1
—Pero si todo eso ya me lo ha preguntado —se quejó Linda Gardner.
Sus quejas no eran fruto de la exasperación, sino más bien del agotamiento. Estaba a punto de salir con su hija para hacer la compra cuando había recibido la llamada de la inspectora Almond, que quería pasar a verla un momento. La menuda y vigorosa agente de policía con la que había estado hablando durante horas en el mes de julio. Había vuelto a despertar dentro de la misma pesadilla una vez más. Jamás conseguiría librarse de ella.
—Lo sé —dijo Valerie Almond. Estaba sentada frente a Linda, en el salón de esta. Sabía perfectamente lo mucho que le molestaba a aquella mujer que se hubiera presentado de nuevo en su casa—. Debo decirle, señora Gardner, que seguimos sin tener pistas acerca del horrible crimen que acabó con la vida de Amy Mills. Por eso intentamos trabajar en lo que tenemos, que lamentablemente no es mucho. Con la esperanza de que hayamos pasado algo por alto. O de que alguno de los interrogados se dejara algo por mencionar. Algo que hubiera olvidado. Ya me ha pasado otras veces.
Linda miró por la ventana, como si hubiera algo allí a lo que pudiera aferrarse. Un cielo azul radiante, un dorado día de octubre.
—Es que… no hago más que reprocharme cosas horribles —dijo en voz muy baja—. Si no me hubiera dejado llevar tanto por las ganas de pasarlo bien, si no me hubiera olvidado por completo de la hora que era… Quizá Amy todavía estaría viva. ¿Sabe? Desde que mi marido nos dejó, mi rutina se ha vuelto muy dura. Criar sola a una hija tan pequeña limita mucho mis posibilidades. A menudo me siento encadenada a este lugar. A mi hija. Salir de noche con mis alumnos de francés era algo especial para mí. Mujeres y hombres de mi edad con los que podía ir a tomar algo en un pub después de clase. Beber un poco de vino, reír, contar historias… y saber que la pequeña está segura porque Amy está cuidando de ella. Solo podía permitirme una canguro una vez por semana. Las noches del miércoles eran… Me pasaba la semana entera esperando que llegara ese momento.
—Habla todo el rato en pasado —dijo Valerie—. ¿No sigue dando clases?
—Sí. Pero ya no salgo al acabar con mis alumnos. Después de lo ocurrido no pude volver a hacerlo. —Los ojos se le llenaron de lágrimas. Frunció los labios para intentar contenerlas.
—No se haga demasiados reproches —respondió Valerie, que parecía sentir compasión por ella—. No podemos saber qué habría ocurrido de haber sido distintas las circunstancias, si hubiera vuelto usted a la hora acordada.
—Pero ese… ese criminal tal vez acababa de llegar a los Esplanade Gardens cuando Amy apareció por allí. Si hubiera salido antes…
—Esa es solo una de las variantes posibles —la interrumpió Valerie—. Un criminal que holgazanea por un parque y se topa accidentalmente con alguien que acaba convirtiéndose en su víctima. Otra posibilidad es que alguien hubiera puesto a Amy en su punto de mira. Y aún más, no entendemos por qué la subida directa que transcurría entre las dos vallas estaba cerrada. Ya hemos hablado con los trabajadores de la obra, pero nos han jurado que ninguno de ellos colocó las vallas de ese modo. Y la dirección del parque tampoco tuvo nada que ver. No había ningún motivo para bloquear ese camino, todo estaba correcto. Naturalmente, puede que no fuera más que una gamberrada de unos chavales. Pero también es posible que alguien hubiera cortado a propósito el camino más corto y más rápido que solía tomar Amy. No le quedó más remedio que dar un largo rodeo por el parque. Allí es donde el asesino la estaba esperando, probablemente después de haberla visto cruzar el puente. Eso podría haber ocurrido dos horas antes del suceso. Quizá la única consecuencia de que usted se retrasara fuera que el tipo hubiera tenido que esperar más de lo que había planeado.
—Si fue algo planeado…
—En cualquier caso, no podemos excluir esa posibilidad. Por eso he vuelto a preguntarle quién estaba al corriente de que Amy trabajaba para usted como canguro.
Linda Gardner parecía desconcertada.
—Pero… ¿por qué esa persona tendría que haberse fijado en eso? Quiero decir, que no fue un delito sexual, ¿no? Y tampoco le quitó el dinero. Por no decir que Amy casi no tenía nada.
—Cuando alguien está lo suficientemente loco, puede encontrar muchos motivos para matar a alguien —replicó Valerie.
Al ver la expresión atormentada de su interlocutora, no quiso siquiera mencionar que después de contemplar el cadáver terriblemente maltratado de Amy Mills estaba convencida de que lo único que había motivado el crimen había sido el odio. Puede que fuera un odio personal y concreto contra la persona de Amy Mills, pero también podría tratarse de una agresión más genérica, aunque no por ello menos violenta, contra todas las mujeres.
Decidió volver a hacerle la misma pregunta.
—¿Quién estaba al corriente de que Amy Mills trabajaba para usted? —Echó una ojeada a sus anotaciones—. Cuando la interrogamos en julio mencionó a los alumnos de su grupo de francés. En ese momento dijo que los miércoles daba clase a ocho personas. Seis mujeres y dos hombres. Aquel miércoles fueron todos a clase.
—Sí, pero…
—Hemos hablado con ellos. Realmente no parece que ninguno pueda estar implicado en el caso, aunque tal como están las cosas tampoco podemos descartar ninguna posibilidad. ¿Había alguien más?
Linda se tomó un momento para pensarlo.
—La anciana que vive en el piso de abajo quizá lo supiera. Aunque no puedo estar segura de ello. Quiero decir que no es que yo se lo haya contado, pero a lo mejor se enteró al ver que Amy entraba y salía. Amy tenía que pasar por delante de su puerta.
—¿Cómo se llama la anciana?
—Copper. Jane Copper. Pero sería absurdo sospechar de ella. Es una persona menuda y con muchos achaques, tiene casi ochenta años.
—¿Y se las arregla sola? ¿Van a verla parientes o conocidos a menudo? ¿Algún hijo? ¿Algún nieto? ¿Alguien?
—Que yo sepa, nadie. Siempre parece muy sola.
Valerie anotó el nombre de Jane Copper, aunque sin muchas esperanzas al respecto.
—Mi ex marido lo sabe —dijo Linda de repente—. Sí, a él se lo dije.
—¿Dónde vive su ex marido?
—En Bradford. O sea, que no es que viva aquí al lado precisamente. Aunque no conocía a Amy, ni siquiera sabe cómo se llamaba. En algún momento se lo dije por teléfono, le conté que daba clases de francés para ganar algo de dinero y me preguntó qué hacía con la pequeña mientras tanto. Le dije que había encontrado a una estudiante que cuidaba de ella. En todo caso creo que ni siquiera está al corriente de que las clases son siempre los miércoles. No tenemos mucho contacto, ¿sabe?
—De todos modos me gustaría que me diera el nombre y la dirección de su ex marido —dijo Valerie.
Linda le dio los dos datos.
—¿Por qué se separaron?
Linda hizo una mueca que acabó siendo una sonrisa amarga.
—Las jovencitas. Chicas muy jóvenes. Simplemente era incapaz de controlarse delante de una.
—¿Menores de edad?
—Tan jóvenes, no.
Valerie garabateó algo en su bloc de notas.
—En cualquier caso, hablaremos con su ex marido. ¿No se le ocurre nadie más?
—No sé…
—¿Alguien más de la Friarage School? —insistió Valerie.
Linda se devanó los sesos. ¿Con quién tenía contacto allí? No tenía amigos en la escuela, por motivos de tiempo y de flexibilidad le era imposible mantener cualquier clase de relación.
Pero había alguna idea, algún recuerdo vago… Tras el asesinato de Amy Mills había hablado con algunos colegas acerca de la tragedia, se había revelado como la persona para la que había trabajado Amy, la persona que había jugado frívolamente con el tiempo de la joven. Pero antes… Es decir, que quizá lo hubiera mencionado en cualquier contexto anterior. En la escuela…
De repente, cayó en la cuenta. Un hombre guapo que también daba clases de francés. Acordaba los horarios de clase con él a principios de cada curso. Durante el primer interrogatorio no había reparado en él.
—Dave —dijo—. Dave Tanner creo que lo sabía.
Valerie se inclinó hacia delante.
—¿Quién es Dave Tanner? —preguntó.
2
Desde el primer momento, la tarde había estado destinada al desastre en el que acabó al final. En eso estarían todos de acuerdo posteriormente y hubo quien confirmó que la atmósfera que había respirado allí habría podido cortarse con un cuchillo.
Como de costumbre, había sido Fiona quien había acabado hablando sin tapujos. Había mirado a Gwen con las cejas arqueadas. Gwen llevaba un vestido excepcionalmente bonito de terciopelo color melocotón, ceñido con un cinturón de charol negro que reveló a los presentes algo que nadie había sabido hasta entonces.
Gwen tenía la cintura estrecha y una silueta mucho más delicada de lo que podría haber sugerido la ropa holgada como un saco que solía llevar.
—Bonito vestido —dijo Fiona finalmente—. ¿Es nuevo? ¡Te queda muy bien!
Gwen sonrió ante el cumplido.
—Dave lo eligió por mí. Dijo que podía destacar algo más mi figura sin problemas.
—Pues tiene razón —confirmó Fiona en tono afable justo antes de sacar las uñas—. Además de escogerlo, ¿lo ha pagado él?
Gwen se quedó de piedra.
—Por favor, Fiona, eso no es asunto tuyo —murmuró Leslie, avergonzada.
Dave Tanner apretó los labios.
—No —respondió Gwen—, pero tampoco habría querido que lo pagara.
—No pasa nada porque un hombre le regale a su futura esposa algo especial de vez en cuando —dijo Fiona—. Aunque, naturalmente, esa solo es mi opinión.
Un silencio incómodo siguió a esas palabras. Jennifer Brankley fue la que rescató a Gwen de la situación. Había estado ayudándola a cocinar y a poner la mesa, y con ello se había ganado el estatus de coanfitriona.
—Ya podemos comer —dijo, esforzándose para que sus palabras sonaran alegres—. Cuando queráis podemos pasar al salón.
El salón servía también de comedor. Se sentaron alrededor de la mesa grande y charlaron de forma forzada. Colin Brankley, que apenas intervenía en aquella laboriosa conversación, contemplaba a los presentes y pensaba que en realidad todos deseaban algo muy distinto. En especial, Dave Tanner.
Colin Brankley trabajaba como director de una sucursal bancaria en Leeds y sabía que la gente no veía en él a un tipo fantasioso y conocedor de la naturaleza humana, sino a un aburrido chupatintas que vivía por y para sus aburridos expedientes y balances. Sin embargo, en realidad su pasión eran los libros, aprovechaba hasta el último minuto que tenía libre para leer y se sumergía en su mundo de ensueño mucho más que la mayoría de la gente. Reflexionaba acerca de los personajes de las novelas con los que se veía confrontado y los comprendía mejor de lo que podía sugerir su rostro redondo, con pelo escaso y gruesas gafas.
Mientras daba buena cuenta del cordero asado con salsa de menta sin saber exactamente lo que comía, iba analizando en silencio al resto de los presentes.
Chad Beckett, el padre de Gwen. Retraído en sí mismo, como siempre, no dejaba entrever cuál era realmente su opinión respecto al compromiso matrimonial de su hija con aquel misterioso Dave Tanner que parecía haber surgido de la nada. Tal vez estaba preocupado, pero en cualquier caso no era una persona que demostrara ese tipo de sentimientos a solas y mucho menos iba a hacerlo con tanta gente delante. Y jamás habría intentado frustrar los proyectos de su hija, ni siquiera si eso hubiera sido lo mejor para ella.
Fiona Barnes. Tan combativa como siempre y tan preocupada por la familia Beckett, tanto por la hija como por el padre. Estaba sentada al lado de Chad y antes de empezar a comer se había dedicado a cortarle la carne, algo dura, en trozos que le cupieran en la boca. Colin la conocía bastante bien de sus estancias veraniegas, puesto que a menudo estaba en la granja de los Beckett, sentada en el porche al sol con Chad, o bien llamaba para ir a dar un paseo con él por los prados. Discutían a menudo, pero como suelen hacerlo las parejas mayores para las que las riñas se han convertido ya en un ritual y una forma especial de conversación. A Fiona Barnes se la trataba siempre como la vieja amiga de la familia, aunque nadie había explicado a Colin jamás cómo había surgido esa amistad y cuánto tiempo hacía que duraba.
Colin habría jurado que Fiona y Chad habían sido pareja en otros tiempos. Puesto que Chad se había casado ya muy mayor, Colin suponía que la relación que lo unía a Fiona habría tenido lugar con anterioridad. Lo que no sabía era por qué no había cuajado en una relación más formal. Gwen no había tardado en convertirse en su confidente y a Colin siempre le dio la impresión de que la mujer dependía mucho de Fiona y de sus opiniones. Respecto a su matrimonio, no obstante, difícilmente se dejaría convencer de que debía abandonar el camino que había elegido tomar, por mucho que la anciana intentara persuadirla.
Leslie Cramer, la nieta de Fiona Barnes que vivía en Londres. Colin la había conocido esa misma noche, pero había oído a Gwen hablando de ella alguna vez. Así había sido cómo se había enterado de que su matrimonio se había ido a pique recientemente. Trabajaba como médico. Tras la prematura muerte de su madre, se crió con su abuela, a la que había acompañado a menudo en sus visitas a la granja de los Beckett. De este modo, Gwen y ella habían trabado cierta amistad, a pesar de que difícilmente sería posible imaginar a dos mujeres más dispares. Leslie tenía el clásico aspecto de mujer trepa: moderna, algo fría, disciplinada, orientada al éxito. En el ajado interior pasado de moda de la granja de los Beckett parecía sentirse absolutamente fuera de lugar. Empezando ya por su elegante traje pantalón de color gris claro, no encajaba ni lo más mínimo en el paisaje rural de Yorkshire. Aunque Colin tenía la sensación de que Gwen no la había invitado por compromiso a la celebración, Leslie apretaba los dientes mientras esperaba que los minutos pasaran lo más rápido posible. El vínculo que la unía a Gwen era sólido, forjado a lo largo de muchos años, y se extendía también al lacónico Chad y a su decadente granja. Tras la elegancia de su forma de vestir y de maquillarse parecía ocultar cierto abandono e incluso tristeza.
Gwen, la novia feliz. Dave Tanner tenía razón, aquel vestido de color melocotón le sentaba bien, confería un tono rosado a sus pálidas mejillas. Estaba más guapa que de costumbre, aunque parecía muy tensa. Gwen no era tonta. Sabía que examinarían con lupa a su prometido y naturalmente notaba la aversión que despertaba en Fiona, las reservas de Leslie y la incomodidad que escondía el silencio de su padre. No cabía duda de que esa celebración no era la que ella habría querido. Se esforzaba en intentar avivar las lánguidas conversaciones, pero por encima de todo parecía preocupada por rellenar las largas pausas que se producían, por si a Fiona le daba por romper el silencio con un comentario mordaz o una pregunta inoportuna. A Colin le daba pena ver lo agotada que parecía. La obsequió con una sonrisa de ánimo, pero Gwen estaba demasiado nerviosa para captarla.
Justo a su lado estaba sentado Dave Tanner, su futuro marido. Colin lo había visto una sola vez con anterioridad, un día que acudió a la granja a recoger a Gwen en un coche inaceptablemente destartalado. Era un hombre guapo que no conseguía disimular la pobreza material en la que vivía. Hacía tiempo que debería haber pasado por una peluquería para que le arreglaran el cabello, y llevaba una chaqueta que, por el corte y la tela, sin duda había comprado en unos grandes almacenes baratos. Colin pensaba que ese aspecto algo andrajoso y deslucido le daba cierto aire de artista, de bohemio, aunque le pareció que vestido de ese modo Tanner se sentía especialmente incómodo. A Colin, que tenía la facultad de analizar a fondo a las personas, le pareció también atisbar algo de duda y de precipitación en el aspecto de Dave Tanner. El tipo estaba sometido a una enorme presión. ¿Estaba enamorado de Gwen? Colin lo ponía en duda. La boda que pretendían celebrar debía de motivarla alguna otra cosa y, no obstante, Tanner parecía absolutamente decidido a llegar hasta el final. Y no parecía un mal tipo, pensó Colin para sí.
Fiona Barnes sin duda lo veía de otro modo.
La mirada de Colin se desvió hacia Jennifer, su esposa. Estaba sentada a uno de los extremos de la mesa para poder controlar con la mirada a sus dos perros, tendidos en el suelo junto a la puerta de la habitación, durmiendo. Cal roncaba ligeramente mientras Wotan, en sueños, movía impetuosamente las patas traseras. De vez en cuando arañaba con las patas el suelo de piedra. Jennifer parecía… feliz, una circunstancia que Colin consideró digna de destacar, puesto que no había muchas ocasiones en las que pudiera describirse así su estado. Sufría de la acentuada manía de querer ayudar siempre, luchaba contra sus depresiones, en el ámbito profesional se había quedado absolutamente desfasada y no conseguía superar lo que insistía en llamar su fracaso. Aparte de eso era una mujer de buen corazón y participativa que parecía ignorar por completo la envidia y la hostilidad.
Desde el primer día en la granja se había hecho responsable del bienestar de Gwen. Desconfiaba de las intenciones de Dave Tanner, pero parecía decidida a pasar por encima de cualquier arrebato de temor. Por lo visto, Jennifer había llegado a la conclusión de que en ese punto ya nadie debía hacer daño a Gwen o desanimarla, sin que importara lo que pudiera suceder con posterioridad. Probablemente por dentro tenía ganas de mandar a Fiona Barnes al diablo.
Después de que Jennifer sirviera los postres, helado de limón con galletas caseras de jengibre, Fiona se volvió de repente hacia Dave Tanner, y por la manera con la que arremetió contra él, dio la impresión de que había estado esperando ese momento durante toda la velada.
—¿Tiene previsto empezar a dedicarse pronto a algún trabajo de verdad? —preguntó—. Quiero decir, aparte de esas pocas clases nocturnas que imparte en Scarborough durante la semana a amas de casa que intentan aprender español y francés.
Gwen primero empalideció y luego se sonrojó. Buscando desesperadamente ayuda, miró a Jennifer, quien en ese momento se disponía a llevarse una cucharada de helado a la boca y detuvo el movimiento súbitamente. Colin vio cómo Leslie Cramer cerraba los ojos por un instante.
A veces esa abuela puede llegar a ser desagradable, pensó él, casi divertido.
—De momento —dijo Dave—, me dedico únicamente a los cursos.
Fiona fingió sorprenderse, a pesar de que, naturalmente, conocía ya la respuesta de antemano.
—¿Y así es como un hombre llena sus mejores años? Tiene usted cuarenta y tres años, ¿no? Y quiere casarse, quiere formar una familia. Tal vez tenga hijos con Gwen. ¿Qué dirán esos niños cuando les pregunten a qué se dedica su padre? ¿Que da cursos de idiomas una vez cada…? ¿Cuántas tardes por semana?
—Solo tres tardes por semana, en la actualidad —respondió Dave. Mantenía las formas, aunque parecía tenso—. Me gusta ría poder impartir clase con más frecuencia —prosiguió—, pero lamentablemente no hay la demanda suficiente para que se organicen más cursos. En especial porque hay otra profesora, Linda Gardner, que ya imparte francés.
Gwen vio que había llegado el momento de intentar cambiar de tema.
—Linda Gardner es bastante conocida en Scarborough —dijo, interrumpiendo de repente a su prometido—, aunque por desgracia se la conoce a causa de un desgraciado incidente. Es la madre de la niña a la que había estado cuidando Amy Mills la noche en la que la asesinaron.
Leslie salió enseguida en ayuda de su amiga.
—¿Tenéis un caso de asesinato aquí, en Scarborough?
Antes de que Gwen pudiera añadir algo, Fiona volvió a entrometerse.
—De momento —dijo con un tono de voz cristalinamente mordaz— me interesa muchísimo más el señor Tanner que la pobre Amy Mills. Chad… —Se volvió hacia el anciano, que observaba su helado de limón con desconfianza, como si oliera algún tipo de amenaza en él—. Chad, me limito a hacer preguntas que de hecho te correspondería hacer a ti. ¿Has tenido ya una conversación exhaustiva con tu futuro yerno?
—¿Sobre qué? —dijo Chad tras alzar la mirada.
—Bueno, pues sobre sus intenciones. Al fin y al cabo pretende casarse con tu hija, tu única hija.
—No creo que eso sea algo que yo pueda evitar —dijo con aire cansado Chad—. Y además, ¿por qué tendría que quererlo? Gwen ya es mayorcita. Ya debe saber lo que le conviene.
—No tiene dinero, ni un empleo como Dios manda. ¡Eso como mínimo debería interesarte!
—¡Fiona, ya has ido demasiado lejos! —gritó su nieta.
Leslie elevó tanto la voz que Cal y Wotan se despertaron de repente y levantaron la cabeza. Cal gruñó levemente.
—Tiene toda la razón —dijo Dave. Miró a Fiona. Tanto sus ojos como la expresión de su rostro revelaban lo que estaba pasando por su interior—. Tiene razón, señora Barnes. No tengo un empleo como Dios manda. Desgraciadamente desaproveché la oportunidad que tuve de terminar la carrera o de seguir formándome. Y los cursos de idiomas apenas me permiten ir tirando. Pero tampoco le he ocultado nada de todo esto a Gwen. No la he engañado. No he engañado a ninguno de los presentes.
—Pues yo creo que sí nos engaña, señor Tanner —replicó con calma Fiona.
Gwen soltó una leve exclamación de horror.
Jennifer hundió la cara entre las manos.
Leslie parecía tener ganas de matar a palos a su abuela.
En ese momento, incluso Chad se sintió obligado a decir algo.
—Fiona, tal vez deberíamos quedarnos al margen de todo esto. Al fin y al cabo, justamente nosotros…
—¿Qué quieres decir con justamente nosotros? —le espetó Fiona.
La expresión siempre algo ausente del anciano se transformó de repente. Su mirada se volvió clara y directa.
—Ya sabes a qué me refiero —dijo con mucha calma.
—Creo que… —empezó a decir Leslie antes de que Tanner la interrumpiera apartando de golpe su silla de la mesa y poniéndose de pie.
—Mire, no se qué piensa exactamente de mí, señora Barnes —dijo Dave—. Pero que quede claro que no estoy dispuesto a que siga tratándome de ese modo, y menos mientras festejamos mi compromiso. Creo que por hoy ya ha sido suficiente para todos.
—¡Por favor, no te vayas, Dave! —le suplicó Gwen. Su rostro se había puesto pálido como una sábana.
—Pienso decirle todo lo que opino sobre usted, señor Tanner —replicó Fiona. Colin tuvo la impresión de que la anciana realmente no tenía ni idea de cuándo llega ese momento en el que es mejor callarse—. Me parece que no ama a Gwen en absoluto, que ni siquiera la aprecia ni le importa lo más mínimo. En mi opinión, lo que pretende es casarse con ella para hacerse con la granja de los Beckett. Pienso que usted, señor Tanner, se encuentra en una situación desesperada y sin perspectivas de ningún tipo y que solo ve una salida posible: casarse con una mujer acomodada. Usted sabe exactamente lo que podría hacer con esta granja, con esta finca junto al mar. Se toma el enlace con Gwen como un acierto en un juego de azar que quiere ganar a toda costa. Los sentimientos de Gwen, el futuro que la espera, no le importan en absoluto.
Un silencio desconcertante siguió a esas palabras.
Entonces Dave Tanner abandonó rápidamente la estancia.
Gwen comenzó a sollozar.
Con el calor de la chimenea, los helados empezaron a derretirse lentamente en sus recipientes. Nadie volvió a tocarlos.