16 de noviembre de 1479, facultad de Teología, Ferrara
Tres años habían pasado ya desde el triunfal recibimiento del dominico en la basílica de San Domenico en la ciudad de Bolonia. La orden a la que pertenecía sabía del valor en alza del joven predicador, que ya contaba veintisiete años. Había estado en contacto con tres maestros que le habían proporcionado toda la sabiduría que poseían, pero el joven quería más. Poseía una extraordinaria inteligencia y capacidad de asimilación y tenía más del ochenta por ciento de la Biblia memorizada. Los dominicos deseaban que sus conocimientos teológicos se ampliaran, se perfeccionaran y fueran más allá de Santo Tomás de Aquino. Una vez hubo tomado los votos de manera solemne, consagrando su vida a la pobreza, a la obediencia y a la castidad, fue llamado de nuevo a su ciudad natal, Ferrara, no solo para comenzar la culminación de su formación en la facultad de Teología, sino también para ejercer en calidad de maestro de novicios. Estaría cerca de su familia y aprovecharía para seguir desarrollando su increíble capacidad oratoria. El joven —pero no por ello inexperto— no contemplaba su vuelta a Ferrara como un fracaso. Si bien es verdad que para él primero estaba la religión y después su familia, consideraba que toda experiencia adquirida en Bolonia y en su patria era imprescindible para su objetivo final: la ciudad de su destino, la mal llamada República de Florencia.
¡Oh, Florencia! ¡Oh, Florencia! ¡Oh, Florencia! ¡Por tus pecados, por tus vicios, por tu locura, por tu ambición, tendrás que sufrir todavía padecimientos y afanes!
En el interior del dominico solo había sitio para dos elementos: alma y fuego.
Al otro lado del mar Mediterráneo, otra figura dominica poseía las mismas cualidades que el joven de Ferrara. Alma y fuego. El castellano fray Tomás de Torquemada, un monje y erudito de destacado reconocimiento, era uno de los tres confesores de los Reyes Católicos. A raíz de la sospecha de prácticas judías en los territorios de Sevilla, los Reyes Católicos solicitaron una bula papal a Sixto IV en noviembre del año 1478, meses después de la fallida conjura de los Pazzi. Sixto IV, el mismísimo Francesco della Rovere, expidió la solicitada bula para el control de la pureza de la fe y se creó en la Corona de Castilla la Santa Inquisición. En el reino de Aragón existía desde hacía siglos, así que la institución se extendería por todo el territorio español con la unión de Isabel de Castilla y Fernando II de Aragón.
Fray Tomás de Torquemada se hizo con el control absoluto de la Inquisición y, bajo el título de inquisidor general, comenzó la persecución de blasfemos e infieles.
Alma y fuego. La Santa Inquisición. Tomás de Torquemada.
Alma y fuego. El futuro azote de Florencia. Girolamo Savonarola.
La gloria eterna les esperaba.