El policía volvía a parecer desdichado, siempre parecía desdichado.
A Vesa le había llamado la atención enseguida, cuando lo había visto por primera vez, en el museo de artesanía; había tenido la impresión de que en los ojos del policía se reflejaba su propio miedo.
Durante las semanas transcurridas, Vesa había pensado algunas veces en aquel policía, y en cada ocasión la idea había estado unida al deseo de preguntarle de qué tenía miedo.
Quizá Vesa podía ayudar al policía.
Vesa lo había hecho todo mal, ahora lo sabía, y esa conciencia devoraba su cuerpo hasta no dejarle apenas respirar.
Lo había hecho todo mal, pero no era demasiado tarde, hablaría con ese policía, se lo contaría todo, le diría por qué había ocurrido todo, y luego todo iría mejor.
Le dolían las piernas, y hacía frío, tenía calados los zapatos y los calcetines, y la nieve fangosa le llegaba a las rodillas.
Cuando llegó el policía, Vesa pudo esconderse detrás de los árboles. El policía había estado a punto de verlo. Había advertido tarde su presencia. Estaba en la parcela comprobando si el nombre en el buzón era el correcto: Sanna y Kimmo Joentaa.
Kimmo Joentaa tenía una casa muy bonita, una en la que a Vesa le habría gustado vivir, aún no sabía cómo sería por dentro, pero estaba seguro de que respondería a lo que a él le gustaba.
Preguntaría al policía por qué estaba tan triste.
Se irguió cuando la luz se encendió en la cocina. Vio al policía, miraba fijamente por la ventana en la dirección en que él se encontraba, pero seguro que no podía verle tras los espesos árboles. Oyó pasos. Un chico pasó por delante. Arrastraba un trineo y canturreaba en voz baja.
Algunas veces Vesa había montado en trineo con Tommy. No a menudo. Siempre le costaba mucho trabajo obligarse a hacer algo, a veces Tommy se enfadaba y decía que Vesa era un pesado, y a veces Tommy no tenía tiempo para esas cosas.
Tenía que hablar con el policía, tenía que explicárselo todo, sólo cuando todo estuviera aclarado podría volver a mirar a los ojos a Tommy.
Lo peor era pensar que quizás el policía no le entendiera. Que se hubiera equivocado con él.
No podía pensar eso.
Esperó detrás de los árboles hasta que la luna se hizo tan grande ante sus ojos que ya no pudo soportar su visión. Entonces se apartó del árbol y fue hacia la casa, que volvía a estar a oscuras; el policía había apagado la luz.
Mientras caminaba, mientras la casa se hacía más grande, más real delante de él, crecía su miedo a la primera frase que tenía que decir, antes de que empezara la conversación. La primera frase siempre le había costado trabajo, muchas conversaciones habían fracasado por esa primera frase, a veces sólo se le había ocurrido más tarde, cuando hacía mucho que había pasado la ocasión, años después, cuando ya nadie quería oír lo que tuviera que decir.
Debía pensar esa frase, era importante, era el fundamento de todo.
Se detuvo en la puerta, la tocó con las manos.
Luego se volvió, apoyó la espalda en ella y se dejó resbalar.
Tenía que pensar cómo explicárselo todo al policía en una frase.
No podía acordarse de haber pasado nunca tanto frío. Era agradable sentir ese frío, le hacía sentir que estaba vivo, le hacía sentir que moriría, creaba una inmediata claridad, y era tan intenso que incluso la luna se congeló detrás de sus ojos.
Quizá primero le hablara de eso al policía, del miedo.
Tendría que explicarle que ese miedo era distinto del de los demás. El policía lo entendería, estaba seguro de haber visto en sus ojos un miedo parecido al suyo.
Le hablaría de Jaana y del momento decisivo en el que ella le había engullido.
Lo más importante era que Jaana volviera.
Cerró los ojos e imaginó que todo se disolvería en la nada en unos segundos, si estaba en condiciones de decir la frase adecuada.
Imaginó la nada, que había sentido tan próxima, pero se había engañado.
Hacía tanto frío que apenas podía moverse.
Sólo un poco más de frío, y la luna estallaría delante de sus ojos. No sabía qué pasaría luego, qué había detrás, pero tenía que ser mejor que todo lo que había sido hasta ahora.
Sintió que seguía hundiéndose, y pensó en la primera frase que diría si el policía abría la puerta.
¿Qué pasaría si se dormía y, esta vez, no despertaba?
Quizás empezase por ahí.
Por su miedo al sueño.
Por su miedo a la muerte.
Por su miedo a sí mismo.