CAPÍTULO XII

UN RÍO A TRAVÉS DE LA MONTAÑA

Continuaban los tres muchachos su descenso por el rocoso pasadizo, cuando empezaron a oír un extraño y lejano rumor que cada vez se acercaba más. Se detuvieron.

—¿Qué será ese ruido? —preguntó Jack.

Tan pronto parecía un murmullo como un canto, y unas veces era fuerte y otras suave. Los tres muchachos se detuvieron a escuchar.

—No lo sé —dijo Mike al fin—. Venid. Vamos a ver si lo descubrimos.

Siguieron avanzando y pronto supieron lo que era aquel extraño ruido. ¡Lo hacía el agua, una cascada que caía en el interior de la montaña, algo que los niños no creían posible! ¡Una cascada subterránea! Habían llegado a una gran cueva en cuyo fondo se veía un gran salto de agua. La cueva era húmeda y fría. Los niños empezaron a temblar.

Se acercaron a la singular cascada.

—Supongo —dijo Jack— que el agua procede de la cumbre de la montaña, donde la nieve se funde. El agua corre hasta aquí por un paso semejante al que nosotros hemos recorrido, y salta al llegar al final del pasadizo, que desemboca en esta cueva. ¡Estoy empapado por las salpicaduras!

El agua caía sin cesar desde el agujero que se abría en el techo de la cueva. Allí, como decía Jack, debía de terminar un túnel, procedente de la cima, por el que el agua se deslizaba para caer finalmente en la cueva.

—¿Adónde irá a parar este agua? —preguntó Mike—. Se precipita desde la boca de ese túnel y forma un arroyo que corre por el interior de la montaña. Esto es muy raro. ¿Vivirán los bandidos en esta cueva? Tampoco aquí hay rastro alguno de ellos ni de sus cosas. Cuando alguien habita en un lugar, incluso en una cueva, se ven sus utensilios, los objetos que emplean a diario.

Pero allí no había nada de esto y los chicos no veían ninguna salida de la «Cueva de la Cascada», como la llamaron.

Fueron de un lado a otro, buscando un paso, pero vieron que la única salida la había encontrado el agua, que desaparecía por un segundo túnel después de caer en el acanalado suelo de la cueva.

Los muchachos observaron el arroyo que corría por la cueva y Jack advirtió que durante cientos de años la cascada se había ido labrando un lecho en el suelo de la caverna y que el agua corría por la superficie para precipitarse después por el segundo túnel, en cuya oscura profundidad se perdía pronto de vista.

—No creo que los bandidos hayan podido bajar por este pasadizo —dijo Paul—. Aquí no hay ningún reborde que permita pasar junto a esta masa de agua.

Los muchachos intentaron mirar a través de la cortina de salpicaduras. De pronto Jack gritó:

—¡Pues sí; hay un reborde, y creo que podemos llegar a él! Llevad mucho cuidado. Pensad que si caemos en el agua, nos ahogaríamos: la corriente es muy fuerte y nos arrastraría.

Jack se inclinó, atravesó corriendo la cortina de agua y llegó al húmedo reborde junto al cual corría el agua, y que se perdía de vista en la profundidad del túnel. Resbaló y estuvo a punto de caer al agua, pero consiguió mantener el equilibrio.

Iluminó el túnel con el haz de luz de su linterna y se estremeció al ver el gran caudal de agua que se deslizaba bajo la negra bóveda del túnel. Aquella corriente parecía algo sobrenatural y el ruido que producía en el interior del túnel era aterrador.

Paul y Mike llegaron pronto junto a Jack. Éste les gritó al oído:

—Seguiremos por aquí para ver si esto conduce a alguna parte. Creo que éste es el camino que han seguido los raptores de Ranni y Pilescu. Apartaos del agua tanto como os sea posible y, sobre todo, procurad no resbalar.

Los muchachos prosiguieron con dificultad la marcha por el túnel bajo una lluvia de salpicaduras. Junto a ellos el agua rugía. El ruido era ensordecedor. Pronto tuvieron los pies mojados por el agua que saltaba de aquel extraño río.

—¡El túnel se va ensanchando! —gritó Jack de pronto—. El reborde por el que avanzamos es ya tan ancho como una plataforma.

Así era. Los tres muchachos estaban en una especie de acera tan ancha, que cuando se apoyaban en la pared, las salpicaduras de la corriente no llegaban a ellos.

Descansaron un momento. Paul estaba fatigado. Mike consultó su reloj. ¡Eran las cuatro de la madrugada! El sol estaría ya saliendo en el exterior de la montaña, pero donde ellos estaban la oscuridad seguía siendo absoluta.

—¡Estoy rendido de sueño! —dijo Paul apoyándose en Mike—. Creo que debemos descansar un rato.

Jack paseó la mirada por la amplia plataforma, buscando un lugar más cómodo para descansar. De pronto, lanzó un grito. Sus dos compañeros acudieron rápidamente a su lado.

—¡Mirad! —dijo Jack iluminando con su linterna una cámara excavada en la pared del fondo de la plataforma—. Aquí deben de descansar los bandidos algunas veces, antes de dirigirse al lugar en que viven.

En la cámara, que era como un gran armario abierto en la roca, había alfombras de piel. Los niños se echaron sobre ellas, muy juntos uno a otro, cerraron los ojos y al punto se quedaron dormidos. Estaban agotados por su viaje nocturno.

Estuvieron durmiendo varias horas y, de pronto, Jack se despertó sobresaltado. Abrió los ojos y recordó inmediatamente que se hallaban ¡en el interior de la montaña! Se sentó y en seguida se dio cuenta de que la plataforma sobre la que se abría la cámara estaba brillantemente iluminada. Oyó voces y vio la luz cegadora de una antorcha que alguien mantenía sobre su cabeza. ¿Qué ocurriría? Sus dos compañeros no se despertaron. ¡Su sueño pudo más que los ruidos! Jack se tendió sobre las pieles y asomó la cabeza para ver quién sostenía la antorcha. Tuvo un estremecimiento de pánico. El que levantaba la antorcha era uno de los bandidos, pues de su espalda colgaba la cola roja de lobo. Entonces ya no dudó de que eran los salteadores los que estaban reunidos allí mismo, a unos pasos de él.

Jack los observó, deseoso de averiguar lo que hacían. Estaban en la especie de andén que había junto al agua, al final de la plataforma. En esto, dos hombres más aparecieron por el fondo. Se deducía que aquella amplia plataforma en la que se hallaban volvía a estrecharse y se convertía en un paso semejante al que ellos habían recorrido para llegar donde estaban. Más hombres iban llegando, procedentes de un lugar de nivel más bajo y arrastrando algo a sus espaldas, algo que flotaba sobre la corriente. Jack no veía lo que era porque la oscilante luz de la antorcha no lo iluminaba.

Los hombres se llamaron unos a otros ásperamente, hicieron algo junto al agua y luego, sin volverse a mirar hacia la cámara donde los niños dormían, se dirigieron a la parte del túnel por donde Jack y sus dos amigos habían llegado. Iban por el reborde en fila india. Jack estaba seguro de que se dirigían al templo.

«Sin duda, van a asaltar a alguien —se dijo Jack sin poder dominar sus nervios—. Deben de tener a Ranni y a Pilescu en su guarida, fuertemente atados. ¡Ojalá no los hayan maltratado! Si pudiéramos dar con ellos, los libertaríamos fácilmente ahora que los malhechores se han ido.»

Miró su reloj. Las nueve menos diez. Ya estaba el sol bastante alto. Quizás Yamen, Tooku, Beowald y los campesinos habrían llegado al templo y detenido a los ladrones. Pero Jack no podía imaginarse lo que iba a ocurrir. Despertó a Paul y a Mike y les contó lo que acababa de ver.

—Debemos seguir adelante lo más rápidamente posible para ver si encontramos a Ranni y a Pilescu —dijo—. Los de la banda se han ido en dirección al templo. Seguidme. Yo he visto por donde venían. Estoy seguro de que han llegado bordeando.

Los muchachos se quitaron de encima las pieles. Jack encendió su linterna y miró todos los rincones de la acogedora habitación para asegurarse de que no se dejaban nada. La luz se proyectó en una pequeña estantería del fondo. Allí había algo envuelto en un trozo de tela. Jack lo desenvolvió por curiosidad. Y vio que dentro había un gran pan baroniano, que ya estaba duro.

—Podríamos mojarlo en el agua y comer un poco —dijo Jack satisfecho del hallazgo—. Tengo tanto apetito, que me parecerá delicioso el pan con agua. Supongo que los bandidos dejan el pan aquí para echar mano de él cuando se instalan en la cámara para descansar.

Al quitar un trozo de corteza vieron que el pan no estaba tan duro que no se pudiera comer. Ni siquiera fue necesario remojarlo. Como de costumbre, Paul llevaba en el bolsillo un paquete del exquisito chocolate baroniano que sabía a miel, y los tres niños se deleitaron con aquella extraña comida junto a un río que fluía por el interior de una montaña.

Sobre la estantería en que habían encontrado el pan hallaron también una especie de copa que emplearon para sacar agua del río, que era pura y cristalina, y así pudieron calmar su sed. El agua estaba helada y sabía muy bien.

Jack se agachó para volver a llenar la copa y en este momento algo le llamó la atención. Lo iluminaba la luz de su linterna. Lanzó una exclamación de asombro y quedó inmóvil.

—¿Qué será aquello? ¡Mirad allí!

Sus amigos se acercaron y miraron. Se veía un objeto atado al pico de una roca, algo semejante a una balsa. Era ancha y de fondo algo hundido. Los lados estaban reforzados con tiras de piel sobrepuestas y atadas fuertemente.

—¡Es una balsa o algo por el estilo! —dijo Mike en un tono de extrañeza—. Nunca he visto nada semejante. ¡Qué embarcación tan rara! ¿Para qué servirá?

—¡Nosotros la utilizaremos para navegar río abajo! —exclamó Jack alegremente—. Así llegaremos mucho antes a nuestra meta.

—Pero ¿cómo habrán llegado hasta aquí los bandidos? —preguntó Paul—. La corriente es muy fuerte y no es posible que hayan navegado contra ella.

—Es probable que suban a pie por el reborde rocoso. Éste parece seguir el cauce del río en todo su recorrido —dijo Jack—. Y cada vez que suben, arrastran la balsa. Así pueden utilizarla luego para regresar rápidamente. ¡Esto se pone cada vez más emocionante! Podemos irnos en la balsa. De este modo dejaremos a los bandidos muy atrás, tanto que no podrán alcanzarnos, pues, al no tener la balsa, habrán de regresar a pie por el reborde de piedra. ¡Embarquemos inmediatamente!

—No me sorprendería que así llegáramos directamente al sitio en que están Ranni y Pilescu —dijo Paul—. Desata esa tira de cuero, Mike, y subamos a esa extraña embarcación.

Los chicos desataron los cabos de piel y embarcaron. Se colocaron en la parte central, ligeramente cóncava, de la sólida balsa. Era muy segura; no había que temer que se hundiera. Estaba construida con el tronco de un gran árbol, vaciado en su parte central. Pronto comprendieron los niños por qué habían sido reforzados los bordes con tiras de piel sobrepuestas y firmemente atadas.

Dejaron que la balsa navegara por sí sola, arrastrada por la rápida corriente. En seguida penetraron en el oscuro túnel por donde Jack había visto llegar a los bandidos. La balsa iba de un lado a otro a la vez que avanzaba, y chocaba violentamente con las paredes rocosas del extraño y oscuro túnel. Los refuerzos de piel amortiguaban los golpes, pero, aun así, los niños tenían que aferrarse donde podían para no salir despedidos por la borda en alguno de aquellos violentos encontronazos.

—¡Esto es lo más emocionante que hemos hecho en nuestra vida! —gritó Jack con todas sus fuerzas para que su voz pudiera oírse por encima del rugido del agua—. ¡Oh, qué velocidad llevamos! ¡Sería horrible que cayéramos por alguna cascada!

Descendieron por el veloz río del interior de la montaña, avanzando en medio de la densa oscuridad. La balsa corría más que una barca de motor a toda marcha. Los tres muchachos sentían que se les cortaba la respiración. ¿Adónde iría a parar aquel río?