—Recogí lo que pude —le informó el sargento Hay—. La mermelada, un poco de jamón… muestras del té, café y azúcar por lo que pueda ser. Sobró bastante café y lo tienen en la despensa… yo diría que eso es importante.
—Sí que lo es. Pues el veneno debieron echarlo en éste.
—Alguno de los de la casa. Exacto. He hecho algunas averiguaciones, discretas, acerca de esos tejos… de las hojas o de los frutos…, pero nadie los ha visto en la casa. Tampoco saben nada del cereal encontrado en el bolsillo… No lo comprenden y yo tampoco. No parece tratarse de un hombre de esos que comen cualquier cosa con tal de que esté cruda. A mi cuñado le gusta eso. Siempre anda royendo guisantes, nabos y zanahorias crudas. A mí me parece que deben sentar mal.
Sonó el teléfono, y a una señal del inspector el sargento Hay apresuróse a descolgarlo. Llamaban desde Jefatura. Habían logrado comunicar con Percival Fortescue, quien regresaba a Londres inmediatamente.
Cuando el inspector volvía a dejar el teléfono, oyó detenerse un coche ante la puerta. Crump fue a abrir. La mujer recién llegada traía las manos cargadas de paquetes, que el mayordomo se apresuró a coger.
—Gracias, Crump. Pague el taxi, ¿quiere? Tomaré el té en seguida. ¿Está en casa la señora Fortescue, o la señorita Elaine?
El mayordomo vaciló mirando al inspector.
—Tengo malas noticias, señora —dijo—. Se trata del señor.
—¿Del señor Fortescue?
Neele se adelantó mientras Crump le presentaba.
—La esposa del señorito Percival, señor.
—¿Qué es eso? ¿Qué ha ocurrido? ¿Un accidente?
El inspector Neele la fue estudiando mientras respondía. La esposa de Percival Fortescue era una mujer rolliza, de unos treinta años. Sus preguntas fueron como disparos. Debía sentirse muy preocupada.
—Siento tener que comunicarle que el señor Fortescue ha sido llevado esta mañana al Hospital de San Judas gravemente enfermo, y que más tarde ha fallecido.
—¿Muerto? ¿Quiere decir que ha muerto? —Las noticias eran todavía más asombrosas de lo que pudo esperar—. Dios mío… mi esposo no esta aquí. Tendrá que comunicárselo. Está en el Norte… Supongo que en la oficina sabrán exactamente dónde. Tendrá que cuidarse de todo. Las cosas siempre van a ocurrir en el momento en que menos se espera, ¿no es cierto?
Hizo una pausa, dando vueltas en su mente a varias cosas.
—Supongo que todo depende de dónde vayan a enterrarle. Me figuro que aquí. ¿O en Londres?
—Eso debe decidirlo la familia.
—Naturalmente. —Por primera vez pareció darse cuenta de con quién estaba hablando.
—¿Es usted de la oficina? —preguntó—. Usted no es médico, ¿verdad?
—Soy un agente de policía. La muerte del señor Fortescue fue muy repentina y…
Ella le interrumpió:
—¿Quiere decir que ha sido asesinado?
Era la primera vez que pronunciaba aquella palabra. Neele soslayó la respuesta con sumo cuidado.
—¿Por qué piensa eso, señora?
—Bueno, algunas personas mueren así. Usted dijo muerte repentina… y es policía. ¿La ha visto ya? ¿Qué le ha dicho?
—No comprendo a quién se está refiriendo.
—A Adela, desde luego. Siempre le dije a Val que su padre estaba loco al casarse con una mujer mucho más joven que él. No hay mayor tonto que un viejo tonto. Estaba como loco por esa terrible criatura. Y ahora vea lo que ha resultado… Un bonito lío en el que todos nos vemos envueltos. Fotografías en los periódicos y periodistas que se meten por todas partes.
Se detuvo imaginando sin duda un futuro ron crudo realismo. Neele pensó que no debía resultarle del todo desagradable. Se volvió para preguntarle:
—¿Qué fue? ¿Arsénico?
—La causa de la muerte todavía no ha sido comprobada. Tienen que hacerle la autopsia y luego vendrá la vista de la causa —repuso el inspector.
—Pero usted ya lo sabe, ¿no es así? O de otro modo no hubiera venido.
En su rostro había aparecido una expresión astuta.
—Deben haber estado investigando lo que comió y bebió ayer noche y esta mañana. Y desde luego, todas las bebidas, ¿no es cierto?
Podía leer claramente cómo calculaba todas las posibilidades, por eso repuso con precaución:
—Parece posible que la repentina indisposición del señor Fortescue fue debida a algo que comió a la hora del desayuno.
—¿Esta mañana? —pareció sorprendida—. Es difícil… No veo cómo… No sé cómo pudo hacerlo entonces… a menos que echara algo en el café… cuando Elaine y yo no miráramos…
Una voz reposada dijo a sus espaldas:
—Tiene servido el té en la biblioteca, señora Fortescue.
—Oh, gracias señorita Dove —exclamó dando un respingo—. Si, me irá muy bien tomar una taza de té. Me siento muy deprimida. ¿Y usted, inspector… no quiere acompañarme?
—Gracias, pero ahora no.
La figura rolliza vaciló antes de alejarse lentamente.
Cuando desaparecía por la puerta, Mary Dove murmuró en voz baja:
—No creo que haya sentido siquiera la palabra calumnia.
El inspector Neele no replicó.
—¿Puedo ayudarle en algo? —continuó diciendo Mary Dove.
—¿Dónde puedo encontrar a la doncella Ellen?
—Le acompañaré a usted. Está arriba.
Ellen resultó ser bastante arisca, pero valiente. Con rostro amargado miró triunfante al inspector.
—Es un asunto muy desagradable, señor. Y nunca pensé que llegaría a vivir en una casa donde iba a suceder una cosa semejante. Pero en cierto modo no puedo decir que me sorprenda. A decir verdad hace tiempo que debí despedirme No me agrada el lenguaje que se emplea en esta casa, ni la cantidad de bebida que se toma y no apruebo las cosas que ocurren. No tengo nada contra la señora Crump, pero Crump y esa chica, Gladys, no saben lo que es servir. Pero lo que más me preocupa es lo que ocurre aquí.
—¿A qué se refiere exactamente?
—Pronto se enterará, si es que todavía no lo sabe. No se habla de otra cosa en estos alrededores. Les han visto aquí, allí… o al tenis… Yo he visto cosas… con mis propios ojos… y en esta casa. La puerta de la biblioteca estaba abierta, y allí estaban los dos besándose y arrullándose.
El veneno de aquella solterona era mortal. Neele consideró innecesario preguntar: «¿A quién se refiere?», pero de todas maneras lo preguntó.
—¿A quién iba a referirme? A la señora… y a ese hombre. No tienen vergüenza. ¿Quiere que le diga una cosa? El señor lo sabía, y les puso alguien que les vigilaba. Hubieran llegado al divorcio… y en vez de esto… se ha llegado a lo otro…
—Al decir lo otro, quiere usted decir…
—Usted ha estado haciendo preguntas acerca de lo que comió y bebió, y quién se lo dio. Han sido los dos señor, ésta es mi opinión. Él conseguiría el veneno en cualquier parte y ella se lo dio al señor. No tengo la menor duda de que ocurrió así.
—¿Ha visto usted en la casa frutos de los tejos… o tirados por algún lugar de los alrededores?
—¿De los tejos? —sus diminutos ojillos parpadearon con curiosidad—. No los toques nunca, me decía mi madre cuando yo era pequeña. ¿Fue eso lo que le dieron, señor?
—Todavía no lo sabemos.
—Nunca la vi cogerlos. —Ellen parecía decepcionada—. No, no puedo decir que haya visto nada de eso.
Neele la interrogó sobre el centeno encontrado en el bolsillo del señor Fortescue, pero tampoco sacó nada en limpio.
—No, señor. No sé nada.
Siguió haciéndole preguntas, pero sin resultado. Por fin quiso saber si podría ver a la señorita Ramsbatton.
Ellen vaciló.
—Se lo preguntaré, porque no recibe a todo el mundo. Es una señora muy vieja, y un poco extraña.
El inspector asintió en su demanda, y ella le condujo de mala gana por un largo pasillo y un pequeño tramo de escaleras hasta lo que pudo haber sido la habitación destinada a los niños.
Mientras la seguía miró por una de las ventanas del pasillo y vio al sargento Hay de pie juntó al tejo y hablando con un hombre, sin duda el jardinero.
Ellen golpeó con los nudillos en una de las puertas, y una vez obtenido el permiso de entrar, la abrió, diciendo:
—Aquí está un policía que quiere hablar con usted, señorita.
La respuesta debió de ser afirmativa, porque se hizo a un lado para dejar pasar a Neele.
Aquella habitación estaba absurdamente atiborrada de muebles. El inspector tuvo la sensación de haber vuelto a la época victoriana. Sentada ante una mesita bajo una luz de gas, una anciana se entretenía haciendo solitarios. Llevaba un vestido color castaño y sus escasos cabellos grises pendían lacios a ambos lados de su cara.
Sin alzar la vista ni interrumpir su juego dijo en tono impaciente:
—Bueno pase, pase. Siéntese si es su gusto.
No era fácil aceptar la invitación, puesto que todas las sillas estaban cubiertas da folletos o publicaciones de carácter religioso.
Mientras retiraba las que tapizaban un sofá, la señorita Ramsbatton le preguntó con acritud:
—¿Le interesan las misiones?
—Pues, me temo que no mucho, señora.
—Pues debieran interesarle Así es cómo está hoy en día el espíritu cristiano. La pasada semana vino a verme un sacerdote muy joven y tan negro como su sombrero, pero un verdadero cristiano.
El inspector Neele no supo qué responder.
La anciana le desconcertó todavía más al decir:
—No tengo aparato de radio.
—¿Cómo dice?
—¡Oh! Creí que habría venido para comprobar si había sacado la licencia. O alguna de esas tonterías. Bueno, joven, ¿de qué se trata?
—Lamento tener que comunicarle que su hermano político, el señor Fortescue, sintióse enfermo repentinamente esta mañana y ha fallecido.
La señorita Ramsbatton continuó con su solitario sin dar señales de preocupación, y limitándose a comentar tranquilamente:
—Al fin han sido abatidos su arrogancia y su necio orgullo. Bueno, algún día tenía que ocurrir.
—Espero que no haya sido un gran golpe para usted.
Resultaba evidente que no lo era, mas el inspector quiso ver lo que contestaba.
—Si se refiere a que no lo siento, está usted en lo cierto. —La señorita Ramsbatton le miraba por encima de sus gafas—. Rex Fortescue siempre fue un hombre pecador y nunca me agradó.
—Su muerte ha sido muy repentina…
—Como propia de un impío —repuso la dama con satisfacción.
—Es posible que fuera envenenado…
El inspector Neele hizo una pausa para observar el efecto causado.
Pero la señorita Ramsbatton ni parpadeó, y limitóse a murmurar:
—Siete rojo sobre ocho negro. Ahora puedo mover el rey.
Sorprendida al parecer por el silencio del inspector, se detuvo con la carta en la mano para preguntarle:
—Bueno, ¿qué esperaba que le dijera? Yo no le he envenenado, si es eso lo que quiere saber.
—¿Tiene alguna idea de quién pudo hacerlo?
—Esa pregunta es muy inconveniente —replicó la anciana—. En esta casa viven dos hijos de mi difunta hermana. No quiero creer que nadie de la sangre Ramsbatton pueda ser culpable de un crimen. Porque usted habla de un asesinato, ¿verdad?
—Yo no he dicho eso, señora.
—¡Pues claro que es un crimen! Muchas personas hubieran querido asesinar a Rex a su debido tiempo. Era un hombre sin escrúpulos. Y las culpas pasadas dejan su huella, como dice el refrán.
—¿Sospecha dé alguien en particular?
La señorita Ramsbatton dejó las cartas y se puso en pie. Era una mujer de elevada estatura.
—Creo que será mejor que se marche usted —le dijo.
Habló sin enfado pero con resolución.
—Si quiere conocer mi opinión —continuó—, debe haber sido uno de los criados. Ese mayordomo me parece un perillán, y esta doncella es completamente anormal. Buenas noches.
El inspector salió obedientemente de la estancia. Desde luego era una anciana muy particular. No le había sacado nada.
Al llegar al vestíbulo de la planta baja encontróse frente a frente con una joven morena y esbelta. Llevaba puesto un impermeable húmedo y le miraba con franca curiosidad…
—Acabo de llegar —le dijo—. Y me han dicho… que papá ha muerto.
—Lamento que sea cierto.
Ella buscó apoyo con la mano a sus espaldas, como un ciego sin lazarillo, y al tocar un arcén de roble se sentó despacio sobre él.
—¡Oh, no! —dijo—. No…
Dos lágrimas resbalaron por sus mejillas.
—Es horrible… —exclamó—. Creí que no le quería… Casi pensé odiarle… Pero no puede ser así, ya que no me importaría… y me importa.
Permaneció sentada mirando al vacío mientras las lágrimas iban humedeciendo su rostro.
De pronto volvió a hablar casi sin aliento.
—Lo peor es que ahora todo se arregla. Quiero decir, que Gerald y yo podremos casarnos. Podré hacer todo lo que quiera. Pero aborrezco que haya tenido que ser así. No quería que papá muriese… Oh, no… Oh, papaíto… papaíto…
Por primera vez desde que había ido a Villa del Tejo, el inspector Neele sorprendióse de ver a alguien que sintiera verdadero pesar por la muerte de Fortescue.