CAPÍTULO V

¡QUÉ CALOR!

El aparato se elevó otra vez a gran altura para pasar al lado opuesto del anillo de montañas. El bosque parecía cada vez más pequeño.

—Ranni, vuelva a volar sobre el bosque. ¡Por favor, hágalo! —le rogó Jack—. ¡Parece estar encantado! ¡Es tan espeso, tan silencioso, tan triste! ¡Me produce una sensación extraña!

Ranni accedió amablemente. Hizo dar la vuelta al avión y éste volvió a volar sobre el bosque. La masa de árboles pareció levantarse, y los niños tuvieron la sensación de que el aeroplano iba a penetrar en la densa capa de verdor.

—¡Sería horrible que el avión cayera en medio del bosque, nos perdiésemos en él y nunca, nunca pudiésemos salir del círculo de montañas de Killimooin! —exclamó Nora.

—¡Qué idea tan espantosa! —dijo Peggy—. ¡No digas esas cosas tan horribles! ¡Ranni, salgamos de aquí! ¡Pronto! Sería horroroso que nos perdiéramos en este lugar.

Ranni se echó a reír. Se remontó de nuevo y en este preciso momento Jack descubrió algo que le hizo pegar la nariz al cristal de la ventanilla y mirar ávidamente.

—¿Qué has visto? —preguntó Nora.

—No lo sé seguro —repuso Jack—. No puede ser lo que primero he sospechado.

—¿Qué has sospechado? —le preguntó Paul cuando volaban sobre la otra vertiente de las montañas.

—Me ha parecido que era una columna de humo —dijo Jack—. No podía serlo, claro, porque donde hay humo hay fuego, y donde hay fuego hay hombres. ¡Y en el Bosque Secreto no hay ningún ser humano!

—Yo no he visto ese humo —dijo Mike.

—Ni yo —afirmó Paul—. Debió de ser un jirón de nubes bajas.

—Sí, eso debió de ser —admitió Jack—. Pero parecía humo. Ya sabéis que en los días en que el aire está en calma, el humo de los fuegos de campamento se eleva casi en línea recta y permanecen así mucho tiempo. Pues bien, eso vi.

—El Bosque Secreto es extraño y misterioso —dijo Peggy—. ¡Por nada del mundo entraría en él!

—¡Pues yo entraría de buena gana si tuviese ocasión! —dijo Mike—. ¡Imagínate lo que será pasear por donde nadie ha puesto nunca el pie! ¡Entonces sí que sería un verdadero explorador!

Desde la cabina del piloto, Ranni gritó:

—¡Esto es Jonnalongay, una de nuestras ciudades! ¡Está alrededor de un hermoso lago!

Los niños volvieron a consultar el mapa, interesados. Era divertido situar en él algún lugar y luego verlo aparecer en la tierra, allá abajo, desde el avión que avanzaba hacia el sitio identificado. Pero poco después se internaron en una masa de nubes y ya no pudieron ver nada.

—No importa que no veamos —dijo Ranni—. Hemos hecho un viraje y ahora volamos a lo largo de la otra frontera de Baronia. Por aquí no hay nada interesante. Probablemente, el cielo se aclarará en las cercanías de Tirriwutu, y podréis ver la vía férrea. Tratad de descubrirla.

Efectivamente, las nubes presentaban grandes claros cerca de Tirriwutu y los niños vieron las vías férreas que relucían como si fueran de plata. Por orden de Pilescu, el avión había descendido tanto, que volaban casi a ras de la llanura. Era interesante ver cómo los raíles se separaban aquí y allá para dirigirse a diferentes pueblos, y luego se reunían y tomaban la dirección de las grandes ciudades.