La biblioteca más grande de Marsella está instalada sobre los vestigios de un cabaret de principios del siglo XX, el Alcazar, en el paseo Belsunce. Es un edificio moderno cuya fachada de cristal reluce como un espejo. A modo de recuerdo del teatro de variedades, los arquitectos recuperaron o construyeron una marquesina de vidrio y forja de estilo Belle Époque. La estructura domina las puertas acristaladas y contrasta enormemente con el diseño moderno del resto.
Janusz no sabía de dónde salía esa información, pero se alegraba de ver que recuperaba fragmentos de su memoria, incluso culturales.
—¿Estás seguro de que nos dejarán entrar?
—No te preocupes —dijo Champú—. En las bibliotecas nos adoran. Es el lado progre de la cultura. Además, en invierno todo el mundo es más simpático con nosotros. ¡El frío es nuestro mejor amigo!
Champú llevaba razón. Los recibieron amablemente. Aceptaron incluso que el calvo depositara sus apestosos bártulos, no en la consigna, pero sí en un espacio de cemento dedicado al material de mantenimiento. Janusz tenía el corazón en un puño. El rastro del asesino, que coincidía con su propio itinerario. Las preguntas que se acumulaban sin la menor respuesta… Estaba decidido a sumergirse en la Antigüedad como en un manantial de agua fresca, enriquecedor e iniciático.
La biblioteca era una torre de luz. Un ventanal dejaba entrar los rayos del sol que iluminaban las paredes blancas, las escaleras suspendidas y los ascensores acristalados. El espacio, de techo muy alto, se elevaba varias plantas y respondía perfectamente a la definición de «torre de marfil».
Champú se dirigía a un sillón vacío, frotándose las manos ante la idea de la siesta que se iba a echar.
—Ven conmigo —le dijo Janusz.
—¿Adónde?
—Empezaremos por los periódicos.
Janusz consultó los archivos digitalizados de la prensa regional en una pantalla interactiva. Una rápida búsqueda le proporcionó una serie de artículos acerca de un piloto de ala delta hallado muerto en la cala de Sormiou el 17 de diciembre de 2009. Según los artículos, bastante breves, el hombre no había sido identificado. Tampoco se conocían las circunstancias del accidente. Janusz siguió buscando, pero no encontró más artículos.
Se preguntaba cómo diablos el comandante Jean-Luc Crosnier habría podido acallar el asunto. En cualquier caso, su grupo de investigación pudo trabajar con absoluta tranquilidad. Amplió la búsqueda, pero no halló nada más. Desconectó.
En realidad, ya sabía más acerca del caso que todos los periódicos del sudeste juntos. Durante el trayecto hacia la biblioteca, en el metro, había leído el informe de la autopsia de Claudie. No había ninguna sorpresa, pero sí varias precisiones. Sobre todo una: veinticuatro horas después de la autopsia propiamente dicha, el análisis toxicológico reveló una dosis muy alta de heroína en la sangre de Tzevan Sokow. Exactamente como Philippe Duruy.
Alzó la vista, buscando la sección de Mitología. Alrededor de cada planta había una barandilla de la que colgaban unos grandes rótulos en los que estaban escritos los temas y disciplinas.
—Subamos al tercero —dijo Janusz al ver el cartel que rezaba «3 CIVILIZACIÓN».
Tomaron la escalera suspendida. Janusz observaba a la gente. Había estudiantes que trabajaban alrededor de grandes mesas iluminadas por una especie de orquídeas de luz. Otros empollaban sentados en sillones, junto a las paredes. Otros buscaban entre las estanterías. La media de edad rondaba los veinte años.
Todos los colores estaban representados. Blancos disipados, que se dividían entre sus libros y sus teléfonos móviles. Negros de aspecto concentrado, indiferentes al mundo exterior. Asiáticos que reían entre ellos y se daban codazos. Magrebíes con barba y el birrete blanco de oración, recogidos frente a sus libros. La torre de marfil era a la vez una torre de Babel.
Janusz se sentía en tierras conocidas. La decoración moderna, los libros y la atmósfera estudiosa le parecían familiares. También él, en un momento de su vida, había pasado las tardes en lugares como aquel.
Tercera planta. MITOLOGÍA 291.1. RELIGIONES DE LA ANTIGÜEDAD 292.
Comenzó a recorrer los lomos de los libros y se dio cuenta de que sabía lo que buscaba. La biblioteca histórica de Diodoro de Sicilia. Libro IV. Las Metamorfosis de Ovidio. Libros VII y VIII. Así que ya había investigado acerca de lo mismo. La angustia le paralizó el corazón. ¿Era el asesino?
No. Esos conocimientos formaban parte de su cultura general. Aparte de sus estudios de Medicina, sin duda contaba con una formación en Historia o Filosofía. Además, podía recitar de memoria las biografías de ambos autores. Diodoro fue un historiador griego que vivió en el siglo I A.C. bajo el régimen romano. Ovidio fue un poeta latino, nacido justo antes del principio de la era cristiana, expulsado de Roma por haber escrito El arte de amar, considerada una obra inmoral.
Cogió los dos libros y otros ensayos relativos a esas obras. Buscó un sitio, vio que Champú dormía al fondo de un corredor y eligió un sillón en un rincón, lejos de las mesas. Sacó su cuaderno y se sumergió en la lectura en busca del Minotauro.
Nada nuevo bajo el sol. Janusz solo averiguó un detalle. Esa leyenda estaba marcada por una especie de maldición taurina. El rey Minos ya era hijo de un toro, puesto que Zeus, para seducir a Europa, adoptó la forma de ese animal. Luego, la esposa de Minos fue seducida a su vez por un toro y dio a luz a un monstruo, mitad hombre y mitad bovino. Una especie de gen animal recorría ese mito.
¿Ese detalle significaba algo para el asesino? Janusz descubrió otro hecho. La historia del Minotauro estaba ligada a la de Ícaro. Ícaro era hijo de Dédalo, el arquitecto personal de Minos y creador del laberinto del monstruo, y también quien inspiró a Ariadna el truco del hilo…
De hecho, la historia de Ícaro y Dédalo era la continuación de la del Minotauro. Minos, enfurecido al averiguar que su arquitecto había participado en la evasión de Teseo, decidió encerrarlo en su propio laberinto, con su hijo Ícaro. Fue de esa prisión de donde escaparon padre e hijo con las alas de cera y plumas que se habían fabricado…
¿Qué había que descifrar a través de esos cuentos? ¿Por qué los había elegido el asesino? No seguía la cronología, pues había matado a Ícaro antes que al Minotauro. ¿Había cometido otros crímenes inspirados en otras leyendas? Al cerrar su cuaderno, a Janusz le vino a la cabeza otro punto en común entre los dos mitos. En ambos casos se trataba de un padre y un hijo. Minos y el Minotauro. Dédalo e Ícaro. Un padre poderoso o experimentado. Un hijo monstruoso o torpe.
¿Había elegido el asesino esos mitos por esa relación entre padre e hijo? ¿Trataba de transmitir algún mensaje? ¿Era un hijo monstruoso? ¿O, por el contrario, un padre delirante que se encarnizaba con sus hijos de sustitución, sus víctimas?
Janusz consultó el reloj de la sala. Las cuatro de la tarde. Anochecía. Se arrepintió de haber perdido un tiempo precioso con aquellos libros. Habría sido mejor ponerse manos a la obra de inmediato con su otra misión: encontrar a Hojalata, el testigo con el cerebro de metal.
Colocó de nuevo los libros en la estantería respetando el orden de las signaturas y se dirigió hacia Champú, que seguía durmiendo. Se disponía a despertarlo cuando se volvió sobre sus talones y se dirigió al mostrador de información del departamento. Dos mujeres jóvenes conversaban en voz baja detrás de su ordenador.
Se situó frente a ellas y las saludó. Ni una mueca de asco. No se echaron atrás. Era un buen comienzo.
—Disculpen…
—¿Qué desea? —preguntó una de las bibliotecarias mientras la otra tecleaba de nuevo.
Janusz señaló el pasillo 292.
—¿Se ha fijado si hay algún visitante regular por ahí? ¿En las secciones de mitología y religiones de la Antigüedad?
—Aparte de usted, nadie.
—¿Se refiere a hoy?
—No, a las pasadas Navidades. Usted era el único visitante habitual.
Él se rascó el mentón. Su barba tenía la dureza del papel de lija.
—Disculpe… —repitió más despacio—. Tengo problemas de memoria. ¿Venía… por aquí a menudo?
—Todos los días.
—¿Cuándo, exactamente?
—Diría que a partir de mediados de diciembre. Luego desapareció y aquí está de nuevo.
Los elementos se ordenaban en su cabeza. De una u otra manera, a mediados de diciembre, Janusz fue informado del asesinato de Ícaro. Fue allí en busca de información acerca del mito en el marco de su investigación sobre el asesino. Luego, el 22 de diciembre, fue agredido por la banda de delincuentes. Se marchó de Marsella y se transformó en Mathias Freire.
Janusz saludó con una sonrisa a la bibliotecaria. Pero la sonrisa iba dirigida a sí mismo. Andaba exactamente sobre sus propias huellas. Era el hombre que vivía su vida al revés.