CAPÍTULO X

LA ESTATUA PRODIGIOSA

La caverna quedó vacía. Jack se levantó y se deslizó cautelosamente hasta llegar a la entrada. Ya casi no había niebla. No se veía ni rastro de aquellos extraños hombres. «¡Deben de haberse ido a cometer otra de sus fechorías!», pensó el muchacho. «Inspeccionaré el templo, ya que estoy aquí, y procuraré encontrar la entrada que han utilizado esos hombres. En el fondo debe de haber alguna puerta oculta. Seguramente hay una cueva que se comunica con este templo, y en esa cueva deben de vivir. ¡Qué emocionante es todo esto!»

Pero aún no había tenido tiempo para encender su linterna, cuando oyó que le llamaban desde fuera.

—¡Jack! ¡Jack! ¿Dónde estás?

Era la voz de Ranni. Jack salió corriendo del templo-cueva. Ranni estaba un poco más abajo, en el camino. El muchacho gritó con todas sus fuerzas:

—¡Ranni! ¡Estoy aquí sano y salvo! ¡Me he perdido en la niebla!

—¡Date prisa! ¡Ven en seguida! —respondió Ranni—. ¡La niebla vuelve!

—¡Ranni, espere un momento! ¡He descubierto algo interesante! —gritó Jack.

—¡Ven en seguida! —repitió Ranni severamente—. La niebla ya vuelve a subir. Esta vez será más espesa. Ven inmediatamente.

No había más remedio que volver al lado de Ranni. Jack se deslizó por el camino y cuando llegó junto al hombretón baroniano empezó a contarle lo que había visto. Pero Ranni estaba demasiado preocupado por la niebla que subía de nuevo para prestar atención a la animada charla del niño, al que no cesaba de repetir que se diera prisa.

Al cabo de un rato, Jack ya no podía hablar: le faltaba la respiración. Siguió, pues, andando en silencio. Advirtió que Ranni estaba enojado con él.

El resto del grupo había llegado al castillo sano y salvo. Ranni y Jack entraron en el castillo en el momento en que la niebla aparecía de nuevo densa y gris.

—¡Y ahora vamos a ver! —dijo Ranni severamente, encarándose con Jack—. ¿Por qué te has separado de nosotros? He tenido que volver atrás. Podía haber tenido que estar buscándote durante varias horas por toda la ladera de la montaña. No estoy nada satisfecho de tu conducta, Jack.

—Lo siento mucho, Ranni —dijo Jack humildemente—. He visto fresas y no he podido resistir la tentación de saborearlas. ¡Pero también he visto a los bandidos!

—No quiero hablar contigo —dijo Ranni—. Tu comportamiento me ha desagradado mucho.

Y se retiró a su habitación, dejando a Jack plantado.

Jack siguió con la vista al baroniano. Se sentía humillado e insignificante. Fue en busca de sus amigos.

—¡Jack! ¿Qué te ha ocurrido? —gritó Nora, corriendo hacia él—. Cuando hemos notado que no estabas con nosotros, Ranni ha ido a buscarte.

—Tengo algo importante que comunicaros —dijo Jack con ojos resplandecientes de entusiasmo—. ¡Noticias extraordinarias!

—¡Cuenta, cuenta! —exclamaron todos.

—Cuando la niebla me envolvió, no logré veros y me desorienté —dijo Jack—. De pronto, me encontré de nuevo frente al viejo templo. Entré en él para resguardarme de la niebla y me senté en un rincón dispuesto a esperar a que la atmósfera se despejase. Me adormecí durante un rato y me desperté repentinamente al oír que el templo se llenaba de voces. Cada vez se oían más. En esto un hombre se adelantó hacia la entrada para mirar al exterior. ¡Era uno de los bandidos!

—¡Oh Jack! —exclamó Peggy—. ¡No puedo creerlo!

—Pues es verdad —dijo Jack—. Cuando la niebla se disipó, todos se marcharon y entonces vi que detrás de cada uno de ellos colgaba una cola de lobo de color encarnado. Eran unos tipos muy extraños.

—Tal vez entraron en el templo para guarecerse —comentó Mike.

—No —replicó Jack—. No venían de fuera, y eso es lo que más me sorprendió. Estoy seguro de que utilizaron alguna entrada secreta que quizás esté en el fondo del templo. Lo más probable es que haya una gran cueva detrás de la que ocupa el templo y que esta cueva sea la guarida de los bandidos.

—Así pues, las huellas que hemos visto deben de ser de esos hombres —dijo Paul—. ¡Oh, Jack, qué emocionante es todo esto! ¿Qué te ha dicho Ranni cuando se lo has contado?

—No ha querido escucharme —repuso Jack—. Estaba enfadado conmigo.

—Pronto le pasará —dijo Paul—. El mal humor de Ranni nunca dura mucho. Le conozco bien.

Paul tenía razón. Ranni recobró muy pronto su buen humor y cuando entró en la habitación de los niños era el hombre de siempre: amable y sonriente. Los niños se dirigieron a él.

—¡Ranni! ¡Ya sabemos dónde se esconden los bandidos!

—¡Ranni, escúchanos, por favor! Jack ha visto a los salteadores.

Esta vez Ranni prestó atención, y lo que oyó le movió a llamar a Pilescu en seguida. Los dos hombres escucharon atentamente todo lo que Jack les contó.

—Será fácil capturar a la banda —dijo Ranni—. Bastará cercar la cueva. Bien; es posible que estés en lo cierto, Jack: seguramente hay una entrada secreta en algún lugar del templo, y este paso comunica con una gran cueva que debe de estar en el fondo.

—Debemos dar una batida lo antes posible —dijo Pilescu—. Ranni, hoy hay luna llena. Nos procuraremos dos potentes linternas e iremos tú y yo esta noche a inspeccionar el templo de un extremo a otro.

—¡Oh, Pilescu! ¡Déjeme ir a mí también! —le rogó Jack.

—¡Y a mí! —gritaron a la vez Mike y Paul.

Pilescu movió negativamente la cabeza.

—No. La visita puede ser peligrosa. Vosotros debéis quedaros en el castillo, donde estaréis seguros.

Jack se enfadó.

—¡Eso no está bien, Pilescu! ¡El descubrimiento lo he hecho yo! ¡Tengo derecho a ir! ¡Deben llevarme con ustedes!

—Eso no es posible —dijo Pilescu con firmeza—. Nosotros somos responsables de vuestra seguridad en Baronia y no os permitiremos correr ningún peligro. Ranni y yo iremos al templo esta noche, y mañana os contaremos lo que hayamos visto.

Los dos hombres salieron de la habitación conversando. Jack los siguió con la vista, malhumorado. Estaba a punto de echarse a llorar.

—A esto no hay derecho —protestó—. El descubrimiento lo he hecho yo. Y van a dejarme fuera. Nunca hubiera creído que Ranni y Pilescu fueran capaces de hacer una cosa así.

Viéndole tan apenado y enojado, sus compañeros intentaron consolarle. Jack se sentó y permaneció un rato sin decir nada, con el ceño fruncido. De pronto, tomó una decisión.

—¡Yo iré también! —dijo en voz baja—. Los seguiré y veré si encuentran algo. Esto no me lo pierdo yo.

—Pero prometiste no salir solo —dijo Mike, como para recordarle que ellos no faltaban nunca a sus promesas.

—Pero ten en cuenta que no iré solo: iré con Ranni y con Pilescu, aunque sin que ellos lo sepan —dijo Jack con una mueca de picardía.

Había recobrado el buen humor al hallar el modo de intervenir en aquella aventura. Porque aquello se había convertido en una verdadera aventura.

Sus compañeros se echaron a reír. Jack tenía razón: no iría solo.

Así pues, aquella noche cuando todos estaban ya acostados, Jack permaneció con el oído atento para que Ranni y Pilescu no salieran sin que él se enterase. La luna subía por el cielo y la ladera de la montaña estaba tan iluminada como si fuera de día. De pronto, Jack oyó las voces apagadas de los dos guardianes baronianos y comprendió que se dirigían a la puerta principal.

Como no se había desnudado, estaba preparado para seguirlos. Se deslizó tras ellos tan silenciosamente como un gato. Sus amigos le susurraron:

—¡Buena suerte!

—¡Procura que Ranni no te vea! ¡Si te ve, te llevarás un buen rapapolvo!

—¡Mucho cuidado, Jack!

La puerta principal se abrió y se cerró de nuevo sin ruido. Jack se detuvo un momento. Luego la abrió y salió detrás de los dos hombres. Debía tener la precaución de avanzar por las sombras porque sería fácil verlo si se exponía a la claridad de la luna.

Ranni y Pilescu subieron por la ladera. Iban en silencio y procurando no hacer el menor ruido. Vigilaban atentamente por si veían algo que indicara la presencia de los bandidos, pero no descubrieron ni el menor vestigio de ellos. Aquel atardecer había llegado al castillo la noticia de que un grupo de montañeses que regresaban del mercado habían sido asaltados y robados aquella misma tarde, y Ranni y Pilescu estaban seguros de que los asaltantes eran los hombres que Jack había visto en el templo.

—Si conseguimos encontrar la entrada de su guarida, haremos venir unos cuantos soldados y los colocaremos en el interior del templo, de modo que vayan capturando a los ladrones uno por uno a medida que salgan.

Pilescu asintió. En esto oyó un ruido y se detuvo en seco.

—¿Qué pasa? —preguntó Ranni, bajando la voz cuanto pudo.

—Nada —contestó Pilescu al cabo de un instante—. Creía haber oído algo.

¡Y así era! Había oído el ruido de una piedra que Jack había hecho rodar involuntariamente ladera abajo. Jack los seguía de cerca. El niño se detuvo cuando Pilescu lo hizo, y no se movió hasta que los dos hombres echaron a andar de nuevo.

Al cabo de una hora llegaron al viejo templo. La luna iluminaba la entrada. Ranni lanzó una exclamación de inquietud al entrar y ver, iluminada por la luna, la cara de la figura de piedra situada en el fondo del templo. ¡Parecía un ser vivo!

—Ahora —dijo Ranni, encendiendo su linterna y enfocándola en todas direcciones— tú vas por este lado y yo miro por el otro. Inspecciónalo todo palmo a palmo.

De pronto la luna se ocultó tras una nube y la oscuridad fue completa. Jack decidió aprovechar esta ocasión para entrar en el templo sin ser visto por Pilescu y Ranni. Se dijo que podría ocultarse detrás de las imágenes mientras los dos baronianos se dedicaban a buscar por otra parte. Se quedó detrás de una que estaba cerca de la entrada y observó a Ranni y Pilescu, que inspeccionaban minuciosamente la pared rocosa tratando de hallar alguna entrada oculta que condujera a una cueva.

—No encuentro nada —dijo Pilescu en voz baja.

Jack permanecía detrás de la estatua y observaba a Pilescu y a Ranni, con la esperanza de que uno u otro descubriera algo. Deseaba ardientemente poder ayudarlos; pero no quería dejarse ver porque sabía que Ranni se volvería a enfadar. Fijó la vista en la gran estatua que estaba en el fondo de la cueva. La luna, que había aparecido de nuevo, iluminaba de pleno la imagen. Mientras Jack la observaba ocurrió algo extraordinario, rarísimo.

¡La cara de la estatua empezó a ensancharse, a dividirse en dos! Jack la miraba lleno de horror y asombro. ¿Qué iba a suceder? ¿Cobraría vida? ¿Resultaría que aquellas viejas leyendas eran verdad?

Luego vio que la estatua se iba dividiendo, lenta y silenciosamente, en dos. Las dos mitades se iban separando. La separación se producía con tanta suavidad y silencio, que Ranni y Pilescu no oían absolutamente nada y, por lo tanto, nada temían.

Jack estaba tan asustado, que ni siquiera pudo gritar. Una vez dividida por completo en dos partes, cada mitad se fue separando de la otra. Luego, por la roca llana que le servía de base, apareció la cabeza de un hombre que quedó iluminada por la luna: ¡era la cabeza de uno de los bandidos!

Al fin, Jack consiguió gritar:

—¡Ranni! ¡Pilescu! ¡Los bandidos! ¡Miren la estatua!

Ranni y Pilescu se sobresaltaron al oír la voz de Jack y lo que éste les decía y se volvieron rápidamente. Horrorizados, vieron la estatua partida y la cabeza y los hombros del bandido que asomaban debajo de la figura. Con un grito salvaje, el bandido acabó de salir de la roca y llamó a sus compañeros:

—¡Venid! ¡Venid! ¡Hay enemigos!

Al cabo de medio minuto, la cueva estaba llena de malhechores. Ranni y Pilescu lucharon y se defendieron valientemente, pero los bandidos eran muchos y pronto los vencieron y maniataron.

Ranni recordó la voz de Jack y dedujo que el muchacho debía estar cerca. Era evidente que los había seguido. Ranni le gritó en inglés:

—¡Que no te vean, Jack! ¡Corre a avisar a los demás!

Jack no contestó. Agachado detrás de la figura que lo ocultaba, había presenciado la lucha, diciéndose que nada adelantaría mezclándose en ella. Tenía la esperanza de que los bandidos no lo verían.

Con verdadero estupor el muchacho vio cómo aquellos hombres con cola de lobo obligaban a los dos baronianos a entrar por el agujero que había debajo de la gran estatua. Todos los bandidos los siguieron. Luego la estatua empezó a moverse tan suave y silenciosamente como lo había hecho antes. Las dos mitades se unieron estrechamente y la imagen quedó de nuevo entera. Su cara agrietada relucía a la luz de la luna.

«¡No es extraño que tenga una grieta de arriba abajo! —pensó Jack—. No es una grieta, sino el punto de unión de las dos mitades. Todo esto es increíble. No sé si será prudente que me vaya ahora.»

Esperó un rato y luego salió sigilosamente de la cueva, mirando hacia atrás con temor a cada momento. Cuando se convenció de que no lo seguían echó a correr por el camino de bajada iluminado por la luna. Quería ver cuanto antes a sus amigos.

Todos estaban despiertos. Jack los reunió en su habitación y les contó apresuradamente lo ocurrido. Paul recibió una gran impresión. Le preocupaba la suerte de Ranni y de Pilescu, pues sentía por ellos verdadero cariño.

—Voy a salvarlos —anunció mientras se vestía.

—No seas tonto, Paul —dijo Mike—. No podrás contra toda una banda.

—¡Podré! —afirmó Paul con energía mientras sus grandes ojos oscuros relampagueaban—. Soy el príncipe de Baronia y no abandonaré a mis hombres en peligro. Ahora mismo voy en su busca.

Cuando a Paul se le metía una idea en la cabeza, no había modo de detenerlo. Jack refunfuñó. Se volvió hacia las niñas.

—Tendremos que acompañar a Paul. Hay que proteger a este loco. Vosotras id y despertar a Tooku y a Yamen. Explicadles lo que ocurre. Ellos sabrán lo que conviene hacer. ¡Pero procurad no alarmar a la madre de Paul!

Paul ya había salido por la puerta principal y bajaba velozmente la escalinata del pórtico iluminado por la luna. ¡Ranni y Pilescu estaban en peligro! ¡Él, su príncipe y señor, debía rescatarlos! Mike y Jack corrían tras él. ¡Había empezado una gran aventura!