Al tercer día han desarrollado una rutina. Cuando sale el sol, beben agua y hacen gárgaras, que luego escupen al otro extremo del pozo, en el mismo agujero que han cavado para sus deposiciones. Después gritan durante varios minutos pidiendo auxilio, por turnos, hasta que la garganta les pica por el esfuerzo. Durante el resto de la mañana el Pequeño se esmera en recoger toda clase de insectos y raíces que machaca en su camisa hasta que consigue una pasta espesa, mientras su hermano realiza ejercicios. El Grande fortalece sus músculos siguiendo un orden preestablecido, con flexiones para trabajar los brazos y los hombros, series de abdominales y sentadillas, hasta que las piernas no le obedecen y debe parar. Luego trabaja la resistencia, saltando en distintos ángulos, forzando la espalda y la columna. Por último, repite las flexiones, las abdominales y las sentadillas cargando con su hermano, y cierra la sesión levantándolo sobre sus hombros como si fuera una barra o un saco de arena. Descansa quince minutos, y en ese intermedio los dos hermanos vuelven a gritar, y solo paran cuando son incapaces de pronunciar palabra. Después, el Grande repite todos los ejercicios.
Si pueden mirar el cielo sin quemarse los ojos por el sol, convienen que la mañana ha terminado y empieza la tarde. El reparto de comida es totalmente desigual. El Grande come el ochenta por ciento de lo que su hermano ha recogido, quedando apenas para este lo que ha logrado sacar de un gusano, algunos insectos y dos o tres raíces. Ambos calman su apetito en silencio, y dejan una pequeña ración para la cena. Al terminar, beben toda el agua que pueden y repiten su coral de gritos. Después, el Pequeño se recoge en posición fetal, sin apenas moverse, y el Grande realiza ejercicios de estiramiento durante un par de horas. Con la última luz del día comen los restos que dejaron apartados, siguiendo el mismo patrón de racionamiento, y luego vuelven a gritar hasta que anochece. Se acuestan apretados, buscando en el cuerpo del otro un calor que los ayude a conciliar el sueño mientras el bosque responde a sus chillidos del día con un canto nocturno. Ellos lo esperan intranquilos, preguntándose si escucharán primero el de los grillos, los búhos o los lobos.