniendo a los dos hombres que ha elegido personalmente.

Gideon volvió a colocarse el respirador antes de que Ramírez tuviera tiempo de contestar. Él y Fordyce dejaron atrás la última barrera y se dirigieron hacia la casa.

—Buen trabajo —dijo por el intercomunicador con una risita—. Y perdone que se lo diga, pero ese traje no lo ayuda en absoluto.

—¿Le parece gracioso? —contestó el agente, repentinamente irritado—. Llevo toda mi carrera tratando con esa basura y no tiene nada de gracioso. Y para que se entere, pienso decir que todo esto ha sido idea suya.

Recorrieron rápidamente el apartamento de la planta baja donde Chalker había pasado los dos últimos meses de su vida. Era pequeño y austero. Consistía en una diminuta sala de estar que daba a la calle, una cocina empotrada, un baño y una habitación trasera con una única ventana. El piso estaba escrupulosamente limpio e incluso olía un poco a Pine-Sol y a lejía. Seis individuos del GAEN trabajaban meticulosamente con sus instrumentos mientras recogían fibras, polvo y hacían fotografías. Nadie había tocado nada.

El salón estaba vacío salvo por una alfombra junto a la puerta y una hilera de chanclas. En el centro del cuarto había una segunda alfombra, persa, pequeña y de buena calidad.

Gideon la contempló con curiosidad porque no estaba alineada con respecto a las paredes.

—Es una alfombra para orar —dijo la voz de Fordyce en el intercomunicador—. Está orientada en dirección a La Meca.

—Ah, claro.

El único otro objeto del salón era un ejemplar del Corán que descansaba abierto en un atril de madera muy repujado. Fordyce se acercó y vio que se trataba de una edición bilingüe, inglés-árabe, muy manoseada. Muchas de sus páginas estaban marcadas con puntos de lectura.

Gideon pensó que sería interesante ver qué versos del Corán habían interesado más a Chalker. Se acercó, contempló la página por donde estaba abierto el libro, y un pasaje subrayado llamó inmediatamente su atención.

¿Te ha llegado el relato de la que cubre?

En ese día verás unos rostros humildes,

absortos, agotados,

soportando un fuego ardiente;

serán escanciados del agua de una fuente ardiendo.

Miró a Fordyce, que también observaba el libro, y asintió lentamente.

El agente señaló la cocina y se acercó para examinarla de cerca. Estaba tan limpia y ordenada como el resto de la vivienda. No había nada fuera de sitio.

—¿Tenemos permiso para abrir la nevera? —preguntó Gideon por el intercomunicador.

—No lo pregunte. Hágalo y ya está.

Gideon abrió la puerta. Dentro había un cartón de leche, un paquete de dátiles, los restos de una pizza en su caja, algunos envases de comida china y poco más. En el congelador encontró varios paquetes de carne de cordero, helados Ben & Jerry’s y una bolsa de almendras. Cuando cerró la puerta vio que esta tenía un calendario sujeto con un imán con una foto del Taj Mahal en la parte superior. Las casillas de los días estaban llenas de anotaciones y citas. Gideon las estudió con interés mientras Fordyce miraba por encima de su hombro.

Cogió el calendario y echó un vistazo a las páginas de los meses anteriores. Todas estaban llenas de citas garabateadas.

—Dios mío —dijo por el intercomunicador mientras volvía al mes en que estaban—. ¿Ha visto eso?

—¿Ver qué? —preguntó Fordyce mirando la página en cuestión—. Está en blanco.

—Precisamente. Las citas desaparecen. A partir del veintiuno del mes ya no hay más.

—¿Y?

—Pues que estamos mirando el calendario de un terrorista suicida. Todas sus citas acaban dentro de diez días.