EN EL BOSQUE SECRETO
La balsa avanzaba velozmente, tambaleándose. A veces el agua corría con más lentitud y la navegación era menos rápida, pero la velocidad era escalofriante. Hubo un tramo donde el techo del túnel era tan bajo, que los niños tuvieron que agacharse para librar a sus cabezas de un violento choque con la dura roca.
—Seguimos bajando —dijo Jack—. Este río debe de atravesar la montaña descendiendo. Yo creo que saldrá a la superficie por el otro lado.
—¡Por el otro lado! ¿Es el lado en que está el Bosque Secreto? —gritó Mike.
Jack asintió. A la luz de la linterna de Mike se veían brillar de emoción sus ojos.
—¡Eso creo! Si al fin el río sale a la superficie, como es de esperar, nos encontraremos en el otro lado de la montaña, ante el Bosque Secreto. ¡Entonces estaremos seguros de que hay un camino para llegar a él y de que la banda lo conoce! No me sorprendería que hubiera sido verdaderamente humo lo que vi el día en que volamos sobre el Bosque Secreto.
Los chicos estaban cada vez más emocionados. Aquello les parecía imposible. Sentados en la balsa, pensaban en la aventura que estaban viviendo. Era la más extraña que habían tenido hasta entonces. Aquel río subterráneo parecía no tener fin. ¿Cuánto tiempo estarían navegando aún por él?
Al cabo de unas dos horas ocurrió algo que los sobresaltó. Jack vio una luz brillante a lo lejos.
—¡Mirad! —exclamó—. ¿Qué es aquello?
Navegaron velozmente, acercándose al resplandor, y pronto vieron de qué se trataba. Era luz diurna: la luz del sol, deslumbrante y plateada. ¡Pronto llegarían al aire libre!
—¡Podremos salir de la balsa y estirar un poco las piernas! —dijo Jack en un tono de satisfacción, pues todos tenían ya los miembros entumecidos. Pero Jack se equivocaba. ¡Aún tardarían en poder dejar la balsa!
Pronto salieron al aire libre. Los niños tuvieron que cerrar los ojos, deslumbrados por el sol. Cuando de nuevo pudieron abrirlos vieron que, tal como se habían imaginado, se hallaban al otro lado de las escarpadas montañas de Killimooin.
¡Y más abajo, no muy lejos, se veía el Bosque Secreto!
El río, después de recorrer muchos kilómetros de túneles interiores, salía a la falda de la montaña, arrastrando la balsa consigo. La corriente se ensanchaba por un amplio cauce y la balsa navegaba por el centro, donde el agua corría con más ímpetu. Al parecer no tenían que temer ninguna cascada que pusiera en peligro sus vidas, lo que representaba un alivio para Jack y sus compañeros.
—¿Creéis que este río se dirige al Bosque Secreto? —preguntó Mike mientras seguía con la mirada el curso de la corriente hasta donde alcanzaba su vista.
Le pareció ver relucir la plata del río en las cercanías del bosque. Seguramente el río se dirigía a él.
—Creo que vamos hacia el bosque —dijo Jack mientras la balsa seguía deslizándose por el centro de la corriente—. ¡Cada vez estamos más cerca!
Al cabo de un rato llegaron casi al límite del gran bosque. Los niños podían ver lo enorme, espeso y oscuro que era. Ya no les parecía sólo una gran mancha verde: veían sus árboles, gigantescos y muy cercanos entre sí. El río se dirigía hacia allí de un modo constante. La balsa alcanzó las primeras franjas de árboles, y luego penetró en el bosque, arrastrada por la corriente y tripulada por los niños, que ya no vieron la luz solar, sino sólo un débil resplandor verdoso que se filtraba entre el ramaje.
—¡Qué espeso y oscuro es este bosque! —dijo Jack atemorizado—. El río debe de atravesarlo por completo.
—¿Adónde se dirigirá? —preguntó Mike—. Casi todos los ríos terminan en el mar. ¿Cómo podrá salir éste del círculo de montañas? ¿Será que forma un gran lago con toda el agua que cae por las vertientes y que no tiene salida?
Otro misterio. Los muchachos pensaban en todo esto mientras la balsa avanzaba balanceándose bajo la arcada que formaban los árboles. Luego, de pronto, se encontraron en una laguna completamente rodeada de árboles. La corriente del río la atravesaba y salía por el lado opuesto. La balsa se dirigió a la orilla y Jack lanzó una exclamación de sorpresa.
—¡Aquí viven los bandidos! ¡Mirad esas extrañas casas o como queráis llamarlas!
Junto a la laguna había una serie de extrañas construcciones en forma de colmena, hechas con ramas y barro. Todas tenían un orificio en el techo para dar salida al humo. Entonces Jack comprendió que no se había equivocado cuando creyó ver una columna de humo desde el avión. El humo de las casas se unía al elevarse y formaba una alta columna azul que quedaba inmóvil, porque en aquel valle cerrado no circulaba el aire.
No se veía un alma. «Si en las chozas hay alguien debe de estar durmiendo», pensó Jack. La balsa se deslizó en silencio al embarcadero y los tres muchachos saltaron a él inmediatamente. Se escondieron detrás de unos arbustos y permanecieron al acecho, preguntándose si alguien los habría visto. Nadie apareció.
Estaban hambrientos, pero no podían ir a aquellas cabañas a pedir comida. Empezaron a hablar en voz baja para decidir lo que debían hacer. Detrás de ellos se extendía el oscuro y espeso bosque. Delante, la laguna de la que salía el río para hundirse en la espesura del Bosque Secreto.
—¿Creéis que habrán subido al templo todos los ladrones? —preguntó Mike en voz baja.
Jack movió la cabeza.
—No —repuso—. Sólo he visto cinco o seis. Aquí pueden vivir muchos. ¡Mirad, allí hay niños!
Los tres muchachos vieron a cuatro o cinco niños que venían del bosque y se dirigían a las cabañas. Iban desnudos. Lo único que llevaban era una tira de piel alrededor de la cintura. Iban sucios y su pelo era claro, largo y enmarañado. Llevaban brillantes plumas de ave detrás de las orejas. Parecían golfillos.
Una mujer apareció, en la puerta de una de las chozas, y los niños le hablaron a grandes voces. Paul se volvió hacia sus compañeros.
—¿Habéis entendido, las palabras de esos niños? Han dicho que han ido a ver a los prisioneros. Así que Ranni y Pilescu deben de estar cerca. ¿Queréis que intentemos explorar el camino por el que han llegado esos chiquillos?
—Podríamos perdernos en el bosque —dijo Mike, acobardado—. Seguramente hay lobos por aquí. Empiezo a arrepentirme de haber venido. ¡Debimos esperar y venir con todos!
—Iremos al bosque —dijo Paul, volviendo a sentirse de pronto príncipe de Baronia—. Quedaos aquí si no queréis seguirme. Iré solo a buscar a Ranni y a Pilescu.
No tuvieron más remedio que seguir a Paul. Contornearon sigilosamente la laguna y hallaron el estrecho camino por el que habían llegado los hijos de los malhechores. El sendero se internaba en el bosque, cada vez más espeso y, evidentemente, el tránsito por él era continuo. Aquí y allá, los árboles aparecían marcados con extrañas señales trazadas, al parecer, con un hacha.
—Los bandidos deben de señalizar así sus caminos por el bosque —dijo Paul.
—Sí, parecen señales para diferenciar unos caminos de otros —dijo Jack—. Mientras vea estas marcas no temeré perderme.
Siguieron adelante. El estrecho camino descendía zigzagueando. Contorneaba árboles, serpenteando entre los gruesos troncos, y parecía no tener fin. A cada momento los niños veían la marca del hacha en la corteza de los árboles. El bosque estaba sumido en una silenciosa calma. No hacía viento; no se movían las ramas de los árboles. No se oía el canto de ningún pájaro. Todo era quietud, silencio, misterio.
Los agudos oídos de Jack percibieron un rumor de voces.
—¡Alguien viene! —dijo—, ¡Subíos a un árbol! ¡Pronto!
Los niños corrieron hacia los árboles que les parecieran más fáciles de escalar y en un instante estuvieron en sus copas. Una especie de ardilla huyó de Jack saltando por las ramas. Entre éstas permaneció el muchacho al acecho.
Vio otros tres niños que, afortunadamente, se dirigían a la laguna que ellos habían dejado a sus espaldas. Hablaban a gritos unos con otros y parecían entregados a algún juego divertido. Pronto hubieron pasado. No habían advertido que tres pares de ojos ansiosos seguían sus movimientos desde las copas de los árboles.
Tan pronto como los hijos de los bandidos se perdieron de vista, nuestros tres amigos bajaron de los árboles y continuaron la marcha.
—¡Ojalá encontremos pronto a Ranni y a Pilescu! —refunfuñó Jack—. Estoy rendido y tengo un hambre atroz.
—Yo también —dijo Mike.
Paul no dijo nada. Estaba decidido a seguir adelante hasta encontrar a sus hombres. No se quejaba de cansancio, aunque era evidente que lo sentía. Jack se dijo que era un muchacho valiente, pues, aunque era más joven y débil que Mike y él, sabía hacer buen papel junto a ellos en todas las ocasiones.
Jack se detuvo de nuevo y dijo por señas a sus amigos que escucharan. Éstos se pararon y los tres permanecieron inmóviles. De nuevo oyeron voces. En seguida se encaramaron a un árbol. Pero esta vez las voces no se acercaron. De pronto, Paul enrojeció de emoción. Se inclinó hacia Jack, que estaba en una rama próxima a la ocupada por él.
—¡Jack! ¡Me parece oír la voz profunda de Pilescu! Escucha.
Todos escucharon. A través del bosque llegó hasta ellos la voz grave de Pilescu. Era su voz, no cabía duda. Los tres bajaron del árbol y echaron a correr por el camino, hacia el lugar de donde procedía la voz.
Pronto llegaron al límite de un pequeño claro. En medio de él había un hoyo tapado por una serie de gruesos troncos, separados entre sí sólo unos milímetros, los necesarios para dar paso al aire.
Las voces procedían del hoyo. Antes de entrar en el claro, lo exploraron con la vista, temerosos de que hubiera alguien. Pero no vieron a nadie, y corrieron hacia el hoyo.
—¡Ranni! ¡Pilescu! —gritó Paul, intentando separar los pesados troncos.
Luego, en vista de que no le respondían, los volvió a llamar en voz baja y les preguntó si estaban heridos.
El silencio se prolongó unos segundos. Después se oyó la voz de Ranni confundida con la de Pilescu:
—¡Paul! ¡Alteza! ¿Qué hacéis aquí? No puedo creer que hayáis venido.
—Pues es verdad. Y conmigo están Jack y Mike. Hemos venido a rescataros.
—¿Pero cómo habéis llegado hasta aquí? —preguntó Ranni, aterrado—. ¿Habéis venido a través de la montaña, por ese río subterráneo que luego se pierde en las profundidades del Bosque Secreto?
—Sí —dijo Mike—. Ha sido una gran aventura, se lo aseguro.
—¿Estáis todos bien? —preguntó Pilescu.
—Sí, pero tenemos un hambre atroz —dijo Jack, echándose a reír.
—Si podéis ayudarnos a mover estos troncos, os daremos comida —dijo Ranni—. Tenemos algo de comer. Los bandidos nos han dejado pan y agua y de las dos cosas nos queda aún bastante. No sabemos qué pretenden hacer con nosotros. Supongo que nos han capturado porque saben que hemos descubierto el secreto de sus apariciones y desapariciones y no quieren que lo divulguemos.
Los muchachos intentaron apartar los pesados troncos. Ranni y Pilescu los ayudaron. Los troncos se fueron separando poco a poco. Para correrlos unos cuantos milímetros se necesitaban las fuerzas juntas de los cinco. Al cabo de un rato consiguieron dejar un espacio suficiente para que Ranni y Pilescu pudieran salir del hoyo y se reunieran con los chicos. Se sentaron, jadeando a causa del esfuerzo.
—Desde luego, esta prisión no es cómoda —dijo Ranni, bromeando, cuando vio que las lágrimas asomaban a los ojos de Paul.
El príncipe había sentido verdadera angustia ante la desaparición de sus dos amigos, y ahora que el brazo de Ranni rodeaba sus hombros estaba a punto de echarse a llorar.
—¡Este chico es un poco raro! —susurró Mike a Jack—. Unas veces es muy valiente y otras llora como una niña.
—Bueno, vamos a escondernos ahora mismo —dijo Ranni—. Los bandidos pueden volver en cualquier momento y hay que evitar que nos encuentren aquí. ¡Entonces tendrían cinco prisioneros en vez de dos! Pongamos los troncos tal como estaban, Mike. Esto dejará perplejos a esos hombres. Verán que aparentemente los troncos no se han movido y se preguntarán cómo habremos conseguido huir.