El 188 de la rue de la Roquette no era la dirección de un edificio, sino de un conjunto de antiguas fábricas transformadas en lofts de artistas, oficinas de empresas de producción y talleres de diseñadores gráficos. Cada edificio contaba con dos plantas y desplegaba sus vidrieras de listones verticales con una especie de orgullo luminoso. Las callejuelas pavimentadas corrían entre esos bloques como arroyos de piedra lustrados por el sol.
Narcisse no sentía familiaridad alguna, pero sí el calor del lugar, el consuelo de un mundo aparte, a la vez artesanal y familiar.
—¿Nono?
Le llevó unos segundos comprender que se dirigían a él. Nono, diminutivo de Arnaud… A veinte metros, dos chicas fumaban a la puerta de un edificio. Una pausa para fumar un cigarrillo.
—¿Cómo estás? ¡Hacía tiempo que no te veíamos!
Narcisse se esforzó por sonreír sin aproximarse. Estaba en mangas de camisa. Su nariz tumefacta oscurecía rápidamente. Las chicas rieron ahogadamente.
—¿Ya no nos das un beso?
—Tengo gripe.
—¿Dónde estabas?
—De viaje —dijo alzando la voz—. Unas exposiciones.
—¡No tienes buena cara! ¡Te hemos visto en mejor forma!
Volvieron a reírse, dándose codazos. Sentía en esas jóvenes una excitación subterránea, una complicidad burlona. Se preguntó si no se habría acostado con una o con la otra. O con las dos.
—Ya puedes darnos las gracias. Te hemos regado las plantas.
—Ya lo he visto —dijo para tomarles el pelo—. Gracias.
Se metió por la primera callejuela que se abría ante él, con la esperanza de que fuera la buena. Las chicas no hicieron comentario alguno. Así que había acertado. Esa acogida era inesperada. Era Arnaud. Pero, admitiendo que ese personaje hubiera precedido directamente a Narcisse, por lo menos hacía cinco meses que lo había abandonado…
No se entretuvo en consideraciones. Su cerebro aún estaba bajo la impresión de una nueva noticia. Al dirigirse andando hacia la rue de la Roquette, se había detenido frente a un quiosco y había hojeado la prensa para consultar los titulares de los sucesos. Era demasiado pronto para que hablaran de su fuga del Hôtel-Dieu. Solo se comentaba el tiroteo de la rue de Montalembert.
Pero otros titulares lo impresionaron.
Una catástrofe que debería de haber previsto, a mil kilómetros de allí.
NUEVA DESGRACIA PSIQUIÁTRICA…
DRAMA EN UN HOSPITAL PSIQUIÁTRICO DE LA REGIÓN DE NIZA…
UN LOCO MATA A UN PSIQUIATRA Y A DOS ENFERMEROS…
Los gendarmes de Carros habían descubierto el día anterior, alrededor de las nueve de la mañana, los cadáveres de Jean-Pierre Corto y de dos enfermeros en el despacho del psiquiatra. Según los primeros resultados de la investigación, el médico había sido torturado lentamente.
—¿Lo va a comprar o no?
Narcisse respondió al quiosquero y se dio a la fuga. Era el maldito. Era El grito de Edvard Munch. ¿Cómo había podido pensar que los asesinos se contentarían con darse una vuelta por la Villa Corto? «El médico había sido torturado lentamente». Solo con pensarlo se le revolvía el estómago y le dolía en lo más hondo del corazón. La culpabilidad le subía a la garganta en forma de una bilis ácida. Allí por donde pasaba, se cernía la violencia y la destrucción. Era una Blitzkrieg a escala humana.
Pero a la vez, como siempre, el instinto de supervivencia murmuraba bajo el horror. No había una sola frase que evocara el paso de Narcisse por la Villa Corto en aquellos dos días. Recordaba a los artistas internados en el centro: a buen seguro sus testimonios no harían avanzar la investigación. Además, por lo que había leído, parecía que los gendarmes se orientaban hacia un ataque de locura intramuros, así que buscarían al culpable entre los pintores de la villa. Narcisse deseó buena suerte a los investigadores.
Leía deprisa y corriendo los nombres en los buzones de los talleres. No había un Arnaud ni por casualidad. La calle acababa frente a una fachada de vidrio, medio escondida por unos bambús, laureles y setos. ¿Eran las plantas de Nono? Se metió entre el follaje y encontró el buzón. Una etiqueta indicaba ARNAUD CHAPLAIN.
El correo se apilaba en el buzón. Echó un vistazo al fajo de correspondencia: todas las cartas iban dirigidas a Arnaud Chaplain. Cartas administrativas, correo del banco, publicidad, ofertas de suscripción y promociones enviadas por empresas de marketing. Nada personal.
Levantó las macetas una tras otra en busca de una llave escondida. Iba a necesitar de nuevo un golpe de suerte. No encontró nada. A falta de golpe de suerte, le quedaba el golpe a secas. Escondido detrás de los bambús, le dio un violento puñetazo a la tira de vidrio más próxima al marco de la puerta. Al tercer intento, el vidrio cedió y cayó al interior del taller.
Narcisse pasó el brazo, abrió el pestillo y accionó el pomo.
Entró en el loft, tropezó con otra pila de correspondencia en el suelo y cerró la puerta con cuidado.
Los ventanales estaban cubiertos por unas cortinas de paño. Estaba al abrigo de cualquier mirada. Se volvió sobre sí mismo y respiró emocionado el aire cargado de polvo.
Estaba en su casa.