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Uxama la Divina

EIREN

Casa capitular de la Orden de Las Matres de Amma

En la Ciudad sagrada de Uxama

Tierras del mediodía. Año 763 de la IV Era

Mediados de saëpbriêll

Su eminencia la reverenda matre Loucia Anu-Nesile entró si llamar en la modesta celda de la hermana procreadora Geseladin, la joven, que se encontraba leyendo un pergamino con los textos sagrados de la Diosa Amma, levantó la vista y miró sorprendida a la reverenda matre.

—Hija mía, lo que tanto tiempo llevamos esperando por fin va a suceder —le anunció la mujer a su pupila.

Geseladin se la quedó mirando, y dejó que el antiguo pergamino se enrollase por sí solo, a continuación le preguntó:

—Eminencia, ¿cuándo llegará?

La mujer mayor le sonrió.

—Su barco está entrando a puerto justo en estos momentos. Debes ir a los baños y prepararte como te he enseñado. Unta el aceite que te preparé por toda tu piel una vez que esté limpia. No podemos fallar Gesel, nos jugamos mucho.

—No penéis reverenda matre, no lo vamos a hacer —contestó la acólita poniéndose ya en pie y buscando en el arcón pegado a la pared, bajo la estrecha ventana de la celda, sus artículos de aseo y el frasquito de caro cristal de roca lleno del aceite especial que la mujer mayor le había preparado personalmente hacía ya tantas lunas.

—Hija, recuerda todo lo que te he enseñado. Tienes que conseguir si no su cariño, al menos su amistad —le advirtió la reverenda matre a la joven agarrándola por el brazo mientras le clavaba una dura y despiadada mirada.

Geseladin asintió con firmeza moviendo la cabeza arriba y abajo repetidamente. Sus ojos expresaban su resolución en cuanto a demostrar las capacidades que le habían inculcado desde la infancia. Estaba preparada y lo sabía, ella no iba a fracasar en la tarea que tanto representaba para su maestra y por ende para ella misma.

Cuando se disponía a salir por la puerta se dio la vuelta y miró a la reverenda matre Loucia con una pequeña duda brillando en sus ojos.

—¿Cuántas candidatas serán presentadas hoy? —preguntó.

La taimada mujer que la había adiestrado en los intrincados misterios de la Diosa, le mostró una escalofriante sonrisa llena de maldad a su joven pupila, y contestó.

—En total seréis cinco, pero no te preocupes hija mía, también a las otras les he pedido que usen el aceite que he preparado para ellas, claro que su utilidad es la contraria al tuyo —la mujer soltó una de sus chirriantes carcajadas que siempre conseguían crisparle los nervios a Geseladin—. Ahora no te entretengas más, y corre al baño, no tardaran en llegar.

La joven asintió y salió de su celda para encaminarse a la sala comunal de los baños.

* * *

Dragkis La astucia de Kauron, en las aguas frente a la ciudad sagrada de Uxama

Horas antes de que se produjera la singular escena en la casa de Las Matres de Amma, Eiren contemplaba esa tarde a la gran ciudad de blanca piedra desde la proa del dragkis La astucia de Kauron, mientras el barco de casco largo se aproximaba al fortificado puerto de la misma.

El viaje hasta allí les llevó menos tiempo del que en principio se había esperado el joven rey consorte. El capitán del dragkis, un hombre típicamente skhoniano; alto, aunque con un abultado pecho de barril, de pelo rubio blanco que llevaba hasta más abajo de los hombros, y de fuertes brazos, el cual se había presentado como Abiner, le aseguró a Eiren, cuando sus acompañantes y él embarcaron en el puerto fluvial de Iesso, en el río Selu; que La astucia de Kauron era un navío muy rápido, y que si los Dioses les eran propicios, podrían estar ante Uxama en menos de quince días, y visto lo visto, no había estado errado.

Koningur siôur, os ruego que os retires hasta la popa donde no seáis tan visible —le pidió Orisses, quien se había acercado hasta donde estaba Eiren—. La chalupa con el piloto uxamita, y probablemente uno o dos soldados de la guardia del puerto, se dirige hacia el dragkis en este mismo momento, y no sería aconsejable que corriera la voz sobre vuestra identidad demasiado pronto.

El rey consorte miró hacía donde le indicaba el comandante y asintió en silencio.

Los tripulantes que estaban a los cuarenta remos del dragkis los hundieron en el agua a la misma vez y los mantuvieron así, para ir frenando la embarcación y facilitarle a la chalupa uxamita el poder acercarse con más seguridad. El capitán Abiner gritó la orden de subir los primeros quince remos del lado derecho justo un momento antes de que el casco de la pequeña embarcación hiciera contacto con el más grande del buque skhoniano. Dos marineros de La astucia ataron inmediatamente el cabo lanzado desde la chalupa, y ayudaron a subir al buque a tres hombres. Eiren supuso que se trataba del piloto portuario y dos guardias de aduanas.

El propio Abiner fue el que se acercó hasta los tres uxamitas y entabló un dialogo con ellos. El joven rey consorte vio como, tras asentir repetidas veces, se separaba y se aproximaba hasta donde se encontraban Eiren y el comandante Orisses.

Me’hssur, el piloto del puerto tomará ahora el timón del dragkis —le anunció a Eiren cuando lo tuvo delante—. Los guardias de aduanas simplemente han preguntado por vuestra identidad, la del comandante, y la de cualquier otro pasajero que esté abordo —aquí el curtido marino miró al joven sanador Eurol, que estaba sentado sobre un pequeño tonel de agua a la izquierda y detrás respectivamente de Eiren y Orisses—. ¿Qué debo decirles, me’hssurai? —preguntó finalmente mirando tanto al rey como al comandante.

—Diles que nuestro hssur, es persona principal en nuestro reino, y que le acompaña su sanador personal y yo mismo, comandante de la guardia real y designado embajador especial por nuestro koningur para negociar sobre un asunto de estado con el gobierno de su ciudad. ¿Está claro? —contestó Orisses sin dudar ni pedir permiso a Eiren.

Este asintió al capitán Abiner dándole a entender que estaba plenamente de acuerdo con lo sugerido por el comandante. El hombre, tras inclinar la cabeza, se retiró dirigiéndose nuevamente hasta el otro lado de la embarcación donde los dos guardias portuarios seguían esperando.

El dragkis había reanudado su avance hacia el puerto mientras tanto, una vez que la chalupa se había separado, y que el piloto uxamita se había colocado junto al timonel de La astucia de Kauron. Con ambos hombres al timón, consiguieron que el navío skhoniano sorteara sin incidentes las distintas embarcaciones que también salían o entraban del concurrido puerto, hasta que con un amortiguado golpe, el dragkis quedó amarrado en el lugar que se le había designado. Los dos guardias portuarios desembarcaron apenas los cabos fueron asegurados a los amarres, y el piloto uxamita tampoco tardó mucho más en hacerlo.

No había transcurrido ni media hora cuando Eiren notó una conmoción en el muelle donde se encontraba La astucia. Llamó la atención del comandante y el capitán sobre lo que estaba ocurriendo y no habían comenzado los dos hombres a acercarse a la pasarela de desembarco en previsión de un posible ataque e indagar en todo caso sobre lo que había ocasionado el alboroto, cuando vieron a un chico delgado que corría perseguido por dos esbirros armados de porras y tres soldados de la guardia de la ciudad, esquivando por igual, a estibadores que descargaban mercaderías de otros navíos amarrados al mismo muelle, comerciantes, y pasajeros que acababan de desembarcar.

El joven se fue aproximando saltando por encima de los bultos y sacos de cereales que se apiñaban por doquier haciendo al mismo tiempo fintas imposibles, logrando de esta manera escapar una y otra vez de las manos que intentaban detenerle.

Eiren se preguntó qué había ocasionado la persecución del joven, alegrándose por empatía de que el pilluelo, de nuevo retorciera su cuerpo sin detener su carrera y lograra esquivar a uno de los soldados que estuvo muy cerca de echarle mano. El muchachito miró hacia el dragkis en ese mismo momento y pareció decidir que era su mejor opción, porque intensificando su carrera se dirigió sin dudar hacía La astucia, y dando un prodigioso salto cuando estuvo casi en el borde del muelle, acabó aterrizando con un golpe bastante fuerte y que debió hacerle mucho daño, en la cubierta de la embarcación.

Sus perseguidores se frenaron en el borde mismo cuando llegaron, y desde allí les gritaron a los capas rojas de Eiren, que ya habían rodeado al chico, levantándolo y sujetándolo por los brazos, que les fuera entregado.

—¡Alto! Traedlo aquí —ordenó el rey consorte cuando los capas rojas que sujetaban al muchacho, algo indecisos, comenzaron a acercarlo a la pasarela que iba del barco hasta el muelle.

—Mi señor tened cuidado y pensad lo que vais a hacer —le pidió Orisses a Eiren—. No sabemos la razón por la cual lo perseguían.

—Eso precisamente es lo que quiero saber, comandante —le respondió el joven rey dándose la vuelta y mirándolo. Se volvió nuevamente hacia los guardias reales y esperó a que trajeran ante él al evidentemente asustado chico.

—Por favor señores, os lo ruego, no me entreguéis a los esclavistas —exclamó el muchachito con la angustia evidenciada en su semblante en cuanto estuvo cerca—. Me enviarán a las minas y moriré sin remedio allí —a continuación se echó a llorar desconsoladamente.

Habría que ser de piedra para no apiadarse del pobre niño, algo que Eiren estaba lejos de ser. Miró detenidamente al lloroso prisionero, calculándole no más de once o doce años. Era muy menudo de cuerpo, aunque no se le veía mal alimentado; su pelo le recordó mucho al rey consorte en color y forma al de un querido amigo suyo de infancia. Lo llevaba como éste, corto, y era negrísimo. Cuando el chico levantó brevemente la mirada, descubrió Eiren unos ojos oscuros y llenos de inteligencia, apenas cubierta por el miedo y el dolor que era obvio que sufría el pobre.

—Dime, ¿cómo te llamas? —preguntó mirándolo dulcemente y dando un paso hacia el muchachito—. No temas nada.

—Mi amo me llamó Balaji, pero ese nombre no es el mío, mi verdadero nombre es Hanon, señor —contestó el niño cuando pudo controlar sus sollozos.

—Di, mi señor, es con el rey consorte de Skhon con quien estás hablando, niño —soltó el capitán Abiner con una dura voz. Eiren puso los ojos en blanco al ver que Hanon se retraía asustado ante la fuerte presencia del capitán.

—Tetae misericordioso, Abiner, te agradezco la aclaración, pero por favor, no ves que asustas al pobre muchacho —le recriminó Eiren al marino—. Tranquilízate Hanon, el buen capitán no pretendía asustarte. ¿Me puedes decir por qué te han destinado a la minas?

El niño inspiró profundamente y le dijo:

—Yo pertenezco a la casa de Adad, un rico comerciante de especias. Anoche, durante un banquete, me acusó de romper una valiosa jarra de cristal de roca en la que servía el vino, pero os juro que no fui yo, uno de sus invitados, el jefe de una caravana de las que traen las especias, me dio un codazo porque estaba ya muy borracho. El maldito cerdo, él fue el que hizo que la jarra cayera de mis manos. Os juro mi señor que no pude evitarlo —nada más acabar el relato, el pequeño jovencito volvió a echarse a llorar. Una furiosa rabia corrió a través de la sangre de Eiren, por la injusticia y la maldad que implicaba el castigo al que había sido condenado el pobre niño.

—Tranquilízate Hanon, ahora estás a salvo, no voy a permitir que te lleven —le aseguró el rey consorte.

Un vocerío repentino hizo que todos mirasen hacia el muelle donde los guardias reales habían desenvainado sus espadas, y gritaban a los soldados de la ciudad que se detuvieran cuando pareció que se disponían a invadir la nave. Un capa roja corrió a acercarse hasta el extremo donde se encontraba Eiren.

Koningur siôur, los soldados uxamitas reclaman al niño —anunció—. ¿Qué contestamos?, amenazan con invadir el dragkis.

Orisses se alejó en dirección a la pasarela y les gritó que debían esperar hasta que se decidiera qué iban a hacer con el chico, el cual era, desde el momento en que abordó el barco, un polizón. Continuó el cruce de palabras un rato más y tras eso, el comandante regresó.

—Me temo koningur siôur que pronto vamos a tener un incidente diplomático entre manos si no entregamos al chico —dijo—. Uno de los guardias ha partido en busca de refuerzos probablemente.

—Bien Orisses, si es necesario revelaré mi identidad ante las autoridades portuarias, pero no pienso dejar que se lleven al pobre niño a las minas —contestó tajantemente el rey consorte—. Eurol, por favor, examina a Hanon, asegúrate que no esté herido.

El sanador le indicó con un gesto a los dos capas rojas que continuaban sujetando al muchachito, que lo siguieran y desapareció tras las cortinas de la cabina que se había instalado en la popa del dragkis para la comodidad e intimidad del rey y sus acompañantes. Orisses esperó a que los soldados entrasen para volverse hacia Eiren.

Me’hssur, creo que esto se nos podría ir de las manos —adujo el veterano guerrero mirando preocupado hacia el muelle—. Las autoridades podrían impedir nuestra misión prohibiéndonos que desembarquemos si no lo entregamos, o peor aún, intentar el asalto masivo de nuestra nave, y tan solo contamos con veinte capas rojas y cuarenta y tantos marineros para protegeros, además del capitán aquí presente, y yo mismo.

El joven rey consorte se mordió el labio inferior. «Orisses tiene razón, podemos vernos en una situación muy peligrosa, pero no puedo consentir semejante maldad con ese pobre desgraciado. Oh gran madre, Amma, no permitas que ocurra lo peor, te lo imploro» pensó orando en silencio a la Diosa.

—Comandante, intentaré lidiar con lo que se presente, pero mi decisión es firme, el niño no se entregará —acabó por decirle al preocupado Orisses.

Koningur siôur, ¡mirad! —Oyó que le decía un guardia real que se encontraba a unos metros. El comandante y él se acercaron y vieron a casi una compañía entera de soldados que se aproximaban al muelle rodeando a una litera con cortinas púrpuras, y que llevaban al hombro ocho fuertes porteadores.

—Creo que dentro puede ir nuestra respuesta ante la situación, koningur siôur —le dijo Abiner a Eiren—. Ese tipo de literas es el que suelen utilizar los miembros del consejo gobernante de la ciudad.

La imponente litera se fue acercando lentamente, los soldados que la protegían iban apartando a la gente y ordenando a los estibadores que despejaran su camino de obstáculos. Cuando estuvo ante la pasarela de La astucia de Kauron, los porteadores, ante una seca orden del líder, la bajaron como un solo hombre, depositándola sobre sus doradas cuatro patas.

Eiren y sus amigos vieron como de entre sus cortinas salió un pie calzado con un lujoso escarpín escarlata, seguido rápidamente por el resto de quien lo portaba, un anciano de blanca barba y cabellos aceitados peinados hacia atrás, cuerpo menudo y escasa estatura, que se alisó la brillante túnica de un fuerte azul pavo real y carísima manufactura, mientras miraba al navío frente a él.

El rey consorte se dio cuenta de que el estirado anciano arrugó el morro, lo que hizo que le desagradara desde el primer momento. Un jovencito se acercó hasta el ricamente vestido hombre, y le ofreció un largo bastón de madera blanca y pomo dorado, lo tomó el anciano y agarrándose del brazo ofrecido por el mismo joven, comenzó a descender por la pasarela. Eiren se preguntó si el muchacho que lo ayudaba sería un esclavo o un siervo libre, porque ya se había dado cuenta que en la sacra Uxama, la esclavitud no era desconocida, visto lo visto con Hanon.

«Cada vez me gusta menos esta ciudad y sus costumbres» pensó Eiren soltando un suspiro.

El viejo hombre se fue acercando, a cada paso resonaba en la cubierta la puntera plateada del bastón, el sonido era evidente que tenía la intención de causar mayor relevancia a los pasos pausados del consejero.

—Soy Maqon, cuarto arconte del sacro consejo de la gran ciudad de Uxama la Divina —anunció el viejo pomposamente con un tono muy pagado de sí mismo. El desagrado que le había inspirado a Eiren se acentuó.

—Noble Maqon, sed bienvenido a bordo. Mi nombre es Orisses, comandante de la guardia real de mi señor Karos II, rey de Skhon y de los primeros nacidos, señor de las Costas del ámbar y las Islas de La tormenta, y favorito de los Dioses —se presentó Orisses haciendo una inclinación y pronunciando el título completo de Karos, para continuar luego con el propio Eiren, quien lo escuchaba sorprendido y no menos divertido a un tiempo, por la voz presumida con la cual anunció la identidad de los reyes, en clara imitación de la pomposidad del anciano Maqon—. Permitidme noble señor, que os presente a mi señor Eiren el Áurico, rey consorte de Skhon, príncipe hereditario de Althir y demás títulos y posesiones que lo acompañan.

Erien ocultó como pudo la sonrisa que le produjo la teatral presentación utilizada por Orisses, y dio un paso al frente, el consejero Maqon le hizo una profunda reverencia, doblándose casi por la mitad.

—Noble Maqon, os doy también la bienvenida —le dijo—. A qué se debe el honor que nos hacéis.

El arconte del consejo lo miró evaluándolo disimuladamente aunque no le pasó desapercibido a Eiren. Estaba convencido de que el anciano consejero no era partidario de la unión matrimonial entre dos hombres. No obstante tuvo que reconocerle al hombre que era todo un político, pues tan solo un ligerísimo fruncimiento de su nariz fue todo lo que se permitió antes de recomponer su máscara de amabilidad.

—Gran rey del norte, el gran príncipe Zuqaqip, primer arconte del sacro consejo, fue enterado por el señor senescal de Skhon de vuestra próxima arribada. Ha sido informado así mismo del incidente que habéis sufrido con la reciente invasión de vuestro barco por parte un esclavo fugado, por lo que me envía para deciros que el esclavo os pertenece si así lo queréis, es un presente que el gran príncipe se alegra de haceros. También tengo el encargo de llevaros hasta su palacio, donde serás invitado de honor en el banquete que se os ha preparado para esta noche y donde podréis hablar con él sobre lo que os ha traído a nuestra bella ciudad —el hombre definitivamente se debía nutrir de pomposidad, Erien confirmó su pobre impresión del consejero.

—Os estoy muy agradecido mi señor Maqon, pero os ruego que me disculpéis ante mi señor Zuqaqip; mi venida a Uxama nada tiene que ver con asuntos que afecten a nuestros dos países, es un viaje privado y que únicamente en la casa de Las Matres de Amma puedo tratar —le explicó Eiren al viejo Maqon. No se fiaba de la obsequiosidad del hombre, y desde luego no tenía ninguna intención de viajar en esa presuntuosa litera a hombros de otros.

El arconte Maqon se lo quedó mirando con los ojos como platos y su rostro comenzó a colorearse intensamente de rojo, era más que evidente que no se había esperado la respuesta de Eiren.

—Gran rey, no… no pod… podéis negaros a aceptar la invitación del primer arconte de Uxama —balbuceó el hombre finalmente completamente turbado, y continuó luego del siguiente modo—: Gran rey, el primer arconte, ha oído hablar de tu belleza desde hace tiempo, y está deseoso de poder contemplarla personalmente, tenéis que venir —aquí el hombre endureció sus facciones—. Si os negáis, el consejo de arcontes os podría negar el derecho a desembarcar y a visitar la casa de las reverendas matres.

La amenaza quedó suspendida sobre la cabeza de Eiren como si del hacha del verdugo se tratara. El rey consorte miró a Orisses, pidiéndole silenciosamente su parecer, aunque en su interior sentía tal rabia que estuvo tentado de despedir de malos modos al viejo chivo de su dragkis.

El comandante se acercó disimuladamente a Eiren y le susurró:

Koningur siôur, el asunto que nos trae a Uxama es demasiado importante como para sacrificar algo de nuestro tiempo. Os aconsejo que aceptéis.

«Maldito sea esta vieja urraca por toda la eternidad» pensó el joven rey, el comandante Orisses tenía razón, no podía fallar.

—Bien noble Maqon, acepto la amable invitación del primer arconte, el noble Zuqaqip.

El viejo sonrió muy ufano y dándose la vuelta tras hacer una pequeña inclinación, se dirigió hacia la pasarela para desembarcar. Erien, por su lado, se volvió hacia el comandante y le dijo:

—Tú por supuesto vienes conmigo. Elige la escolta. Oh, y Orisses, vendrás en la litera —acabó diciéndole con una pícara media sonrisa en los labios. Después miró al capitán Abiner—. Capitán, el pequeño Hanon no saldrá del barco hasta mi regreso, te encargo su protección.

Tras dar las órdenes, Eiren llamó a Thoren, su paje, y seguido de éste, del comandante y de la escolta que Orisses había elegido, se dispuso a reunirse con el arconte Maqon en la litera.

El primer arconte Zuqaqip, resultó ser un hombre de mediana edad, y orondo como un tonel, además era calvo como el culo de uno de los monos que había visto Eiren enjaulados, cuando atravesaron por un mercado. El trayecto hasta el palacio del hombre, junto a Maqon, le había servido a Eiren para confirmar lo desagradable de la personalidad de éste. El viejo arconte no se frenó a la hora de exponer sus ideas sobre todo y sobre todos, y estas eran a cual peor.

En un momento dado, ante la malignidad con la que se manifestaba sobre el pobre trabajo que los esclavos realizaban en la minas de plata, principal fuente de riqueza de la ciudad, y como si fuera prerrogativa suya, cambiaría la situación fácilmente aplicando más mano dura, Eiren sin poderse contener por más tiempo, le expresó su sorpresa y desagrado al saber que en la sacra ciudad todavía tuvieran una costumbre tan cruel como la esclavitud.

El viejo volvió a sorprenderle al no ver nada malo en el mantenimiento de semejante institución y de hecho comenzó una diatriba sobre el poco refinamiento de los reinos nórdicos en comparación a la mucho mejor cultura y modales de las sociedades de las ciudades libres, incluyendo entre estas a la uxamita.

El rey consorte estuvo feliz cuando llegaron al palacio de Zuqaqip y pudo librarse de la compañía del cuarto arconte Maqon.

El hombre les presentó al mayordomo principal del palacio, de nombre Bogdan, a quien le encargó la tarea de acompañar a los invitados de su amo hasta una lujosa sala de baños para que tanto Eiren como el comandante, se pudieran librar del sudor y el salitre acumulados durante el largo viaje en barco hasta la ciudad. El mayordomo, a su vez, los dejó en manos de unos serviciales esclavos quienes los ayudarían con sus abluciones, no sin recordarles que en un par de horas volvería para llevarles ante la presencia del príncipe y primer arconte del sacro consejo.

Cuando salieron del baño, unos masajistas les relajaron los músculos, y finalmente les untaron la piel con un aceite perfumado que olía a sándalo. Eiren creyó sentirse en el paraíso de los Dioses. Notaba su cuerpo igualmente libre de incomodidades y suciedad, y la fragancia del aceite le relajó los nervios haciendo que olvidara la desagradable conversación de Maqon.

Los esclavos les ofrecieron a ambos vestimentas limpias, que fueron colocando ante su vista; túnicas de lana y seda, calzones de buen algodón, cintos y escarpines para calzar de suave cuero, pero ellos no las aceptaron, prefiriendo conservar las suyas propias, aun si no eran tan elegantes o estuvieran en peor estado que las ofrecidas. Para todo había un límite, Eiren y Orisses marcaron el suyo ahí. No acababan de confiar en las intenciones del príncipe Zuqaqip, y por tanto, no querían deberle nada más al hombre.

Y aquí estaba ahora, sentado sobre ricos almohadones de brocado, en una sala de banquetes decadentemente lujosa, con suelo y columnas de mármol, negro uno y rosadas las otras. Los platos, muchos y refinados, eran servidos uno tras otro por jóvenes y hermosos esclavos con muy poca ropa tapando sus bien definidos cuerpos. A Eiren, pese a no ser inmune a la belleza de los mozos, le pareció denigrante y le causaba un profundo desagrado ver con qué poca vergüenza eran manoseados los desdichados por parte de algunos de los participantes del banquete.

—Así, mi querido muchacho —le dijo Zuqaqip entre el segundo y el tercer plato, con una gran copa de oro en la mano, y reclinándose hacia atrás en los almohadones con bastante dificultad debido a su excesiva obesidad—. ¿Cuánto tiempo hace que eres el consorte real del rey Karos?, de seguro no será mucho tiempo porque nada había llegado a Uxama sobre su matrimonio hasta hace unas pocas semanas.

A Eiren no le gustaba ni un pelo que el orondo gobernante le llamara de esa manera, no podía decir por qué, pero un escalofrío le recorría la espalda cada vez que oía como usaba las palabras «mi querido muchacho», no fue una excepción esta vez; el rey miró hacia el comandante para asegurarse que seguía a tres puestos de distancia, en el mismo sitio donde se le había indicado que debía sentarse, y que no había distraído su atención ni por los suculentos platos ni por el buen y abundante vino que les iban sirviendo los esclavos cada vez que sus copas eran vaciadas.

—Efectivamente mi señor Zuqaqip, aún no hace seis meses que se celebró el enlace —terminó por contestarle Eiren una vez que había comprobado al comandante, le sonrió al gordo hombre, pero la sonrisa no le llegó a los ojos.

—Ah que delicia los primeros días del matrimonio, estoy seguro de que lo extrañarás mucho, ¿verdad mi dulce muchachito?

El joven rey le dirigió una mirada plena de desagrado, afortunadamente Zuqaqip, en ese momento, estaba sobándole el culo al desafortunado esclavo que le rellenaba la copa, y no la vio.

—Mucho, ciertamente, mi señor —respondió.

—Claro, claro, es muy comprensible, mi querido muchacho. En todo caso, no es necesario que eches de menos sus atenciones, nada me gustaría más que poder distraerte en mi harén. Poseo algunos de los más bellos efebos y concubinas de las tierras del mediodía, e incluso yo mismo podría enseñarte algunas técnicas muy curiosas y estimulantes —finalizó el primer arconte, en sus ojos había tal mirada depredadora que hizo que a Eiren la bilis le subiera a la boca. Como pudo, logró evitar vomitarle directamente en la cara y en su lugar, colmada ya su paciencia, y con toda la frialdad que fue capaz de reunir le dijo:

—Príncipe Zuqaqip, me ofende gravemente lo que acabáis de insinuar. Yo, mi señor arconte, no soy vuestro «querido muchacho». Soy Eiren, rey consorte de Skhon y príncipe de Althir, esposo de Karos II el Furioso, e hijo legítimo del rey Ethecon III de Althir y la reina Antheris, princesa legítima de Pherendon. Ahora que os ha quedado clara mi identidad, os agradezco el agasajo y me retiro ya, porque debo visitar a las reverendas matres de Amma —hizo amago de levantarse cuando los gordos dedos del arconte se aferraron a su muñeca y el hombre apretando los dientes lo empujó de nuevo hacia los almohadones.

—No, mi bello muchachito, no te irás aún —le susurró lleno de ira el obeso hombre—. Sé muy bien quién eres, y si te crees que me impresionas, estás muy equivocado, pequeño reyezuelo afeminado. Esta noche serás mi invitado; y mañana, según como me hayas hecho disfrutar en mi lecho, permitiré o no, que visites la casa capitular de esas brujas sin sentimientos. ¿Ha quedado claro?

Eiren no podía creer que ese sapo inflado de grasa pretendiera que pasara la noche en su cama. El carácter que poseía el rey, y que en raras ocasiones salía a la luz, en esta ocasión lo hizo con toda su fuerza.

—Escúchame tú, egocéntrico saco de sebo. Eres el gobernante de una sola ciudad, y por fuertes que sean tus murallas, te aseguro que mi esposo las destrozará con sus propias manos si osas volver a poner uno solo de tus grasientos dedos en mi persona. No creas ni por un momento que a mi rey y señor le llaman el Furioso por su amable temperamento. Y esto lo digo solamente como favor hacia tus esclavos, para que no se vean obligados a limpiar tu asquerosa sangre de este magnífico salón, si no dejas que me vaya ahora mismo, mi comandante rebanará tu gordo pescuezo. ¿Te ha quedado a ti claro? —Le devolvió Eiren su misma pregunta al seboso príncipe.

Este echó una mirada hacia donde estaba sentado Orisses, el alto guerrero, que no se había perdido la tensa situación aunque no hubiera oído lo que se decían, clavó su fría mirada en Zuqaqip, y muy disimuladamente desenvaino unos centímetros de la daga que portaba a la cintura, como si estuviera jugando con ella, pero mandándole al obeso gobernante un clarísimo mensaje coincidente con las palabras acabadas de pronunciar por su protegido.

—Sí, Zuqaqip, es un asesino despiadado, pero no olvides a mis diez capas rojas, todos y cada uno de ellos adiestrados por mi comandante, y expertos como él, en el arte de la espada —remató Eiren. El príncipe y primer arconte siguió la mirada del joven, deteniéndose en cada uno de los guardias reales que se apostaban a intervalos junto a las paredes de la sala. Sí, había también soldados de su propia guardia, pero no podían competir con los anani, ni en apostura ni en fiero aspecto guerrero—. Así que, ¿vas a permitir que me vaya, o debo dar la orden y convertir tu sala de banquetes en un mar de sangre? La decisión es tuya.

—Márchate, te doy tres días para que arregles tus asuntos con las matres, después abandonarás mi ciudad y nunca volverás a visitarla —claudicó el hombre intentando en vano rescatar algo de la dignidad perdida a manos del joven rey.

Eiren se puso de pie, y haciendo un gesto con su cabeza a Orisses, se dirigió pausadamente hacia la salida de la vasta sala. El comandante y los capas rojas lo siguieron inmediatamente.

Ya fuera del palacio, y durante el camino hasta el dragkis, el rey consorte puso en antecedentes a Orisses sobre lo ocurrido entre el primer arconte Zuqaqip y él. Al guerrero poco le faltó para volver sobre sus pasos y descuartizar al gordo príncipe, tal fue la indignación que sintió.

No obstante Eiren consiguió tranquilizarlo entre risas, sorprendido por el repertorio de improperios que poseía el hasta ahora siempre grave soldado.

Me’hssur, ante esto, creo que deberíais quedaros en el navío para pasar la noche; yo había pensado en buscar una buena posada donde de seguro estaríais más cómodo, pero no podemos correr el riesgo —le previno finalmente—. Ese cerdo seboso, lo mismo recupera el valor e intenta conseguir lo que tan cerca tuvo.

—Lo sé, amigo mío, lo sé, no creas que no me asusta la idea —estuvo de acuerdo Eiren.

Continuaron caminando en silencio un rato, cada cual pensando en lo que esperaban no ocurriera realmente. Cuando habían salido del palacio ni siquiera se les ocurrió volver a pedir la litera, por lo que les esperaba una buena caminata por delante.

—Mañana tendrás que mandar aviso a la casa de las matres y ver si podrían recibirme lo antes posible, Orisses.

El hombre asintió, él también deseaba acelerar todo lo que fuera posible la selección del vientre elegido para albergar al heredero de su rey, y de esa manera salir lo más aprisa que pudieran de la decepcionante ciudad.

Cuando Eiren se encontraba ya dentro de su cabina a bordo del dragkis, no pudo dejar de pensar en cómo se desarrollaría al día siguiente la entrevista con las famosas mujeres, y de la que tanto dependería su futuro como mahel matriâe de su hijo nonato.

«Pase lo que pase, te prometo hijo mío, que te amaré desde el mismo momento de la concepción».

Y con esa promesa en su mente, se durmió el joven rey consorte, esperando lo mejor para la mañana.