Internet, una vez más.
Empezó por su número oficial. En cuanto tecleó los números del contrato, le apareció la lista detallada de las llamadas. Las últimas semanas, había recibido más llamadas de las que había efectuado. Cogió el móvil, lo puso en la opción de número oculto y marcó al azar algunos números. Contestadores automáticos. Si le respondían, colgaba. En todos los casos eran voces de mujeres. Efectivamente, ese era el número del Nono seductor.
Pasó a la otra línea, la oculta. Gracias al número del contrato pudo obtener el detalle de las llamadas. Chaplain utilizaba poco ese número. En cuatro meses, solo había llamado a algunos números protegidos. Contrariamente, había recibido muchas llamadas que continuaban después de agosto y disminuían progresivamente hasta diciembre.
Cogió el móvil y marcó unos números.
—¿Diga?
Una voz fuerte, agresiva, al cabo de dos tonos. Esta vez, tenía que hablar para averiguar algo.
—Soy Chaplain.
—¿Quién?
—Nono.
—¿Nono? ¡Joder, qué cabrón! ¿Dónde estás, hijo de puta? Kuckin sin!
El acento le pareció eslavo. Colgó sin responder. Otro número. Le resonaba aún en el oído el aliento de odio de aquella voz.
—¿Diga?
—Soy Nono.
—¡Qué huevos tienes, cabrón!
Otra voz grave. De nuevo con acento. Esta vez el origen parecía africano, entremezclado con ecos de los suburbios.
—No te he podido avisar —improvisó—. He tenido que… ausentarme.
—¿Con mi pasta? ¿Te estás quedando conmigo?
—Te lo devolveré… todo.
El otro se echó a reír.
—Con intereses, primo. Te lo aseguro. Primero te cortaremos los cojones y…
Chaplain colgó. Su perfil de camello se concretaba. Un camello que había robado la caja. Nervioso, hizo otros intentos. Nunca decía más que unas pocas palabras. El teléfono le quemaba. Incluso su voz le parecía delatar indicios que permitirían localizarlo… Oyó todo tipo de acentos. Asiático, magrebí, africano, eslavo… A veces le hablaban directamente en otros idiomas. No los entendía, pero el tono era muy explícito.
Nono debía dinero a todos los extranjeros de París. Como si no tuviera ya bastantes, acababa de descubrir una legión de nuevos enemigos.
Su móvil se había quedado sin batería.
Solo le quedaba por probar un contacto.
Decidió utilizar su línea fija. El número también estaba protegido. Cogió el ordenador portátil y se instaló sobre la cama. Tomó el teléfono y marcó el último número de la lista.
El acento era serbio, o algo por el estilo, pero la voz era más serena. Chaplain se presentó. El hombre se rió.
—Yussef estaba seguro de que reaparecerías.
—¿Yussef?
—Le diré que has vuelto. Se alegrará.
Chaplain utilizó la provocación para averiguar más.
—No sé si quiero verle.
—¿Estás colgado, gilipollas, o qué? —El eslavo se rió—. ¡Te largaste con nuestra pasta, pedazo de cabrón!
El hombre hablaba con un tono sarcástico. Esa cólera bromista era peor que los otros insultos. Chaplain había llamado a la puerta de una antesala. El verdadero infierno sería la etapa siguiente. Yussef.
—Ven hoy mismo, a las ocho.
—¿Adónde?
—Ándate con ojo, Nono. No vamos a estar siempre de cachondeo.
Una nueva provocación, para averiguar más.
—Ya no tengo vuestro dinero.
—Déjalo, el dinero no nos importa. Entréganos el material y ya veremos…
Chaplain colgó y se dejó caer sobre la cama. Observó las estructuras de metal pulido que sostenían la vidriera. No cabía ninguna duda: era camello. «El material». Droga u otra cosa… La malla del techo le pareció simbolizar su destino inextricable. No podría escapar jamás. El laberinto de sus identidades lo mataría…