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El poder de una fémina

EIREN Y KAROS

6 de octabriêll

Los nervios no le dejaban a Eiren permanecer sentado, por lo que llevaba ya un buen rato yendo y viniendo de la chimenea donde se quedaba contemplando el fuego que ardía en ella, hasta el escritorio, en el que jugueteaba con un trozo de pergamino, y vuelta a empezar.

El porqué de tantos nervios lo sabía perfectamente. Esa tarde estaba esperando a Geseladin. Su matrimonio por fin iba como se suponía que debería. El periodo de transición parecía haber terminado. Karos y él se llevaban mejor que nunca, ya no existían dudas entre ellos. Lejos de eso, ambos tenían la absoluta seguridad de su amor por el otro. El rey lo visitaba o lo llamaba a su cámara casi cada noche, y ya fuera en la de Karos o en la suya, los esposos dormían abrazados tras hacer el amor.

Ahora, en cambio, sabía que un nuevo factor se presentaría en su matrimonio. Lo ocurrido con su cuñado hizo que se retrasara lo inevitable; pero con Kaisaros prácticamente recuperado, el periodo de gracia había finalizado.

Eso no significaba que nadie lo hubiera presionado, nada más lejos de la verdad, Eiren era el único que tenía el poder de decisión sobre lo que estaba por venir. Era el mahel matriaê, y era el que diría cuando su vientre elegido iniciaría su trabajo. Aun así, su sentido de la responsabilidad no le permitía postergarlo mucho más. Era por esto que se encontraba en esos momentos con sus nervios a flor de piel; iba a comunicarle a Geseladin que esa noche, por primera vez, sería invitada al lecho real.

Eiren tenía claro que todo estaría muy ritualizado. Que en realidad la mujer no haría el amor con su esposo. Que él estaría presente en todo momento. En definitiva, que el único propósito que tendría la invitación sería la búsqueda de un embarazo. Se repetía todo eso una y otra vez como un mantra, pero para su desgracia no lo tranquilizaba. Tenía un presentimiento, estaba seguro que algo cambiaría, no podía decir por qué, pero fuera lo que fuera, una sensación de desastre había anidado en su pecho y se resistía a abandonarlo.

«Es ella, es Geseladin. Hay algo torcido en esa mujer» pensó por enésima vez el rey consorte.

La suave llamada en la puerta le dijo que el momento de la verdad había llegado. Su paje abrió y entró en la habitación anunciándole:

—La hermana Geseladin, mi rey y señor —se apartó y la hermosa mujer pasó al interior. Hizo una pequeña reverencia y esperó a que él hablase primero.

—Gracias Thoren, por favor sírvenos algo de vino —le pidió al paje para ganar tiempo e intentar serenar sus nervios, lamentablemente sin resultado alguno—. Hermana, gracias por acudir, por favor toma asiento.

—Mi señor, sois muy amable —su tono era educado, pero a Eiren le puso los pelos de la nuca de punta. «Frialdad, tras sus suaves modales únicamente siento su frialdad. Me da miedo» el pensamiento fue como una revelación. Lo sacudió como si un mazo de picapedrero le hubiera golpeado en la cabeza. En ese instante Eiren supo que la mujer, que desafortunadamente había elegido, podía convertirse en una peligrosa enemiga. Tomó una fuerte inhalación al darse cuenta de eso, y entonces repentinamente todo cambió. «Cuanta belleza posee esta mujer. Que hermosos hijos me dará».

Geseladin lo miró desde la sillón donde se había sentado y le sonrió dulcemente. Eiren sacudió su cabeza, no entendía que acababa de ocurrir. Se encogió de hombros y se acercó a la hermana procreadora, tomando asiento en otro sillón situado frente al de ella.

—Bien mi señor, en qué puedo serviros —le dijo. Thoren se aproximó en ese momento y le acercó a la mujer una bandeja con un par de copas de plata. Ella tomó una, sin dar señal alguna de reconocer la presencia del paje. Eiren frunció el ceño, y cuando tuvo la bandeja delante, miró a su fiel servidor diciéndole:

—Gracias Thoren, puedes retirarte ahora —el muchacho se inclinó y desapareció inmediatamente tras la puerta que iba a la cámara—. Hermana, te he llamado para anunciarte que esta noche necesitaré que estés preparada —continuó Eiren—. Lamento no poder decirte una hora aproximada, pero ya sea Mucro, el paje del rey, o Thoren, irán a buscarte cuando llegue el momento, si no tienes ninguna objeción.

—Ninguna, mi señor. No os preocupéis, estaré lista —respondió Geseladin—. Si os soy sincera ya comenzaba a preguntarme si llegaría este día finalmente.

Lo último lo dijo con una sonrisa que quería ser pícaramente cómplice, y que en cambio a Eiren le volvió a erizar el pelo de la nuca.

—Debo solicitar tu perdón, hermana, es cierto que pareció que todo se confabulaba en contra nuestra.

—Bien, afortunadamente se ha superado la pequeña crisis provocada por vuestro cuñado, mi señor. Esperemos por tanto que nada nuevo ocurra y podamos comenzar por fin lo que aquí me ha traído.

Erien se sintió molesto por lo que consideró un cruel e insensible comentario por parte de la mujer.

—Hermana, lo que llamas «pequeña crisis» casi le cuesta la vida al hermano pequeño de mi esposo. Te recomiendo que en el futuro recuerdes ante quién te encuentras a la hora de emitir según que opiniones.

El tono seco y duro no dejaba lugar a dudas de la indignación que el consorte real sentía. Geseladin palideció y abrió mucho los ojos.

—Os ruego que me perdonéis, mi rey y señor. He hablado sin pensar —se disculpó rápidamente la mujer al mismo tiempo que llevaba la mano a su suelta cabellera, y con un gesto brusco empujaba hacia atrás los largos mechones rubios que hasta ese momento le caían sobre el hombro.

En cuanto finalizó la acción a Eiren le costó recordar el motivo de la irritación que había sentido unos momentos antes.

* * *

Después de cenar, en la antecámara de Karos, los reyes conversaron sobre las respectivas actividades que había realizado cada uno durante el día. En todo momento durante la cena mantuvieron un espíritu relajado, aunque realmente, tanto Eiren como Karos, sabían que eso no era más que una fachada y que en realidad no hacían otra cosa que tapar con los buenos modales la ansiedad que les producía lo que iba a pasar a continuación.

En el momento en que pasaron a la cámara, Karos se volvió hacia Eiren y le preguntó:

—¿Estás seguro, mi amor, de querer que pase esta noche?

—S… sí… no… mm, sí, supongo que sí lo estoy, pero es cierto que tengo miedos y dudas —respondió Eiren con una inseguridad que manchaba de rubor sus mejillas, haciéndole pensar a Karos que su pequeño y hermoso consorte era adorable, y su corazón se llenó de ternura hacia él.

—Puedo comprender que sientas algo de ansiedad. Yo mismo la siento también —le explicó con un tono tranquilizador y lleno de paciencia—. Pero tienes que confiar, corazón mío, en que nada cambiará lo que siento por ti. ¿De acuerdo?

—¿Me lo prometes?

El rey se rio fuertemente ante la pregunta.

—Lo prometo, vida mía. Lo prometo —contestó y agarrando la cintura de Eiren, lo atrajo hacia él, besándolo apasionadamente. Su pequeño esposo no tardó en abrir ligeramente su boca para dar cabida a la exploradora lengua de Karos, que estableció rápidamente su dominio sobre la de su esposo.

El beso se prolongó por un tiempo, mientras que las manos del rey comenzaban a pelearse con el nudo del cinturón de Eiren. No le llevó mucho conseguir que el mismo cayera al suelo, y solo la necesidad de quitarle la túnica por la cabeza al joven consorte, consiguió que Karos dejase de chupar y mordisquear la deliciosa lengua de Eiren.

Cuando Karos le hubo quitado la prenda al menudo joven, asintió y volvió a cubrir posesivamente la boca de Eiren con la suya, arrancándole gemidos de placer y necesidad, haciendo que se estremeciera de incandescente lujuria.

El rey consorte gemía en la voraz boca de Karos. Estaba desnudo de cintura para arriba, excitado y jadeando.

—Mi amor, llévame a la cama. Te necesito, por favor, amor —le pidió cuando ya no pudo más.

El fuerte hombre que había conquistado completamente su corazón, lo levantó, tomándolo en sus musculosos brazos y sin dejar de devorar su boca lo llevó hasta el gran lecho que los esperaba a unos metros.

—Eiren, mi vida, eres tan hermoso —le susurró sin ni siquiera despegar su boca de los hinchados labios de su pequeño amante—. Haces que pierda completamente el sentido.

Karos lo dejó encima del lecho y sin dejar de mirarlo comenzó a desnudarse. Eiren también miraba a su esposo, «Varnaë bendita, todo ese duro cuerpo es solo mío» pensó, y sin perder más tiempo empezó a desatar los cordones de su bragueta para poder quitarse los pantalones. Los tenía por los muslos cuando cayó en la cuenta que primero tendría que quitarse sus botas. «¡Demonios! Hago que él pierda el sentido, pero él a mí me vuelve estúpido».

En el momento en que ambos estuvieron desnudos, Karos puso una rodilla sobre la cama, y enroscó una mano alrededor de la nuca de Eiren y la otra alrededor de su cintura, acercó a su consorte aún más cuando se inclinó y reclamó nuevamente sus labios en otro posesivo y apasionado beso, arrastrándose lentamente hasta cubrirlo con su cuerpo mucho más grande.

—¿Tienes alguna idea de lo realmente hermoso que eres, vida mía? —le preguntó Karos sin que en realidad esperase una respuesta.

El aliento de Eiren quedó atrapado en su garganta cuando el rey volvió a devorarle la boca. Nunca se cansaría de la manera en la que su fuerte esposo lo besaba. Jamás sospechó que el solo acto de succionar su lengua pudiera disparar tal estallido de sensaciones en su cuerpo.

Cuando los labios de Karos comenzaron a alejarse de su boca y comenzaron a recorrer una línea descendente por su garganta, Eiren arqueó su cabeza hacia atrás para facilitarle a su esposo el acceso a toda su piel. Trató de tragar, pero los dientes del rey estaban suavemente prendidos en su nuez primero y después comenzó un mordisqueante descenso que ocasionó que Eiren no fuera capaz de realizar ninguna acción como la pretendida por sencilla que fuera. La intención había volado libremente de su cabeza.

Karos bajó para envolver sus labios alrededor del pezón de Eiren, que gritó y arqueó su espalda en una reacción involuntaria cuando sintió los dientes del rey mordisqueando la tetilla. Agarró en su puño un manojo del casi blanco cabello de su amor para retenerlo. No quería que aún acabara el placer que se disparó a través de su cuerpo. Contuvo la respiración cuando un lubricado dedo se empujó lentamente en él. ¿Cuándo demonios había alcanzado Karos el frasquito de aceite perfumado? No se había dado ni cuenta de lo tan perdidamente excitado que estaba.

Llevó una mano hacia abajo y agarró el rígido pene del rey. «Oh vaya, tanta solidez y no voy a ser yo quien la disfrute».

—Mi amor, tienes que parar, recuerda que tu semilla no está destinada a mí esta noche —le dijo con dificultad; para entonces al primer dedo se le había unido ya un segundo, y su nivel de raciocinio comenzaba a bajar a niveles alarmantemente bajos.

—Es cierto eläoir, pero al menos déjame que me alimente yo con la tuya —sin sacar sus dedos, Karos se inclinó sobre su erecto pene y se lo tragó completamente, mandando a las nubes al real consorte.

—Mmmm. Dioses, mi amor, no voy a durar —exclamó como pudo Eiren. Realmente le llevó muy poco tiempo al rey hacerlo acabar. Chupó, cosquilleó con su lengua en el nudo del frenillo; volvió a succionar duro la polla mientras subía y deslizaba suavemente sus labios sobre el tronco cuando bajaba. Repitiendo la acción unas cuantas veces más. Aceleró el ritmo cuando notó los pequeños impulsos que el duro mástil empezaba a tener y que anunciaban la inminente erupción de blanca crema.

Karos no dejó que ni una gota de la rica leche escapara de sus labios. La tragó toda golosamente, disfrutando del ronco gemido que Eiren emitió en el momento justo en que la disparó.

Necesitó el joven consorte unos momentos para conseguir serenarse lo suficiente de los efectos del intenso orgasmo, antes de alargar la mano y tomar una pequeña campanita de plata que esperaba sobre la mesita que tenía a un lado de la gran cama. La hizo sonar un par de veces y esperó.

Por la puerta que daba al pasillo de servicio, apareció una figura envuelta en un albo velo de la cabeza a los pies; aunque se cubría también pudorosamente con una larga capa de lana del mismo color. Era por supuesto Geseladin, la cual esperaba preparada la llamada convenida previamente.

Cuando cruzó el umbral, dejó caer la capa de sus hombros, quedándose tan solo cubierta por el níveo velo de muselina.

Eiren frunció levemente el entrecejo al notar que el tejido con que se cubría, era mucho más transparente que el que había utilizado en la casa de las matres cuando la entrevistó. El consorte real podía adivinar con facilidad todas sus exuberantes formas. Y lo que era aún peor, Karos lo podía hacer del mismo modo. No. El joven rey no estaba nada contento con la situación.

El velo tenía una apertura en forma de triángulo bordado justo encima de su pubis. No había que ser muy listo para intuir su utilidad.

—Mi señor Eiren, espero tu permiso para unirme —solicitó la joven con un aire de modestia cuando estuvo junto al lecho que sorprendió y tranquilizó por igual al rey consorte.

Karos miró a su esposo. En su mirada Eiren pudo leer algo parecido a una petición de confianza, como si le estuviera diciendo: «No te preocupes, esto es necesario para conseguir a nuestro hijo, nada más». O al menos eso fue lo que él quiso leer en los ojos del rey.

Sin dejar de mirar la cristalina profundidad azulada de esos ojos tan amados, el joven consorte se dijo así mismo: «Vamos Eiren, qué temes. Te ama tanto como tú lo amas a él. No significará nada». Y entonces volvió la cabeza hacia la mujer que continuaba de pie esperando junto al lecho su permiso, y asintió una sola vez.

—Mi señor, coloca tu espalda contra el cabezal y abre tus piernas —le explicó Geseladin a Eiren—, utiliza los almohadones para que te sea más cómoda la posición.

Así lo hizo él mientras Karos seguía en el mismo sitio donde se encontraba cuando entró la hermana procreadora. Esperando.

—Muy bien, mi señor. Ahora yo me colocaré entre tus piernas, semiechada sobre ti, pero dándote la espalda —continuó explicándole—, deberás soportar mi peso y si mi señor Karos no tiene cuidado, quizás el suyo también —le dijo pero mirando en esta ocasión al rey.

—Creo que podré controlarme cuando llegue el orgasmo hermana Geseladin —respondió Karos.

—Estoy segura que podrás, mei koningur.

Ambos se sorprendieron por la utilización del título en la antigua lengua. Eiren pensó que con él jamás había tenido la misma cortesía.

—Pronuncias muy bien las viejas palabras, hermana. No tenía ni idea que supieras hablar la kal-ananiê —le dijo el rey sonriendo por primera vez a la mujer. Los arraigados temores de Eiren volvieron a surgir con toda su fuerza. Tuvo que hacer un esfuerzo consciente para no cambiar de idea y dar por finalizado el intento de fertilización en ese mismo momento. Afortunadamente las siguientes palabras de Geseladin lo tranquilizaron.

—A las hermanas procreadoras se nos educa desde niñas para tener buen oído para las lenguas —explicó la mujer, pero en lugar de mirar a Karos, le clavó la mirada a Eiren—. Este, mi señor, no es el único reino que sigue conservando su antiguo idioma.

—Bueno es saberlo, hermana —dijo el rey consorte—. Continuemos. Decías que te colocarías dándome tu espalda.

—Sí, mi señor Eiren, perdón. Poco queda por explicar, yo estaré conectada contigo en esa posición, y mi señor Karos a través mío, cuando me tome, también lo estará a ti, al menos ritualmente. Tú trabajo, mi señor, será conseguir que el rey no pierda el interés. ¿Me comprendes?

Eiren enrojeció sin pronunciar palabra aunque movió la cabeza afirmativamente varías veces.

Y de esa manera ocurrió. Geseladin se posicionó entre las piernas de Eiren, reclinada la parte superior de su espalda contra el pecho del joven rey consorte y con sus piernas abiertas y semiflexionadas, a la espera de que el miembro de karos la penetrara.

Eiren, sintiéndose incómodo, notó el calor que desprendía el femenino cuerpo. Al menos agradeció el fino velo que continuaba cubriendo a la mujer y que evitaba el contacto directo de piel contra piel.

—Si estás listo mi señor Karos, ven a mí —le pidió a Karos. El rey consorte no supo si esa frase formaba parte del ritual o no, pero no le hizo ninguna gracia escucharla, más aún por el tono sensual e invitador que cargó Geseladin en las palabras finales.

El rey, se colocó entre las piernas abiertas con algo de lo que le pareció a Eiren, un nerviosismo sorprendente en un hombre con su experiencia. «¿Será su primera vez con una mujer?», le pasó por la cabeza. El pensamiento, lejos de disgustarle, le dio nuevas esperanzas.

Karos, antes de centrarse en la tarea que tenía por delante, se estiró por encima de la mujer, y le dijo a Eiren:

—Dame tus labios, eläoir, necesito sentirte y saber que estás de acuerdo.

El consorte real así lo hizo; se inclinó lo que pudo hacia delante, teniendo en cuenta que Geseladin esta recostada sobre él, y besó profundamente a su esposo el rey, introduciendo su lengua entre los labios del hombre y saboreándolo como siempre lo hacía.

Cuando se separaron, Karos miró hacia abajo a la hermana procreadora, la cual a su vez le devolvió la mirada cargada de deseo. El rey posicionó la punta de su pene justo en la entrada y fue introduciéndose en el receptivo cuerpo de la joven.

«Vaya no se siente igual de prieta que el delicioso agujero de mi amado» pensó cuando estuvo completamente dentro. Comenzó un pausado mete saca, intentando seguir concentrado pese al manifiesto desagrado que le produjo esa primera impresión la penetración vaginal.

Geseladin pareció notar la reticencia del hombre a la hora de disfrutar, por lo que sin pararse a valorar las repercusiones que su demasiado rápida acción podía traer, puso en práctica una de las muchas técnicas cóitales con las que eran preparadas todas las hermanas.

Contrajo los músculos vaginales y comenzó una serie de pulsaciones que consiguieron que Karos notara en su apéndice como si, a parte del roce propio de la penetración, estuviera recibiendo una masturbación manual y una felación todo a un mismo tiempo.

El rey soltó un fuerte gemido. «Varnaë bendita, ¿qué me está haciendo?». Clavó sus ojos en Eiren e inmediatamente los bajó de nuevo para ver el rostro de la mujer. Se sorprendió con la expresión de completo goce que tenía la cara de Geseladin. Sin poder evitarlo, se sintió repentinamente poderoso; una sensación que le pareció extremadamente placentera, y que le hizo automáticamente desear incrementar el placer que claramente estaba proporcionando al bello cuerpo femenino que tenía bajo él. Arreció con sus embestidas de una manera más ruda, haciendo que la mujer empezara a gemir y a agarrar los abultados bíceps de Karos y apretarlos fuertemente.

Eiren miraba lo que estaba ocurriendo con una mezcla de sorpresa e indignación. Se suponía que no tenía que ser así. La búsqueda del embarazo no debía parecerse a eso. Algo estaba rematadamente mal ahí. Continuó mirando pasmado como continuaba la escena insultantemente erótica que se desarrollaba entre su esposo y la mujer elegida por él como su vientre gestor, sin saber si debería ponerle fin inmediatamente o esperar a que todo terminara a su propio tiempo.

La hermana procreadora, dándose cuenta de que tenía al hombre que la penetraba con dureza, justo donde quería, modificó el aroma que hasta ese momento estaba despidiendo por otro destinado a atraer y capturar la atracción sexual de Karos sobre ella.

Eso, junto a la esencia del aceite preparado especialmente para hechizar al rey, y que su maestra le había entregado cuando se preparó para la misión encomendada, provocó que Karos enloqueciera de lujuria. Llevó su mano hasta el pecho de la joven, y dando un fuerte tirón a la muselina que lo cubría, la desgarró, dejando al descubierto los firmes pechos de la hermana procreadora.

Karos comenzó a magrear y pellizcar el duro pezón de una de las mamas, y casi sin ser consciente de lo que hacía, se inclinó buscando la jugosa boca de rojos labios de Geseladin, comenzando a besarlos entre mordiscos y tórridos lametazos.

«Ah, ahora te tengo, ¡ya eres mío!» pensó triunfalmente Geseladin, «después de esta noche, tu amor y tu voluntad serán una extensión de la mía, Karos de Skhon». La mujer aumentó progresivamente las pulsaciones coitales sobre la dura y tremendamente sensibilizada verga del rey haciendo que este, con un par más de estocadas, terminara explotando de forma descomunal en el interior de su vagina, al mismo tiempo que le daba una última clavada metiéndosela hasta sus testículos.

Durante unos momentos Karos permaneció caído sobre el cuerpo de la mujer y por ende también sobre el de su pequeño consorte. Finalmente y con un gran esfuerzo se levantó cuando notó que su desinflado pene se salió del interior de Geseladin, y se dejó caer boca arriba junto a los cuerpos a su lado. No dijo nada. Ni podía ni sabía que decir, apenas era consciente de lo que había ocurrido. Aunque tampoco es que se arrepintiera. No obstante no quiso mirar a su esposo. No tenía ni valor ni fuerzas en ese momento para enfrentar el posible enfado de su amado.

Eiren sintió que su corazón dejó de latir en el momento en que vio como Karos desgarraba el velo de Geseladin, y como magreó su pecho, besándola a continuación. Su cabeza se desconectó completamente mientras miraba lo que hacía el hombre al que amaba hasta el punto de dolerle. No podía creer lo que había ocurrido. Ahora, mientras la mujer y su esposo recobraban lentamente el resuello, intentaba buscar una mínima justificación, sin conseguirlo, para lo que había presenciado.

—Hermana, si has descansado lo suficiente te ruego que ahora te retires —le dijo finalmente a la joven. Su tono habría congelado la habitación entera si hubiera sido más frío.

La mujer se levantó de la cama rápidamente. Sujetando su rasgado velo para volver a cubrir en lo posible sus senos, se inclinó ligeramente doblando sus rodillas brevemente ante los dos reyes que seguían en el lecho. A continuación, dándose la vuelta, recogió su capa del suelo echándosela por lo hombros y salió de la cámara por el mismo sitio por el que había entrado.

Eiren también se levantó en silencio. Metió su cabeza por la túnica que previamente había tomado, y sin perder tiempo en ponerse los pantalones o tan siquiera calzarse, se dispuso también a salir.

Dio un respingo al sentir su muñeca sujeta por la gran mano de Karos, que se había sentado en la cama mientras él se medio vestía. Se giró hacia su esposo y le echó una mirada enfadada y distante.

—Mi vida, ¿no te quedas a mi lado esta noche? —preguntó el rey.

Eiren no se podía creer que Karos le preguntara eso justo en ese momento.

—¡Me lo prometiste! —Casi sin saber lo que hacía el joven consorte real le dio al hombre una tremenda bofetada con la mano abierta. Sin dirigirle ni la más mínima palabra, se dio media vuelta y salió de la cámara real.

Karos, quien en cualquier otro momento habría reaccionado de muy distinta manera ante un desafío como ese, en esta ocasión y sabiéndose totalmente culpable del enfado, permaneció sentado en el lecho mientras veía salir a su dolido y enfadado esposo.

«¿Qué he hecho, oh Dioses de mis padres, qué maldita cosa he permitido que pasara?». Una solitaria lágrima descendió por su mejilla. «Tengo que conseguir que me perdone, pero no sé como hacerlo».

Se dejó caer hacia atrás en la gran cama, y cubriéndose el rostro con sus fuertes manos, el rey sentía como la culpa en su corazón le atenazaba en el pecho.

«Lo siento, lo siento, lo siento, perdóname por favor».