Por primera vez desde el asesinato de Tom, Gillian acudió a su casa sola. La última vez la había acompañado John, pero en esa ocasión no tenía a nadie a su lado.
Las habitaciones olían cada vez peor. Tenía que tirar urgentemente algunos alimentos que se habían echado a perder.
Gillian subió enseguida con su maleta al dormitorio. Estaba exactamente igual que la última vez que había salido de allí, el 29 de diciembre por la mañana. La colcha de colores seguía cubriendo perfectamente la cama. Sobre la mesita de noche tenía un libro boca abajo, una novela negra que había empezado a leer, y junto al libro, las páginas arrugadas del Times. En el lado de Tom había varias revistas deportivas. Sobre la silla del rincón descansaba un jersey de su marido y en la puerta del armario, una corbata colgada.
Probablemente tiene poco sentido, pensó Gillian, conservar todas sus cosas.
Decidió deshacer la maleta más tarde, abrió solo el bolsillo lateral, sacó el neceser y se lo llevó al cuarto de baño. Dejó el cepillo de dientes en un vaso y el peine en el armario que había tras el espejo. Se esforzó en hacer desaparecer poco a poco la huella que Tom había dejado en la casa con sus cosas. La maquinilla de afeitar, la loción, el elixir bucal y el líquido que solía usar para limpiar las lentes de contacto. En el gran cesto de la ropa que había bajo el lavabo había un par de calcetines negros. Aunque había intentado prepararse para ello, Gillian lo hizo todo con la misma sensación de desconcierto que la última vez que había estado en la casa. Era un domingo por la mañana del mes de enero. Fuera nevaba y el cielo estaba encapotado. Dentro, ropa sucia, libros y revistas apartados que parecían a la espera de que alguien los siguiera leyendo por la noche. Objetos cotidianos por todas partes. La casa no parecía un lugar en el que se hubiera cometido un crimen sangriento, sino una casa normal y corriente.
Gillian se dio cuenta de que tenía dos opciones: podía sentarse, mirar fijamente la pared y dejar que una especie de horror invisible se apoderara de ella hasta que le diera por echarse a chillar en algún momento.
Aunque también podía volcarse en las actividades que la casa requería tras su larga ausencia.
Se decidió por la segunda opción.
Las cuatro horas siguientes las dedicó a poner orden. Lavó montañas de ropa que posteriormente puso en la secadora o tendió en el cuarto de calderas. Limpió el frigorífico y tiró la mayoría de las cosas que encontró dentro, con las que llenó dos bolsas de basura. Quitó la decoración del árbol de Navidad y sacó aquel monstruo de hojas puntiagudas a la terraza, descolgó la estrella y las luces navideñas de las ventanas y lo guardó todo en las cajas correspondientes que luego subió al desván. Limpió la bandeja de Chuck, puesto que Becky se había llevado el gato a Norwich el viernes y tardaría unas semanas en volver. Limpió los baños y la cocina, pasó la aspiradora por toda la casa, cambió la ropa de las camas y ventiló las habitaciones. Finalmente, encendió la chimenea del salón, se preparó una gran taza de café y se arrellanó con un hondo suspiro en un cómodo sillón. La casa olía bien y el tronco que crepitaba en el fuego proporcionaba calor y un ambiente acogedor. El café estaba caliente y bien cargado.
Las tres.
¿Qué haría durante el resto del día?
Encendió un cigarrillo pero no le pareció nada bien fumar en el salón, por lo que volvió a apagarlo enseguida.
Sabía que era peligroso para ella quedarse ahí sentada sin más. Todavía no se había derrumbado del todo desde que había encontrado a Tom asesinado en el comedor. Solo había llorado un poco entre los brazos de John y en esos momentos el instinto le decía que tendría que haberlo llamado para acudir a la casa. Él aguardaba con esperanza otra oportunidad de verla de nuevo. Hasta entonces ella había conseguido eludirlo, sobre todo porque no había tenido la oportunidad de estar sola ni un segundo. Tara y Becky habían estado a su lado a todas horas, tan solo había podido librarse de ellas muy esporádicamente, cuando había sido necesario distraer a Becky para cumplir con alguna tarea puntual. Durante esos momentos, John la había acompañado. Además, había tenido que hablar a menudo con la policía.
Por primera vez estaba completamente sola. En una casa grande, vacía y silenciosa.
Probablemente había sido un error regresar.
Se estaba tomando la cuarta taza de café cuando le sonó el móvil. Era John.
—Hola. Solo quería saber cómo te va.
—Muy bien. He limpiado la casa, he hecho mil coladas y ahora estoy disfrutando de un café. —A la propia Gillian, la respuesta le sonó tan cargada de impostura que casi le dolió—. ¿Y a ti? ¿Cómo te va?
—¿Que has limpiado la casa? ¿Qué casa? ¿Estás en tu casa?
—Sí.
—¿Y eso? ¿Solo para limpiarla?
—Me he vuelto a mudar aquí esta mañana.
—Pero ¿por qué?
—Me apetecía. Viviré aquí, al menos hasta que haya encontrado otro lugar. No puedo evitar eternamente entrar en mi propio hogar.
Él se quedó callado un momento.
—¿Qué ha sucedido? —preguntó en voz baja.
Ella decidió dejar de jugar al gato y al ratón. ¿Por qué tenía que ocultárselo?
—Tuve una discusión con Tara. El jueves por la noche, justo después de que te marcharas. Y desde entonces… bueno, ya no me sentía tan bien en su casa.
—¿Y cuál fue el motivo de la discusión?
—Estuvimos hablando acerca de ti. Becky me había montado una escenita porque tú yo habíamos estado juntos de nuevo. A continuación salió corriendo de la habitación, se encerró en el cuarto de baño y, por algún motivo que no alcanzo a comprender, fui tan tonta de… de contárselo todo a Tara. Que habías sido policía y el motivo por el que abandonaste el cuerpo.
—Ya veo. Y se lo tomó bastante mal —supuso John.
—Bueno, digamos que cayó del guindo. Como es natural, la coacción sexual es algo que no suele tener precisamente muy buena acogida entre la mayoría de las mujeres. Le conté las circunstancias que rodearon el caso, pero no pudo aceptar que yo creyera tu versión de la historia sin reservas. Simplemente no comprendía que yo siguiera teniendo ganas de verte.
—Entiendo —dijo John.
—No es que ella insistiera en hablar del tema —prosiguió Gillian—, más bien fui yo quien había estado evitando hablar de ello. Pero el caso es que desde entonces no he vuelto a sentirme del todo bien en su presencia. Me ponía nerviosa cada vez que me llamabas. Y por mi parte esperaba a que saliera de casa por algún motivo para llamarte. La situación se había vuelto estresante y más bien poco agradable. Además…
—¿Sí? —preguntó John al ver que Gillian dudaba.
—Además debo volver a encontrar mi camino en la vida. No puedo seguir viviendo indefinidamente en casa de Tara, sentarme en su sofá esperando a que se abra un camino ante mis ojos. Al fin y al cabo Tara tiene su trabajo y de todos modos yo pasaba la mayor parte del tiempo sola.
—Pero en tu casa también estás sola. Y no creo que sea bueno para ti.
—En mi situación actual, creo que no hay nada que pueda ser bueno para mí.
—Déjame ir a tu casa. O ven tú a la mía. Por favor.
—Hoy no, John. Tengo que encontrar mi propio camino.
Él la comprendía y sin embargo…
—Oye, Gillian, hay algo más. Dejando aparte las dificultades de tu estado psicológico… ya sabes que existe la hipótesis de que tu marido fuera una víctima accidental. De que en realidad fueran a por ti.
—Lo sé. Eso no es nuevo.
—Gillian, el asesino no consiguió lo que quería. Y no sabemos si se dará por satisfecho.
—No le abro la puerta a nadie. Ni dejo la puerta del jardín abierta. La casa es segura, John. Incluso tenemos una alarma instalada. Puedo activarla por la noche.
—No me gusta que estés sola.
—Estaré bien.
—Llámame enseguida si sucede algo, ¿de acuerdo?
Ella se lo prometió.
Después de terminar la conversación, se quedó mirando fijamente la pared de nuevo. Se preguntó por qué se sentía tan reacia a tener cerca a John. Mientras había estado viviendo en casa de Tara, durante los primeros días después de la desgracia, había sido ella misma quien había buscado el contacto con él, había anhelado en todo momento que llegara con la esperanza de encontrar en él algo de consuelo y de apoyo. Pero luego, algo había cambiado. En ella. Había pasado varias horas sentada, pensando cómo había podido ocurrir todo aquello, por qué primero se había sumido en una depresión, por qué había iniciado un idilio y, finalmente, por qué Thomas había tenido que morir. Después de darle muchas vueltas, había llegado a la horrible conclusión de que había dramatizado y sobredimensionado las cosas y eso había iniciado una sucesión funesta de acontecimientos. Había sufrido durante el retiro interior de Tom cuando debería haberse fijado en que él no la había abandonado jamás. Se había tomado muy a pecho las agresiones y el orgullo de Becky cuando podría haberse limitado a esperar a que su hija superara esa etapa. En su vida no había sucedido nada que no les sucediera también a miles de otras mujeres. Y si no hubiera seguido siendo aquella chiquilla tan insegura de sí misma, habría podido sobrellevarlo todo. Hacía ya muchos años que había abandonado la seguridad de la casa paterna, pero solo para cambiarla enseguida por la que le había ofrecido el matrimonio con Thomas Ward. Él había estado allí desde que se conocieron, Gillian siempre se había sentido segura a su lado. Mucho de lo que ella se complacía en considerar como una emancipación respecto a sus padres en realidad no era más que una emancipación bajo el amparo de un hombre fuerte y seguro de sí mismo. Cuando Thomas dejó de mostrarse tan atento, debido al exceso de trabajo y al frenesí con el que se entregaba a su propia vida, ella había reaccionado como un niño abandonado y se había arrojado a los brazos del primer hombre que había encontrado, John, quien, con su deseo y admiración, la había llenado de calor y autoconfianza. Pero la vida de Gillian no podía seguir ese curso, esa fue la conclusión a la que llegó mientras estaba inmersa en todo ese dolor y en la tristeza derivada del sentimiento de culpa que la había asolado durante los últimos días. Tenía que aprender a mantenerse firme, por muy amargo y desesperante que pudiera ser el camino que la aguardaba.
El móvil sonó de nuevo. Esa vez era la madre de Gillian y llamaba para ponerla al día acerca de Becky, para contarle que todo iba bien, que su abuelo la había llevado a la piscina cubierta y que el lunes siguiente acudiría al terapeuta por primera vez. Acto seguido, preguntó cuándo tendría lugar el entierro de Tom.
Todavía tengo que ocuparme de todo eso, pensó Gillian, agotada.
—Aún no lo sé, mamá. Todavía lo tienen los forenses. Te lo diré en cuanto sepa algo.
—Qué tragedia tan horrible —dijo su madre—. ¡Menos mal que esa amiga tuya te permite vivir en su casa! De lo contrario no tendría ni un segundo de descanso.
Gillian decidió no contarle que ya no vivía con Tara. Se imaginaba perfectamente los lamentos que eso provocaría en su madre y de momento no se sentía con fuerzas para poder soportarlo.
—Dale un abrazo a Becky de mi parte —le pidió a modo de despedida—. Y dile que me llame, ¿vale? Me gustaría oír su voz.
Poco más de las tres y media. Seguía teniendo una larga y silenciosa tarde por delante.
Se levantó, se puso las botas, la chaqueta, la bufanda y los guantes. Por suerte, había nevado mucho la noche anterior.
Quitaría la nieve del jardín. Tal vez después estaría demasiado cansada incluso para sufrir un ataque de nervios.