61

—¿Quién eres?, pregunta el Pequeño.

—Ya lo sabes, responde el Pequeño.

—¿Cómo has llegado hasta aquí?

—De la misma manera que tú. Cayendo al pozo.

—¿Dónde has estado todas estas semanas? No te he visto antes.

—Estaba callado.

—¿Y ahora quieres hablar?

—Hablemos.

El Grande ronca como un jabalí.

—¿Voy a morir?, pregunta el Pequeño.

—Sí. Algún día. ¿Te preocupa?, responde el Pequeño.

—A veces. Cuando tengo cosas que decir me asusta no tener tiempo para decirlas. Mi hermano cree que alucino, pero se equivoca. Es una especie de urgencia.

—No eres especial por eso.

—Sí que lo soy. Pienso cosas que los demás no piensan. Veo cosas que los demás no ven, o si las ven no pueden interpretarlas de la manera correcta.

—Hablas como si conocieras la verdad.

—No. Hablo como si me hubiera cansado de estar equivocado.

—¿Y ya no te equivocas?

—Ya no. Lo equivocado es todo lo demás. Este pozo, las paredes, el bosque, las montañas. He pasado mucho tiempo confundido, pero ya estoy bien.

—No tienes cara de estar bien.

—Voy a morir. Estoy mejor que nunca.

—¿Saldremos del pozo alguna vez?, pregunta el Pequeño.

—Tú sí. Dentro de veintiocho días, responde el Pequeño.

—¿Y mi hermano?

—El joven que está dormido no saldrá nunca. Sus huesos se harán polvo en este agujero. Alguien debe morir para que tú vivas, ya tendrías que saberlo.

—No quiero que muera. Él está siendo fuerte por mí.

—Muchos serán fuertes por ti. Y tú se lo agradecerás a todos cuando llegue el momento. También a tu hermano.

—No sé cómo podría… No tengo nada que darles, hay un hueco donde debería haber otras cosas.

—Contra eso no puedes luchar. Nadie podrá llenar ese vacío, esa hambre que sientes cada día. Tú no puedes saciarte.

—Parece una condena.

—Supongo que lo es. Lo siento.

—No lo sientas. Tuve mis opciones, pero elegí este camino.

—¿Y qué crees que encontrarás al final?

—No me importa. Quizá haya un castigo, o una recompensa. Quizá haya dolor, nada más que dolor, un dolor tan blanco que me deje ciego. Me da igual. La vida es maravillosa, pero vivir es insoportable. Yo quisiera acotar la existencia. Pronunciar durante un siglo una larga y única palabra, y que ella fuera mi verdadero testamento.

—¿Un testamento para quién?

—Para quienes puedan entenderlo.

—¿Crees que seré recordado?, pregunta el Pequeño.

—Quizá por tus contemporáneos, por tu generación, responde el Pequeño.

—Eso no es suficiente. No sé si pertenezco a alguna generación: ninguno de mis seres queridos tiene mi edad. Seré recordado por todos, hasta que no quede un solo hombre sobre la tierra.

—¿Y por qué habrías de serlo?

—Por lo que sé. Por lo que voy a hacer. Por sobrevivir al pozo. Por mis visiones. Porque mis palabras son nuevas. Porque soy grande.

—No lo eres. Eres Pequeño.

—Eso es solo un nombre.