9 de noviembre de 1494, Florencia
La situación gubernamental en Florencia era insostenible. Con la ciudad a punto de ser sometida bajo dominio francés, los Médici fueron expulsados definitivamente. La rebelión estalló la jornada anterior fruto de la incipiente impaciencia que se apoderaba de los ciudadanos. Era necesaria una pronta respuesta mediante la creación de un nuevo sistema de gobierno que garantizase la seguridad y el porvenir del pueblo florentino frente al invasor. Atrás quedaban los días de gloria en que la ciudad era un referente, artístico para los más soñadores, lujurioso para los más puros.
Envueltos en un mar de dudas, surgió como un iluminador rayo celestial la figura de Girolamo Savonarola. Frente a la duda generalizada, su seguridad individual. Frente a la ausencia de fe, la palabra del Señor personificada en su boca. Frente a la ausencia de liderazgo, el nuevo pastor que guiaría al rebaño.
La inspiración divina le dio poder suficiente a Savonarola para hablar no solo de religión, sino también de gobierno.
—Habéis cambiado vuestra manera de gobierno, pero, si deseáis que vuestra política perdure, tendréis que cambiar vuestra manera de vivir. Debéis dedicar una nueva canción al Señor. Vuestra primera preocupación debe ser aprobar una ley que asegure que, en el futuro, nadie pueda autoproclamarse jefe de Estado. Vivid como cristianos y venid a escuchar los sermones, porque ellos os enseñarán cómo vivir. El que no oye la palabra de Dios ofende a Dios. Permitid que el más distinguido de vosotros sea el primero en dar ejemplo. Si estáis imbuidos del temor de Dios, Él os ayudará a encontrar una buena forma de gobierno, una que haga imposible para cualquiera hacerse con el liderazgo.
Poco a poco, ganó terreno espiritual y ya era frecuente verle recitar en el interior del Duomo. Los miembros de la Signoria, que ejercían un precario gobierno de contención, así como los magistrados y gentes de diversas índoles, se agrupaban para escucharle. En realidad, creían que sus palabras venían directamente del Divino. El golpe de efecto del fraile de Ferrara logró su propósito. La política le abría las puertas.
La Signoria había echado por tierra toda la organización relativa a los Médici. El único problema que afloraba era llegar a un acuerdo. ¿Cuál era la mejor manera de gobernar la ciudad? El único que exponía firmemente sus ideales sin temores, sin dudas, era Girolamo Savonarola. Una idea que conjugaba reforma política y moral a partes iguales. Debían coexistir sin ninguna duda. Nada podía quedar al alzar. No solo se trataba de reformar una ciudad. Sus habitantes se reformarían con la urbe y viceversa.
Los siguientes sermones de Savonarola crecieron en intensidad y en contenido político a medida que avanzaban las jornadas. El duomo de Santa Maria del Fiore era su casa.
—¡Recibid instrucción, vosotros que juzgáis la tierra! Los viejos sistemas que han proporcionado lujuria y tiranía a la ciudad de Florencia deben ser abolidos de inmediato. La nueva Constitución de la República de Florencia debe fundamentarse en todos y para todos. No permitamos que, de nuevo, caigamos en el gobierno oligárquico de los poderosos para los poderosos. El sistema tributario debe ser revisado sin escrúpulos y el catastro debe ser abolido con rigurosa prontitud. Ayudemos a los más necesitados. Bendito sea el que ayuda al pobre y al necesitado, pues en los días de adversidad el Señor le recompensará.
Los sermones del fraile de Ferrara ayudaron a esclarecer los puntos que la Constitución debía contener obligatoriamente. Para Girolamo Savonarola, esa Constitución fue el triunfo de Dios sobre la Tierra.
—¡Oh, sacerdotes!, oíd mis palabras. ¡Oh presbíteros, oh, prelados de la Iglesia de Cristo!, dejad los beneficios, que no podéis tenerlos con justicia; dejad vuestras pompas y vuestros convites y vuestros banquetes, los cuales hacéis con demasiado esplendor; dejad a vuestras concubinas y vuestras danzas, pues es tiempo de hacer penitencia, ya que se acercan grandes tribulaciones por medio de las cuales Dios quiere reconciliarse con su Iglesia. Decid vuestras misas con devoción; de otro modo, si no queréis entender lo que quiere Dios, acabaréis perdiendo vuestros beneficios y vuestra vida. ¡Oh, monjes!, dejad las superfluidades de las vestimentas y de la plata, y de la cuantiosa abundancia de vuestras abadías y sus beneficios; entregaos a la simplicidad y trabajad con vuestras manos, como lo hacían los antiguos monjes, vuestros padres y vuestros antecesores; de otro modo, si no lo hacéis voluntariamente, tiempo llegará que lo tendréis que hacer por fuerza. ¡Oh monjas!, dejad también vuestras superfluidades; dejad vuestras simonías cuando aceptéis a las monjas que vienen a quedarse en vuestros monasterios; dejad tanto aparato y tanta pompa cuando se consagren vuestras monjas; dejad los cantos figurados; llorad más aprisa vuestros defectos y vuestros errores; porque os digo que viene más aprisa el tiempo de llorar que el de cantar y hacer fiestas, porque Dios os castigará si no cambiáis de vida y de costumbres. Por último, ¡oh, lujuriosos!, vestíos con cilicios y haced penitencia, pues buena falta os hace. Y, puesto que tenéis las casas llenas de vanidad y de figuras y cosas deshonestas y libros malvados, traédmelos para hacer con ellos una hoguera y un sacrificio a Dios.
Florencia estaba conquistada. Su próxima batalla que librar sería contra el papa Alejandro VI, el Borgia. Los ejércitos franceses tenían un objetivo en mente. La conquista de Roma para así debilitar la llamada Liga de Venecia, formada por Milán, Venecia, el Sacro Imperio Romano Germánico, España y los Estados Pontificios.
Girolamo Savonarola tomó cartas en el asunto. A priori, apoyaría al sucesor de Luis XI, el rey de Francia Carlos VIII. Después, en nombre de Dios, tomaría las riendas de Florencia y se desataría el fuego purificador.