CAPÍTULO 3

Poco antes de las ocho, Arto Ojaranta llamó y dijo algo que dejó perplejo a Joentaa. Joentaa tenía en las manos una foto de Laura Ojaranta cuando sonó el teléfono, y miraba el rostro vacío de la mujer muerta mientras Arto Ojaranta le explicaba que una llave de su casa había desaparecido.

—Estaba en la tabla de las llaves, desde hacía años, por si la otra se perdía —dijo—. Y ahora no está.

—¿Está usted seguro? —preguntó Joentaa.

—Claro que estoy seguro.

—¿Utilizaba su mujer la llave a menudo?

—En realidad nunca la utilizaba, porque nunca perdía nada. Si acaso yo tuve que coger alguna vez la llave de repuesto.

—¿Le dio la llave alguna vez a alguien, vecinos quizá, o amigos?

—¿Por qué iba a hacer eso?

Joentaa calló. Reflexionaba acerca del significado de cuanto le estaba diciendo Ojaranta. Si el autor del crimen tenía una llave, Laura Ojaranta no tenía que haberle abierto la puerta. Por otra parte, el autor sólo podía haber obtenido la llave de manos de Laura Ojaranta. Con lo cual, la sospecha de que conocía a su asesino no sólo no estaba en duda, sino que cobraba fuerza y se afianzaba.

Aun así, Joentaa sintió que se hallaba ante un punto de inflexión, o al menos imaginó que lo sentía.

De todos modos, probablemente se lo imaginaba todo.

—¿Qué quiere decir con eso? —preguntó Ojaranta.

Joentaa necesitó un momento para comprender que Ojaranta aludía a la sospecha de que su esposa le hubiera dado la llave a vecinos o amigos.

—Sólo intento aclarar dónde podría estar la llave —dijo.

—Yo tengo más bien la impresión de que intenta hacerme ver a un amante, al que mi mujer confió nuestra llave de repuesto mientras yo estaba de viaje.

«Eso es, precisamente, lo que no quiero», pensó Joentaa. Aunque era la explicación más obvia.

¿O porque era la explicación más obvia?

—No creo que sea así —dijo Joentaa.

Ojaranta calló, evidentemente sorprendido.

—¿Y por qué no? —preguntó al cabo de un rato.

—No lo sé —Joentaa reflexionó un momento—. No creo que su mujer tuviera un amante.

—Ajá.

—¿Usted sí puede imaginarse algo así?

—Yo… no. No, naturalmente, tiene usted razón. Sin embargo, ¿dónde está la llave?

—¿Cuánto tiempo va a seguir ahí?

—¿Por qué?

—Voy a ir a verle. Salgo enseguida.

—Tengo que irme a las…

—Salgo enseguida, estaré en Naantali dentro de media hora, y le ruego que me espere —dijo Joentaa, y colgó.