CAPÍTULO 16

La residencia de ancianos se hallaba ubicada en una elevación cubierta de césped a las afueras de la ciudad, como Heinonen había supuesto. El alargado edificio blanco estaba rodeado de un gran parque y se integraba sin fisuras en el paisaje nevado.

Mientras Joentaa cruzaba el parque en dirección a la casa pensó que tal vez su madre se sintiera bien allí, dentro de muchos años, cuando llegara el momento. La idea era extraviada, porque probablemente Anita nunca iría a una residencia y él tampoco quería; al contrario, haría todo lo posible por impedirlo. ¿Por qué pensaba ahora en algo tan lejano y marginal?

De pronto, creyó saber con toda seguridad que Vesa Lehmus no estaba allí. Vesa Lehmus no estaba ni en esa casa blanca como la nieve ni en el museo de artesanía ni en su casa, ya no estaba.

Vesa Lehmus estaría desaparecido, invisible, porque así lo quería…

Cuando Joentaa entró al edificio, la primera e idílica impresión que había tenido desde fuera se desvaneció. Recorrió un largo pasillo, débilmente iluminado, pero no encontró a nadie que pudiera ayudarle. Preguntó a dos mujeres por Tommy Lehmus, pero no entendieron lo que decía. Una de las dos se hallaba sentada en una silla de ruedas, y estaba tan delgada que Joentaa se sobresaltó al verla.

Les saludó con un gesto de la cabeza, se esforzó por sonreír y sintió a su espalda sus miradas vacías.

Subió por una escalera y pensó que no conocía la vejez. No tenía ni idea de lo que significaba, no podía imaginarse trabajar en una residencia así, y no podía imaginar ser jamás viejo.

Volvió a recorrer un pasillo y oyó voces. Aliviado, aceleró sus pasos. Las voces provenían de una gran sala en la que, evidentemente, estaban preparando la comida. Joentaa preguntó a una de las empleadas por Tommy Lehmus. Le conocía, sonrió cuando Joentaa pronunció el nombre, pero no sabía dónde estaba. Preguntó a una compañera, que también se limitó a encogerse de hombros.

—Lo mejor es que pregunte a ese hombre, es Taneli Pasanen, el director de la residencia —señaló a un hombre que se encontraba enfrascado en una conversación, al otro extremo de la sala. A Joentaa le pareció muy joven para ser director de una residencia.

—¡Taneli, este señor está buscando a Tommy! —exclamó la mujer.

El hombre se volvió y fue hacia ellos. Miró a Joentaa con expresión interrogativa.

—¿Sí?

—Estoy buscando a uno de sus sanitarios, Tommy Lehmus.

—Tommy… —también el hombre esbozó una sonrisa alrededor de los labios, algo en Tommy Lehmus parecía hacer reír a la gente—. No sé exactamente dónde está…, podemos buscarle. ¿Qué quiere usted de él?

—Disculpe, mi nombre es Joentaa —mostró su identificación.

—Oh —dijo el director de la residencia.

—No tema, sólo se trata…, es un asunto inofensivo…

—Eso espero, Tommy no tiende a cometer actos delictivos el hombre sonrió.

—Buscamos al hermano de Tommy Lehmus, y esperaba que él pudiera ayudarnos.

—Su hermano…, sin duda no está aquí, no sé si ha estado alguna vez…, pero Tommy habla mucho de él, es… una especie de padre para él…, seguro que puede ayudarle, venga.

Joentaa sintió que el hombre hubiera querido preguntar. Naturalmente, quería saber por qué la brigada criminal buscaba al hermano de Tommy Lehmus.

—¿Qué quiere decir con que Tommy Lehmus es una especie de padre para su hermano? —preguntó Joentaa.

—Bueno, los padres de ambos murieron…, Tommy era entonces un niño…, creo que sólo tenía tres años, y como su hermano, hasta donde yo sé, es más joven, probablemente acababa de nacer.

Joentaa calló. Sintió el peso de esa información. Sabía que era irracional, pero esa información despejó todas sus dudas. Ahora estaba realmente seguro de que Vesa Lehmus era el hombre al que buscaban.

Joentaa reconoció ya desde lejos a Tommy Lehmus. No lo conocía, no sabía qué aspecto tenía, pero comprendió enseguida por qué la auxiliar y el director de la residencia habían respondido con una sonrisa cuando él había preguntado por Tommy Lehmus.

Estaba sentado con un grupo de ancianos, que se reían. Mientras Joentaa recorría el pasillo, se esforzaba por eludir los pares de ojos que le miraban, hostiles, quizás insensibles o simplemente remotos; no había podido interpretar esas miradas, pero había sentido que esos ancianos ya no vivían en el mismo mundo que él.

Tanto más sorprendente resultaba el buen humor que reinaba en aquel grupo, y Joentaa comprendió que era Tommy Lehmus el que había creado esa atmósfera tan distinta. Cuando se aproximaron al grupo, Joentaa vio que estaban jugando a las cartas. Tommy Lehmus estaba dando en ese momento un golpecito en los dedos a una de las jugadoras.

—¡No hagas trampas! —exclamó, y la anciana rio, todos rieron.

—Ese es —dijo el director.

Joentaa asintió.

—Muchas gracias —dijo. El director entendió, le saludó con amabilidad mediante una inclinación de cabeza y se marchó. Joentaa pensó que él quería hacer exactamente lo mismo. Quería darse la vuelta e irse. No deseaba ser el factor de perturbación que iba a arrancar a Tommy Lehmus de aquel grupo de jugadores.

—Perdón, ¿el señor Lehmus? —dijo.

El hombre alzó la vista de sus cartas.

—Sí, soy yo —le sonrió mirándolo a los ojos.

—Mi nombre es Joentaa…, tengo que hablar un momento con usted.

—Claro —dijo Lehmus, y se levantó—. Enseguida vuelvo —dijo—. Lauri, cuida de que no se mezclen las cartas, tengo una jugada muy buena.

Lauri, un hombrecillo de pelo gris, asintió y, enseguida, puso unas manos protectoras sobre los naipes de Tommy Lehmus.

—¿De qué se trata? —preguntó Lehmus cuando estuvieron fuera del alcance del oído.

—Soy policía —dijo Joentaa—. Estamos buscando a su hermano…

—¿Vesa?

Joentaa vio el miedo en sus ojos.

—¿Qué pasa con él?

—Pensamos que podría ayudarnos…

—¿Le ha ocurrido algo?

—No, no, tan sólo pensamos que podría saber algo…

—No entiendo lo que quiere usted decir, ¿qué puede saber Vesa?

—Por desgracia no puedo darle más detalles…, pero tenemos que encontrar a su hermano a toda costa.

Tommy Lehmus le miró en silencio. No lo comprende, pensó Joentaa. Claro que no. Pero intuye algo, intuye que algo malo está pasando.

—Seguro que Vesa está en el museo, en el museo de artesanía, trabaja allí…

—Ya hemos estado; su hermano libra hoy.

Lehmus volvió a guardar silencio. Joentaa creyó ver cómo sus pensamientos se arremolinaban detrás de su frente.

—Por favor, dígame enseguida qué está pasando.

—Como le he dicho…

—¿Por qué han estado ya en el museo, por qué ha venido aquí? ¿Cómo puede ayudarles Vesa?

—No tiene usted de qué preocuparse…

—Es que Vesa…

Joentaa esperó.

—¿No estarán buscando a Vesa porque haya… hecho algo?

—Como le he dicho…

—Eso es absolutamente imposible —dijo Tommy Lehmus.

—Sólo queremos hablar con él, y todo quedará aclarado… —Joentaa deseó que así fuera. Haberse equivocado, y que Vesa Lehmus no tuviera lo más mínimo que ver con los tres crímenes.

—Cómo se le ocurre pensar que Vesa…, tiene que tener algún motivo…

Joentaa guardó silencio.

—¿Qué se supone que ha hecho Vesa? —preguntó Tommy Lehmus.

—Probablemente todo se aclare con rapidez cuando hayamos hablado con él.

—Me gustaría saber de qué se trata. ¿Qué se supone que ha hecho Vesa?

—No puedo…

—¡Ya lo creo que puede! ¡Quiero saber ahora mismo qué está pasando aquí!

—Me gustaría que me hablara de su hermano.

—¿Qué?

—Venga conmigo —Joentaa se adelantó escaleras abajo. Quería salir al aire libre, a aquel hermoso parque, respirar el aire frío. Fuera sería más fácil.

—¿A qué viene esto ahora? —gritó Tommy Lehmus a sus espaldas.

—He hablado una vez con su hermano…, en el museo, hace ya algún tiempo… —dijo Joentaa cuando estuvieron al aire libre.

—No me ha contado nada.

—Fue una corta conversación…, tocaba maravillosamente el piano.

Tommy Lehmus asintió:

—¿Sabe que ni siquiera puede leer las notas?

—Sí, me lo dijo cuando le pregunté por la pieza. Me contó que era obra suya…, tuve la impresión de que es un hombre muy reservado…

—Lo es —dijo Tommy Lehmus.

—¿Podría usted imaginar que detrás de esa calma oculta se algo? ¿Miedos o agresividades?

Tommy Lehmus le dirigió una mirada cortante.

—No diré nada más mientras no me explique de qué se trata. ¿Por qué habló con Vesa? ¿Por qué le busca?

—Sospechamos que ha matado a tres personas.

Joentaa lo dijo sin reflexionar si era lo correcto. Pasaron algunos segundos hasta que las palabras alcanzaron a Tommy Lehmus. Se detuvo. Pareció querer decir algo, pero no dijo nada.

—Tenemos una sospecha, no es segura. Necesitamos hablar con su hermano —dijo Joentaa.

Tommy Lehmus calló. Siguió caminando lentamente, sin prestar atención a si Joentaa le seguía. Se dirigió a un banco nevado y se dejó caer en él.

—Ha de comprender que sólo tenemos una sospecha, necesitamos hablar con su hermano para aclararlo todo…, por eso es tan importante que usted nos ayude.

—¿Cómo han llegado a esa sospecha?

—Probablemente sea usted el único que podría saber…

—¿Cómo han llegado a pensar que Vesa…?

—¿Sabe Vesa afinar pianos? —preguntó Joentaa.

Tommy Lehmus alzó la vista. Asintió.

—¿Ha trabajado alguna vez como afinador de pianos? ¿Tiene las herramientas adecuadas?

—Sí, sí, ¿pero a qué viene eso?

—Cuando estuve en el museo con su hermano tocó el piano, una de sus propias melodías, una que probablemente sólo él conocía…

—¿Y?

—Uno de los fallecidos estuvo en el museo de artesanía el día de su muerte, su hermano guio al grupo por entre las casas… y su hermano tiene que haber conocido también a una segunda víctima, una mujer, parece que el día de su muerte estuvo en su casa, afinando el piano…, tiene que haber tocado esa melodía…

—Eso no son más que tonterías. Vesa trabaja desde hace años en el museo de artesanía… y tampoco sabe afinar de verdad un piano…

—Carece de importancia que sepa hacerlo. Si las cosas fueron como sospechamos, su hermano se abrió paso de ese modo a la casa —Joentaa sentía que estaba hablando demasiado, pero ahora que había empezado resultaba un alivio decírselo todo a Tommy Lehmus.

Y Tommy Lehmus debía saber.

—Simplemente no entiendo cómo…, no significa nada que…, por mí puedo aceptar que Vesa haya afinado ese piano, pero eso no significa nada…, ¿sabe a cuántas personas ha guiado Vesa por esas casas?

—Es un curioso azar que en cualquier caso su hermano haya conocido a los tres fallecidos. Hemos buscado todo este tiempo un punto de unión, y hemos encontrado a su hermano. Me gustaría que me dijera dónde puede estar.

—No tengo ni idea. ¿En casa? Claro, por supuesto, ya habrán estado allí…

Joentaa asintió.

—No lo sé. Tampoco sé por qué tiene un día libre; casi nunca los toma, siempre está en el museo, está mejor allí que en su casa.

—¿Hay algún otro sitio en el que sea frecuente encontrarlo?

Tommy Lehmus reflexionó un rato, luego negó con la cabeza:

—Siempre está en el museo…, y por las tardes en casa… siempre está allí cuando voy a visitarle.

—¿Cuándo lo vio por última vez?

—Hace poco. Hace tres, cuatro días…

—¿Algo le llamó la atención en él? ¿Habló de una amiga, de una mujer, Jaana?

Tommy Lehmus le miró sin entender.

—No, claro que no. Vesa nunca ha tenido una amiga…

—¿Cómo puede saberlo con tanta seguridad?

—Porque lo sé todo sobre él. Porque me lo cuenta todo, y si tuviera una amiga me lo habría contado enseguida, él sabe cuánto me alegraría…

—¿Por qué nunca ha tenido una amiga?

Tommy Lehmus le miró, cortante.

—Pues porque no habla sino que escucha, porque es tranquilo cuando otros se dan importancia, porque, sencillamente… quiere estar solo.

—Le he preguntado antes por qué su hermano es tan tranquilo…, si quizá detrás de esa calma…

—¡Claro que tiene miedo! —gritó Tommy Lehmus. Joentaa se estremeció. Lehmus prosiguió, en voz más baja—: Claro que tiene miedo, siempre ha tenido miedo. Pero está mucho mejor que antes…, crecimos en un orfanato. De niño, Vesa tenía pesadillas casi todas las noches…

—¿Qué soñaba?

Pensó un rato.

—Distintas cosas. En parte, eran cosas tan absurdas que yo no escuchaba del todo cuando me las contaba…, pero sé que siempre aparecía una luna… una luna que lo engullía.

Joentaa asintió, aunque no entendía. Miró a Lehmus, que parecía luchar con una idea.

—Hace un tiempo dijo algo curioso…

Joentaa esperó.

—Me preguntó qué diría si él… fuera completamente distinto a como yo pensaba, o algo así…, no entendí qué quería decir…

—Si su hermano aparece, le ruego que me informe —dijo Joentaa. Anotó el número de su despacho y el de su casa en un recibo de gasolina—. Es importante que hablemos con él…, ¿comprende?

Lehmus asintió, pero no parecía haber oído. Miraba más allá de Joentaa, hacia el aparcamiento y la calle que había detrás.

Joentaa se despidió. Sintió el frío sol morder en su rostro, y pensó en la luna que había engullido a Vesa Lehmus. Pensó en Tommy Lehmus, que le había resultado simpático desde el primer momento, había hecho reír a los ancianos a los que él mismo había rehuido.

Mientras conducía en dirección al centro de la ciudad, pensó en Lauri, el hombrecillo de pelo gris que, posiblemente, todavía tenía sus manos protectoras puestas sobre los naipes de Tommy Lehmus.