CAPÍTULO XV

¿UN CAMINO DE ESCAPE?

Todo estaba en silencio. Sólo se oían algunos débiles ruidos como el chapoteo del agua, el paso de algún pequeño animal, el salto de un pez en la laguna…

Los cinco permanecieron en silencio junto a la laguna escuchando con atención. En esto, un extraño ruido llegó a ellos y los niños se apiñaron estrechamente.

—No pasa nada —susurró Ranni, haciendo un esfuerzo para no echarse a reír—. Es que en una choza cercana ronca un bandido.

Así era efectivamente. Los ronquidos continuaron. Al fin se extinguieron y Ranni, que había apagado su linterna, la volvió a encender. Deseaba encontrar la balsa de la que Paul le había hablado. Por suerte estaba muy cerca de ellos, a unos diez metros, atada a un árbol.

—¿Os han traído por el río en esta balsa? —preguntó Paul a Ranni.

Éste contestó en voz baja:

—Nos trajeron en balsa sólo hasta el lugar en que el río sale de la montaña. Los bandidos acercaron la balsa a una roca llana que hay allí, y todos desembarcamos. Ataron la balsa e hicimos a pie el resto del camino hasta el Bosque Secreto. Al parecer, los bandidos, cada vez que suben al templo, van andando por el reborde que hay junto al río, y arrastran la balsa contra la corriente. ¡Debe ser un trabajo muy duro!

—Así se explica que la balsa no esté en la laguna —dijo Jack, al que este detalle parecía un enigma.

—La usan sólo en la parte subterránea del río para bajar con rapidez.

—¡Silencio! —les amonestó Pilescu—. Basta ya de charla. Levanta la linterna, Ranni. Así podré desatar la balsa.

No fue difícil desatarla. Ranni encontró una rama rota y decidió utilizarla como remo. No deseaba entregarse sin defensa alguna a la corriente. Con aquella rama podría cambiar el rumbo de la balsa y, si era necesario, conducirla a la orilla.

—Entrad en la balsa —dijo en voz baja Ranni.

Todos obedecieron, ocupando la cavidad central, donde quedaron un tanto estrechos. Ranni impulsó la balsa hacia el centro de la laguna, donde encontró la corriente que la atravesaba. Inmediatamente empezó a navegar, muy lentamente pero con toda seguridad. Así salieron de la laguna y llegaron al río que atravesaba el Bosque Secreto en una distancia de muchos kilómetros.

El paisaje era variado y misterioso visto desde la pequeña balsa que se deslizaba por el corazón del oscuro bosque.

A veces las ramas de los árboles eran tan bajas, que golpeaban la cabeza de los viajeros o les arañaban la cara. Era imposible evitarlo. Ranni intentaba encender su linterna cada vez que entreveía esta amenaza, pero la corriente era rápida y las ramas chocaban con sus cabezas antes de que advirtieran el peligro.

Los niños se abrazaban e iban amontonados e incómodos. De pronto, una gran rama golpeó a Paul con tal violencia que faltó poco para que lo arrojara por la borda y le hizo un gran cardenal en la frente. En vista de ello, Ranni decidió detener la balsa hasta que fuera de día. No creía que los bandidos los persiguieran, ya que no tenían embarcaciones para navegar río abajo.

Así pues, ató la balsa a un árbol y los cinco se sentaron para roer un trozo de pan duro y hablar en voz baja. Ranni se quedó dormido poco después. En cambio, los niños estaban muy despiertos. Pilescu se quedó de guardia. El tiempo se hizo muy largo hasta el amanecer, pero el alba llegó al fin. En aquel lugar el bosque era tan espeso que los niños no veían la luz del sol, sino sólo un tenue resplandor que los envolvía y les permitía distinguir los troncos de los árboles y el color de las hojas.

—Continuemos el viaje —dijo Ranni.

Desató la balsa, todos embarcaron en ella y la fuerte corriente los arrastró.

Ahora veían las ramas de los árboles con que podían tropezar, y Ranni, de pie en la balsa, procuraba apartarlas.

El río describía curvas a derecha e izquierda y, de pronto, dio una vuelta tan cerrada, que casi llevó a los navegantes hacia atrás.

—¡No creo que vaya muy lejos en esta dirección! —dijo Pilescu—. Sería fatal. Por nada del mundo desembarcaría en el poblado de los bandidos.

El río seguía su marcha atrás y, aunque los navegantes no se enteraron, llegó un momento en que pasaron a sólo un kilómetro del poblado de los malhechores. Aquel río tenía un curso extraño por el interior del Bosque Secreto. A medio camino hacía un viraje e iba hacia atrás un gran trecho. Al fin salía del bosque a unos diez kilómetros del punto por donde había penetrado. Los viajeros no sabían esto último, pero Ranni, por la posición del sol, advertía que desde que habían dado la vuelta viajaban casi en sentido opuesto.

De pronto, los árboles aparecieron más separados y el sol llegaba al suelo aquí y allá, deslumbrando a los dos hombres y a los tres niños. La corriente era más fuerte y la balsa avanzaba dando tumbos.

—Ahora salimos del Bosque Secreto —dijo Jack mientras se llevaba la mano a la frente a modo de visera y miraba hacia delante—. Los árboles están cada vez más distanciados unos de otros. ¿Hacia dónde irá este río? Ojalá nos llevara a través de las montañas hasta salir por el otro lado. Una vez fuera del anillo podríamos contornearlo a pie, sin detenernos hasta llegar al castillo de Killimooin.

—¡Eso no parece fácil! —dijo Pilescu.

Un grito les hizo dar media vuelta. Horrorizados, vieron entre los árboles a uno de los hombres de la banda. Éste les dijo algo a grandes voces y luego echó a correr, sin duda para avisar a sus compañeros. Su roja cola se balanceaba a sus espaldas.

Dos minutos después aparecieron seis o siete hombres más y se detuvieron a observar a la balsa que estaba lejos de ellos y seguía alejándose.

Los bandidos les dijeron algo a voz en grito.

—¿Qué dicen? —preguntó Jack.

Ranni le miró con expresión sombría.

—Hablan un dialecto extraño —dijo—, pero creo haber entendido lo que decían: «¡Pronto estaréis en el centro de la tierra!» No sé lo que habrán querido decir con esto.

Todos quedaron pensativos.

—Eso —dijo Jack— puede querer decir que el río penetra en la tierra, que es precisamente lo que deseamos, ¿no es así?

—Eso depende de si hay espacio para que pase la barca —dijo Ranni—. Hemos de estar muy alerta.

El río continuaba su rápido curso. Los niños veían las montañas de Killimooin en torno de ellos. A lo lejos, un poco a la izquierda, se alzaba la que ya conocían, porque al otro lado estaba el castillo de Killimooin. Vista desde allí, la montaña era muy diferente, pero la cumbre tenía la misma forma.

En esto oyeron una especie de poderoso rugido delante de la balsa. Con la rapidez del pensamiento, Ranni introdujo en el agua la rama de árbol e intentó apartar la balsa de la corriente. Pero ésta era tan fuerte, que la balsa no pudo librarse de ella.

Jack vio que Ranni estaba pálido. Con una expresión de angustia trataba en vano de apartar la balsa del centro de la corriente.

—¿Qué ocurre? —preguntó Jack.

—¿No oyes ese ruido? —repuso Ranni—. Creo que cerca de aquí el río se precipita en forma de cascada. Sería espantoso que cayéramos por ella, pero no puedo apartar la balsa de la corriente.

Pilescu saltó de pronto por la borda y, aferrándose a la balsa con una mano, intentó nadar con la otra hacia la orilla. Pero no lo consiguió: la balsa seguía atrapada por la corriente.

—¡Saltad! —gritó a sus compañeros—. ¡Arrojaos al agua y nadad! ¡Es nuestra única posibilidad de salvación! ¡Nos acercamos a la cascada!

Todos se lanzaron al agua. Paul era el que nadaba peor y Ranni lo llevó sobre su espalda. La balsa siguió avanzando vacía.

Pilescu ayudó a Mike y a Jack. Pero era difícil salir de la fuerte corriente del río. Al fin llegaron a la orilla. Estaban rendidos de cansancio. Su mayor deseo era que no hubiera ningún bandido por allí, pues no habrían tenido fuerzas para luchar con él.

Al cabo de un rato se sentían más valerosos. El sol ardiente había secado sus ropas haciendo salir vapor de ellas.

—¿Qué habrá sido de la balsa? —preguntó Jack.

—¡Iremos a verlo! —respondió Ranni—. El ruido es ensordecedor. Seguramente la cascada, o lo que sea, no está muy lejos. Debe de estar allí, donde el aire parece enturbiado por una fina niebla, semejante a un humo ligero.

Echaron a andar junto al río, por un suelo desigual y pedregoso. El ruido era cada vez más ensordecedor. ¡Pronto descubrieron el enigma de aquel río!

Ranni contorneó una gran roca y llegó a un sitio donde caía sobre él una fina lluvia de salpicaduras. El río de aguas brillantes como la plata rugía junto a él y, de pronto, desaparecía sin dejar rastro. El agua caía por un estrecho orificio. Ranni, con toda clase de precauciones, volvió atrás y dijo a sus compañeros:

—¡Ha sido una buena idea salir de la balsa! El río se hunde en la tierra al llegar aquí.

Todos fueron a reunirse con él. Las salpicaduras los empaparon mientras permanecieron allí intentando ver adónde iba a parar aquella gran cantidad de agua.

Era algo extraordinario. El río desaparecía rugiendo por la boca de un abismo, a cuyo fondo caía sin dejar el menor rastro.

—¡Esto era lo que nos decían los bandidos cuando nos gritaban que pronto estaríamos en el centro de la tierra! —dijo Jack—. El agua debe de caer a gran profundidad por grandes bocas de precipicio como ésta, abiertas entre las rocas. Yo creo que debe de pasar por debajo de la cadena de montañas y reaparecer en alguna otra parte. ¡Qué río tan raro!

—¡Ha sido una suerte que hayamos podido salir de la balsa! —dijo Mike, aterrado al pensar que podían haberse hundido con la balsa en el corazón de la tierra—. Verdaderamente este río tiene un curso accidentado por demás. Atraviesa las montañas, baja por la vertiente, se dirige al Bosque Secreto, sale de él y se precipita en esta fosa. No tenemos, pues, ningún camino de salida por este lado. Me parece que sobre esto no hay duda.

Los cinco viajeros dejaron aquel extraño lugar y se sentaron en una roca caldeada por el sol para que se secaran sus ropas mojadas por las salpicaduras.

—Los bandidos deben de creer que hemos desaparecido para siempre en las profundidades de la tierra —dijo Pilescu—. Ya no nos buscarán. Esto es una gran ventaja.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Paul.

—Sólo podemos hacer una cosa, señor —dijo Pilescu—: regresar por donde hemos venido.

—¡Eso es imposible! —exclamó Paul—. ¿Cómo vamos a recorrer todo el camino que bordea el río cuesta arriba a través de la montaña? Aunque quisiéramos, no lo podríamos hacer.

—Pues tendremos que hacerlo —intervino Ranni—. Es el único camino que nos permitirá salir de aquí. Voy a subirme a un árbol para ver la dirección que sigue el río hasta llegar a la montaña.

Se subió al árbol más alto que había cerca y, con las manos en la frente a modo de visera, estuvo un buen rato observando.

—No puedo ver por dónde sale de la montaña el río —dijo—. Está demasiado lejos. Pero veo el punto por donde penetra en el Bosque Secreto. Por lo menos me parece verlo. Iremos hacia el este y encontraremos el río. No podemos equivocarnos, pues atraviesa la ruta que vamos a seguir.

—Primero comamos algo —dijo—. ¿Dónde está el pan? Queda mucho aún, ¿verdad?

No quedaba mucho, pero tuvieron suficiente. Se sentaron y comieron su ración de pan con gran apetito. Luego Ranni se puso en pie y todos se levantaron.

—Ahora vamos hacia el río a través del bosque. Después nos dirigiremos hacia arriba, hacia la montaña.