Lulu 78 tomó la rue Saint-Paul.

Había en el aire un polvo de nieve impalpable. Los cantos de las aceras estaban de color azul debido al hielo. Cada paso restallaba como un látigo de orquesta. Chaplain la seguía a unos cien metros de distancia. A menos que la mujer se volviera y observara la calle con insistencia, no podía verle. Le gustaba ese seguimiento. La absoluta nitidez de cada detalle. El barniz del frío debajo de las bombillas. Tenía la sensación de vivir el negativo de su sueño, la pared blanca, su sombra negra. Pasaba ahora frente a paredes negras y su sombra era blanca: el vaho que escapaba de sus labios, filtrado por la luz lechosa de las farolas.

Ella giró a la izquierda, en la rue Saint-Antoine. Chaplain aceleró el paso. Al llegar a la calle, ella ya había cruzado y giraba a la derecha: rue de Sévigné. Chaplain cruzó. Se había marchado del bar sin pedir ningún número de teléfono. Su única prioridad era Lulu 78.

—Mierda —maldijo entre dientes.

La mujer había desaparecido. La calle rectilínea, bordeada de palacetes del siglo XVII, estaba desierta. Se echó a correr. O vivía en uno de aquellos edificios o se había subido a un coche.

—¿Qué quieres?

Chaplain se sobresaltó: ella se había escondido en un portal. Apenas discernía su silueta, tocada con su gorro a conjunto con la bufanda, de los colores encendidos del otoño. Parecía una colegiala que se hubiera perdido.

—No tenga miedo —dijo él alzando las manos.

—No tengo miedo.

Vio que en su mano derecha empuñaba un objeto amenazador. Uno de esos aparatos de autodefensa que provocan descargas eléctricas. A modo de confirmación, el cacharro emitió un destello deslumbrante. Una mera advertencia.

—¿Qué quieres?

Él trató de reír.

—Es absurdo. Nuestra cita ha empezado mal y…

—No tengo nada que decirte.

—Pienso, al contrario, que podríamos retomar las cosas allí donde…

—Gilipollas. Salimos juntos y cuando te has sentado frente a mí ni siquiera me has reconocido.

Así que no lo había soñado.

—¿Puede bajar eso, por favor?

Ella permaneció inmóvil, acurrucada bajo la puerta cochera. Alrededor de ella, la bóveda estaba recubierta de hielo, un halo azul y duro. Una nube de vapor rodeaba su rostro.

—Escúcheme —prosiguió él en tono sereno—. Tuve un accidente… He perdido parte de mi memoria…

Podía sentir su nerviosismo. Su desconfianza y su incredulidad.

—Le juro que es verdad. Por eso no he vuelto durante meses a las citas de Sasha.

Ninguna reacción. Lulu 78 seguía inmóvil en su postura de autodefensa. Su actitud no solo expresaba resentimiento. Había algo más. Algo más profundo. Un miedo que iba mucho más allá del instante presente.

Dejó transcurrir unos segundos a la espera de que ella retomara la palabra.

Iba a renunciar, cuando ella murmuró:

—En esa época, eras diferente.

—¡Ya lo sé! —replicó—. El accidente me ha cambiado por completo.

—Nono, el juerguista. Nono, el seductor. El conquistador de las damas…

Había dicho eso con amargura. Sus labios agrietados rezumaban resentimiento.

—Pero todo eso era pura fachada.

—¿Fachada?

—Hablé con las demás.

—¿Las demás?

—Las otras chicas. A las veladas de Sasha vas a buscar un tío y te marchas con unas amigas.

Chaplain se metió las manos en los bolsillos.

—¿Por qué dices que era una fachada?

—Porque detrás no había nada. Nunca nos has tocado.

—No lo entiendo.

—Nosotras tampoco. Lo único que querías era hacer preguntas. Siempre preguntas.

—¿Sobré qué hacía preguntas? —aventuró él.

—Parecía que buscabas a alguien. No lo sé.

—¿A una mujer?

Lulu no respondió. Chaplain se aproximó. Ella retrocedió hasta la esquina del portal y blandió el arma de autodefensa. El vaho escapaba de entre sus labios. El fantasma de su miedo.

—Eso no me convierte en un monstruo.

—Corren rumores —dijo ella, con voz grave.

—¿Rumores acerca de qué?

—En el seno del club desaparecen mujeres.

Encajó el golpe. No esperaba algo semejante. El frío empezaba a entumecerlo.

—¿Qué mujeres?

—No lo sé. De hecho, no hay ninguna prueba.

—¿Qué sabes, exactamente?

Había decidido tutearla para dejar claro quién llevaba las riendas. Tomaba el mando. El juego de fuerzas se invertía. Lulu se encogió de hombros. Parecía sopesar ella misma la absurdidad de su discurso.

—Después de Sasha, cuando volvemos con las manos vacías, nos vamos a tomar una copa entre amigas. Ya no recuerdo quién fue la primera que habló de esta historia, pero se fue extendiendo.

—¿Has interrogado a Sasha?

—Claro. Dijo que era una locura.

—¿Crees que oculta algo?

—No lo sé. Quizá haya avisado a la policía. De hecho, es imposible saber si alguien de la red ha desaparecido, ya que una mujer simplemente puede dejar de venir al club. Y eso no la convierte en víctima de un asesino en serie.

—En todo caso, tú has seguido viniendo…

Ella rió por primera vez, pero era una risa lúgubre.

—La esperanza mantiene en vida.

—¿Y qué pinto yo en todo esto?

—Siempre nos has parecido extraño… —titubeó.

—¿Porque no toco a las chicas?

—Nos obsesionamos. Incluso se lo contamos a Sasha…

Chaplain empezaba a comprender la frialdad de la mulata. Aunque no se creyera esa historia, el regreso de Nono al Pitcairn no era una buena publicidad.

—No sé cómo convencerte. Toda esa historia me parece aberrante.

—A mí también.

Para reforzar sus palabras, ella guardó el arma en el bolso.

—¿Sigues teniendo miedo?

—No tengo miedo, ya te lo he dicho.

—En ese caso, ¿qué pasa?

Ella salió de la mancha de sombra del portal. Lloraba.

—Busco a un tío, ¿lo entiendes? ¡No a un asesino en serie, ni a un amnésico, ni ninguna tontería de esas! Un simple tío, ¿vale?

Había soltado su última réplica entre un torbellino de vapor. Ya no era un fantasma, una aparición de cristal, sino un pez arrojado fuera del agua, que trataba desesperadamente de recuperar el aliento.

La contempló alejarse sobre el asfalto reluciente de hielo. Le hubiera gustado retenerla, pero solo podía ofrecerle su propio vacío.