LA VUELTA AL POBLADO
Fue fácil volver a colocar los troncos como antes estaban, ya que esta vez Ranni y Pilescu pudieron emplear libremente todas sus fuerzas, cosa que anteriormente les impedía su incómoda posición en el fondo del pozo. Terminada la tarea, decidieron conferenciar sobre lo que debían hacer, y para ello se ocultaron en un espeso matorral que había junto al claro.
Desde allí se veía perfectamente el camino y advertirían si alguien llegaba, aunque a ellos era imposible descubrirlos.
Se sentaron y empezaron a conversar. Jack contó a los dos baronianos lo que les había ocurrido y Ranni y Pilescu lo escucharon con admiración.
—¿Debemos intentar volver a casa por el mismo camino que hemos empleado para venir? —preguntó Mike—. Quizá sea esto lo mejor.
—No estoy seguro —dijo Ranni—. Cuando los bandidos descubran que nos hemos escapado saldrán en nuestra busca y seguramente pondrán hombres de guardia por el camino de regreso para volver a capturarnos.
—¿Pero qué otra cosa podemos hacer? —preguntó Paul, contrariado.
—Pensémoslo despacio, señor —dijo Ranni—. Tal vez haya otro camino para salir de aquí, algún paso también oculto en el interior de las montañas.
Todos guardaron silencio. Se decían que era imposible escalar las montañas que los rodeaban, y que, por lo tanto, de nada les serviría encontrar un paso a través del bosque que los condujera al pie de la cordillera.
Jack preguntó:
—¿Adónde cree usted que va este río, Ranni? Hacia alguna parte ha de ir. Si quedara detenido en este valle, formaría un enorme lago, cosa que no ocurre, pues, si así fuera, lo hubiéramos visto desde el aire, cuando volamos sobre estas montañas.
Ranni reflexionó.
—Es cierto —dijo—: a alguna parte ha de ir. Quizá vuelva a desaparecer en un tramo subterráneo. Ya sé lo que estás pensando, Jack. Te parece que no sería mala idea seguir el curso del río para ver si, navegando por él, encontramos otro túnel que atraviese el lado opuesto del anillo de montañas.
—¿Por qué no probarlo? —dijo Jack, vacilante—. Podríamos regresar esta noche a las extrañas chozas en forma de colmena y ver si aún está allí la barca. Si está, embarcaremos en ella y continuaremos nuestro viaje río abajo. El río no nos llevará hacia arriba, o sea, hacia atrás: esto es seguro. Así que a la fuerza tenemos que ir hacia delante.
—Está bien; lo intentaremos —dijo Ranni, que no parecía muy entusiasmado—. Pero ahora comamos algo. Como habéis dicho, debéis de estar hambrientos.
Los prisioneros se habían traído el pan que tenían en el hoyo. Los cinco empezaron a comer mientras pensaban en la aventura que les esperaba. Pilescu miraba a los tres chicos. Advirtió que estaban muy cansados.
—Busquemos un lugar oculto para descansar —dijo a Ranni—. Necesitamos cobrar fuerzas para esta noche. Seguidnos. Yo llevaré a Paul. ¡Ya está casi dormido!
Pero antes de que pudieran alejarse oyeron voces y vieron a tres o cuatro mujeres de la banda que llegaban por el camino, con pan y jarras de agua. Era evidente que aquello iba destinado a los prisioneros. Los cinco desaparecieron en silencio entre los árboles.
Las mujeres se dirigieron al hoyo y depositaron la comida y el agua junto a él. Por lo visto, les habían dicho que lo dejaran allí. Después llegarían los hombres, separarían los troncos y entregarían el pan y el agua a los prisioneros. Esta operación resultaba, sin duda, demasiado pesada para las mujeres.
Éstas miraron por las rendijas de los troncos y se quedaron pasmadas al no ver a los prisioneros. Cruzaron unas palabras con gran agitación y volvieron a mirar hacia el fondo del hoyo. Éste estaba oscuro, pero ello no impediría ver a los dos hombres. Los niños habían estado allí por la mañana y, al volver, habían dicho que los habían oído gritar desesperadamente, que tenían el pelo muy rojo y que llevaban barba. ¿Por qué no podrían ver ahora todo esto?
Las mujeres se convencieron de que los dos hombres no estaban allí. ¿Cómo habrían podido escapar? Los troncos estaban aún encima del hoyo y ningún hombre podía moverlos sin recibir ayuda desde fuera. ¿Qué misterio era aquél? Corriendo y parloteando con voz alterada volvieron al poblado para dar cuenta de lo ocurrido. La comida y el agua quedaron abandonadas junto al hoyo vacío.
Tan pronto como desaparecieron las mujeres, Ranni salió de su escondrijo y se dirigió al hoyo. Se apoderó del pan y volvió corriendo al lado de sus amigos.
—¡Esto puede sernos útil! —explicó.
Ató una tira de piel alrededor del pan y lo colgó a su espalda. Era un pan redondo y llano, fácil de transportar.
—Ahora buscaremos un buen escondite —dijo el hombretón baroniano.
Pilescu tomó a Paul en sus brazos y el grupo se internó en el bosque en busca de un lugar seguro donde esconderse y poder descansar hasta que llegara la noche.
Lo encontraron. Una gran roca se alzaba entre los árboles del bosque cada vez más espeso, y al pie de ella había un hoyo cubierto por ramas y enredaderas que lo ocultaban perfectamente. Cuando estuvieran en este escondrijo, nadie podría verlos.
—¿Conoces el camino de regreso al claro, Pilescu? —preguntó Paul con voz soñolienta, mientras el corpulento baroniano lo instalaba cómodamente en el suelo, sobre las grandes capas guarnecidas de piel, que Ranni y él se habían quitado. A los tres fatigados niños estas capas les parecieron blandos colchones.
—Conozco perfectamente ese camino, señor —repuso Pilescu—. No os preocupéis y dormid. Esta noche tendréis que estar bien despejados, pues es posible que hayáis de utilizar vuestros cinco sentidos.
Pronto se durmieron los niños. Habían pasado casi en vela la noche anterior y estaban tan cansados después de su aventura, que no les fue posible permanecer despiertos. Los dos hombres montaron guardia. Se habían emocionado al saber que los niños los habían seguido para rescatarlos. Ahora les tocaba a ellos defender a sus salvadores de los bandidos.
El sol empezó a deslizarse hacia el oeste. El día tocaba a su fin. Ranni dormitaba y Pilescu se dedicaba a vigilar. Luego descansó Pilescu mientras Ranni permanecía con los ojos y los oídos muy abiertos. Anochecía, oyó voces agitadas procedentes del claro, y dedujo que los bandidos habían descubierto su desaparición. Luego todo quedó nuevamente en silencio. El Bosque Secreto era el lugar más silencioso que Ranni había visto en su vida. Se preguntaba si el viento habría soplado alguna vez en aquel valle, y si algún pájaro habría cantado en él. Dio un salto al pasar entre sus pies un animal semejante a un ratón.
Las sombras invadieron el bosque. Allí siempre había poca luz; la del sol apenas se veía. El crepúsculo llegaba al bosque antes que a cualquier otro lugar del mundo. Ranni consultó su reloj. Eran las siete y media. Los niños seguían durmiendo. Los dejaría dormir una o dos horas más y luego todos se deslizarían por la oscuridad del bosque hacia el lugar en que se hallaba la barca.
Jack fue el primero en despertar. Se desperezó, abrió los ojos y paseó la vista por la densa oscuridad que lo rodeaba. No recordaba dónde estaba. Luego oyó a Pilescu, que hablaba en voz baja con Ranni, y entonces fue recordándolo todo. Estaban en el Bosque Secreto escondidos al pie de una roca. Se incorporó en el acto.
—¡Ranni! ¡Pilescu! ¿Qué hora es? ¿Va todo bien?
—Sí —respondió Ranni—. En seguida iremos a buscar la barca. Ahora despertaremos a los demás y comeremos algo. ¡Paul! ¡Mike! ¡Es hora de levantarse!
Pronto estuvieron los cinco comiendo pan duro. Ranni llevaba un poco de agua en su cantimplora y todos pudieron beber. Luego se dispusieron a emprender la marcha.
A la luz de su linterna, Ranni encontró el camino de vuelta al claro donde había estado preso con Pilescu. Recorrió palmo a palmo el lugar con el haz luminoso. Allí no había nadie. Los troncos que cubrían el hoyo estaban a un lado. Sin duda, esto era obra de los bandidos, que los habían apartado para comprobar si lo que sus mujeres decían era cierto.
—Tomaremos el camino de regreso —dijo Ranni—. Está por aquí. Daos la mano e id en fila de a uno. No debemos separarnos en ningún momento. Yo iré delante y me seguiréis por este orden: Paul, Mike y Jack. Pilescu cerrará la marcha. ¿Estáis preparados?
Hallaron el camino y avanzaron en silencio en fila india. Los niños estaban emocionados, pero se sentían seguros acompañados de Ranni y Pilescu.
Al cabo de un rato Ranni se detuvo. Encendió su linterna y miró en todas direcciones. ¡Se había salido del camino!
—No nos hemos desviado mucho —dijo—. He visto la señal del hacha en un árbol muy cerca de aquí. Tenemos que buscar estas marcas.
Fue un trabajo penoso buscar las señales que les indicarían que habían dado de nuevo con el buen camino. Mike se estremeció al imaginarse lo que pasaría si se perdían de veras en aquel gran bosque. Creyó ver dos ojos centelleantes que le miraban entre los árboles y dio un salto.
—¡Parece un lobo! —susurró al oído de Jack.
Pero todo había sido producto de su imaginación. No había allí ningún lobo, sino sólo dos hojas que espejearon al recibir la luz de la linterna de Ranni.
—¡Ya hemos vuelto al camino! —exclamó Ranni alegremente—. Mirad los árboles. Podemos avanzar de nuevo. Ahora ninguno de vosotros debe perder de vista esas señales que nos indican el buen camino.
Desde este momento todos avanzaban con la atención fija en las señales. No era posible desviarse del camino si se seguían estas marcas que aparecían a intervalos regulares. Así que la pequeña comitiva pudo avanzar más rápidamente.
—¡Debemos de estar ya cerca del poblado! —dijo de pronto y en voz baja Ranni—. ¿Oís el chapoteo del agua? Nos acercamos a la laguna.
Un minuto después su linterna enfocaba el agua del pequeño lago. Habían llegado al grupo de chozas. ¡Había que evitar que los bandidos los oyesen!