EL VIAJE JUNTO AL RÍO SUBTERRÁNEO
Fue una subida interminable. Ranni acercó su reloj a la luz de la linterna y vio que era casi medianoche. Se comprendía que el pobre Paul refunfuñara y preguntase si faltaba aún mucho. Incluso los dos hombres estaban extenuados.
—Ranni, cerca de aquí hay una especie de plataforma —dijo Jack, recordando aquel ensanche del reborde donde hallaron una tosca habitación en la que Paul, Mike y él habían dormido dos noches antes.
Ranni y Pilescu ignoraban la existencia de esta cámara. Jack los había informado de ello a voz en grito, y los dos baronianos deseaban llegar cuanto antes a aquel lugar. Allí descansarían, haciendo guardia por turno por si llegaban los bandidos.
Siguieron subiendo. Tropezaban en el áspero suelo del reborde rocoso. Una vez Mike resbaló y cayó de cabeza al agua. En su caída arrastró a Jack con sus pies y los dos muchachos desaparecieron. Paul lanzó un grito de horror.
Pero Pilescu se mantuvo firme y tiró de la cuerda. Así consiguió sacar a Jack y a Mike del agua, ayudándolos a subir al reborde. Estaban empapados. Temblaban de miedo y de frío. No fue para ellos nada agradable aquel baño inesperado en el agua helada de la montaña. Se alegraron de que a Ranni se le hubiese ocurrido atarlos a todos juntos. Jack rogaba al cielo que los forzudos baronianos no se cayeran al río, pues estaba seguro de que, si esto ocurría, arrastrarían a los niños con ellos. Pero Ranni y Pilescu se mantenían firmemente sobre sus pies. Estaban acostumbrados a subir montañas, pues lo hacían desde que eran niños, y ninguno de los dos resbaló.
Paul estaba tan cansado que apenas podía subir. A Ranni le era imposible cargar con él, pues necesitaba sus dos manos para sostener la linterna y buscar en la pared rocosa asideros que le permitieran avanzar con seguridad. Se sentía muy apenado al pensar en el pobre niño que se arrastraba detrás de él rendido de cansancio.
Tardaron aún bastante en llegar a la plataforma. Cuando la alcanzaron, Ranni no lo advirtió. Siguió adelante, palpando la pared, sin darse cuenta de que se iba apartando del río. Mike gritó:
—¡Creo que hemos llegado a la plataforma! ¡El reborde se está ensanchando!
Ranni y Pilescu se detuvieron y proyectaron en todas direcciones el foco de sus linternas. ¡Habían llegado a la plataforma! Esto los colmó de alegría.
—¡Aquí está la habitación donde dormimos! —exclamó Mike.
Los dos hombres miraron el gran hueco que había en la pared rocosa, cubierto de alfombras de piel. Y vieron algo más: en la estantería había otro pan. Sin duda, lo habían dejado allí los bandidos que habían pasado junto a ellos en su balsa arrastrada por la corriente, hacía dos o tres horas.
—¡Esto es magnífico! —exclamó Ranni.
Sentó a Paul en sus rodillas y despedazó el pan. Mike y Jack tomaron un trozo cada uno y le hincaron el diente con avidez. Paul estaba tan extenuado que no podía ni comer. Su cabeza cayó sobre el ancho pecho de Ranni y el niño se quedó dormido inmediatamente.
—Vosotros debéis descansar en esas pieles —dijo Ranni a Mike y a Jack—. Yo tendré a Paul en mis brazos para darle calor. Pilescu se quedará de guardia por si vuelven los bandidos.
Mike y Jack se echaron en aquel extraño dormitorio excavado en la pared rocosa y se cubrieron con las alfombras de piel. Transcurridos unos segundos, dormían profundamente. Los dos hercúleos baronianos tenían también mucho sueño, pero Pilescu estaba de guardia y procuró mantener los ojos muy abiertos.
Ranni se durmió teniendo a Paul entre brazos. Sólo Pilescu estaba despierto. Pero los ojos se le cerraban. Había apagado su linterna para que los bandidos no viesen ninguna luz si regresaban. Le era muy difícil permanecer despierto en la oscuridad estando tan cansado.
La cabeza se le doblaba, pero al punto la volvía a levantar. Sabía que no podría evitar quedarse dormido si se sentaba. Empezó a pasear de un lado a otro de la plataforma como un león en su jaula. Así se mantuvo despierto: no podía dormirse andando.
Sin hacer ruido, siguió paseando arriba y abajo durante dos horas. De pronto, se detuvo y prestó atención. ¡Oía voces! Éstas procedían de la parte baja del túnel. ¡Debían de ser los bandidos que volvían!
«Han conseguido detener su balsa y salir de ella, y han vuelto hacia atrás para capturarnos de nuevo —pensó Pilescu—. ¿Qué podemos hacer? Nos atraparán: no podremos escapar. ¡Cómo me gustaría tener un revólver!»
Pero los bandidos los habían desarmado. Ni Ranni ni Pilescu tenían armas para defenderse. Sólo podían luchar con sus manos. ¡Pero harían buen uso de ellas!
Las voces se acercaban. Pilescu despertó a Ranni y le explicó, hablándole al oído, lo que ocurría. Ranni depositó a Paul, que seguía dormido, en la cámara donde estaban Jack y Mike. El príncipe no se despertó.
—Nos taparemos con nuestras capas y nos sentaremos con la espalda apoyada en la pared, uno a cada lado de la habitación —susurró Ranni—. Es posible que los bandidos no nos vean. Tal vez no supongan que estamos descansando aquí. Pueden creer que seguimos huyendo a toda velocidad.
Dejaron de oír las voces. Suponían que los bandidos estaban ya muy cerca. Éstos no llevaban linternas, pero conocían tan bien el reborde, que podían avanzar por él en plena oscuridad.
El agudo oído de Ranni percibió un jadeo, ¡había un individuo de la banda en la plataforma! Los dos servidores baronianos permanecieron inmóviles, deseando que los tres muchachos dormidos no hicieran ningún ruido. Los habían cubierto de pies a cabeza con las alfombras para que no se oyera su respiración. Era increíble que Ranni hubiese oído el jadeo del malhechor, aunque el río hacía allí casi tanto ruido como en todo su curso.
Oyeron una voz áspera y potente y comprendieron que los bandidos estaban ya en la plataforma. Ranni y Pilescu aguzaron el oído por si percibían alguna señal de que los hombres de cola de lobo pensaban inspeccionar aquel amplio tramo del reborde.
Pero no se oyó ningún otro ruido; ni Ranni ni Pilescu percibieron ni jadeos ni voces. Estaban inmóviles como estatuas, sin apenas respirar, a fin de captar cualquier sonido que el ruido del agua permitiera oír. Permanecieron así durante diez minutos y no oyeron nada. Entonces, sin hacer el menor ruido, Ranni se puso en pie. Buscó su linterna y la encendió. La plataforma quedó iluminada. ¡Y vieron que estaba completamente vacía!
—Se han marchado —dijo Ranni en voz baja—. Me lo he figurado al ver que pasaba el tiempo y no oíamos nada. No se les ha ocurrido inspeccionar esta plataforma. Han seguido hacia delante, sin duda con la esperanza de atraparnos en la cueva de la cascada.
—Eso no es nada alentador —dijo Pilescu, apagando su linterna—. Si nos esperan allí nos capturarán fácilmente. Jack ha dicho que Beowald iba a reunir un grupo de montañeses para salir en nuestra busca. Es muy posible que hayan llegado a la cueva de la cascada y nos puedan ayudar. Pero no estamos seguros.
—Dejemos descansar a los chicos un poco más —dijo Ranni—. No hay por qué apresurarse ahora que tenemos a los bandidos delante y no a nuestra espalda. Duerme un poco, Pilescu. Ahora me toca a mí vigilar.
Pilescu se sintió feliz al poder permitirse descabezar un sueño. Apoyó su gran cabeza en la pared y al punto se quedó profundamente dormido. Ranni montaba guardia. Sus ojos y sus oídos estaban atentos a percibir cualquier movimiento o cualquier sonido extraños. Nunca se había visto en una situación semejante. Allí estaba sentado, inmóvil, junto a sus compañeros dormidos, oyendo el rugido del río subterráneo y vigilando por si volvía alguno de aquellos ladrones de cola de lobo.
Pero no volvieron. Ningún ruido sospechoso llegó a oídos de Ranni. Sus compañeros dormían tranquilamente; ninguno hacía el menor movimiento. Ranni miró su reloj al cabo de un buen rato. ¡Eran ya las seis! Fuera de la montaña el sol debía ya de brillar y todo estaría inundado de luz. En aquel túnel la oscuridad era tan completa como la de medianoche y hacía frío. Ranni se sentía feliz de tener aquella gran capa que abrigaba tanto.
Poco tiempo después se despertó Pilescu y preguntó a Ranni:
—¿Has oído algo?
—Nada —respondió Ranni—. Son ya cerca de las siete. ¿Despertamos a los muchachos para continuar la marcha? No hay razón para que estemos más tiempo aquí. Aunque los bandidos tal vez nos esperen, debemos seguir adelante.
—Sí —dijo Pilescu, bostezando—. Ahora me siento mejor. Estoy seguro de que haría polvo a cinco o seis de esos rufianes en un abrir y cerrar de ojos. Despertaré a los niños.
Los despertó. Ellos se resistieron a abrir los ojos, pero al fin los abrieron y pronto estuvieron sentados y comiendo un trozo del pan que habían encontrado en la estantería la noche anterior.
Ranni les contó que los bandidos habían pasado por allí y no los habían visto.
—No es nada tranquilizador pensar que van delante de nosotros y se detendrán para esperarnos —dijo Mike inquieto—. A lo mejor nos esperan ya en alguna cueva. Tendremos que estar muy alerta.
—¡Vigilaremos! —dijo Jack, que, como Pilescu, se sentía mucho más animoso, después de haber dormido—. No me asustan los bandidos de cola de lobo.
Dejaron la plataforma y se dirigieron al reborde que seguía subiendo junto al río. Como de costumbre, Ranni abría la marcha y todos iban enlazados por la cuerda.
—Si mal no recuerdo, nos vamos acercando a la cueva de la cascada —dijo Jack—. Debemos de estar a unas dos horas de allí.
Echaron de nuevo a andar a trompicones por el reborde rocoso. El agua les mojaba los pies. Los niños se sorprendieron al ver que ahora el reborde quedaba bajo el nivel del agua, que les llegaba a los tobillos.
—No ocurría así cuando los bandidos los trajeron a Pilescu y a usted, ¿verdad, Ranni?
—No, no ocurría así —confirmó Ranni, extrañado—. Entonces el agua apenas llegaba al reborde. En cambio, ahora el reborde queda bajo el nivel del agua. El río se ha desbordado y sigue subiendo. Es posible que el agua nos llegue muy pronto a las rodillas.
Y les llegó a las rodillas. Aquello era muy extraño y muy molesto. ¿Por qué subiría el río de aquel modo?