—Esa anciana le anda buscando señor —dijo el sargento Hay en tono de misterio mientras Neele bajaba la escalera—. Parece ser que tiene muchas cosas que decirle.
—Rayos y centellas —exclamó el inspector Neele.
—Si, señor —repuso Hay sin mover un solo músculo de su rostro.
Se disponía a marcharse cuando Neele le llamó:
—Hay, coja las notas que nos ha dado la señorita Dove con los nombres y direcciones de sus anteriores empleos y compruébelos… Existen una o dos cosas que quisiera saber. Déjeme el resultado a mano, ¿quiere?
Escribió unas líneas en una hoja de papel y se la tendió al sargento Hay, que dijo:
—Lo haré en seguida, señor.
Al pasar ante la biblioteca, el inspector oyó un rumor de voces, y miró al interior. La señorita Marple, la hubiera estado buscando o no, se encontraba ahora charlando animadamente con la esposa de Percival Fortescue mientras las agujas de su labor de punto tintineaban incansables. La frase que captó el inspector Neele fue:
—… Siempre he pensado que se necesita vocación para ser enfermera. Desde luego, es un trabajo muy noble.
El inspector Neele desapareció sin hacer ruido. Pensó que la señorita Marple le había visto, pero no pareció hacer caso de su presencia, ya que prosiguió con su voz suave y dulce:
—Tuve una enfermera encantadora cuando me rompí la muñeca. Luego estuvo cuidando al hijo de la señora Sparrow, un oficial de la marina, joven y apuesto. Fue todo un romance, porque se hicieron novios. Me pareció tan romántico. Se casaron, fueron muy felices y tuvieron dos niños monísimos. —La señorita Marple suspiró—. Él tuvo una pulmonía. Y depende tanto de cómo se cuide…, ¿no es cierto?
—Oh, sí —dijo Jennifer Fortescue—. El trabajo de una enfermera lo es todo en un caso de pulmonía, aunque, claro, hoy en día la M y B obra maravillas, y ya no es la batalla larga y prolongada de antes.
—Estoy segura de que usted debe haber sido una enfermera excelente, querida —dijo la señorita Marple—. Ése fue el principio de su romance, ¿no es cierto? Quiero decir que vino aquí para cuidar al señor Percival Fortescue, ¿verdad?
—Sí —replicó Jennifer—. Si, sí… así es como ocurrió.
Su voz no resultaba muy alentadora, pero la señorita Marple no se desanimó:
—Comprendo; No hay que hacer caso de lo que digan los criados, naturalmente, pero una vieja como yo siempre gusta de conocer cosas de los demás. ¿Qué estaba diciendo? Oh, sí. Primero hubo otra enfermera, y la despidieron… o algo así. Creo que por su falta de cuidado.
—Yo no creo que fuera por falta de cuidado —dijo Jennifer—. Tengo entendido que su padre, o algún otro pariente estaba muy enfermo, y por eso vine a sustituirla.
—Ya —contestó la señorita Marple—. Y se enamoró y demás. Sí, muy bonito, mucho.
—No estoy muy segura de ello —replicó Jennifer—. A menudo desearla… —su voz tembló—. A menudo desearía volver a estar en las salas del hospital.
—Sí, sí, lo comprendo. Era usted muy hábil en su profesión.
—Entonces no lo era mucho, pero ahora, cuando lo pienso… la vida es tan monótona, ¿sabe? Día tras día sin nada qué hacer y Val tan absorto en sus negocios.
—Los hombres tienen que trabajar tanto hoy en día —dijo la señorita Marple—. No se conceden el menor descanso, por más dinero que ganen.
—Sí, eso hace que la vida resulte aburrida. Muchas veces preferiría no haber venido nunca a esta casa —dijo Jennifer—. Me está bien empleado. No debía haberlo hecho nunca.
—¿Qué es lo que no debiera haber hecho, querida?
—Casarme con Val. Oh, bueno… —suspiró violentamente—. No hablemos más de eso.
Y, obediente, la señorita Marple comenzó a hablar de las nuevas faldas que se llevaban en París.
—Ha sido muy amable al no interrumpirme antes —dijo la señorita Marple, cuando tras llamar a la puerta del despacho, recibió autorización del inspector Neele para pasar—. Quedaban sólo una o dos cosillas que quería comprobar —y agregó—; La verdad es que todavía no hemos acabado del todo nuestra conversación.
—Lo siento mucho, señorita Marple. —El inspector le dirigió una cautivadora sonrisa—. Temo haber sido poco cortés. La llamé para un intercambio de opiniones, y sólo hablé yo.
—Oh, eso no tiene importancia —dijo la señorita Marple a toda prisa—, porque entonces yo no estaba preparada para poner mis cartas sobre el tapete. Quiero decir que no hubiera querido acusar a nadie sin estar completamente segura. Segura… quiero decir, en mí interior. Y ahora, lo estoy.
—¿De qué está segura, señorita Marple?
—Pues, estoy segura de saber quien asesinó al señor Fortescue. Lo que usted me dijo de la mermelada, concuerda… demostrando cómo… y quién lo hizo, dentro de una lógica.
El inspector parpadeó vivamente.
—Lo siento —exclamó la señorita Marple viendo su reacción—. Comprendo que a veces me resulta difícil hacerme entender.
—Todavía no estoy muy seguro de lo que me está diciendo, señorita Marple.
—Bueno, tal vez será mejor que vuelva a empezar. Es decir, si no tiene usted prisa. Quisiera exponerle mi punto de vista. He hablado con bastante gente, con la anciana señorita Ramsbatton, con la señora Crump, y su esposo. Él, desde luego, es un mentiroso, pero eso no tiene importancia, porque si uno sabe lo que es, viene a resultar lo mismo. Pero yo quería aclarar lo de las llamadas telefónicas y las medias de nylon, y todo lo demás.
El inspector Neele volvió a parpadear, preguntándose por qué la había dejado entrar y por qué pensó alguna vez que pudiera resultar un colega de ideas claras. No obstante se dijo para sus adentros que por muy espesa que fuera, pudiera ser que hubiese averiguado algunas informaciones útiles. Todos los éxitos obtenidos en el ejercicio de su profesión fueron el fruto de saber escuchar. Y ahora se dispuso a hacerlo.
—Cuénteme, por favor, señorita Marple —le dijo—. Pero empiece por el principio, ¿quiere?
—Sí, desde luego —aceptó la anciana—. Y el principio es Gladys. Quiero decir, que vine aquí por ella. Y usted, muy amablemente, me permitió repasar todas sus cosas. Y con eso, las medias de nylon, las llamadas telefónicas y unas cosas y otras, todo está clarísimo. Quiero decir, lo del señor Fortescue y la taxina.
—¿Tiene usted, pues, una idea sobre quién puso taxina en la mermelada del señor Fortescue? —preguntó Neele.
—No es una idea —dijo la señorita Marple—. Es una certidumbre.
Neele parpadeó como deslumbrado por tercera vez.
—Fue Gladys —declaró sencillamente la anciana.