—Hay novedades, guapa.
Adormilada, Anaïs escuchaba a Solinas al teléfono sin creerle. La habían sacado de la cama. La habían llevado hasta allí, en el puesto de vigilancia. Le habían tendido el aparato de teléfono. Lo nunca visto.
—Tienes el brazo más largo de lo que imaginaba.
—¿El brazo largo, yo? ¿Qué significa eso?
—Que sales mañana. Orden del juez.
No pudo responder. Ante la idea de escapar de ese mundo enclaustrado, le pareció que su caja torácica se abría con una palanca.
—¿Te han dicho… por qué?
—Sin comentarios. Una decisión de las altas esferas, eso es todo. Luego dirán que la justicia es igual para todo el mundo.
Anaïs cambió de tono.
—Si sabes algo, dímelo. ¿Quién ha intervenido?
Solinas se rió. Su risa parecía un chirrido.
—Hazte la inocente, te sienta bien en la cara. En cualquier caso, te quiero cerca de mí. Seguimos la investigación. Llamémoslo nuestra célula de crisis.
—¿Hay alguna novedad en ese sentido?
—Nada. No hemos encontrado ni rastro de Medina. Nada sobre sus actividades ni sus contactos. Janusz sigue en paradero desconocido. No tenemos ni una pista, nada. La brigada de fugitivos no avanza en absoluto.
De manera confusa, Anaïs comprendía que Solinas y sus cerberos no estaban cualificados para conducir una investigación criminal. En cuanto a los especialistas de los fugitivos. Tampoco estaban acostumbrados a una presa del calibre de Janusz.
—¿Me envías un coche?
—No hace falta. Te estarán esperando.
—No conozco a nadie en París.
Solinas soltó una nueva carcajada. El chirrido se convirtió en chillido.
—No te preocupes. ¡Tu padre se ha desplazado expresamente!