CAPÍTULO 19

El cielo estaba oscuro y la luna oculta detrás de las nubes.

Jaana reía y gritaba que el agua estaba fría. Él estaba sentado en la arena, junto a él los vestidos que Jaana se había quitado antes de entrar al agua.

—Ven —gritó ella.

Se desnudó y caminó hacia el agua. Recordó que ya había estado nadando de noche, no hacía mucho tiempo.

Se sentía quemado y helado.

Había sido mucho más grande que ahora.

Había sido inmortal.

En aquella ocasión no había notado el agua, ahora estaba fría. Tan fría que le daba miedo.

—Pareces indeciso —gritó Jaana, y le tiró del brazo.

—¡Para! —gritó él.

Jaana le soltó el brazo.

—Está bien —dijo—. Tranquilo.

—Lo siento —dijo él.

Jaana le miró con desconfianza unos segundos, luego volvió a sonreír:

—¿Te da miedo el agua fría? —preguntó, y él negó con la cabeza.

En dos brazadas estuvo junto a él. Sintió su piel lisa y fría cuando ella le abrazó.

—Ahora es el momento de que me digas de qué no tienes miedo. Así que también me dirás de qué tienes miedo.

Él buscó sus ojos en la oscuridad.

—¿Qué querías decir anoche cuando dijiste que tenías miedo de todo?

Él se soltó de su abrazo y se sumergió.

Se dejó hundir, hasta que tuvo la sensación de que le iba a estallar la cabeza.

—¿Qué significa esto? —exclamó Jaana cuando él volvió a emerger, al cabo de una eternidad—. ¿Te divierte?

Le gustó que Jaana se hubiera preocupado. Se preguntó qué hubiera hecho si no hubiera vuelto a emerger.

—¿Quién es Daniel? —preguntó.

—¿De qué tienes miedo?

—Tú primero.

Jaana torció el gesto y se apartó de él, nadando de espaldas. Cuando estuvo a unos metros de distancia empezó a hablar:

—Daniel tendrá hoy, si sigue vivo, veintinueve años y setenta y dos días. Es alemán. Cuando lo conocí estudiaba Filosofía, pero eso fue hace nueve años, no sé a qué se dedica hoy.

—¿Y?

—¿Y, qué?

—Y qué más.

—Te toca a ti.

Nadó hacia él, estiró el brazo para alcanzarle, pero Vesa rehuyó el contacto y se sumergió hasta que la distancia entre ellos volvió a ser la misma de antes.

—¿Por qué Daniel es importante para ti? —gritó.

—No es importante para mí.

—¿Por qué tienes fotos suyas en tu casa?

—Digamos que están ahí para recordarme siempre que hay idiotas que tienen muy buen aspecto.

—¿Por qué Daniel es idiota?

Jaana rio.

—Eres increíble —gritó, y nadó en dirección a la orilla. Vesa se sumergió y la alcanzó con rapidez. Tiró de ella y la atrajo bajo la superficie. Buscó sus labios y la enlazó con fuerza entre sus brazos.

Sólo cuando llegaron a la orilla se desprendió ella del abrazo. Le pasó la mano por los cabellos, se volvió y fue a vestirse.

Él la miraba.

Intuía los contornos de su cuerpo en la oscuridad.

Tenía frío.

Disfrutaba de tener frío.

—¿Dirías que también yo soy un idiota? —preguntó.

—Por lo menos eres lo bastante idiota como para venir a nadar con este frío. ¿Por qué lo preguntas?

—Si soy un idiota, puedes poner una foto mía en tu casa.

Jaana se echó a reír.

—Quizá primero haya que hacer una —dijo él—. En la mayoría de las que tengo sale Tommy.

—Ven —dijo ella, y echó a andar.

Él la siguió.

No había insistido. Por un momento, él había pensado que ella le apremiaría, que le obligaría a hablar y estropearlo todo, pero no lo hizo.