Capítulo XII

1

—De modo que has vuelto, como las monedas falsas —dijo la señorita Ramsbatton.

Lance sonrió.

—Como tú dices, tía Effie.

—¡Hum! —gruñó la señorita Ramsbatton—. Has escogido, buena ocasión. Ayer asesinaron a tu padre, y la casa está llena de policías que meten las narices por todas partes, incluso en el cubo de la basura. Les he visto por la ventana. —Hizo una pausa, volvió a gruñir y preguntó: ¿Has venido con tu esposa?

—No. La dejé en Londres.

—En eso has demostrado tener algo de sentido. Yo de ti no la traería a esta casa. Nunca se sabe lo que puede ocurrir.

—¿A quién? ¿A Pat?

—A cualquiera —repuso la anciana.

Lance Fortescue la contemplaba pensativo.

—¿Tienes alguna idea, tía Effie? —le preguntó.

La señorita Ramsbatton no contestó directamente.

—Ayer vino un inspector a interrogarme —dijo—. No consiguió sacarme gran cosa, pero no era tan tonto como parecía, ni muchísimo menos. —Y agregó con indignación—: Si tu padre supiera qué su casa está llena de policías… sería capaz de salir de su tumba. Aún me acuerdo del alboroto que armó cuando supo que yo había asistido a varias funciones de la Iglesia Anglicana. Y estoy segura que aquello no era nada comparado con todo esto.

En otras circunstancias, Lance sé hubiera reído, mas su rostro alargado y moreno permaneció grave.

—¿Sabes? Estoy bastante a oscuras, después de haber estado fuera tanto tiempo. ¿Qué ha ocurrido por aquí últimamente?

La señorita Ramsbatton alzó los ojos al cielo.

—Impiedades —dijo con firmeza.

—Sí, sí, tía Effie, sabía que dirías eso, pero ¿por qué cree la policía que papá haya sido asesinado aquí, en esta casa?

—El adulterio es una cosa y un crimen otra muy distinta —repuso la anciana—. No quisiera pensar eso de ella, no quisiera.

Lance preguntó muy intrigado:

—¿Adela?

—Mis labios están sellados —replico la señorita Ramsbatton.

—Vamos, tía —dijo Lance—. Es una bonita frase, pero no significa nada. ¿Adela tenía algún amigo? ¿Es que imaginan que Adela y su amiguito le pusieron beleño a mi padre en el té del desayuno?

—Te aconsejo que no bromees.

—No estoy bromeando.

—Te diré una cosa —dijo de pronto la anciana—. Creo que esa chica sabe algo de esto.

—¿Qué chica? —Lance estaba sorprendido.

—Ésa que siempre está sorbiendo. La que tenía que haberme subido el té esta tarde, —pero no lo hizo. Dicen que se ha marchado sin permiso de nadie. No me extrañaría que hubiese ido a hablar con la policía. ¿Quién te ha abierto la puerta?

—Creo que una señorita llamada Mary Dove. Muy suave y humilde… en apariencia. ¿Es ésa la que ha ido a ver a la policía?

Ella no iría a hablar con la policía —replicó la señorita Ramsbatton—. No; me refiero a esa tonta de la doncella. Se ha pasado todo el día brincando y moviéndose como un conejo. «¿Qué es lo que te pasa?», le pregunté. «¿Es que tienes remordimientos?». Y me respondió: «Yo no hice nada… yo nunca haría una cosa así». «Espero que no», le dije. «Pero hay algo que te preocupa, ¿no es así?». Entonces empezó a sorber y a decir que ella no quería complicar a nadie, y que estaba segura de que todo debía ser un error. Yo entonces le dije: «Ahora, pequeña, di la verdad y desahógate». Eso es lo que le dije. «Ve a hablar con la policía y cuéntales todo lo que sepas, porque ningún bien puedes hacer ocultando la verdad, por desagradable que ésta sea». Luego estuvo diciendo una serie de tonterías… que no podía acudir a la policía porque nunca la creerían y qué podía decirles. Terminó asegurando que no sabía nada de nada.

—Tal vez sólo haya querido darse importancia —insinuó Lance.

—No. Estaba realmente asustada. Supongo que vio u oyó algo que le dio alguna idea. Puede que sea importante, o tal vez no tenga la menor trascendencia.

—¿No crees que pudiera guardarle rencor a papá y…? —Lance vacilaba.

—No es una de esas chicas en las que tu padre hubiera reparado. Ningún hombre se fija mucho en ella, pobrecilla. ¡Ah!, es mucho mejor así para una mujer. Casi me atrevo a asegurarlo.

Esta cuestión no era del interés de Lance, que se apresuró a preguntar:

—¿Crees que haya ido al puesto de policía?

—Sí. Y no habrá querido decir nada a nadie, por temor a que alguien la oyera.

—¿Crees que puede haber visto a alguien manipulando en los alimentos?

Tía Effie le dirigió una rápida mirada.

—Es posible, ¿no te parece?

—Sí, supongo que sí. —Y agregó a modo de disculpa—: Todo esto me resulta tan inverosímil. Como una historia detectivesca.

—La mujer de Percival es enfermera —dijo la señorita Ramsbatton.

El comentario parecía tener cierta relación con sus anteriores insinuaciones y Lance la miró con expresión intrigada.

—Las enfermeras de los hospitales están acostumbradas a manejar drogas —explicó.

—Pero ese veneno… taxina…, ¿se emplea en Medicina?

—Creo que lo sacan de los tejos. Algunas veces los niños comen esos frutos por descuido y se ponen gravísimos. Recuerdo un caso cuando era pequeña. Me causó gran impresión. No lo he olvidado. Las cosas que se recuerdan a veces resultan útiles.

Lance alzó las cejas.

—El afecto natural es una cosa —continuó la señorita Ramsbatton—, y supongo que yo siento tanto como los demás, pero no voy a transigir con la perfidia. La maldad debe ser aniquilada.

2

—Se ha marchado sin decirme palabra —decía la señora Crump, alzando su rostro acalorado de la masa que extendía sobre el mármol—. Marcharse sin decir una palabra a nadie. ¡La muy ladina! Tuvo miedo de que no la dejaran irse y vaya si se lo hubiera impedido si la pesco. ¡Vaya una ocurrencia! Con la muerte del señor, y el señorito Lance viniendo a esta casa de la que falta desde hace tantos años, voy yo y le digo a Crump: «Tenga o no el día libre, yo sé cuál es mi obligación». Hoy no vamos a dar una cena fría como todos los jueves, sino como es debido. Un caballero que llega del extranjero con su esposa, que pertenece a la aristocracia… tiene que encontrar las cosas bien hechas. Usted ya me conoce, señorita, sabe que tengo mi orgullo.

Mary Dove, que escuchaba aquellas confidencias, asintió con la cabeza.

—¿Y qué es lo que me contestó Crump? —La cocinera alzó la voz—. «Es mi día libre y voy a salir», eso es lo que dijo. «Y al cuerno la aristocracia». No tiene el menor orgullo profesional. De modo que se marchó y yo le dije a Gladys qué tendría que arreglárselas sola. Lo único que respondió fue; «Está bien, señora Crump», y en cuanto doy media vuelta, se larga. Al fin y al cabo, no era su día de salida. Ella sale los viernes. ¿Cómo vamos a componérnoslas ahora? ¡No lo sé! Gracias a Dios, el señorito Lance no ha traído a su esposa.

—Ya lo arreglaremos, señora Crump, si simplifica un poco el menú. —La voz de Mary Dove era a la vez consoladora y autoritaria. Y le hizo algunas sugerencias. La señora Crump asentía de mala gana—. Creo que podré atender a la mesa con toda facilidad —concluyó Mary.

—¿Quiere decir que usted servirá, señorita? —La señora Crump no parecía muy convencida.

—Lo haré, si Gladys no regresa a tiempo.

No volverá —dijo la señora Crump—. Estará callejeando, y gastándose el dinero en las tiendas. Ahora tiene novio, aunque cueste creerlo. Se llama Alberto. Me dijo que piensan casarse para la primavera. Esas chicas no saben lo que es el matrimonio. ¡Lo que yo he tenido que pasar con Crump! —Suspiró y luego dijo en tono normal—: ¿Y qué hay del té, señorita? ¿Quién lo retirará y lavará las tazas?

—Yo —repuso Mary—. Iré ahora mismo.

Todavía no se habían encendido las luces de la sala, a pesar de que Adela Fortescue seguía sentada en el sofá tras la mesita del té.

—¿Quiere que encienda la luz, señora Fortescue? —preguntó Mary, sin obtener respuesta.

Mary hizo girar el interruptor y luego dirigióse a la ventana para cerrar las cortinas. Y sólo entonces, cuando volvió la cabeza, vio el rostro de la mujer caída sobre los almohadones. A su lado había un bollito untado de miel a medio comer y su taza de té estaba medio llena. La muerte había sorprendido a Adela Fortescue repentinamente.

3

—¿Y bien? —preguntó el inspector Neele impaciente.

El doctor repuso con toda prontitud:

—Cianuro… cianuro potásico, lo más probable… en el té.

—Cianuro —murmuró Neele.

El doctor le miraba con cierta curiosidad.

—Lo está tomando muy a pecho… ¿hay alguna razón especial?

—La creíamos una asesina —replicó Neele.

—Y ha resultado ser la víctima. ¡Hum! Ahora tendrá que empezar de nuevo, ¿verdad?

Neele asintió con rostro grave y las mandíbulas apretadas.

¡Envenenada! Y ante sus mismas narices. Taxina en el desayuno de Rex Fortescue, y cianuro en el té de Adela Fortescue. Seguía siendo un asunto familiar. O por lo menos lo parecía.

Adela Fortescue, Jennifer Fortescue, Elaine Fortescue y el recién llegado Lance Fortescue, habían tomado el té en la biblioteca. Lance había subido a ver a la señorita Ramsbatton, Jennifer a su habitación a escribir unas cartas. Elaine fue la última en abandonar la biblioteca. Según ella, Adela parecía encontrarse en perfecto estado de salud y acababa de servirse la ultima taza de té.

¡La ultima taza de té! Sí, desde luego había sido la última.

Y después de esto, un espacio en blanco de veinte minutos, Hasta que Mary Lo ve había entrado en la estancia y descubierto al cadáver.

Y durante esos veinte minutos…

El inspector Neele agitó la cabeza y se encaminó a la cocina.

La gruesa figura de la señora Crump, que ya no se mostraba beligerante, apenas se movió al verle entrar.

—¿Dónde está esa chica? ¿No ha vuelto todavía?

—¿Gladys? No… no ha vuelto… Ni volverá, supongo, hasta las once.

—¿Dice usted qué preparó el té y lo sirvió?

—Yo no lo toqué. Dios lo sabe. Y lo que es más, no creo que Gladys hiciera nada que no debiera. Nunca haría una cosa así… Gladys es una buena chica, señor… un poco tonta… eso es todo… pero mala no.

No, Neele no pensaba que Gladys fuera una mala chica; ni podía imaginarla envenenando a nadie. Y de todos modos no se encontró cianuro en la tetera.

—¿Pero por qué se marchó tan de repente? Usted dijo que hoy no le tocaba salir.

—No, señor. Mañana es su día libre.

—¿Y Crump…?

La agresividad de la cocinera volvió a resurgir, y su voz se elevó notablemente.

—No meta a Crump en esto. Crump no tiene nada que ver. Se marchó a las tres… y ahora me alegro de que lo hiciera. Estaba tan lejos de aquí como el propio señorito Percival.

Percival Fortescue acababa de regresar de Londres… siendo recibido por las sorprendentes noticias de esta segunda tragedia.

—Yo no iba a acusar a Crump —repuso Neele de buen talante—. Sólo me preguntaba si sabría algo de los planes de Gladys.

—Se había puesto sus mejores medias —dijo la señora Crump—. Debía tramar algo. ¡No me diga! Si ni siquiera se entretuvo en preparar bocadillos para el té. ¡Oh, sí!, debía llevar algo entre manos. Ya me oirá cuando vuelva…

—Cuando vuelva…

Una ligera inquietud apoderóse de Neele, y para librarse de ella subió al dormitorio de Adela Fortescue. Era una habitación muy lujosa… cortinas de brocado rosa, y una gran cama dorada, una de las puertas daba a un cuarto de baño de grandes espejos cuya bañera era de porcelana color orquídea. Más allá del cuarto de baño y por una puerta de comunicación, se llegaba al vestidor de Rex Fortescue. Neele volvió al dormitorio de Adela, y por la puerta del lado opuesto penetró en su saloncito.

Aquella habitación estaba amueblada al estilo Imperio, y la mullida alfombra era de color rosa, Neele sólo le echó una ojeada, puesto que ya le había dedicado toda su atención el día anterior… y especialmente al elegante escritorio.

No obstante, algo llamó su atención. En el centro de la alfombra había una partícula de barro.

Neele inclinóse para recogerlo. Todavía estaba húmedo.

Miró a su alrededor… no se veía huella alguna… sólo aquel diminuto fragmento de barro.

4

El inspector Neele contempló el dormitorio que ocupaba Gladys Martin. Eran más de las once… Crump había regresado hacia media hora… pero Gladys seguía sin dar señales de vida. El inspector Neele miró a su alrededor. Sea cual fuera la educación recibida, era evidente que su instinto natural era el desorden. La cama estaba a medio hacer, y las ventanas entreabiertas… Sin embargo, los hábitos personales de Gladys no le interesaban de momento. Y comenzó a inspeccionar sus pertenencias.

Estas consistían en su mayor parte en ropas baratas y bastante usadas. Había muy poca cosa aprovechable o de buena calidad. Ellen, la doncella mayor, que había subido para ayudarle, no pudo decir qué vestido faltaba, ya que no sabía los que tenía Gladys. Luego pasaron revista al contenido de los cajones donde la joven guardaba sus tesoros. Había postales y recortes de periódicos sobre el modo de confeccionar un jersey, consejos de belleza, modistería y orientaciones sobre la moda.

El inspector Neele los fue clasificando en varias categorías. Las postales, consistían en su mayor parte en vistas de varios lugares donde seguramente debió pasar sus vacaciones. Entre ellas había tres firmadas «Bert», Bert debía ser el «joven» a quien se refirió la señora Crump. La primera decía: «Todo va bien. Te echo mucho de menos. Siempre tuyo, Bert». La segunda: «Por aquí hay muchas chicas bonitas, pero ninguna que pueda compararse contigo. Te veré pronto. No olvides nuestra cita. Y recuerda que después de esto… viviremos siempre felices». Y la tercera simplemente: «No lo olvides. Confío en ti. Te quiere, B.»

Luego, Neele fue revisando los recortes de periódicos y ordenándolos en tres montones. En uno fue poniendo los que hablaban de modas y belleza, en otros los de cine, cuyo tema era la vida de las estrellas y a los que Gladys parecía muy aficionada, como también se sentía atraída por las maravillas de la ciencia. Encontró recortes acerca de los platillos volantes, armas secretas, drogas empleadas por los rusos para obligar a confesar, y otras descubiertas por doctores americanos. Toda la fascinación de nuestro siglo veinte. Pero en aquella habitación no había nada que pudiera darle una pista para conocer el motivo de su desesperación. No escribía su diario, ni esperaba que así fuese, pero era una remota posibilidad. Ni encontró ninguna carta a medio escribir donde explicara algo que viera en la casa y que pudiese tener relación con la muerte de Rex Fortescue. Sea lo que fuere lo que había visto u oído, no había el menor rastro para averiguarlo. Aún quedaba por descifrar por qué la segunda bandeja se había quedado en el vestíbulo, y por qué Gladys desapareció tan de repente.

Con un suspiro, Neele abandonó la estancia, cerrando la puerta tras sí.

Al disponerse a descender la pequeña escalera de caracol oyó un ruido de pasos precipitados procedentes del piso inferior.

El rostro agitado del sargento Hay le miró desde el pie de la escalera, y jadeando le dijo:

—Señor. ¡Señor! La hemos encontrado…

—¿Encontrado?

—Ha sido la doncella, señor… Ellen… recordó que no había recogido la ropa que estaba tendida… delante de la puerta posterior. De modo que salió con una linterna para cogerla y casi se cae encima de ella… estaba estrangulada… con una media alrededor del cuello… Lleva muerta unas cuatro horas. Y, señor…, es una broma malvada… tenía una pinza de la ropa en la nariz