CAPÍTULO 17

Hablaba despacio, y de vez en cuando guardaba silencio unos segundos, como si tuviera que concentrarse para encontrar las palabras correctas, pero en sus ojos ella veía un fuego que antes no estaba ahí.

En sus ojos veía los incendios, que describía con tanta viveza como si hubiera estado en ellos.

El castillo de Turku había sido pasto de las llamas tres veces, en los años 1364, 1614 y l941, y en cada ocasión fue reconstruido, más grande y más bello.

Vesa giraba con los brazos abiertos, y tenía una historia que contar de cada cuadro, de cada viejo arcón, hasta de los tapices de las paredes.

La miró incrédulo cuando dijo que nunca había estado en el interior del castillo.

Cuando estaban al borde de la isla rocosa y mecían las piernas en las frías aguas del mar, ella le abrazó y le besó en las mejillas. Él retrocedió, se puso en pie y la miró fijamente, como si le hubiera atacado.

Jaana rio.

—Tranquilo —dijo, y tiró de él. Le besó en la boca. Él no reaccionó, pero tampoco retrocedió.

Fueron a la catedral, y Vesa se sintió aliviado cuando ella afirmó haber estado allí con más frecuencia. Otra vez habló de los incendios. La gran torre de la iglesia había ardido seis veces, y una y otra vez había sido reconstruida, más grande y más bella.

Vesa habló del fuego que en 1827 casi había destruido toda la ciudad.

—Todo, menos las casas del Klosterberg —dijo, y habló de un campesino que vivía muy cerca de esas casas, pero en el lado equivocado—. Lo perdió todo, su granja y su familia. Su vecino, cuya propiedad estaba protegida por la montaña del Vardberg, sobrevivió y lo conservó todo. ¿Y sabes lo que hizo el campesino unos meses después del incendio?

Jaana negó con la cabeza.

—Mató al otro y se ahorcó en las ruinas de su granja.

Jaana se quedó mirándolo fijamente.

Si Vesa se hubiera echado a reír, ella habría reído con él, pero Vesa no se reía.

—¿Es invención u ocurrió de veras?

—Ocurrió de veras. Leí la historia en una crónica. El campesino se llamaba Arho y su vecino Kustavi. Antes del incendio eran amigos.

—¿Acaso sientes debilidad por las historias siniestras? —preguntó Jaana.

Vesa no pareció comprender que ella quería darle un giro cómico a todo aquello.

—Siempre me he preguntado qué pasó por la mente de Arho cuando vio arder la granja y supo que su esposa y sus hijos se hallaban en el corazón del fuego —dijo—. ¿Comprendes?

—No —dijo ella—. Y me temo que puedo renunciar muy bien a ello.

Mientras estaban en el Café Fontana, en la ciudad vieja, tomando un helado, ella le preguntó de qué tenía miedo.

—¿Cómo? —preguntó él.

—Ayer por la noche dijiste que tenías miedo. ¿A qué te referías exactamente?

Él pareció reflexionar.

—No creo haber dicho eso.

—Claro que lo dijiste. Yo estaba contigo.

Él negó con la cabeza.

—¿Qué pasó ayer? ¿Por qué viniste a verme en mitad de la noche?

Él no respondió.

—Tocaste el timbre como un loco y pateaste la puerta. Cuando abrí, te echaste a llorar.

Él la miró un rato.

—Quería estar contigo —dijo, nada más.