Gerry guardó la radio en la funda y miró a Benjy con incredulidad.
—Tío, no te lo vas a creer.
—¿Ahora qué pasa?
—Que vuelven a sacar al preso especial al patio 4 para el ejercicio de las dos.
Benjy le clavó la mirada.
—¿Cómo que vuelven a sacarlo? Me estás tomando el pelo.
Gerry negó con la cabeza.
—Es un asesinato. Y lo hacen durante nuestro turno.
—¡A quién se lo dices!
—¿De dónde sale la orden?
—Directamente del tonto mayor del reino, Imhof.
El pasillo del pabellón C de Herkmoor, largo y vacío, se quedó en silencio.
—Solo falta un cuarto de hora para las dos —acabó diciendo Benjy—. Más vale que nos pongamos las pilas.
Salió del pabellón al débil sol del patio 4, con Gerry detrás. El aire traía un vago olor a descomposición y humedad primaverales. La hierba empapada de los patios exteriores aún estaba aplastada y marrón. Más allá de los muros del perímetro asomaban algunas ramas desnudas. Ocuparon sus puestos. Esta vez no lo hacían en la pasarela, sino en el patio propiamente dicho.
—Yo no pienso dejar que echen a perder mi carrera de celador —dijo Gerry, muy serio—. Te juro que como alguno de la pandilla de Pocho se le acerque demasiado uso el Taser. Ojalá nos dejaran llevar pistolas.
Se pusieron cada uno en un lado del patio en espera de que los presos de aislamiento salieran acompañados para su única hora de ejercicio. Gerry revisó su Taser y su spray de defensa y se ajustó la porra en el cinturón. Esta vez no pensaba esperar a verlas venir.
Al cabo de unos minutos se abrió la puerta y aparecieron los celadores con la fila de presos, que se dispersaron por el patio. El sol los hacía parpadear, y tenían el aspecto de lo que eran: tontos del culo.
El último preso en salir fue el especial. Estaba pálido como un gusano y hecho un desastre, con la cara vendada y llena de morados y un ojo tan hinchado que no podía abrirlo. Aunque después de tantos años trabajando en cárceles Gerry estuviera acostumbrado a todo, le indignó que volvieran a sacar a ese preso al patio. Pocho estaba muerto, de acuerdo, pero había sido un caso clarísimo de defensa propia, mientras que aquello… Aquello era un asesinato a sangre fría. Si no lo mataban ese día, lo matarían cualquier otro, fuera en el turno que fuera, en el de Gerry y Benjy o en el de otros. Una cosa era ponerlo en la celda de al lado del percusionista, o en aislamiento, o quitarle los libros, pero aquello era pasarse de rosca.
Se preparó para lo peor. Los hombres de Pocho se abrían por el patio con las manos en los bolsillos y un andar lento y vacilón. El alto, Rafael Borges, se dedicaba a hacer sus habituales rebotes con la pelota de baloncesto, acercándose sin prisas y en línea curva al aro. Al mirar a Benjy, Gerry vio que su compañero también tenía los nervios en tensión. Los celadores de acompañamiento le hicieron un gesto. Él les hizo otro en señal de que la operación estaba completa, por lo que ahora eran ellos dos los que se encargarían de los presos. Los celadores salieron, dejando cerrada la doble puerta de metal.
Gerry no quitaba el ojo de encima al preso especial. Había empezado a pasear hacia la tela metálica, pegado al muro de ladrillo, con movimientos vigilantes pero no excesivamente nerviosos. Gerry se preguntó si estaba bien de la cabeza. En su lugar, él ya se habría cagado encima.
De repente su radio soltó un ruido de estática que lo sobresaltó.
—Aquí Fecteau.
—Aquí el agente especial Spencer Coffey, del FBI.
—¿Quién?
—Despierta, Fecteau, no tengo todo el día. Si no me equivoco estás en el patio 4 con Doyle para el turno de ejercicio.
—Sí… Sí, señor —balbuceó Gerry.
¿A qué venía que el agente Coffey hablara directamente con él? Debía de ser cierto lo que se murmuraba, que el preso especial era del FBI, aunque era lo último que parecía…
—Os quiero ahora mismo a los dos en el control de seguridad.
—Sí, señor, en cuanto vengan los del próximo turno.
—He dicho ahora mismo.
—Pero señor, somos los únicos que estamos vigilando el patio…
—Te he dado una orden directa, Fecteau. Si no te veo aquí dentro de noventa segundos te juro por mi madre que mañana estarás en Dakota del Norte haciendo el turno de medianoche en Black Rock.
—Pero no puede…
La respuesta se perdió en otra breve ráfaga de estática, señal de que el agente del FBI había cortado la comunicación. Gerry miró a Benjy, que lógicamente lo había oído todo por su propio receptor, y que se acercó encogiéndose un poco de hombros.
—Este cabrón no es quién para darnos órdenes —dijo Gerry—. ¿Tú crees que tenemos que obedecer?
—¿Quieres arriesgarte? Venga, vamos.
Gerry guardó su radio, francamente asqueado. Era un asesinato con todas las de la ley. Menos mal que no estarían allí para verlo. Bueno, ahora ya no les podían echar la culpa.
Noventa segundos… Cruzó deprisa el patio y abrió la puerta metálica. Después se giró para mirar por última vez al preso especial. Seguía apoyado en la tela metálica, justo detrás de la canasta. La pandilla de Pocho ya empezaba a acercarse como una manada.
—Que no le pase nada —murmuró Gerry a Benjy cuando la doble puerta se cerró a su paso, con un fuerte impacto metálico.