Neele colgó el teléfono y miró de hito en hito a la señorita Griffith.
—De modo que han estado preocupados por él últimamente, y querían que viera a un médico, usted no me lo dijo.
—No he pensado en ello —repuso la señorita Griffith—. A mí nunca me pareció enfermo precisamente…
—¿Pues qué?
—Sólo extraño. Distinto. Se comportaba de un modo especial.
—¿Cómo preocupado por algo?
—¡Oh, no! Éramos nosotros los que estábamos preocupados…
El inspector Neele aguardó pacientemente.
—La verdad, es difícil de explicar, ¿sabe usted? Alborotaba sin ton ni son. Con franqueza, un par de veces, pensé que había bebido… Gritaba contando las historias más extraordinarias, que estoy segura no eran ciertas… Durante la mayor parte del tiempo que llevo aquí siempre estuvo pendiente de sus negocios… sin dejar perder nada; pero últimamente estaba muy cambiado, expansivo, y… bueno… tirando el dinero. Cosa muy contraria a su natural modo de ser. Cuando el señorito Percival tuvo que ir al funeral de su abuela, el señor Fortescue le llamó y dándole un billete de cinco libras le dijo que lo apostara al segundo favorito y luego echóse a reír a carcajadas. Eso… bueno… eso no era propio de él. Eso es todo lo que puedo decirle.
—Tal vez sufriera alguna perturbación mental.
—No. Era como si aguardara algo desagradable y… excitante…
—Conque eso le preocupaba, ¿no es así?
La señorita Griffith asintió con algo más de convicción.
—Sí, sí; pero yo quiero decir mucho más que eso. Como si ya nada le importara. Estaba excitado, y venían a verle gentes muy extrañas para asuntos de negocios. Personas que no habían venido nunca por aquí. Eso preocupaba mucho al señorito Percival.
—Conque eso le preocupaba, ¿eh?
—Sí. El señorito Percival siempre había gozado de la confianza de su padre, ¿sabe? Pero últimamente…
—Últimamente no se llevaban tan bien.
—Bueno, el señor Fortescue hacía un montón de cosas que el señorito Percival consideraba poco acertadas. El señorito Percival siempre fue cuidadoso y prudente, pero de pronto su padre no quiso escucharle más y por eso estaba preocupado.
—¿Y tuvieron una fuerte disputa por todo eso?
El inspector Neele seguía tanteando.
—No creo que discutieran… Claro que ahora me doy cuenta de que el señor Fortescue debía estar fuera de sí… para gritar de aquel modo.
—¿Gritó? ¿Qué es lo que dijo?
—Vino a la sala de las mecanógrafas…
—¿De modo que todas lo oyeron?
—Pues… sí.
—¿Y se puso á insultar a Percival… soltando juramentos…? ¿Qué es lo que había hecho Percival?
—Pues al parecer era por lo que no había hecho… le llamó empleadillo miserable. Dijo que carecía de visión amplia, que no sabía realizar negocios en gran escala. Y le gritó: «Voy a traer a Lance a casa otra vez. Vale diez veces más que tú… y se ha casado bien. Lance tiene entrañas, aunque una vez se arriesgara a ser perseguido por la justicia…» ¡Oh, Dios mío, no debiera haber dicho eso! —La señorita Griffith, bajo la dirección experta del señor Neele, había ido demasiado lejos, como tantos otros, y sentíase presa de confusión.
—No se preocupe —dijo el inspector para consolarla—. Lo pasado, pasado.
—¡Oh, sí!, eso fue hace mucho tiempo. —El señorito Lance era muy joven y alegre y no se daba cuenta de lo que hacía.
El inspector Neele había oído palabras parecidas en otras ocasiones y no estaba de acuerdo, pero se dispuso a hacer nuevas preguntas.
—Cuénteme algo más de los empleados.
La señorita Griffith apresuróse a disimular su indiscreción dándole toda clase de informaciones acerca de las distintas personalidades de la sociedad. El inspector Neele le dio las gracias y pidió volver a hablar con la señorita Grosvenor.
El agente detective Waite afiló su lápiz, haciendo observar a Neele lo elegante del lugar. Su mirada apreció los enormes butacones, el inmenso escritorio y la iluminación indirecta.
—Y todas estas personas tienen asimismo nombres altisonantes —dijo—. Grosvenor… eso tiene algo que ver con un duque. Y Fortescue… también es un nombre de primera.
El inspector Neele sonrió.
—Su padre no se llamaba Fortescue… sino Fortescu… y procedía del Centro de Europa. Supongo que este hombre pensó que Fortescue sonaba mejor.
El agente detective Waite miró a su superior con respeto.
—¿De modo que sabe todo lo concerniente a su persona?
—Sólo he echado un vistazo a algunas cosas, antes de venir.
—No tendrán su ficha, ¿verdad?
—¡Oh, no! El señor Fortescue era demasiado listo. Tuvo ciertas relaciones con el mercado negro, y verificó un par de transacciones que tendrían mucho que discutir, pero siempre ha estado dentro de la Ley.
—Ya —dijo Waite—. No era un hombre escrupuloso.
—Retorcido —aclaró Neele—. Pero no tenemos nada contra él. Los inspectores de impuestos le han estado siguiendo durante mucho tiempo, pero siempre fue más listo que ellos. Era un verdadero genio financiero.
—¿De la clase de hombres que puede tener enemigos? —preguntó Waite.
—¡Oh, sí! Enemigos acérrimos, pero recuerde que le envenenaron en su propia casa. O por lo menos eso parece, ¿sabe Waite? He imaginado una especie de diseño… como uno de esos viejos retratos familiares. Percival, el niño bueno. Lance… el malo… con atractivo para el sexo femenino La esposa más joven que el marido y que no se sabe exactamente a qué campo de golf ha ido a jugar. Todo resulta muy corriente. Pero hay una cosa que choca mucho.
El agente detective Waite iba a preguntar: «¿El qué»?, cuando se abrió la puerta dando paso a la señorita Grosvenor, dueña otra vez de su pose y segura de su atractivo, que preguntaba con altivez:
—¿Deseaba usted verme?
—Quisiera hacerle algunas preguntas acerca de su jefe… tal vez será mejor que diga su antiguo jefe.
—Pobre hombre —dijo la señorita Grosvenor en tono poco convincente.
—Quisiera saber si últimamente ha notado alguna cosa extraña en el señor Fortescue.
—Pues, sí. A decir verdad, la he notado.
—Por ejemplo…
—Pues no puedo decirlo exactamente… Decía muchas cosas que carecían de sentido. La verdad es que no podría creer ni la mitad de lo que dijo. Y además perdía el control de sus nervios con gran facilidad… sobre todo con el señorito Percival. Conmigo no, porque desde luego, yo nunca discuto. Sólo digo «Sí, señor Fortescue», por extrañas que sean sus palabras… quiero decir.
—¿Se… bueno… se propasó alguna vez con usted?
—Pues no, no puedo decir que se propasara.
—Otra cosa, señorita Grosvenor. ¿Tenía costumbre de llevar grano en el bolsillo?
La señorita Grosvenor demostró viva sorpresa.
—¿Grano? ¿En el bolsillo? ¿Quiere decir para dar de comer a las palomas o algo así?
—Pudo haber sido para eso.
—¡Oh, no!, estoy segura. ¿El señor Fortescue dando de comer a las palomitas? ¡Oh, no!
—¿Podría haber llevado hoy cebada… o centeno por alguna razón especial? ¿Tal vez una muestra? ¿Algún negocio?
—¡Oh, no! Esta tarde esperaba a los de la Compañía Asiática de Aceites, y al presidente de la Sociedad Constructora Atticus… A nadie más.
Neele despidió a la señorita Grosvenor con un gesto.
—Tiene unas piernas preciosas —dijo el agente detective Waite, con un suspiro—. Y qué medias de nylon…
—Sus piernas no me interesan —replicó el inspector Neele—. Me he quedado con lo que ya tenía. Un puñado de centeno… y sin poder explicarme la razón de su presencia.