11

El cuerpo de Chalker descansaba en un gran receptáculo de vidrio, como si se tratara de la ofrenda a algún dios de la alta tecnología. Le habían hecho la autopsia y estaba abierto en canal. El conjunto de órganos —el corazón, el hígado, el estómago y otros que Gideon no reconoció ni deseaba reconocer— alineados junto a él formaba un batiburrillo escarlata que contrastaba con el cristal, el acero y los cromados. Había algo particularmente perturbador en el hecho de contemplar las tripas de una persona a la que uno conocía. Era una imagen muy diferente a las que salían en las noticias de la noche.

Los efectos personales de Chalker estaban ordenados en una mesa, junto al cuerpo: ropa, cinturón, llaves, cartera, tarjetas de crédito, papeles, monedas, billetes de metro. Todos habían sido etiquetados. Y obviamente todos eran radioactivos.

Un grupo de médicos y técnicos manejaban desde una consola de mando los ocho brazos mecánicos del interior del receptáculo, terminados cada uno de ellos en un instrumento de disección siniestro y diferente: escalpelo, fórceps, sierra, martillo, extractor, pinzas y demás herramientas forenses. A pesar de que los médicos llevaban un rato trabajando, la autopsia no había terminado todavía.

—Es una suerte que hayamos podido llegar a tiempo para verla —dijo Fordyce mientras abría su libreta de notas.

—Tiene gracia, yo estaba pensando justamente lo contrario —repuso Gideon.

El agente del FBI lo miró brevemente y alzó los ojos al cielo.

Gideon oyó un zumbido. Uno de los brazos robóticos, terminado en una sierra circular, empezó a moverse mientras la rueda dentada giraba con un agudo siseo. El técnico que lo manejaba dijo algo por el intercomunicador y bajó la hoja hacia la frente de Chalker.

—Torquemada habría disfrutado con esto —comentó Gideon.

—Parece que hemos llegado a tiempo para ver cómo extraen el cerebro —dijo Fordyce, que se humedeció el dedo y empezó a pasar las hojas de su libreta hasta que encontró una en blanco.

El zumbido se convirtió en un agudo quejido cuando la sierra hendió el cráneo de Chalker. Un líquido oscuro empezó a fluir por el desagüe de la camilla. Gideon se volvió y fingió examinar unos papeles de su cartera. «Al menos no hay olores», pensó.

—Agente Fordyce, doctor Crew…

Gideon alzó la vista y vio que un técnico que llevaba unas gafas muy grandes, el pelo recogido con una cola de caballo y sostenía un sujetapapeles los miraba con expectación.

—El doctor Dart desea que se reúnan con él en su despacho.

Gideon siguió al técnico con evidente alivio hasta un cubículo situado en el extremo más alejado de la zona de alta tecnología. Fordyce hizo lo propio mientras protestaba para sus adentros por haber sido apartado de la autopsia. Entraron en una sala espartana de no más de tres metros por dos. Dart los esperaba sentado tras un pequeño escritorio donde se acumulaban montones de carpetas y expedientes. Se levantó y tendió la mano primero a Fordyce y después a Gideon.

—Por favor, siéntense.

Los dos tomaron asiento en las sillas plegables que había frente a la mesa mientras Dart se entretenía arreglando unos papeles suficientemente ordenados. Su rostro hacía muy poco para disimular los huesos del cráneo que había bajo la piel. Sus ojos, llenos de vitalidad, estaban tan hundidos que parecían brillar desde el fondo de dos pozos de oscuridad. El hecho de que fuera un científico reputado que sumaba a su doctorado de Caltech dos Estrellas de Plata y un Corazón Púrpura ganados en la operación Tormenta del Desierto lo había convertido sin duda en una especie de leyenda en Los Álamos.

Dart acabó de organizar los papeles y levantó la vista.

—Debo decir que les han encargado una misión muy poco corriente.

Fordyce asintió.

—Como comandante del GAEN —siguió diciendo Dart—, ya he informado de todo al FBI, pero veo que quieren que me extienda un poco más con ustedes.

Gideon no abrió la boca. No tenía intención de tomar la iniciativa porque para eso estaba Fordyce: para allanar los obstáculos, dar la cara y en caso necesario presentar la otra mejilla. Él prefería mantener un perfil bajo.

—Como sabe somos un equipo independiente, señor —contestó Fordyce—, y le agradecemos que nos conceda esta reunión privada con usted.

Su tono era suave y en absoluto belicoso. Era un hombre que sabía cómo encarar ese juego. Los ojos de Dart se posaron en Gideon.

—También me han dicho que usted ha sido contratado por una empresa privada cuya identidad es alto secreto.

Gideon asintió.

—Antes me pareció reconocerlo. Trabajamos juntos en Los Álamos, ¿verdad? ¿Cómo ha llegado hasta aquí?

—Es una historia muy larga. Digamos que por el momento disfruto de una excedencia del laboratorio.

—Si no recuerdo mal, usted estaba en el equipo de Stockpile Stewardship, igual que Chalker.

Aquel dato quedó flotando en el aire. A Gideon le costaba calcular cuánto sabía Dart y lo que pensaba de ello.

—También estuvo en el incidente —añadió Dart.

—Sí, me llamaron para que intentara tranquilizar a Chalker, pero no dio resultado —repuso Gideon, que no podía dejar de avergonzarse de su actuación.

Dart pareció percatarse de su azoramiento e hizo un gesto con la mano para restarle importancia.

—Lo siento, debió de ser duro. Me dijeron que logró salvar a dos niños.

Gideon no respondió y se ruborizó un poco más.

—Está bien, vayamos al grano.

Dart abrió una carpeta y hojeó los papeles. Fordyce tenía su libreta de notas preparada. Por su parte, Gideon prefería no apuntar nada. En el departamento de graduados había descubierto que tomar notas interfería con su capacidad de hacerse mentalmente una idea general de la situación.

Dart habló rápidamente mientras miraba los papeles que tenía delante.

—La autopsia y el análisis de los efectos personales de Chalker no han terminado todavía, pero disponemos de los resultados preliminares.

Fordyce se dispuso a escribir.

—La espectroscopia nuclear de las manos de Chalker y los tests de activación de neutrones demuestran sin asomo de duda que tenía restos de uranio-235 altamente enriquecido en las palmas y los dedos. Eso demuestra que manipuló ese material en algún momento de las últimas veinticuatro horas. Sus ropas estaban contaminadas con isótopos radioactivos, entre ellos cerio-144, bario-140, yodo-131, y cesio-137, todos ellos subproductos típicos de un incidente de masa crítica con uranio-235. El yodo-131 tiene una vida media de ocho días, y encontramos un nivel muy alto. Eso nos dice que el accidente tuvo lugar hace menos de veinticuatro horas. —Dart miró a Fordyce—. Si no entiende nada de esto, agente Fordyce, no se preocupe. El doctor Crew seguro que se lo explicará un poco más tarde.

Hizo una pausa mientras repasaba otros papeles y después prosiguió:

—Hemos hecho inventario de lo que llevaba en los bolsillos. Tenía media entrada del Museo Nacional del Aire y el Espacio fechada el viernes de la semana pasada.

Fordyce escribió más rápidamente aún.

—No se esfuerce tanto o se lesionará un ligamento —le dijo Gideon dándole un codazo amistoso.

—También tenía un billete de tren —siguió diciendo Dart— de ida desde Grand Central, en Nueva York, hasta Union Station, en Washington; y un trozo de papel donde había anotado la dirección de una página web y varios números de teléfono. En estos momentos los estamos investigando.

—¿Y la dirección de esa página web? —preguntó Fordyce alzando la vista.

—Me temo que no tengo permiso para divulgar esa información.

Se hizo un tenso silencio.

—Disculpe, pero tenía entendido que estamos autorizados para recibir toda la información que consideremos relevante —dijo Fordyce.

Dart lo miró con ojos centelleantes.

—En una investigación como esta es necesario que haya cierto nivel de compartimentación. Cada investigador recibirá los datos que necesite y ninguno más. Todos nos vemos obligados a trabajar dentro de ciertos parámetros. —Miró a Gideon—. Yo, por ejemplo, no he sido informado acerca de cuál ha sido la empresa que lo ha contratado, doctor Crew. —Sonrió y siguió en un tono seco—. Los análisis del vómito de Chalker revelan que su última comida tuvo lugar a medianoche y consistió en sopa de cangrejo, pan, jamón, lechuga, tomate, salsa rosa y patatas fritas.

—Caramba, no me extraña que estuviera así de radioactivo —comentó Gideon.

Dart pasó otra hoja.

—De su cartera recuperamos dos tarjetas de crédito, un permiso de conducir, el pase de seguridad de Los Álamos y alguna cosa más. En estos momentos lo están analizando todo.

—¿Y qué hay de la autopsia? —preguntó Fordyce.

—Los resultados preliminares revelan que Chalker sufrió graves lesiones en la glándula tiroides, lo cual encaja perfectamente con una exposición al yodo-131, que es producto de la fisión del uranio, e indica que Chalker estuvo expuesto durante cierto tiempo a un bajo nivel de radioactividad antes del incidente con la masa crítica.

—¿Sabe durante cuánto tiempo? —quiso saber Gideon.

—La necrosis celular nos hace pensar que durante más de once días. —Pasó otra hoja—. También presenta los clásicos indicios de una exposición masiva a una radiación ionizante durante el incidente del orden de unos ocho mil rads. Tanto la piel como los órganos internos de Chalker mostraban señales de un síndrome agudo de radiación, así como quemaduras de rayos beta y gamma. Recibió la exposición principalmente de frente y en las manos. La presencia de uranio muy enriquecido en sus manos sugiere que estaba manipulando el material cuando este entró en estado crítico.

—¿Sin guantes? —preguntó Gideon.

Dart lo miró.

—Sí, y eso es algo que también nos tiene intrigados. Por qué no llevaba equipo de protección. La única explicación es que no esperara vivir mucho más. —Tras el comentario se hizo un breve silencio. Dart cerró la carpeta y concluyó—: Esto es todo lo que tenemos por el momento.

—Si eso es cierto no disponemos de mucho tiempo —repuso Gideon.

—¿Por qué lo dice?

—Porque me parece que Chalker estaba fabricando la bomba.

—¿Cómo lo sabe? —preguntó Fordyce volviéndose hacia él.

—Un arma nuclear sencilla, y esa es la que construirían unos terroristas, es del tipo cañón y funciona con dos masas de uranio que se disparan una contra otra dentro de un tubo para alcanzar la masa crítica. Con una bomba así hay que mantener ambas masas separadas y no acercarlas entre sí hasta el momento del ensamblaje final, porque si se aproximan demasiado sin el debido blindaje intercambiarán neutrones, alcanzarán la masa crítica y emitirán un estallido de rayos gamma como el que dio de lleno a Chalker.

—O sea, que según usted Chalker estaba armando la bomba y la pifió, ¿no? —preguntó Fordyce.

—Exacto.

—Entonces la bomba se habrá estropeado.

—En absoluto. Es posible que se calentara un poco, pero nada que pudiera preocupar a un terrorista suicida. El hecho de que el uranio alcanzara brevemente su masa crítica habrá modificado los núcleos para hacerlos más activos. En otras palabras, ahora la bomba será más potente.

—¡Hijo de puta! —masculló Fordyce.

—Lo felicito, doctor Crew —dijo Dart—. Nuestro equipo de evaluación ha llegado básicamente a las mismas conclusiones que usted.

—¿Y qué hay del ordenador portátil? —preguntó Fordyce—. Tengo entendido que encontraron uno en casa de Chalker.

—Su contenido está codificado. Todavía no hemos logrado extraer la información.

—En ese caso deberían dejarme que le echara un vistazo. Acabo de finalizar seis meses de prácticas en la Unidad de Decodificación del FBI.

—Gracias, agente Fordyce, pero tenemos un equipo de primera línea que está trabajando en ello. Creo que su talento será mejor aprovechado en otras áreas.

Se hizo un breve silencio hasta que Fordyce habló de nuevo.

—¿Alguna pista de cuál puede ser el objetivo?

Dart lo miró fijamente y sin pestañear.

—Todavía no.

Fordyce dejó escapar un suspiro.

—Necesitamos acceso a la casa de Chalker.

—Como es natural, lo tendrá; pero el GAEN está primero en la cola. —Dart consultó un calendario—. Me temo que hasta dentro de un par de semanas no hay nada. Tenemos una larga lista de agencias gubernamentales que van antes que ustedes.

Gideon esperó a que el agente reaccionara, pero para su disgusto este no dijo nada. Se levantaron para marcharse.

—Me gustaría hablar con usted en privado, agente Fordyce —dijo Dart.

Gideon lo miró, sorprendido.

—Lo siento, doctor Crew, esto es entre nosotros dos.

Fordyce observó cómo Gideon se marchaba. No estaba seguro de cuál era el juego de Dart. Parecía un tipo recto, pero incluso los mejores tenían sus propios intereses. Su estrategia había sido siempre ocultar su propio juego mientras intentaba adivinar el de los demás, y gracias a ella había podido sortear durante años los campos de minas del FBI.

Cuando la puerta se cerró, Dart entrelazó las manos y lo miró fijamente.

—Me gustaría que esto quedara entre usted y yo, agente Fordyce. Francamente, estoy un poco preocupado porque esta misión que les han encargado me parece rara.

Fordyce asintió, y Dart prosiguió:

—Conocí brevemente al doctor Crew en Los Álamos y debo decir que es más que inteligente y que tengo una buena opinión de sus aptitudes. Sin embargo, allí tenía cierta reputación de ser un independiente, de esos que creen que las normas se han escrito para los demás y no para él. Las cualidades que hacen de él un científico brillante y creativo es posible que no encuentren aplicación en una investigación como esta. Lo que deseo pedirle es que no le quite el ojo de encima y se asegure de que no obra a la ligera.

Fordyce mantuvo una expresión impasible. Sin duda Gideon ofrecía un aspecto de listillo pasota que no le gustaba especialmente. Comprendía a la perfección por qué Dart opinaba que Crew tenía un carácter difícil, porque así era. Sin embargo, se trataba de su compañero, y aunque no estaba seguro de que le cayera bien ni que confiara en él, la lealtad hacia un compañero era lo más importante.

—Muy bien, doctor Dart.

Este se levantó y le tendió la mano.

—Gracias y buena suerte.

Fordyce se levantó a su vez y se la estrechó.