Estaba oscureciendo. La señorita Marple se había acercado a la ventana de la biblioteca con su labor de punto. Mirando a través de los cristales vio a Pat Fortescue paseando de un lado a otro de la terraza exterior. La señorita Marple abrió la ventana para gritarle:
—Entre, querida. Entre. Hace mucho frío y humedad para estar ahí fuera sin abrigo.
Pat obedeció. Cerró la puerta tras ella y luego fue a encender las luces.
—Sí —le dijo—, hace una tarde desapacible. —Tomó asiento en el sofá junto a la señora Marple—. ¿Qué está usted haciendo?
—¡Oh, sólo una mañanita, querida! Para un bebé ¿sabe? Siempre he dicho que las madres jóvenes nunca tienen bastantes chaquetitas para sus pequeños. Ésta es la segunda talla. Siempre las hago a esta medida. Los bebés pasan tan de prisa la primera talla…
Pat estiró sus largas piernas ante el fuego.
—Hoy se está bien aquí —dijo—. Con la chimenea encendida, las luces y usted tejiendo prendas de niño… todo resulta cómodo y hogareño… como debiera ser Inglaterra.
—Inglaterra es así —repuso la señorita Marple—. No hay muchas Villa del Tejo, querida.
—Mejor que así sea —continuó Pat—, pero no creo que ésta haya sido nunca una casa feliz; ni que nadie fuese dichoso en ella a pesar de todo el dinero que gastan y las cosas que tienen.
—No —convino la señorita Marple—. Yo no diría que haya sido un hogar feliz.
—Supongo que Adela pudo serlo —dijo la muchacha—. Claro que no la he conocido, de modo que no puedo saberlo, pero Jennifer es bastante desgraciada y Elaine se ha estado destrozando el corazón por un hombre, cuando en lo más profundo de su alma, sabe que no la quiere. ¡Oh, cómo deseo salir de aquí!
Miró a la señorita Marple y sonrió.
—¿No sabe? —le dijo—. Lancé me ha dicho que me pegue a usted como una lapa. Le parece que así estaré más segura.
—Su esposo no es tonto —replicó la anciana.
—No. Lance no es tonto. Por lo menos en algunos aspectos. Pero ojalá me hubiera dicho exactamente lo que teme. En esta casa debe haber algún loco, y la locura siempre asusta, porque no se sabe nunca lo que puede maquinar la mente de un perturbado ni lo que puede hacer.
—Mi pobre pequeña —dijo la señorita Marple.
—¡Oh!, la verdad, yo estoy muy bien. Ya debía estar acostumbrada.
—Ha tenido muy mala suerte. ¿No es cierto, querida? —dijo la solterona con suavidad.
—¡Oh!, también he tenido buenas temporadas. Tuve una infancia feliz en Irlanda, montando a caballo, cazando, y una casa enorme, muy ventilada y con muchísimo sol. Cuando se ha tenido una niñez dichosa, nadie puede quitárnoslo, ¿no le parece? Fue después… cuando conocí… que las cosas fueron saliendo siempre mal. Supongo, que al principio tuvo la culpa la guerra.
—Su esposo era aviador, ¿verdad?
—Sí. Sólo llevábamos un mes de casados cuando mataron a Don. —Miró fijamente al fuego—. Al principio deseé haber muerto también. Me pareció injusto y cruel. Y sin embargo… al final… casi comencé a comprender que había sido mejor. Don era maravilloso como militar. Valiente, arrojado y alegre. Poseía todas las cualidades necesarias para la guerra. Pero no creo que hubiera sido feliz en tiempos de paz. Tenía una especie de… ¡Oh! ¿Cómo diría yo?… arrogancia… rebeldía… insubordinación… No se hubiera amoldado a un trabajo fijo. Hubiera luchado contra todo Era… bueno, antisociable, en cierto modo. No, no hubiera sido feliz.
—Es usted muy inteligente, querida. —La señorita Marple continuó tejiendo mientras contaba por lo bajo—: Tres derecho, dos revés, deslizar uno, coger dos juntos —y en voz alta continuó—: ¿Y su segundo esposo?
—¿Freddy? Freddy se suicidó.
—¡Oh, Dios mío! Que triste… qué desgracia…
—Éramos muy felices —dijo Pat—. Al cabo de dos años de matrimonio empecé a darme cuenta de que Freddy no iba siempre… bueno, por el camino honrado. Empecé a descubrir lo que estaba ocurriendo. Pero entre nosotros, aquello parecía no tener importancia. Porque Freddy me amaba y yo le quería. Intenté no pensar en lo que estaba ocurriendo. Supongo que eso fue una cobardía por mi parte, pero yo no iba a cambiarle. No es posible cambiar a una persona.
—No —dijo la señorita Marple—, no se puede hacer cambiar a las personas.
—Yo le había aceptado tal como era, y le amaba, y me di cuenta de que sólo me restaba… hacerme fuerte. Luego las cosas fueron mal y no supo hacerles frente… por eso se mató. Después de su muerte fui a Kenya con unos amigos que tengo allí. No pude soportar el quedarme en Inglaterra encontrándome con todos los antiguos conocidos que sabían… todo lo ocurrido. Y allí conocí a Lance. —Su rostro se dulcificó, pero continuaba mirando las llamas de modo que la señorita Marple pudo observarla. De pronto, Volviendo la cabeza, dijo—: Dígame, señorita Marple, ¿qué es lo que piensa realmente de Percival?
Pues lo he visto muy poco. Sólo a la hora del desayuno. Eso es todo. No creo que le agrade mucho mi presencia.
Pat echóse a reír de pronto.
—Es mezquino, ¿sabe? Terriblemente tacaño por lo que respecta al dinero. Lance dice que siempre lo ha sido. Jennifer también se lamenta de eso. Le pasa las cuentas a la señorita Dove. Quejándose de todo. Pero la señorita Dove se las arregla para salirse con la suya. Es una mujer extraordinaria. ¿No le parece?
—Sí, desde luego. Me recuerda a una señora de mi pueblo, que se llama Latimer. Era la directora de la Sociedad Femenina y la Guía de las Jóvenes, y desde luego, de casi todo lo de allí. No fue hasta el cabo de cinco años que descubrimos que… ¡oh!, pero no debo murmurar. No hay nada más molesto que la gente le hable a uno de personas y lugares que no conoce ni ha visto nunca. Debe perdonarme, querida.
—¿Saint Mary Mead es un pueblo bonito?
—Pues no sé a lo que usted llamará un pueblo bonito, querida. Es bastante bonito. Hay algunas personas muy simpáticas y también otras muy desagradables. Ocurren cosas muy curiosas, como en cualquier otro sitio. La naturaleza humana es la misma en todas partes, ¿no cree?
—Usted sube bastante a menudo a ver a la señorita Ramsbatton, ¿no es cierto? —dijo Pat—. La verdad es que me da miedo.
—¿Miedo? ¿Por qué?
—Porque creo que está loca. ¿Usted cree que podría estar… realmente… loca?
—¿Loca? ¿En qué sentido?
—¡Oh!, usted sabe muy bien lo que quiero decir, señorita Marple. Siempre sentada en su habitación sin salir para nada y meditando sobre el pecado. Bueno… puede que al fin se haya convencido de que su misión en esta vida es administrar justicia.
—¿Es ésa la opinión de su esposo?
—No sé lo que Lance pensará. No me lo ha dicho. Pero estoy completamente segura de una cosa… de que cree que hay alguien perturbado, y ese alguien pertenece a la familia. Pues bien, yo diría que Percival está bien cuerdo. Jennifer sólo es una tonta bastante trágica… algo nerviosa, pero nada más; Elaine, una de esas muchachas extrañas, tempestuosas y violentas. Está locamente enamorada de ese hombre y no admite nunca que se casa con ella por su dinero.
—¿Usted cree que la quiere sólo por su dinero?
—Sí. ¿Usted no?
—Es casi seguro —replicó la señorita Marple—. Como el joven Ellis, que se casó con Marión Bates, la hija de un ferretero muy rico. Ella era muy fea y estaba loca por él. No obstante, se llevaron muy bien. Los hombres como el joven Ellis y este Gerald Wright, sólo resultan desagradables cuando se casan por amor y con una muchacha pobre. Les contraría tanto lo que han hecho, que se lo cargan a la pobre chica. Pero si se casan con una rica, continúan respetándola.
—No veo que pueda ser alguien de fuera —continuó Pat frunciendo el ceño—. Y por eso… por eso hay esta atmósfera aquí dentro. Todos se observan mutuamente. No tardará en suceder algo…
—No habrá más muertes —dijo la señorita Marple—. Por lo menos no lo creo.
—No puede usted tener plena seguridad de ello.
—Pues a decir verdad estoy bastante segura. El criminal ya ha cumplido su propósito.
—¿Él?
—O ella. Se dice él, porque resulta más sencillo.
—Usted dice que el criminal cumplió su propósito. ¿Qué propósito?
La señorita Marple meneó la cabeza… Todavía no estaba muy segura.