cap13

Nina Tamburini estaba molesta. Esto no era extraño, ya que se pasaba la mayor parte del tiempo en ese estado, pero ahora estaba más molesta que de costumbre: enormemente molesta. Solo que no sabía exactamente por qué.

No se debía esta vez a un problema familiar, eso lo tenía claro. Después de su cumpleaños, había hablado por teléfono con Vanesa y la conversación había ido muy bien. Su hija quería saber qué pensaba ahora de Mauricio y ella hizo un gran esfuerzo por ser positiva: le dijo que le parecía agradable y que celebraba que finalmente se hubiese limpiado las uñas.

El malestar era en verdad más reciente. Tal vez estaba relacionado con Nancy Montefiore, con quien acababa de cruzarse en la entrada del gimnasio. Tras pasar a su lado sin decirle una palabra, la chica se había metido en la sala de boxeo. Nina no tenía injerencia en esa sala: era independiente del gimnasio y la alquilaba el entrenador Aguilar. Normalmente no veía a nadie ahí, ya que la mayoría de los muchachos de Aguilar caía cuando la actividad de las escuelas había terminado. Pero días atrás el entrenador le había advertido que Mano Dura iba a empezar a practicar allí algunos días. Quería ser boxeadora. Nina no le respondió nada. En parte porque era su estilo quedarse en silencio cuando algo no le gustaba y en parte porque creía que al entrenador Aguilar no le importaría en lo más mínimo su opinión, por lo cual no se iba a molestar en expresarla.

De pronto Nina supo por qué estaba tan molesta: la presencia de Nancy le había recordado el asunto de la pulsera. La había engañado y ella odiaba que la engañaran. Se había dado cuenta el día en que una pareja de chicos había venido a preguntarle por esa pulsera. Eran claramente novios y se miraban de esa manera embobada en que se miran los adolescentes cuando están enamorados, algo que Nina encontraba un poco exasperante. La chica le describió la pulsera con bastante precisión y le explicó que se la había olvidado días atrás en el baño de mujeres, junto al jabón. Era exactamente el lugar donde ella la había encontrado, por lo que no tuvo motivos para dudar de su palabra. Supo entonces que Mano Dura le había mentido y la invadió una sensación profunda de ira, no tanto por la pérdida de la pulsera, sino por haber sido incapaz de detectar el engaño.

Mientras lo recordaba, Nina se propuso recuperarla. No la impulsaba el deseo de devolvérsela a su dueña, ya que no albergaba ningún sentimiento en particular hacia ella. Era otra cosa: ansias de revancha. Quería mostrarle a Nancy que no podía salirse así con la suya y quedarse con un objeto que no era de ella, extraído de su armario. De modo que bajó la escalera que daba a la sala de boxeo y entró sin hacer ruido. Mano Dura golpeaba la bolsa una y otra vez, completamente abstraída. Claramente era algo que le encantaba hacer: todo su cuerpo parecía irradiar un enorme bienestar. Nina la observó en silencio durante un rato, luego se adelantó unos pasos para dejarse ver y dijo solamente dos palabras.

—La pulsera.

Nancy se detuvo y la miró. Estaba fastidiada por la interrupción.

—¿Qué?

—La pulsera que te llevaste. No era tuya.

—¿Y? —Nancy se encogió de hombros y volvió a golpear, decidida a ignorar la presencia de Nina.

—La quiero de vuelta.

—No puede ser. Ya no la tengo. La regalé.

Nina observó sus brazos: efectivamente no la traía puesta.

—Problema tuyo. La tenés que traer de vuelta: te doy dos días. Si no…

—¿Si no qué?

El tono burlón de Nancy terminó de exasperar a Nina. Fue cuando tuvo una iluminación.

—Tus padres no saben que estás entrenando —dijo.

En realidad, no tenía idea de si lo sabían o no, pero se arriesgó. La expresión de Nancy le mostró que había acertado.

—O me traés la pulsera —siguió— o los llamo y les cuento sobre tu trato con Aguilar. No creo que les guste, si lo conocen.

Tampoco tenía la más mínima idea sobre el tipo de trato que tenía con Aguilar, pero le parecía evidente que existía algún trato. Y también que Aguilar no iba a ser el tipo más encantador del mundo para los padres de una adolescente. Por la cara de Nancy, supo que nuevamente había dado en el clavo. Nina se sintió tremendamente aguda: no había nada como el deseo de venganza para sacar lo mejor de su astucia.

En realidad, ella no pensaba llamar jamás a los padres de Nancy. No tenía el número ni pensaba molestarse en hacer semejante gestión. Pero Mano Dura no lo sabía y eso le daba una ventaja. Ahora había dejado de golpear y la miraba.

—No los llame —fue todo lo que dijo la chica.

—Tenes dos días —respondió Nina triunfante—. Quiero la pulsera para el viernes.

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