Capítulo XIX

En Villa del Tejo la familia Fortescue se hallaba reunida en la biblioteca. Percival Fortescue, apoyada la espalda contra la chimenea, se dirigía a todos los presentes.

—Todo está muy bien —decía—. Pero esta situación es insostenible. La Policía entra y sale y no nos dice nada. Se supone que tiene alguna pista. Entretanto, todo sigue estacionado. Uno no puede hacer planes, ni disponer las cosas para el porvenir.

—¡Son tan poco considerados! —dijo Jennifer—. ¡Y tan estúpidos!

—Siguen sin dejarnos salir de casa —continuó Percival—. No obstante, creo que entre nosotros podríamos trazar y discutir nuestros proyectos para el futuro. ¿Qué vas a hacer tú, Elaine? Supongo que vas a casarte con… ¿cuál es su nombre?…

—¿Gerald Wright? ¿Tienes idea de cuándo será la boda?

—Lo más pronto posible —replicó Elaine.

Percival frunció el ceño.

—Quieres decir… ¿dentro de seis meses?

—No, no. ¿Por qué hemos de esperar seis meses?

—Creo que sería lo más correcto —dijo Percival.

—¡Cállate, calamidad! —dijo Elaine—. Un mes es lo más que esperaremos.

—Bueno, eres tú quien debe decidir. ¿Y cuáles son tus planes una vez casada, si es que los tienes?

—Pensamos instalar una escuela.

Percival meneó la cabeza.

—Es muy arriesgado, en estos tiempos. Con la falta de servicio doméstico, y la dificultad de encontrar profesores adecuados… la verdad, Elaine, me parece muy bien, pero yo de ti lo pensaría dos veces.

—Lo hemos pensado. Gerald opina que todo el futuro del país depende de que la juventud reciba la debida educación.

—Pasado mañana iré a ver al señor Billingsley —dijo Percival—. Tenemos que tratar de varios asuntos económicos. Me sugirió que tal vez te gustara emplear el dinero que te dejó papá en un seguro vitalicio para ti y tus hijos. Hoy en día es una inversión sensata.

—No quiero —dijo Elaine—. Necesitaremos el dinero para montar la escuela. Hay una casa muy a propósito y nos han dicho que se halla en venta. Está en Cornwall. Tiene unos alrededores muy bonitos y es un edificio bastante bueno. Tendremos que añadirle algunas alas…

—¿Quieres decir… quieres decir que vas a emplear todo tu dinero en ese negocio? La verdad, Elaine, no creo que obres con sensatez.

—Es mucho más sensato sacarlo de la firma que dejarlo, me parece —dijo Elaine—. Tú mismo dijiste, Val, antes de que muriera papá, que las cosas iban bastante mal.

—Siempre se dicen esas cosas —dijo Percival con vaguedad—, pero eso de sacar todo tu capital para enterrarle en la compra, montaje y mantenimiento de una escuela, es una locura, Elaine. Te quedarás sin un céntimo.

Será un éxito —repuso Elaine, testaruda.

—Opino como tú —dijo Lance, repantigado en su butaca—. Tengo una corazonada, Elaine. En mi opinión será un colegio muy extraño, pero es lo que queréis… tú y Gerald. Si perdieras el dinero siempre tendrías la satisfacción —de haber hecho tu gusto.

—Era de esperar que dijeras eso precisamente, Lance —dijo Percival con acritud.

—Lo sé, lo sé —repuso Lance—. Soy el hijo pródigo. Pero todavía sigo pensando que he disfrutado mucho más de la vida que tú, Percival.

—Eso depende de a lo que llames disfrutar —replicó Percival con frialdad—. Cuéntanos tus planes, Lance. Supongo que regresarás a Kenya… o al Canadá… escalarás el Everest, o proyectarás algo fantástico…

—¿Porqué piensas eso? —dijo Lance.

—Pues porque, nunca te has mostrado inclinado a disfrutar de una vida hogareña en Inglaterra.

—Uno cambia cuando se hace mayor —contestó Lance—. Se sienta la cabeza. ¿Sabes, Percy? Tengo el proyecto de convertirme en un sobrio hombre de negocios.

—¿Quieres decir…?

—Quiero decir que voy a trabajar contigo en el negocio. —Lance sonrió mostrando su dentadura—. ¡Oh, claro, tú eres el socio principal! Tú tienes la parte del león. Yo soy sólo el hermano menor. Pero tengo mi parte y ella me da derecho a intervenir ¿no es así?

—Pues… si… claro, si lo miras por ese lado. Pero puedo asegurarte, querido hermanito, que vas a aburrirte mucho, muchísimo.

—¿Tú crees? No pienso aburrirme.

—¿Es que piensas seriamente entrar en el negocio, Lance?

—¿Tener mi parte en el pastel? Sí, eso es lo que voy a hacer.

—Las cosas están bastante mal ahora —dijo Percival—. Ya lo verás. Voy a hacer todo lo que pueda por pagar a Elaine su parte, si es que insiste en tenerla.

—¿Ves, Elaine? Has sido muy lista al reclamar tu dinero mientras todavía existe —comentó Lance.

—La verdad, Lance, tus bromas son de muy mal gusto —Percival habló con acritud.

—Creo, Lance, que debieras tener más cuidado con lo que dices —intervino Jennifer.

Sentada cerca de la ventana, Pat les iba estudiando uno por uno. Si fue esto lo que quiso decir Lance al hablarle de que iba a retorcerle el rabo a Percival, podía comprobar que cumplía sus propósitos. La impasibilidad dé Percival era completamente fingida. En aquel momento exclamaba, indignado:

—¿Hablas en serio, Lance?

—Y tan en serio.

—Sabes que no durarás mucho. Te cansarás en seguida.

—¿Yo? ¡Qué va! Creo que un cambio me hará mucho bien. Un despacho en la ciudad… mecanógrafas que entran y salen. Tendré una secretaria rubia como la señorita Grosvenor… ¿se llama Grosvenor? Supongo que tú la habrás despedido. Pero yo buscaré una como ella. «Sí, señor Lancelot; no, señor Lancelot». «Su té, señor Lancelot».

—¡Oh, no digas tonterías! —estalló Percival.

—¿Por qué estás tan enfadado, mi querido hermano? ¿No me imaginas compartiendo contigo las preocupaciones del negocio?

—No tienes la menor idea de lo revuelto que anda todo.

—No, es verdad. Tendrás que ponerme al corriente del negocio.

—Primero tendrás que comprender que durante los últimos seis meses papá no era el mismo de antes. Estuvo cometiendo las tonterías más grandes… Vendiendo buenos géneros, y adquiriendo materiales sin valor. Algunas veces arrojó el dinero a manos llenas. Se diría que sólo por el placer de gastarlo.

—En resumen —dijo Lance—, que para la familia ha sido un bien que encontrara taxina en su té.

—Ésa es una fea manera de exponer las cosas, pero hay que reconocer que ello nos ha salvado de la bancarrota. Ahora tendremos que ser extremadamente prudentes algún tiempo.

Lance movió la cabeza:

—No estoy de acuerdo contigo. Las precauciones nunca conducen a nada. Hay que correr algunos riesgos. Ir en busca de algo grande.

—No estoy de acuerdo —replicó Percy—, prudencia y economía. Ésa es nuestra consigna.

—Pero no la mía —dijo Lance.

—Recuerda que tú eres el socio más joven —repuso Percival.

—Está bien. Está bien, pero tengo derecho a opinar.

Percival paseó de un lado a otro de la habitación muy agitado.

—No servirá de nada. Yo te aprecio mucho…

—¿De veras? —le atajó Lance, pero Percival pareció no haberle oído.

—… pero la verdad, no creo que nos llevemos bien estando juntos. Nuestros puntos de vista son totalmente opuestos.

—Eso puede ser una ventaja —hizo observar Lance.

—Lo único sensato —dijo Percival—, es disolver la sociedad.

—Quieres comprarme mi parte para que me marche… ¿es esa tu idea?

—Querido hermano, es lo único sensato que cabe hacer, puesto que nuestros pareceres son tan distintos.

—Si encuentras dificultad en pagar a Elaine su herencia, ¿cómo te las vas a arreglar para darme mi parte?

—Bueno, no me refería a liquidarla en efectivo —dijo Percival—. Podríamos… er… repartirnos los géneros.

—Quedándote tú lo mejor y dándome a mí lo peor y más difícil de vender, supongo.

—Eso parece ser lo que tú prefieres —dijo Percival.

Lance sonrió de pronto.

—En cierto modo tienes razón, Percy. Pero no puedo hacer enteramente mi gusto. Tengo a Pat.

Los dos hombres dirigieron sus ojos hacia ella. Pat abrió la boca volviéndola a cerrar sin decir nada. Fuera cual fuese el juego que Lance se traía entre manos, era mejor no intervenir. Estaba segura de que su esposo perseguía un fin especial, aunque ignoraba cuál era.

—Ves enumerándolas, Percy —dijo Lance, riendo—. Las minas de diamantes rubíes inaccesibles, concesiones de explotación de petróleo donde no lo hay. ¿Crees que soy tan tonto como parezco?

—Claro que algunas de estas pertenencias son altamente especulativas, pero recuerda que pueden llegar a tener un valor inmenso.

—Ya has cambiado de táctica, ¿verdad? —dijo Lance, riendo—. Vas a ofrecerme las últimas adquisiciones absurdas de papá, como la vieja mina del Mirlo y otras cosas por el estilo. A propósito, ¿te ha preguntado el inspector por esa mina del Mirlo?

Percival frunció el ceño.

—Sí. No puedo imaginar qué es lo que quería saber. No pude decirle mucho. Tú y yo éramos unos niños entonces Sólo recuerdo vagamente que papá fue allí y volvió diciendo que río valía nada.

—¿Qué era… una mina de oro?

—Creo que sí. Papá volvió bastante seguro de que allí no había oro. Y permíteme que te diga que no era un hombre capaz de equivocarse en eso.

—¿Quién le metió en aquel asunto? Un hombre llamado Mackenzie, ¿verdad?

—Sí. Ese Mackenzie murió allí.

—Mackenzie murió allí —repitió Lance, pensativo—. ¿No hubo una escena terrible? Creo recordar… La señora Mackenzie, ¿no era ella?, vino aquí. Gritando contra papá. Le llenó de maldiciones. Y le acusó, si no recuerdo mal, de haber asesinado a su esposo.

—No me acuerdo de nada —dijo Percival en tono de reproche.

—Pues yo sí —replicó Lance—. A pesar de que era bastante más pequeño que tú. Tal vez por eso me chocó más. Me pareció una escena muy dramática. ¿Dónde estaba esa mina del Mirlo? En el África occidental, ¿no es eso?

—Sí, creo que sí.

—Debo repasar esos papeles cualquier rato —dijo Lance—, cuando vaya al despacho.

—Puedes estar bien seguro de que papá no se equivocó. Si él volvió diciendo que no había oro, es que no lo había.

—Es probable que en eso tengas razón —le contestó Lance—. ¡Pobre señora Mackenzie! Me pregunto qué habrá sido de ella y de esos dos pequeños que trajo consigo. Es curioso… ahora ya deben ser mayores.