CAPÍTULO 12

Mientras Jonna Koivuniemi hacía café, Joentaa se preguntó si realmente tenía derecho a juzgar la profundidad de su pena. Le había guiado hasta un saloncito confortablemente amueblado.

Le había dicho que no había dormido esa noche. A Joentaa le molestó que lo dijera. El hecho de que lo hubiera dicho le hacía dudar de que realmente hubiera sido así.

Ella vino con el café y le preguntó sonriendo si quería leche y azúcar. Él dijo que no y se exhortó a no hacerse imagen alguna de una mujer a la que no conocía en absoluto.

Se sorprendió cuando él empezó a hablar del cuadro, y no tenía ninguna explicación para su desaparición.

—Creo que a Laura le gustaba —dijo—. Y Arto lo encontraba espantoso —rio brevemente y enmudeció, al observar lo inadecuado de su risa.

—Por lo demás, no soy una auténtica pintora, no es más que un hobby —explicó—. Laura y yo nos conocimos pintando, en la escuela de adultos.

—¿Qué aparece en el cuadro? —preguntó Joentaa.

—Un paisaje nocturno. Un lago y una montaña.

—¿Cómo está pintado? Quiero decir… —se detuvo—. No entiendo mucho de esto. ¿Es… naturalista, o más bien abstracto?

—Abstracto —dijo ella—. Siempre pinto abstracto. Lo mejor es que le enseñe uno de mis cuadros. Venga.

El cuadro que quería enseñarle se hallaba colgado en el sótano. La señora Koivuniemi encendió la luz. Joentaa tuvo la agobiante sensación de que fuera se había puesto el sol.

—La verdad es que no me gusta colgar mis propios cuadros —dijo ella—. Pero éste le gustó tanto a mi marido que hemos hecho una excepción. Aquí abajo, junto a la sauna, no lo ve nadie —sonrió.

Joentaa asintió.

El cuadro le sorprendió.

Le sorprendió que esa mujer bajita e insignificante que estaba a su lado lo hubiera pintado, y supo al mismo tiempo lo absurda que era su sorpresa.

El cuadro mostraba una pálida pradera verde y un cielo gris.

No entendía nada de pintura, pero ese cuadro le gustó.

—Es muy bonito —dijo.

—Gracias —dijo ella—. Creo que no hay muchos que piensen lo mismo. El profesor de la escuela de adultos decía que a mis cuadros… les faltaba sangre.

—¿Pinta usted siempre así… con esos colores pálidos?

Ella asintió.

—Creo que a eso aludía mi profesor.

—Me gusta mucho —dijo Joentaa de nuevo.

Cuando subieron, preguntó a la señora Koivuniemi si podía imaginar por qué habían matado a su amiga.

—Creo que fue un ladrón —dijo ella irritada.

Joentaa guardó silencio unos segundos.

—Es posible, aunque no seguro —dijo—. Supongamos que no ha sido un ladrón. ¿Tiene usted… alguna otra explicación?

Ella le miró fijamente.

—No —dijo sin comprender.

Joentaa asintió y se puso en pie.

—¿Cabe pensar que no fuera un ladrón? —dijo Joanna Koivuniemi.

—Todavía estamos empezando —dijo Joentaa.

—Sin embargo, se han llevado el cuadro. Tiene que haber sido un ladrón…, aquí ha habido muchos robos en los últimos tiempos, dicen que la policía ha interrogado a extranjeros, emigrantes de Rusia, creo…

Joentaa la miró y se preguntó por qué una mujer que pintaba cuadros tan hermosos pensaba de manera tan unidimensional.

Asintió y se despidió.