Viktor la vio venir a lo lejos y advirtió que había algo distinto: la directora Corti caminaba con un leve balanceo de los brazos y un ímpetu que parecían ajenos a ella. Por un instante sintió un chispazo de optimismo, una sensación que se estaba haciendo cada vez más rara en él. En los últimos días, Viktor había notado que su estado de ánimo se iba oscureciendo. Le costaba pensar al levantarse cada mañana que ese sería un buen día, como lo había hecho toda la vida. Y luego los días se arrastraban lentos, tediosos y solitarios. Para peor, las ventas habían caído, quizá como consecuencia de su malestar. Ahora le costaba más que antes poner entusiasmo para vender y, peor aún, tenía la impresión de que intimidaba a la gente cuando se le acercaba
Pero la profesora, definitivamente, se veía contenta. Quizá le traía buenas noticias.
—¡Tengo el pasaje! —le anunció al llegar.
—¿Pasaje? —Viktor intentó no mostrar su desilusión—. ¿A Moscú?
—Sí, me voy a Moscú el 16 de julio a las cuatro y veinte de la tarde.
—Qué bueno, prrofesora. Puede ver a Tania e Inga.
—¿Quiénes son Tania e Inga?
—¡Mi familia! Son encantaderas. La pueden llevar a pasear
—Encantadoras. Podría ser, claro. Se lo voy a comentar a Martiniano: seguro que está muy interesado en conocerlas. Me dijo que le gusta mucho tomar contacto con la población local cuando visita una ciudad.
—¿Martiniano es su esposo?
—No, es mi vecino y compañero de viaje. Nos hicimos amigos el día en que mató una cucaracha.
—Ajá. Qué bien. Espero que le gusten los aviones: es largo hasta Moscú.
—Espero —dijo Leonor y a Viktor le pareció que le temblaba levemente el labio inferior—. Es mi primer viaje. Nunca volé.
—¿Nunca? ¿Y cómo se decidió ahora?
—No sé —el labio tembló más evidentemente—. Quizás todavía cambie de idea. ¿Se mueven mucho los aviones?
—No, no mucho. A veces hay tormenta y entonces… —Viktor sacudió las manos con violencia, como mostrando un terremoto— todo tiembla. Pero pasa pronto.
—Debe ser horrible.
La cara de Leonor se había descompuesto.
—Para nada, profesora. Todo le va a encantar. Y si ve a Tania, usted le cuenta que acá es lindo. Que es muy lindo —frunció el ceño—. Mi Tania es un poco enojada y ahora dice que no sabe si va a venir cuando yo consiga plata.
—¿Por qué está enojada?
—Cree que elegí mal. Dice: otro país mejor. ¿Pero cómo lo sabe? Nadie sabe lo que viene. Si yo me quedaba con pulsera, quizá tenía suerte. Pero no conocía a usted. Ni a Isabel y Nicolás. Nunca se sabe qué va a pasar. Nunca. Las cosas cambian: así —Viktor hizo un chasquido con los dedos—. Cuando uno se levanta, no sabe qué le puede pasar ese día: quizá todo distinto. Yo pensaba que era un persona con buena suerte, profesora. Pero los últimos años no. ¿Usted cree que la buena suerte se pierde?
Leonor parecía un poco desconcertada.
—No sabría decirle. Yo venía a hablarle del trabajo.
—¿Sí?
Él levantó las cejas con ansiedad.
—Como maestro en la escuela no puede ser, Viktor. Siendo ruso…
—Ya —sus cejas cayeron—. Me lo imaginaba.
—Pero quizás… No sé si le interesa, hay una posibilidad como ayudante, para hacer un poco de todo: arreglos pequeños, vigilancia…
—¿Un trabajo en escuela?
—Sí, claro, en la escuela. El salario no es muy alto, pero sería algo estable y…
Viktor se adelantó, la abrazó a Leonor e hizo que sus pies se elevaran levemente del suelo.
—¡Gracias, prrofesora! ¡Gracias!
Ella se sintió un poco ahogada en sus enormes brazos y pensó que algo así experimentaría si a un oso se le ocurría abrazarla en las estepas rusas.