CAPÍTULO 6

Cuando Joentaa llegó a casa por la noche, encontró una nota de su madre sobre la mesita baja del pasillo. Naturalmente, había olvidado llamarla por la mañana desde la oficina.

Trató de convencerse de que la sorprendente noticia de Ojaranta se lo había impedido. En realidad, simplemente lo había olvidado. No había sido importante.

Reflexionó y constató que se sentía mucho mejor tras lograr olvidarlo.

Anita había escrito que siempre estaría disponible para él y que debía llamarle siempre que quisiera, a cualquier hora del día y de la noche.

No trató de luchar contra el sentimiento de culpa.

La llamó enseguida, pero ella no descolgó.

Esperó largo tiempo, y a los pocos minutos lo intentó de nuevo. Imaginó que ella había tenido un accidente. Sabía que era una idea absurda, pero no podía quitársela de la cabeza.

Imaginó que estaba en el hospital. Vio un accidente de tren. Volvía a intentar comunicar con ella, y resultaba que estaba muerta, que nunca volvería a hablar con ella.

Dio forma a la idea hasta que creyó que era real.

La localizó al octavo intento. Cuando oyó su voz, las imágenes reventaron en su cabeza. Sintió alivio, y una vaga irritación por haber inventado aquel escenario de horror.

Naturalmente, todo estaba en orden. Se oyó hablar con su madre y se preguntó por qué Sanna estaba muerta si Anita vivía.

Por qué Sanna estaba muerta si él vivía. Si todos vivían.

Prometió a Anita volver a llamar.

Prometió cuidarse.

Quiso colgar, pero Anita le retuvo.

—En algún momento podrás empezar de nuevo —dijo.

Él oyó la desesperación en su voz.

Se durmió delante del televisor.

Soñó con Sanna.

Siempre soñaba con ella. Ya no le aliviaba que en sus sueños estuviera viva, porque durante el sueño comprendía que soñaba.

Soñaba que la tocaba, y sabía que no existía.

Lloró.

Lo despertaron sus propios gritos.