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Buscando descendencia II

KAROS

Ese día fue, pese a la terrible acción que había cometido, el primero en el que Karos pensó que estaban verdaderamente haciendo el amor. Por eso no quiso que hubiera las alharacas eróticas de otras veces, simplemente se tendió sobre Eiren y mientras se besaban tiernamente, buscó el pequeño frasco de aceite perfumado bajo la almohada y una vez se hubo lubricado los dedos, comenzó a dilatar el agujero del joven.

No era que el delicado y delgado cuerpo de su esposo o el hermoso rostro de dorados ojos, no le produjeran la habitual lujuria que sentía al contemplarlo; no era eso, en absoluto, el muchacho continuaba excitándolo hasta la locura tan solo con ver la piel sin mácula y blanca que poseía. Se trataba más de mostrar a Eiren una parte de su carácter que reservaba exclusivamente para las personas a las que quería profundamente. Una parte donde la ternura templaba su temperamento violento e incluso brutal y que sabía muy bien que era parte de él.

La odiaba, odiaba su propensión a la violencia, pero era lo suficientemente realista para reconocer que en el imperfecto mundo donde vivía era necesaria para sobrevivir y proteger a los suyos.

Cuando notó que el orificio de Eiren ya estaba listo para albergar su grueso pene, se posicionó y fue entrando lentamente dentro del cuerpo del joven. Sin prisa, avanzando milímetro a milímetro, apoyándose sobre sus codos y con las piernas del muchacho rodeando su cintura, le sujetó el rostro entre sus manos y le dijo:

—Te quiero, Eiren, te quiero tanto desde el primer momento en que te vi arrodillado junto a Tagus, que a veces es doloroso. Jamás volveré a hacerte daño, te juro por los Dioses de Skhon que jamás volveré a dañarte.

—Lo sé, y también sé que no querías hacerlo realmente —contestó el rey consorte—. Yo también te he amado desde que me sujetaste por el cuello cuando te desafié aquella noche, mi amor, desde ese momento fui tuyo y lo seré mientras respire.

El rey gruñó y profundizó las embestidas de su columna de carne, al tiempo que inclinó su cabeza para besarlo con toda la delicadeza que pudo reunir, para evitar que el roce de su cerrada barba irritara aún más la magulladura en la boca de Eiren, justo bajo la comisura de la misma y que ya comenzaba a amoratarse.

El joven notaba cada pulgada de la verga de Karos en su interior, y aunque normalmente prefería el sexo un poco más rudo, entendía que esta ocasión su esposo quisiera una follada más gentil y pausada. En realidad él también lo estaba disfrutando mucho de esa manera.

En un momento dado, Karos sacó el pene de golpe de su culo y le hizo colocarse sobre sus manos y rodillas para embestirlo por detrás, Erien jadeó cuando el glande en forma de bulbo del hombre comenzó a rozar su próstata con cada nuevo empuje que hacía el rey.

Notó como Karos se inclinaba sobre él en esa misma posición, hasta que el musculoso pectoral estuvo pegado a su espalda. Las grandes manos del hombre acariciaron por un momento su firme vientre y subieron a continuación hasta su pecho, empujándolo hacia arriba para hacer que estuviera de rodillas en el lecho, empalado en el durísimo falo del rey.

—¿Te gusta más así?, dímelo mi amor, dime cuanto placer te produce tener a mi ariete conquistando tu castillo —le dijo Karos con su boca pegada al oído. Lo estaba taladrando hasta el punto de hacer que se levantará unos centímetros de la cama cada vez que se la clavaba hasta el fondo.

—Oh Dioses, Karos, me voy a correr —exclamó Eiren mientras se masturbaba furiosamente con una mano, mientras llevaba hacia atrás la otra para sujetar a su esposo por la nuca al mismo tiempo que arqueaba su espalda—. Me gusta, sí, me gusta. Me vuelves loco de pasión.

Cuando Eiren explosionó en una descomunal corrida, Karos sacó una vez más de un solo retroceso su miembro del culo de su esposo y volviéndolo a echar de espaldas en el lecho, bajó hasta su vientre donde estaba gran parte de la corrida y comenzó a limpiarlo a lametazos. En cuanto lo tuvo todo lo limpio, sin transición volvió a clavársela hasta el escroto y comenzó un frenético mete-saca, hasta que el muchacho lo vio apretar las mandíbulas y estallar en un ciclópeo orgasmo que hizo que notara hasta la última sacudida de la polla disparando en su interior.

Una vez más el rey terminó tendido sobre el cuerpo de su enamorado esposo. Ahora en cambio intentando recuperar su aliento entre fuertes jadeos. Estuvieron así, en silencio, recobrando los dos su ritmo cardiaco y todavía unidos por el mástil de Karos incrustado en el culo de Eiren.

No fue hasta unos minutos después de acabar de jadear, que el rey Karos no se quitó de encima de su pequeño esposo.

Estaban tendidos de costado uno frente al otro en el gran lecho, mirándose a los ojos. Se sentían felices y enamorados, pero el rey decidió que debían volver a tratar, no solo lo que había producido su arrebato, sino también sobre la idea de Eiren de llevarse a su hermano con él hasta Uxama.

Eläoir, quiero que sepas que pese a lo que crees —le dijo Karos al delgado joven—. Nunca ha habido absolutamente nada entre Eurol y yo.

Erien cerró los ojos y asintió casi imperceptiblemente, pero a continuación frunció el entrecejo, lo que le indicó al rey que no lo creyó completamente.

—Te doy mi palabra de honor, mi amor. Es cierto que lo utilicé para encelarte, pero no le he puesto ni un dedo encima, nunca —insistió el hombre.

—¿Por qué creías que necesitabas encelarme? —preguntó en respuesta el joven—. ¿No veías lo profundamente enamorado que estoy de ti?

Karos movió la cabeza en señal de negación, su mirada expresaba el dolor que el recuerdo de lo ocurrido con Tagus aún le producía.

—Pensaba que únicamente consentías en acostarte conmigo por deber, o peor aún, por proteger a tu verdadero amor y evitar que me vengara de él.

—Karos, yo no he amado nunca realmente a Tagus. Te lo dije, lo que creí sentir por el capitán, sé, desde aquella misma noche en los vados, que no era más que un espejismo.

El rey fue en esta ocasión el que cerró los ojos frunciendo el ceño, el pensar en Tagus y Eiren viajando juntos durante tantas leguas de camino le seguía doliendo demasiado. Su confianza en el hasta entonces amigo, tardaría mucho tiempo en ser restaurada.

Optó por cambiar de tema. Para su desgracia era otro de los espinosos, pero por la paz de su espíritu necesitaba aclararlo.

—Tampoco me he acostado con Liteno desde que volvimos. Aunque es cierto que compartió mi cama en algunas ocasiones, cuando ya se había realizado nuestra boda por poderes, pero eso fue antes de que me encontrase contigo, Eiren, no ha vuelto a repetirse desde entonces. Por favor tienes que creerme.

El rey consorte lo miró y aunque su expresión delataba las dolorosas dudas que todavía lo embargaban, pareció decidir finalmente borrarlas, y se expresó del siguiente modo:

—Supongo que ambos hemos cometido errores al principio de nuestro matrimonio arreglado. Está bien, confío en que me dices la verdad. Pero nunca más vuelvas a meterlo en tu cama, Karos, ¿de acuerdo? No soy estúpido, sé que quizás un día, espero que muy lejano, vuelvas a serme infiel —cuando vio que el rey iba a decir algo lo interrumpió—. No, por favor no me niegues lo que no sabes si ocurrirá o no, simplemente prométeme que nunca será con Liteno.

Aunque Karos no quería aceptar esa premisa, terminó aceptando e hizo la promesa. Erien lo atrajo agarrándolo por la nuca y lo besó salvajemente. Era como si con ese beso le dijera al rey, que si bien aceptaba la posibilidad planteada, no por eso le hacía menos daño la idea que él mismo había desarrollado.

Una vez se separaron, Karos volvió a la carga con el último punto pendiente.

—No voy a permitir que Kai te acompañe a Uxama, Eiren —le anunció—. No es seguro para él, y por mucho que insistas, no lo aceptaré.

—¿Por qué confías tan poco en tu hermano? —preguntó entonces su consorte sentándose con la espalda apoyada contra el cabezal de la cama y aprestándose a la difícil batalla que sabía se avecinaba para intentar conseguir convencer al tozudo hombre.

—No se trata de que no confíe en Kai, eläoir, pero tú afortunadamente no has visto todavía ninguno de sus ataques, créeme, no son agradables de presenciar.

—De acuerdo, no sé cómo son, pero ¿sabes?, si el comandante Orisses va conmigo, probablemente tengas uno de esos ataques suyos entre tus manos —Eiren estaba caminando sobre una fina línea, era consciente, no quería descubrir a su cuñado ante el rey, pero tampoco quería que sufriera por la ausencia del comandante, incluso si fuera por pocas semanas. Además, ¿quién podía asegurarle que la misión en la ciudad sagrada y el posterior regreso, le llevaría el tiempo que esperaban?

—¿Qué tiene que ver el que Orisses te acompañe o no con mi hermano? —le preguntó frunciendo el ceño Karos al mismo tiempo que se sentaba sobre sus talones en su lado del lecho, pero dándole la cara a Eiren.

«Y ahí está, felicidades, ya has levantado la liebre» pensó y se maldijo mentalmente por no ser capaz de hacer retroceder el tiempo. «Ahora solo puedes intentar no terminar descubriendo también al buen comandante».

—Bueno… hmm, tú conoces el cariño que siente por Orisses. La amistad que se profesan mutuamente, ¿verdad?

—Hu-hum, ¿y qué?

—¿No crees que el ver partir al comandante, sin que sepa cuando volverá, lo podría hacer enfermar?

El rey pareció reflexionar seriamente sobre la pregunta planteada por Eiren. Finalmente movió la cabeza negando y le dijo:

—Sinceramente no lo sé, eläoir, pero aun siendo así, no puedo permitir su viaje. Lo que intentaré es que comprenda que Orisses tan solo faltará de aquí el tiempo que os lleve a él y a ti realizar la tarea que debéis hacer en Uxama.

Eiren fue a argumentar, pero Karos no se lo permitió diciendo tajantemente.

—Es mi última palabra, esposo mío. Está decidido.

Levantándose entonces del lecho comenzó a vestirse con cara seria. Eiren suspiró y optó por permanecer en silencio. Lo había intentado y había perdido, sería pues lo que los Dioses quisieran. Lo único que esperaba es que Karos no acabara arrepintiéndose de la decisión tomada ese día.