EIREN Y KAROS
Camino real de Skhon
I marca central
Año 763 de la IV Era
Mes de maëllol
A dos días del Castillo de Rocanegra
Cinco semanas habían tardado finalmente para encontrase a un par de días de finalizar el viaje y llegar al Castillo de Rocanegra, su nuevo hogar. Los días transcurridos, no obstante, les habían venido bien a los esposos. Durante el largo trayecto hasta allí se fueron conociendo. Hicieron el amor o como le decía Karos, lo «castigó», todas las noches. Una confianza mutua se fue creando entre los dos, y ahora Eiren, sí podía decir que comenzaba a enamorarse de su esposo.
Hablaron mucho y discutieron mucho también.
Ambos tenían un temperamento ardiente y el joven no se amilanó ante el hombre más grande y fuerte, ni siquiera cuando su furia amenazaba con descontrolarse.
Lo ocurrido la noche en que se habían visto por primera vez cara a cara, seguía pesando en el ánimo de Karos. Eiren intentó explicarse, no le mintió, algo que valoró su esposo. La sinceridad que demostró a la hora de hablar de lo que creyó sentir por el capitán Tagus, reconocía Karos, fue muy valiente. Hablaron de sus sentimientos, de lo que buscaban en una relación. En definitiva desnudaron sus almas uno con el otro.
Su joven consorte consiguió que Karos aceptase que, lo que sintió o creyó sentir por el capitán Tagus, no había sido más que el encaprichamiento de alguien muy joven y poco experimentado en los lances del amor. Pero aun así, el celoso monarca, no perdonó totalmente a Tagus y en su fuero interno todavía tampoco podía decir que confiara ciegamente en Eiren. Karos se conocía bien y sabía que tenía un temperamento violento, rencoroso, y por poco que le gustara reconocerlo incluso para sí mismo, egoísta. Lo que presenció esa noche en los vados, le costaría mucho poder olvidarlo.
Sí, por el bien de la convivencia con su consorte, que tanto le había costado a su reino en las sesiones de negociación de la alianza, decidió tragarse su rencor y hacerle ver que lo comprendía cuando justificaba su comportamiento culpando a su inexperiencia, pero el rey necesitaría más tiempo y comprobar que su joven esposo lo amaba completamente y sin reservas, para entregarse a él por completo. Por eso dejó a Tagus en el Castillo del Vado al cuidado del sanador Pellas y de la hija del castellano, la joven Salduie.
Esto último le hizo mucha gracia a Leukon, el cual se había percatado de que la chica no bebía los vientos más que por él. Al joven consorte del rey en cambio, la solución de su esposo no le hizo ninguna gracia en principio, se resintió por ser la causa de la caída en desgracia del guapo capitán. Al menos hasta que el irreverente primo le explicó que Tagus, que era el único heredero de una de las familias más ricas e influyentes del reino, por lo que el rey Karos acabaría por volver a llamarlo para no indisponerse permanentemente con esa poderosa familia. Además, también le explicó Leukon, que el capitán, quien era de natural enamoradizo, no tardaría en notar a su alrededor la arrobada presencia de Salduie y probablemente acabaría colado hasta las trancas por la jovencita.
Tras abandonar el Castillo del Vado, la comitiva, más numerosa de lo que había sido originalmente, se desvió un poco de su camino para hacer escala en la imponente fortaleza erigida por el abuelo de Karos, este quería enseñársela a su esposo.
El Castillo del Rojo era uno de sus castillos preferidos. Le contó una y mil historias sobre los tiempos de su abuelo mientras yacían juntos en el lecho luego de haber sido «castigado» repetidas veces por el rey. De como fue un magnífico monarca para su pueblo y como mandó construir el famoso castillo y por qué.
Eiren apenas escuchaba a su esposo, se contentaba con mirarle, cada vez lo encontraba más atractivo y siempre descubría una cosa más que le gustaba del hombre. Poseía un carácter extrovertido y cariñoso y tenía mucho sentido del humor. Algo inesperado por otro lado, viendo su personalidad fuerte y autoritaria, despiadada incluso, como pudo comprobar, al ver los cadáveres de los bolskanes empalados ante las murallas del castillo cuando partieron. Precisamente esa personalidad es lo que hacía que chocaran en más de una ocasión; lo cual no evitaba que se descubriera cada día un poquito más enamorado del varonil rey guerrero.
Una de las disputas más sonadas la tuvieron por causa del joven sanador Eurol, al cual el rey Karos había decidido llevarse con ellos de los vados. La excusa fueron los heridos, entre los que se contaba el comandante Orisses, y que, según el rey, necesitarían de los cuidados del sanador durante el viaje. Eso fue lo que acabó por convencer a Eiren de aceptar el añadido del hombre a la comitiva, aunque siguió sospechando que a Karos el mancebo le gustaba demasiado para su tranquilidad.
Era algo premeditado, por supuesto, el rey Karos lo había decidido así, al principio por cabezonería, pero al ver lo molesto que se mostraba Eiren al verle junto al sanador, ideó poco a poco un plan para averiguar si provocando los celos en su joven consorte, finalmente despertarían en él unos sentimientos amorosos que Karos ya comenzaba a padecer, pero que ocultaba celosamente hasta no saber que eran compartidos.
Su trayecto les llevó por otras zonas del reino, distintas marcas que era como se denominaba en Skhon a las provincias.
Algo en lo que se fijó Eiren, es que el pueblo skhoniano era distinto al de Althir o Pherendon. Eran por lo general de un rubio tan claro que lo hacía más blanco que dorado, de hecho, vio pocas personas de cabellos oscuros, por no hablar de negros azabache, de los cuales mentiría si dijera que había visto a diez o veinte. Eran también más altos que los de los otros reinos. La construcción de las casas, por lo que vio en las aldeas por las que pasaron, tampoco se parecía a las que él estaba habituado, como si fueran más rústicas se podría decir.
Finalmente, esa noche, a dos días del final de su periodo viajando por el reino, cuando ya estaban metidos en el lecho y en la intimidad de la tienda real, le preguntó a Karos el porqué de su diferencia con los demás pueblos de Hyperhenion y entonces su esposo le explicó:
—Verás, mi pueblo, ahora también el tuyo, los anani, originalmente procedían de una tierra mucho, mucho más al norte. Allí generalmente las gentes eran de cabellos rubios o incluso blancos. Nuestra sangre es la de los primeros nacidos. Llegamos de más allá de las lejanas tierras heladas, más al norte del reino de los gigantes del hielo, de los que escapamos cuando conquistaron nuestro país. Es por eso que los demás reinos nos ven como extraños e intrusos que robamos estas tierras a sus legítimos propietarios, los sekaissanos.
—¿Y cómo fue que tu familia acabó reinando entre este pueblo? —Lo siguió interrogando Eiren.
—El primer koningur de mi familia fue Kauron el Astuto. —Explicó Karos—. Un hijo bastardo de un señor feudatario de Ilturik, un pequeño feudo en la III marca oriental, que consiguió auparse desde el puesto de capitán de la guardia real a primado del koningur Octhel, el último de los Amborhêin. Un primado era algo parecido a un senescal y un comandante de los ejércitos, pero en un mismo cargo y con mucho más poder que ambos. Mi antepasado suprimió el puesto en cuanto subió al trono.
Erien lo escuchaba embelesado, desde pequeño le gustaban los cuentos y las historias de tiempos pasados.
—¿Cómo llegó a convertirse en rey? —le preguntó al mismo tiempo que posaba su mano en el escroto de Karos y comenzaba a juguetear con sus pelotas, haciendo reír a su esposo.
—Calma pequeño lascivo, deja que vaya a mi ritmo o me acabaré perdiendo —le respondió—. El Astuto consiguió que Octhel dependiera de él para todo, una vez lo hubo logrado, convenció al koningur de que le otorgase la mano de Eredeta, su única hija, a la cual desposó. Justo un año después, envenenó al viejo koningur. Para ese entonces ya había conseguido que la nombrara su heredera, por lo que ya no le era necesario.
—Oh, eso no fue muy honorable, ¿no te parece? —Erien se sintió disgustado, saber que el primer antepasado de su esposo era un malvado no era lo que se esperaba; en cambió Karos, se rio con fuerza por la cara enfurruñada que se le había puesto al pequeño hombre. El joven no dejaba de asombrarlo con su ingenua moralidad que ya le había mostrado en alguna ocasión.
—Supongo que no es la forma más honrosa de conseguir lo que uno se propone —contestó finalmente Karos—. Bueno, el caso es que tampoco sus acciones posteriores fueron lo que tú llamarías honorables.
—¿Qué hizo? —preguntó Eiren, la historia volvía a interesarle de nuevo—. Pensé que al ser el primer rey de tu familia, el pueblo lo habría aceptado porque era un buen gobernante.
—Oh, lo fue, lo fue —le dijo el rey sonriendo nuevamente—. Pero también era un advenedizo bastardo que había robado el trono y asesinado a su koningur, por lo que los nobles y el pueblo de Skhon no lo quisieron nunca. Él, temiendo que los barones se aglutinaran en torno a alguno de los Amborhêin de ramas menores y que vivían repartidos por diversos lugares del reino, persiguió y eliminó hasta al último de ellos. Hombres, mujeres y niños, ninguno escapó. Cuando la karulien Hercavis, la hija de Octhel, le dio su primer hijo varón, los nobles del reino finalmente aceptaron los hechos consumados y aceptaron su reinado. Así ha seguido desde entonces. Yo soy el octavo Amarokiên en el trono de Skhon.
Eiren se quedó pensativo, algo que Karos ya sabía que significaba que aún no había saciado su curiosidad. Se rio y cuando lo miró, le dijo:
—¿Qué, vamos, qué más necesita tu cabecita para quedarse contenta y que podamos dormir algo?
—¿Por qué el nombre de Amarokiên?, ¿de dónde viene?, porque creo que a todos los hijos ilegítimos los nombráis como Vaikgaurim. De vaik niño y gaurim bastardo en la kal-ananiê.
Karos lo miró fijamente por un momento, Eiren pensó que lo había ofendido, pero el hombre le sonrío y repentinamente le agarró por la nunca y lo atrajo para darle un apasionado beso.
—Mi pequeño mihensê es muy observador —le dijo cuando se separaron para llevar aire a sus desfallecidos pulmones—. El nombre le vino a Kauron por el huargo que portamos en nuestro estandarte.
—No lo comprendo, ¿qué tiene que ver el huargo de tu emblema con vuestro nombre familiar?
—Ah, mei mihensê, eso es porque, cuando el Astuto abandonó el feudo paterno —le explicó—, vivió por un tiempo en una aldea de la IV marca del norte. Allí, sus habitantes vivían aterrorizados por un enorme huargo al que llamaron Amarok. Le dijeron a Kauron que para permitirle vivir en su aldea, debía probar su valía eliminando la amenaza que significaba Amarok para la seguridad de los aldeanos. El Astuto aceptó y fue en su busca. Después de semanas intentando darle caza, finalmente consiguió tenderle una trampa utilizando como cebo a una doncella de la propia aldea. Luchó con el huargo y consiguió matarlo. Eso le otorgó el nombre familiar, el sobrenombre de Astuto, y no solo la residencia, sino también la jefatura de la aldea.
—¿Y por qué te llaman a ti el Furioso? —preguntó nuevamente Eiren.
—Oh Tetae, señor de los cielos, líbrame de esta preguntona criatura que has tenido la mala idea de darme como consorte —explotó Karos, rompiendo a reír soltando grandes carcajadas—. Por esta noche ya basta, al amanecer emprenderemos la penúltima etapa del camino, así que ahora vamos a dormir. Si eres bueno quizás cabalgue a tu lado mañana y te cuente eso.
—Bah, no hace falta, en realidad creo saber de donde te viene el sobrenombre. Y no blasfemes, porque bien sabes que no ha sido el padre de los Dioses quien me eligió como consorte —le dio un beso en los labios y dándose la vuelta, se acurrucó, agarrando el brazo de Karos para que lo rodeara, era la forma en la que siempre se dormía desde que lo hacían juntos—. Buenas noches, Karos el Furioso, esposo mío —terminó diciendo.
El rey sonrío, se pegó al cuerpo más pequeño, y enterró su cara en sus dorados cabellos inhalando su perfume. Comenzó a rozar provocativamente su ya casi erecta verga contra el culo de Eiren. Aunque habían tenido sexo hacía muy poco rato, el aroma del joven le hacía volver a excitarse.
—¿No acabas de decir que debemos dormir porque partimos al amanecer? —preguntó Eiren cuando el refregado de la polla en su culo no tenía visos de parar.
—Hmm, bueno qué quieres que te diga, la culpa es tuya por ser tan irresistiblemente sexy y poseer este culito tan sabroso. Además soy el koningur y yo decido cuando se levanta el campamento —le contestó riendo muy desvergonzadamente y con muy pocos remordimientos.
El rey tiró del hombro del muchacho para colocarlo boca arriba bajo su cuerpo más grande, aunque evitando que notara su peso. Lo besó con pasión. Eiren respondió de la misma forma. La manera de besar de Karos le hacía perder el sentido casi inmediatamente de comenzar a hacerlo. El hombre realmente sabía como comer una boca. Sus lenguas peleaban por el dominio, se buscaban la una a la otra, saboreándose. Su esposo no tardó en comenzar a chuparle la lengua, algo que a Eiren le encantaba. Había descubierto que notar la furiosa succión con la que el musculoso hombre sorbía su lengua en la boca provocaba en él un placer fuera de lo común.
Las manos de Karos apretaban los cachetes de su culo, soltándolos únicamente para recorrer su cuerpo posesivamente, como si quisiera asegurarse de que el pequeño joven era todo suyo. Terminó el beso, pero solamente para ir mordisqueándole el cuello hasta su extremo inferior, continuando por su pecho, dejando pequeños besos que iba mezclando con ligeros toques de su lengua; como si quisiera saborear el máximo de piel. Tanteó con ella una de sus tetillas, mordiéndola y succionando a intervalos regulares. Los jadeos de Eiren le decían todo lo que necesitaba saber. Lo estaba sobreexcitando despiadadamente; deseaba que el pequeño hombre perdiera hasta el último rastro de control y gritase pidiéndole que lo penetrara.
Cuando había otorgado el mismo tratamiento al otro pezón, bajó hasta el ombligo, metiendo la punta de la lengua y jugueteando con sus labios allí. No se entretuvo mucho, el glande en forma de bulbo lo llamaba irreprimiblemente. El miembro de Eiren daba pequeñas sacudidas completamente erecta y soltaba perlas de líquido preseminal, la visión era demasiado para Karos. Si bien no era excesivamente larga, no superaba los doce centímetros, no había duda que estaba compensada con el tamaño del joven y pese a estar graciosamente curvada hacia arriba, era gruesa y rosada. A él le parecía de lo más hermosa. Sin poderse contener por más tiempo, se la tragó de golpe y comenzó a chuparla, toda ella dentro de la boca. Eiren gritó, se retorcía en la cama, arqueaba la espalda y movía la cabeza a un lado y a otro, loco de pasión.
Apenas sacó la mitad del pene, sin cejar en la fuerte succión que estaba realizando, y el joven empujó sus caderas para volver a incrustarla nuevamente en la garganta que la había albergado tan cálidamente.
—Oh Dioses, Karos me voy a correr si sigues, me estás llevando a la locura con esa boca tuya —exclamó.
—Sí, córrete, dame toda tu crema. Con gusto te paladearé —le contestó el rey sacándola de la boca sin dejar de masturbársela con la mano—; pero no creas ni por un momento que así se va a acabar esto. Te voy a follar hasta que vuelvas a correrte otra vez, aunque para eso tenga que clavártela hasta la garganta.
Volvió a meterse el pene de Eiren en la boca y empezó esta vez un rápido mete-saca, haciendo succión solo cuando salía, dedicándose a jugar con la bulbosa cabeza cuando entraba. Mientras se dedicaba a eso, buscó bajo la almohada la botellita de plata llena de aceite que siempre guardaba ahí.
La abrió y se lubricó los dedos de la mano derecha. Hurgando con un dedo en el fruncido agujero de su joven esposo hasta que consiguió meterlo completamente, y empezó a dilatarlo.
La mamada continuaba porque mantuvo apretada la base de la polla de Eiren con fuerza. El hombre más pequeño se veía desatado, sus jadeos cada vez eran más sonoros, pero Karos no estaba dispuesto a permitir que se corriera hasta no tener su culo listo para la follada que pretendía darle.
Cuando tres de sus dedos se movían con facilidad en su interior, soltó el agarre de la pene y lo mantuvo completamente en su boca, chupando tan fuerte que sus carrillos se le metían hacia dentro. Las contracciones del miembro de Eiren le dijeron que estaba a punto de correrse, la dejo salir hasta la mitad, sorbiendo y rozando su lengua por toda la cabeza, se preparó para tragársela entera nuevamente justo en cuanto notara la primera descarga de esperma aterrizar en su lengua colocada en posición plana, que la esperaba impaciente.
Se tragó hasta la última gota, sin parar de follar el culo del joven con sus dedos.
En cuanto Eiren terminó de soltar la carga en su boca, se posicionó de rodillas entre las piernas de éste y de una sola embestida le clavó sus buenas ocho pulgadas de gorda verga. Había descubierto que a su libidinoso amante le encantaba de esa manera. Cuanto más rudamente lo follaba más placer parecía obtener el muchacho. Karos lo sujetó con firmeza por la cintura y empezó un duro mete y saca, adelante y atrás, como si de un ariete ante las puertas de un castillo asediado se tratase.
—Sí, oh sí, más fuerte, dámela toda, mi señor y rey. Castígame como solo tú sabes —gritó entre fuertes quejidos Eiren.
Karos colocó las piernas del joven sobre sus hombros y se echó hacia delante, haciendo que la posición obligara a Eiren a tener sus rodillas casi entre su propia cabeza. Lo tenía completamente doblado sobre sí mismo. El rey se apoyó sobre sus manos y estiró sus piernas por completo, de esa manera comenzó a clavar la polla en el lascivo culo del pequeño hombre. Dejó caer todo el peso de sus caderas con cada embestida de pene que le asestaba.
—Me vuelves loco, Eiren, me haces volverme un salvaje. Te deseo tanto. Eres todo un descubrimiento —le dijo entre jadeos.
—Tuyo, soy tuyo, para lo que quieras, eres dueño de mi cuerpo. «Dueño de tu cuerpo, sí, pero ¿y de tu corazón? ¡Maldito seas!» Pensó Karos notando un dolor en su pecho, aunque no dejó por eso de follarlo.
—Quiero ver como te corres nuevamente, Eiren —exclamó al notar que la verga del muchacho comenzaba a soltar líquido preseminal abundantemente otra vez, lo que ya sabía que significaba que estaba listo para volver a correrse.
—¡Fóllame!, fóllame como si mañana los Dioses fueran a fulminar al mundo, mi rey. Haz que me corra hasta el desmayo.
«¡Condenado muchacho!, esa sorprendente boca que tiene, hace que se me dispare el pulso y que quiera darle lo que me pide aún con más ganas. Quién me lo iba a decir», no pudo evitar pensar el rey mientras seguía metiéndole la polla hasta los huevos una y otra vez. Estaba justo en el límite y sabía que no aguantaría mucho más, pero intentó concentrarse para no correrse aún. Quería que su pequeño amante se corriera primero.
Apretó los dientes y arreció con la follada. Por suerte el joven no aguantó más que un minuto o dos, Karos notó como el agujero de Eiren comenzó a constreñir su pene y al mirar hacia abajo vio como el hombrecito echaba la cabeza hacia atrás todo lo que la posición le permitía y ponía los ojos en blanco, mientras de su glande salían disparados varios pegotes de leche. Él se dejó ir también y empezó a descargar una descomunal corrida, que llenó por completo el agujero del muchacho.
Karos notaba sus sentidos completamente embotados cuando acabó de correrse; su respiración sonaba como el fuelle de un herrero y tras sus parpados veía lucecitas intermitentes. Se dejó caer sobre sus codos, aguantándose mínimamente para no aplastar al delgado joven bajo su peso. Permaneció así, hasta que sus pulmones empezaron a trabajar a su ritmo normal. Solo entonces fue capaz de levantar la cabeza y mirar a su esposo. Éste tenía una sonrisa de felicidad en los labios y los ojos aún cerrados.
El rey lo besó suavemente, introduciendo tan solo la punta de su lengua entre los labios del muchachito. Estuvo apunto de decir lo que el otro, sin saberlo él, estaba deseando escuchar cuando abrió los ojos y lo miró anhelante, pero en su lugar pensó: «No, no voy a decirte que te quiero, no hasta que tenga la seguridad de que soy dueño también de tu corazón».
Eiren al ver que permanecía callado, volvió a cerrar los ojos para ocultarle su decepción. Notó como el enorme cuerpo lo liberaba y se echaba a su lado. Se giró y metió la mano bajo la esquina superior del colchón, de donde extrajo el mismo paño ya manchado por los secos restos de la anterior corrida de esa noche y se limpió el esperma, primero de su vientre y luego los hilos que comenzaban a escapar de su culo. Tiró el paño al suelo tras realizar la tarea y se acurrucó de costado.
—Buenas noches, mi rey y señor —dijo por último sin darse la vuelta.
Karos reaccionó entonces y poniéndose detrás en cucharita le dio un besó en la nuca, diciéndole.
—Que descanses Eiren el Áurico.
* * *
Al día siguiente retomaron el camino. Los nervios de Eiren iban aumentando conforme crecían las leguas recorridas. No sabía como lo recibirían en el hogar de su esposo los miembros de la familia que aún no conocía. Principalmente el hermano de Karos, que por lo que había notado, era muy amado por este, pero también los otros primos de su esposo y el resto de los servidores y cortesanos lo tenían preocupado. ¿Qué pasaría si era odiado por el hermano de Karos?, no tenía nada claro que su esposo lo antepusiera al que todo parecía indicar, era la persona a la que más quería.
Otra cosa que lo intranquilizaba era que el rey seguía pasando mucho tiempo viajando en el carro del sanador, en donde era transportado el comandante Orisses, quien pese a sus vanas protestas alegando que ya era más que capaz de cabalgar perfectamente, no se lo permitían. Eiren no tenía claro si Karos pasaba allí tanto rato por su amigo convaleciente o por estar cerca del joven y atractivo Eurol.
Los celos eran un sentimiento hasta ahora desconocido por él.
Quería confiar en su esposo, pero no podía evitar pensar que tal vez Karos no había perdonado su desliz con el capitán y se la estaba devolviendo. La reacción del hombre la noche anterior lo hacía dudar.
Había esperado que después del fantástico sexo que habían tenido, al fin pronunciara las palabras que él tanto deseaba oír, pero desgraciadamente una vez más Karos no actuó como esperaba. Eso lo hacía desconfiar de su esposo. Le volvía a crear dudas sobre el poder conseguir ser amado por el hombre. El que lo viera tan seguido alrededor del carromato del sanador, conseguía que le llevaran los demonios, imaginándose a ambos dentro del carro haciendo el amor y riéndose a su costa. Era injusto, lo sabía, pero no por eso dejaba de odiar cada ocasión en la que veía que su esposo ataba su caballo a la trasera del carro de Eurol, y a continuación se introducía en el mismo.
Justamente eso es lo que había pasado hacía un rato, Eiren no paraba de mirar hacia atrás cada pocos minutos desde que viera al rey entrar en el carromato una vez más. Se volvía en la silla e intentaba ver, no sabía qué; indeciso entre dirigirse al carro y comprobar que pasaba en su interior o tragarse sus celos y continuar cabalgando donde lo hacía, casi a la cabeza de la comitiva.
—Tranquilo, Eiren, por mucho que mires, tu visión no podrá traspasar el armazón de madera del carromato —le dijo riendo Leukon, quien se había acercado hasta ponerse a su altura.
—No sé de que hablas —respondió—, en realidad estaba buscando al tunante de mi paje, hace rato que no veo a Thoren, y quiero pedirle algo.
—Sí, que abra un agujero en determinado carro, estoy seguro —soltó el príncipe como quien no quiere la cosa, echándose a reír al ver la enrojecida cara del rey consorte.
«Maldición, me ha vuelto a pillar, ¿cuando aprenderé?», se recriminó Eiren, el primo de su esposo era un lince dándose cuenta de todo, además tenía una de las mentes más rápidas para las réplicas que había conocido en su vida. —Leukon, ¿tú crees que Karos se siente atraído por Eurol?
—Sí.
La tajante respuesta del hombre lo dejó perplejo. No sabía ni por qué razón lo había preguntado, debió ser porque realmente cada vez se sentía más dolido e inseguro. La contestación de Leukon, que tan bien conocía al rey, le dolió casi igual que si hubiera pillado a Karos en actitud cariñosa con el sanador. Su cara expresó sus pensamientos como si los pusiera en palabras, lo que no pasó desapercibido al príncipe.
—Gracias, primo. Ahora al menos sé que no me estoy volviendo loco —le dijo, se propuso a sí mismo no llorar, no quería demostrar, aún más, lo dañado que estaba.
—Eiren, mi primo Karos es el koningur, y lo que ocurrió entre Tagus y tú, le está carcomiendo por dentro —explicó el príncipe—. El sentirse atraído por nuestro joven sanador, no significa que te vaya a ser infiel.
—No, estoy seguro que no lo será. Los Dioses nos libren de pensar algo así de nuestro gran rey. Oh vamos Leukon, puedo ser joven, pero no estúpido —contestó Eiren con más irritación de la que se esperaba él mismo.
La risa del primo resonó en el camino. Cuando se pudo contener se volvió hacia el enfadado jovencito.
—Escúchame, ¿no has caído en lo distinto que es Eurol de ti? —le comentó y al ver el desconcierto en el rostro del rey consorte, continuó—. No, estoy convencido que no lo has pensado; aparte de las obvias similitudes, como que ambos sois varones jóvenes y guapos de cuerpos menudos, en otras cosas sois completamente distintos. Tú, todo dorado y con una personalidad expansiva, él, oscuro y calmo. Está claro porqué lo atrae. Sin olvidar que al muchacho no hay más que mirarlo para notar la enamorada devoción que le brota por todos sus poros cada vez que está en presencia de mi real primo.
Volvió a reír con ganas el príncipe. Por lo visto la situación le parecía divertidísima. Todo lo contrario que a Eiren que se iba hundiendo en la miseria con cada carcajada de Leukon.
—Eso quiere decir que Karos me compara con él y salgo perdiendo. Pero entonces, ¿por qué no me repudia y se queda con Eurol? —preguntó frustrado.
—No, eso quiere decir que tu esposo piensa que, aunque le hayas dicho lo contrario, aún amas a Tagus y que él no podrá luchar contra eso, por lo que se siente inseguro como hombre, y corre a buscar la compañía de alguien que sabe que no le hará sentir así —le explicó pacientemente el príncipe—. Karos cedió mucho en la alianza con tu padre, y tu affaire con el capitán lo ha colocado en una posición muy delicada —lo volvió a mirar serio y con aire pensativo. Eiren se había enterado de las recriminaciones que el rey le había propinado a su primo con respecto a su pobre papel de custodio, culpándole como familiar directo, de falta de vigilancia y atención, lo que había ocasionado la lamentable situación. Estuvo el rey durante varios días actuando muy fríamente con su primo, lo que sabía le había dolido mucho a Leukon, algo por lo que se sintió culpable Eiren—. Debes entender que es koningur y como tal, está acostumbrado a obtener fácilmente la atención de cualquiera en el que se fije. Es un hombre guapo y además es poderoso, por tanto no es nada extraño que encontrarse con que no es el amor anhelado por la persona con la que ha aceptado casarse, lo haya descolocado y le cree una inseguridad hasta ahora desconocida en él. Lo de repudiarte y casarse con Eurol no es una opción. Primero porque tú eres por derecho propio kuningiks de un reino aliado y hay en juego muchos intereses comerciales. Segundo y más importante porque lo creas o no, te quiere a ti.
Eiren se quedó en silencio y miró hacia delante pensativo. «Si intereses comercialess y mi nacimiento como príncipe es todo lo que evita el que sea repudiado, no sé si luchar por el amor de karos merecerá la pena». Leukon, como si hubiera escuchado sus pensamientos le dijo:
—No olvides primo, la parte donde te he dicho que Karos te quiere. ¿De acuerdo? —Una vez le había dicho eso, clavó ligeramente los talones en su montura y se alejó al trote.
Esto último sacudió en cierta manera a Eiren.
«¿Me ama?, ¿entonces por qué hasta ahora no me lo ha dicho?, ni siquiera en el momento álgido de la pasión, justo después de tener un orgasmo, ha pronunciado esas palabras».
Habían hecho un alto en el camino y montado el campamento provisional para el almuerzo, cuando aparecieron en la distancia un grupo de jinetes. La alerta solamente duró el tiempo que tardaron los centinelas del perímetro en reconocer la cabeza del huargo en los estandartes.
Era el príncipe Laro, que ante la insistencia de Kaisaros por saber de Orisses, habían aprovechado como excusa las ganas de conocer al nuevo rey consorte para salir del castillo al encuentro de la comitiva real.
Una vez los tuvieron delante, Eiren vio a un joven que montaba un caballo bastante más pequeño que lo habitual y con el distintivo pelo rubio blanco de los Amarokiên. A su lado había otro hombre claramente de la familia, pero su cabalgadura era mucho más grande y tenía un parecido demasiado evidente con Leukon como para hacer dudar al rey consorte de su identidad. Estaba claro que se trataba del príncipe Laro.
Fue este el primero en desmontar y presto, ayudó al hermano de su esposo a hacerlo también. Todos permanecieron en silencio mientras ambos hombres se iban acercando hasta el toldo bajo el que se había instalado la mesa real.
—Kai, hermano, es un placer veros —se adelantó Leukon cuando llegaron a dos pasos del toldo—. Karos está en el carromato del sanador visitando a Orisses, pero en breve se reunirá con nosotros para comer —les explicó.
—¿Orisses se encuentra bien, primo? —preguntó precipitadamente Kaisaros, la inquietud reflejada en su voz.
Leukon frunció en principio el ceño y movió disimuladamente la cabeza, como tratando de advertirle a su angustiado primo que no debía ser tan evidente, pero luego sonrío cuando vio el rubor creciendo en el rostro de Kai.
—Está casi recuperado y más gruñón que nunca, si sigue viajando en el carromato es porque tu hermano está en plan «mamá gallina» y no le permite que cabalgue —explicó riendo—, permite ahora que os presente a vuestro hssur, el koningur siôur.
Tanto Kaisaros como Laro dieron un paso al frente y esperaron.
—Me’hssur, os presento a vuestro cuñado el kuningiks Kaisaros, y a mi hermano menor, Laro, kuningiks y barón feudal del reino —ambos hicieron una profunda reverencia ante Eiren.
—Por los Dioses, Leukon, que presentación tan formal. Casi he creído que te habías tragado el bastón de un camarlengo por lo rígido que se te veía —oyeron que decía Karos al tiempo que soltaba una risotada parado a unos pasos por detrás de los recién presentados hombres.
—¡Karos! —gritó Kai mientras corría cojeando para arrojarse a los brazos de su hermano. Lo recibió este dándole un gran abrazo mientras no paraba de reír.
—Bueno hermanito, esto ha sido una sorpresa, ¿cómo es que estás aquí?, y nada menos que con el regente del reino —le dijo finalmente cuando lo soltó Kaisaros, pero mirando fijamente a Laro.
—Oh, no te enfades con Laro, le rogué y rogué hasta que aceptó acompañarme, y únicamente porque le amenacé con escaparme solo, aceptó acompañarme —explicó presuroso el príncipe a su hermano, era obvio que temía haber metido en un problema a su siempre complaciente con él, primo.
Eiren optó por meterse en la conversación en ese momento, lo que hizo que la atención de los hermanos se desviara hacia su persona.
—¿Mi señor tendría a bien si ahora comiéramos? Confieso que estoy famélico. Kaisaros, Laro, por qué no os unís y compartís nuestra mesa.
Y así, tras distender la situación, todos se fueron situando a la mesa para tomar su almuerzo.
—Koningur siôur, os ruego que me llaméis Kai, es como toda la familia y amigos me nombran —le pidió su cuñado a Eiren.
—Muy bien, así lo haré, con la condición de que tú me trates a mí como tal y me apees el tratamiento. ¿De acuerdo?
Kai le sonrió ampliamente y movió vigorosamente la cabeza asintiendo.
Comieron todos entre bromas y anécdotas haciendo reír a Eiren, disipando sus temores en cuanto a una mala relación con su cuñado. Descubrió así mismo el rey consorte a un nuevo amigo en la persona del hermano de Karos y comprendió el porqué de que todos ellos lo protegieran. El joven, aun siendo mayor que él, tenía unos toques infantiles que lo conmovieron.
—¿Sabes Eiren? Es bueno que hayáis llegado en estos días, el próximo maërtul será el vigesimoquinto día de maëllol y celebraremos el Kaurentiade —le dijo Kay muy feliz, en cambio el rey consorte se veía completamente perdido, sin saber de qué demonios hablaba el excitado joven.
Leukon se apiadó de él y le tradujo:
—Es el próximo martes, veinticinco de mayo. En Skhon seguimos nombrando los días y los meses en la antigua lengua, Eiren. El Kaurentiade es un festival en honor de Kauron el Astuto, donde conmemoramos su llegada al trono.
—Oh, lo siento Eiren, no me di cuenta que tú no sabrías a qué me refería —se disculpó Kai con aire contrito.
—No te preocupes. Entonces Kai, un festival, hmm, también me alegro de haber llegado a tiempo, me encantan los festivales. Ya tengo ganas de verlo —le contestó a su cuñado. Seguía sin tener ni idea de la clase de festival al que se referían, pero al menos esperaba que no se redujera a justas y combates, los cuales le desagradaban profundamente.
—Bueno será mejor que nos pongamos en camino —intervino Karos en ese momento—. No sé a vosotros, pero a mí me gustaría poder dormir en mi lecho del castillo esta noche.
Todos estuvieron de acuerdo, por lo que se apresuraron a levantarse y a encaminarse hacia las monturas, mientras los siervos ya esperaban para recogerlo todo.
Y así, con la grata compañía de los dos hombres, retomaron la que sería la última jornada del viaje.
El Castillo de Rocanegra era impresionante, incluso al atardecer con los casi últimos rayos del moribundo sol rozando sus viejas piedras, que fue cuando llegaron hasta sus puertas. Era mucho más grande que el castillo de su padre, y aunque ya apenas si quedaba luz, Eiren se dio cuenta de por qué era llamado de tal forma. La piedra con la que estaba edificado era de un raro color gris muy oscuro, casi negro.
Atravesó la barbacana, pasando bajo el sólido rastrillo de aguzadas puntas, como si de dientes afilados se tratasen y que protegía una vez bajado, el primer juego de puertas. Tras ellas, continuó Eiren avanzando junto a Karos y el resto de la comitiva, por un pasillo amurallado hasta las dos puertas del segundo juego.
Grandes, de recia madera reforzada con puntiagudos remaches y bandas de duro hierro, eran también estas. «Por la garras de Arconi, esta fortaleza parece capaz de resistir mil asedios, aunque teniendo en cuenta la tradición guerrera de los anani, no me sorprende» no pudo dejar de pensar el joven monarca.
Desembocaron en el amplio patio de armas, del doble del tamaño que el castillo donde se había criado, y desmontaron frente a la torre del homenaje donde los esperaban los servidores del rey.
—Velkomninnar, meûn koningar —les dio la bienvenida a los reyes un viejo hombre que le fue presentado por Karos como Bilistages, el senescal del reino. Eiren lo saludó y casi sin transición, tuvo que intentar memorizar los nombres del resto de los que, en rápida sucesión, le fue anunciando su esposo.
Después de las presentaciones, Karos lo hizo entrar a la torre y le condujo hasta la que él pensó era la cámara de su esposo. Pronto sin embargo fue sacado de su error. Esas serían sus habitaciones, pero no las compartiría con el rey, el cual según entendió, poseía otras. La sorpresa casi hizo que sus lágrimas fluyeran incontrolables debido a la profunda pena que lo embargó por lo que sentía como, el mayor de los desprecios a manos de su esposo. Consiguiendo que no fuera así, el supremo esfuerzo que realizó para no demostrar la decepcionada frustración que estaba sintiendo en ese momento. «Calma Eiren, no le dejes ver lo mucho que te duele», se dijo a sí mismo con los restos de amor propio que consiguió reunir.
—En breve traerán tus baúles, no te preocupes, tu paje vendrá en seguida y te ayudará a asearte —le comunicó Karos, sin darse cuenta del daño que la indiferencia de sus palabras le estaba produciendo—. Cenaremos en un par de horas. Me retiraré ahora para ir a darme un baño.
Se acercó dándole un pequeño beso en los labios y sin más salió de la habitación.
Erien no se podía creer lo que acababa de vivir, ahora que se quedó solo, si que pudo dejar correr libremente sus lágrimas. ¿Era eso lo que le esperaba en ese matrimonio?, no sabía que pensar. Se aproximó a la gran cama que estaba tras unas cortinas que iban de pared a pared y acabó echado en ella, llorando a mares.
Lloró y lloró, no supo por cuanto tiempo.
«Lo he estropeado, no me quiere a su lado. No me ha perdonado y nunca lo hará» pensaba mientras golpeaba con sus puños el firme colchón, «Dioses Lo amo. Me he enamorado como un imbécil, en cambio él no me ve más que como la garantía de una alianza, y ahora que me doy cuenta de ello es tarde para mí».
Finalmente oyó como la puerta se abría y la voz de Thoren le preguntó desde el otro lado de los cortinajes si deseaba que le preparasen un baño.