Viernes, 1 de enero de 2010

1

El inspector Peter Fielder sabía que le exigía un alto nivel de tolerancia a su esposa, pero aquella cadena de terribles asesinatos en serie había dado un giro radical precisamente el 31 de diciembre, de manera que le resultaba imposible pasar ese primer día del año y el fin de semana siguiente en casa, junto a la chimenea. A pesar de que eso habría sido lo más saludable para su matrimonio.

De ahí que por la mañana hubiera convocado una reunión especial en Scotland Yard, hubiera dedicado bastante tiempo y esfuerzos a arrancar su coche, completamente helado, y se hubiera dirigido a su despacho en esa mañana oscura y terriblemente fría. Estaba cansado porque durante la noche habían estado festejando el Año Nuevo con una pareja de amigos, pero sabía que Christy le prepararía un café que le despertaría el ánimo de nuevo. No conocía a nadie capaz de preparar un café tan perfecto como el de la sargento McMarrow. Eso sin tener en cuenta que, además, era una de sus colaboradoras más inteligentes y perspicaces. Peter Fielder sabía que Christy podía llegar a ser un verdadero peligro para él. En ese aspecto era un hombre tímido y jamás habría osado acercársele, eso lo tenía claro. Pero podía llegar a ser delicado si algún día a ella le daba por dar el primer paso.

La reunión había demostrado ser laboriosa puesto que todo el mundo había acudido trasnochado, con resaca y sin mucha motivación. Una agente, Kate Linville, había comentado en voz alta que ya sabían quién había cometido el crimen y que solo quedaba encontrarlo y detenerlo.

—¿Ah, sí? —había preguntado Fielder—. ¿Y quién es el asesino?

La joven había mirado a su alrededor, desconcertada.

—Samson Segal. Creo que…

—Creo que deberíamos ser más prudentes —la había interrumpido el inspector—. Admito que cualquiera que lea las anotaciones de Segal llegará a la conclusión de que le falta un tornillo, pero nada más.

—Se muestra especialmente agresivo contra Thomas Ward —insistió Kate.

—Pero no se muestra del mismo modo respecto a Carla Roberts y a la doctora Anne Westley.

—Se pasa el día merodeando por el barrio, espiando a personas desconocidas. Sobre todo a mujeres. ¡No me extrañaría en absoluto que hubiera sido él quien subía y bajaba en el ascensor del bloque de viviendas de Hackney!

—Eso es justo lo que tenemos que comprobar —dijo Peter Fielder—, pero ¡mientras no tengamos resultados debemos evitar excedernos con las especulaciones, agente Linville!

Kate Linville se sonrojó. Ya no era tan joven, deberían haberla ascendido desde hacía tiempo, pero se había quedado estancada en el rango de agente. Era una trabajadora fiable y muy cumplidora, pero no disponía del más mínimo olfato criminalista, conocía poco la naturaleza humana y no destacaba precisamente por sus aportaciones constructivas. Eran mucho más típicas de ella ese tipo de escenas en las que sacaba conclusiones precipitadas acerca de un caso. Fielder suponía que probablemente se había debido a las ganas de intervenir a toda costa en la reunión.

Había que ir paso a paso. Un equipo de criminalistas había acudido a Thorpe Bay y había estado en la casa de Samson Segal recogiendo huellas dactilares que posteriormente compararían con las huellas del piso de Carla Roberts en Hackney, que hasta entonces no habían podido identificar todavía, así como con las incontables que recogieron en el ascensor del edificio. Asimismo, las compararían también con las de la casa de Anne Westley. Si terminaban por encontrar alguna coincidencia, darían un gran paso adelante.

Al término de la reunión, Peter Fielder había mandado a la agente Linville a hablar de nuevo con Millie Segal, la mujer que el día anterior se había presentado en la comisaría de Southend-on-Sea con las anotaciones de su cuñado y que afirmaba haber desenmascarado a un peligroso asesino.

—¡Fue él! Él mató a Thomas Ward. Y vaya usted a saber a cuánta gente más. ¡Lea esto y se dará cuenta de que están tratando con un psicópata!

Fielder examinó las numerosas notas que tenía frente a él sobre el escritorio y que había estado garabateando, siguiendo un sistema que solo él reconocía y que nadie más podía descifrar. La historia seguía siendo confusa y se sentía a años luz de la resolución del caso. Ninguno de los asistentes a la reunión había conseguido aportar nada que le hubiera permitido avanzar de forma decisiva, pero tal vez había esperado demasiado de sus colaboradores justamente el 1 de enero. En ese momento Christy estaba en la sala contigua, hablando por teléfono. Algunos de los demás se habían marchado a casa, mientras que otros trabajaban en las tareas que él les había asignado.

Tenía tiempo para pensar. Todo ese día, tan frío y tan largo.

El nombre de Thomas Ward estaba destacado en sus anotaciones. Lo había rodeado con tinta roja una y otra vez, en ocasiones acompañado de signos de interrogación. ¿Cómo encajaba Thomas Ward en la serie de asesinatos que se habían cobrado las vidas de ancianas solitarias, esos casos con los que se estaban rompiendo los cuernos los agentes de Scotland Yard? A primera vista, no tenía nada que ver en absoluto: Thomas Ward era un hombre. Tampoco vivía solo, ni mucho menos. Lo habían matado a pesar de que su hija se encontraba en casa en ese momento y lo había encontrado su esposa pocas horas más tarde. No había muerto asfixiado por un trapo que alguien le hubiera metido en la garganta.

Le habían disparado, dos veces. Una bala lo había herido de forma superficial en la sien y eso le había comportado una gran pérdida de sangre, pero sin llegar a provocarle la muerte. El segundo disparo le había desgarrado la carótida. No había tenido ninguna oportunidad de salvarse, no la habría tenido ni siquiera en caso de que lo hubieran encontrado enseguida.

Era una cuestión rutinaria el hecho de comparar los proyectiles, mediante un análisis por ordenador, con la munición y las armas de los últimos tiroteos registrados. Los agentes de Southend se habían topado entonces con una coincidencia inesperada que poco después había sido corroborada por una investigación más minuciosa: Thomas Ward había sido asesinado con la misma arma con la que el asesino de Anne Westley había destrozado el cerrojo del cuarto de baño de su víctima.

De ahí que el caso de Ward hubiera acabado en manos del inspector Fielder y su equipo. Y para complicar todavía más la historia, habían aparecido aquellas anotaciones tan extrañas de un tal Samson Segal que vivía en Thorpe Bay, cerca de Thomas Ward, con quien tenía un problema evidente.

Ese había sido el motivo para la reunión especial del 1 de enero.

Al término de esta, sin embargo, todos habían quedado todavía más perplejos que antes.

¿Qué tenían en común Thomas Ward y las dos mujeres asesinadas?

Christy McMarrow había manifestado la idea más decisiva:

—¿Y si no había fijado su objetivo en Ward? ¿Y si en realidad tenía a su esposa en el punto de mira e ignoraba que no estaba en casa?

Fielder asintió con aire pensativo mientras trazaba otro círculo más alrededor del nombre de Thomas Ward. El 30 de diciembre, un día después del asesinato de Ward, había hablado con la esposa de la víctima después de que ella le hubiera dicho con total imparcialidad que tenía que contarle algo. Le había dicho que Ward acudía cada martes por la noche a una reunión de la peña del club de tenis. Que en condiciones normales nunca llegaba a casa antes de las diez o las diez y media. Quien conociera mínimamente las costumbres de la familia Ward habría creído encontrar a Gillian Ward en casa y no a su marido.

Pero esa noche ella había salido para intentar encontrarse con su amante. Eso también se lo había contado. Le había resultado difícil, pero Fielder no había tenido la impresión de que le hubiera estado ocultando detalles.

Gillian Ward.

Ese nombre también lo había anotado y rodeado un par de veces. Y había dibujado una flecha que relacionaba el nombre de aquella mujer con el de otra persona que había escrito con tinta negra y había subrayado con énfasis: John Burton.

Eso sí que había sido una sorpresa. No esperaba toparse con Burton. Y menos en relación con la investigación de un asesinato.

El inspector Burton, un antiguo colega que había echado a perder su carrera en la policía metropolitana por una estupidez. Fielder jamás había podido soportar a Burton, a pesar de no tener ningún motivo concreto que explicara esa animadversión. En ocasiones sospechaba que la única razón era la despreocupación y la indiferencia con la que ese hombre pasaba por la vida, una actitud que Peter Fielder envidiaba y, no obstante, no osaba poner en práctica. En su día, a Burton la joven le había parecido guapa y atractiva y de golpe y porrazo había iniciado con ella un idilio sin pensar en las consecuencias que podían derivarse de ello. Cuando todo se agravó y prácticamente no le quedó más remedio que dimitir, lo hizo con tanta serenidad que a todos sus colegas del cuerpo les quedó la desagradable sensación de que ellos se quedaban con la triste rutina policial y las pugnas por conseguir un ascenso, mientras que Burton optaba por la independencia y la libertad. En un momento en el que estaba viviendo la mayor derrota de su vida, había conseguido parecer un triunfador y no un perdedor.

Tal vez sea eso lo que no me gustaba de él, pensó Fielder justo antes de obligarse a centrarse de nuevo en el caso. ¡No pierdas la cautela y la objetividad! Te gustaría poner a Burton en un aprieto, sin duda, pero no vayas a dejarte influir por ello.

El caso es que Burton había iniciado un idilio con una mujer llamada Gillian Ward, cuyo marido había sido asesinado a tiros, y a Fielder todo aquello le parecía de lo más extraño. Burton, al que habían acusado de coacción sexual, una acusación que, sin embargo, la fiscalía había acabado por desestimar.

Christy entró en el despacho.

—Tengo una novedad: han encontrado el coche de Samson Segal. En Gunners Park, fuera de Shoeburyness. Sobre Segal no tenían ni la más mínima pista. Y luego he hablado con los criminalistas. Hasta el momento, no hay coincidencias. —Las huellas dactilares que habían encontrado en la habitación de Samson Segal no se habían encontrado ni en el piso de Roberts ni en el ascensor del edificio de Hackney. Los criminalistas seguían con las investigaciones pertinentes en Tunbridge Wells.

—De todos modos, creo que nos las prometemos muy felices pensando que ese tal Segal es el asesino y que… —empezó a decir Fielder.

—Señor —lo interrumpió Christy—, disculpe, comprendo que piense que Burton podría haber sido el autor de los crímenes y que Samson Segal no juega ningún papel en esto a pesar de sus más que discutibles anotaciones y de su extraño comportamiento. Pero ¿por qué John Burton tendría que haber querido…?

—¿… matar a Thomas Ward? Al fin y al cabo Burton tenía un idilio con la esposa de la víctima.

—¿Y por ese motivo ya piensa que fue él quien lo asesinó? ¿Para qué? ¡Si aspiraba a vivir con Gillian Ward en el futuro habría sido más sencillo pedirle que se divorciara de su marido!

—Tal vez a quien había querido matar fuera a Gillian. Según declaró ella misma, Burton no podía saber que ella acudiría a verlo y que pasaría la tarde y parte de la noche en ese pub de Paddington. Tal vez estaba seguro de que la encontraría.

—¿Creyendo que la hija no estaría en casa?

—Es su entrenador de balonmano. Me parece normal que la chica le hubiera contado que tenía previsto pasar las vacaciones en casa de sus abuelos, ¿no?

—¿Y por qué querría matar a Gillian?

Fielder se puso de pie y se acercó a la ventana. Unos grandes nubarrones sobrevolaban la ciudad.

—No olvide, sargento, que Burton ya sorprendió con una acusación de delito sexual. ¿Qué sabemos exactamente acerca de él? Tal vez sea un tipo altamente peligroso. Perturbado, perverso, qué sé yo. En su momento salió relativamente indemne, a pesar de que lo primero que hizo a continuación fue abandonar rápidamente el cuerpo de policía. ¿Por qué? ¿Para evitar que continuaran las investigaciones? ¿Que afloraran cosas que podían llegar a resultar desagradables para él?

—¿Qué cosas? —preguntó Christy.

—Ni idea. Al final podría ser que Burton tuviera un trastorno sexual grave.

—Señor, no es que quiera defenderlo. Pero por aquel entonces, John y yo formábamos un equipo y trabajábamos de maravilla juntos. Sé cuáles son sus fortalezas y sus debilidades. No es capaz de mantener las manos alejadas de una mujer bonita, aunque eso tampoco signifique que tenga un trastorno sexual como usted ha afirmado. Cuando sucedió, ninguno de nosotros creyó ni por un momento que hubiera violado realmente a aquella muchacha histérica. El fiscal tampoco lo creyó. Varios peritos independientes lo negaron del mismo modo. Y sin embargo no podía quedarse. Porque todos sus colegas de Scotland Yard, o por lo menos los hombres, en el fondo se alegraron del drama y dejaron muy claro que así fue. Y porque tenía claro que esa historia lo acompañaría durante toda su vida. Para un agente de alto rango no debe de ser precisamente agradable que todos los criminales a los que atrapaba, o sus abogados defensores, le preguntaran con una sonrisa si era él el madero al que habían procesado por violación. Burton no quería pasar por eso y yo lo comprendo absolutamente.

—Christy, creo que no está siendo objetiva respecto a Burton. Sé que lo ha apreciado mucho como policía. Pero eso no quita que ahora se haya visto involucrado en un caso de asesinato y que nos veamos obligados a verificar qué papel juega en esta historia.

—Bien. Veamos qué significa «esta historia». ¿Por qué… Carla Roberts y Anne Westley? No es que sean las víctimas típicas de Burton, ¿no? Una tenía sesenta y tantos años y la otra casi setenta. Sin duda no mantuvo ningún idilio con ellas.

—De cualquier modo, en el caso de Thomas Ward —insistió Fielder—, Burton no tiene ningún tipo de coartada.

Había mandado a un agente para que hablara con John Burton. John había declarado que el martes por la tarde había estado en su oficina. Un cliente quería proteger su mansión con un complejo sistema de seguridad y había acudido a verlo en busca de consejo. La conversación había durado hasta las seis de la tarde, el cliente pudo confirmarlo. Sin embargo, a continuación John se había quedado solo, había empezado a desarrollar el concepto para el cliente y a presupuestar los costes y se había encargado de atender al teléfono hasta las nueve. Posteriormente lo relevó un empleado al que le dijo que se marchaba directamente a casa. Por desgracia esa noche no recibió ni una sola llamada, no tuvo lugar ni el más mínimo suceso, lo que significaba que entre las seis y las nueve John habría podido ir a Thorpe Bay y volver a Londres sin que nadie se diera cuenta.

—Que no tenga coartada no significa que lo hiciera él —repuso Christy—. Además, Burton no sería tan tonto como para abandonar su turno de guardia. Eso habría sido demasiado arriesgado.

Fielder desvió la mirada de la ventana.

—No es que tenga a Burton en el punto de mira —dijo—. Solo intento no aferrarme demasiado a la posibilidad de que lo hiciera ese tal Samson Segal. Tengo la impresión de que todo lo relacionado con ese hombre, o al menos lo que sabemos de él, me parece demasiado… evidente. Tal vez no sea más que la sensación de que nos lo están sirviendo en bandeja de plata. Y luego está esa mujer que afirma que su cuñado tiene la vida de un vecino sobre la conciencia y se presenta con un montón de papeles que fundamentan la hipótesis por escrito. Casi como un acto reflejo se me enciende la luz de alarma, no puedo evitarlo.

—Ha desaparecido y eso no prueba nada, pero tampoco dice mucho a su favor —dijo Christy mientras negaba con la cabeza—. Comprendo lo que quiere decir, jefe. Pero a veces las cosas funcionan de ese modo. Se atrapa a un asesino porque alguien que lo conoce y que tal vez llevaba mucho tiempo sospechando de él se decide a hablar de una vez. Y debe usted admitir que Segal encaja en el perfil de asesino con una precisión de manual. Tiene un gran problema con las mujeres, lo dice su cuñada y queda reflejado con claridad en sus anotaciones. Desde hace años desea con fervor mantener una relación pero solo recibe negativas. En parte, cuando escribe acerca de las mujeres lo hace lleno de odio. Las sigue, anota hasta el detalle más insignificante de sus vidas y de la de sus familias. Sabía que Thomas Ward no solía estar en casa los martes por la noche. Sabía que Becky Ward debería haber estado con sus abuelos. Tenía toda la información que necesitaba.

—Toda no. Al parecer no tenía ni idea de que Gillian Ward mantenía un idilio con otro hombre. Al menos no sabía nada concreto acerca de esa relación.

—Esas historias suelen ocultarse por todos los medios.

—De acuerdo. Pero ¿a pesar de la estrecha vigilancia a la que tenía sometida a la familia no sabía que la hija se había quedado en casa?

—No había salido del domicilio debido a una inflamación de la garganta. Puesto que no la veía, debió de pensar que había salido de viaje —supuso Christy.

—Hace años que pasa los días de vacaciones entre Navidad y Nochevieja en casa de sus abuelos. Todas las personas del entorno de los Ward lo sabían.

—Pero no todos concentran las peculiaridades que presenta Samson Segal.

—Así pues, ¿él creía que Gillian Ward estaría sola en casa? ¿Y por consiguiente entró con la intención de matarla? ¿A una mujer a la que idolatra?

—Y que no le corresponde —aclaró Christy—. Ni siquiera se ha dado cuenta de la atracción que provoca en él. Y no demostró la más mínima empatía cuando su marido había tratado con desprecio a Samson Segal. Este sintió que lo habían «tratado como si fuera escoria», eso es lo que escribió. Lo que hizo fue expresar el odio que sentía. La adoraba, pero aquello lo cambió todo. Se sintió decepcionado por ella.

Fielder se frotó la cara con las dos manos. Estaba cansado, empezaba a perder la paciencia y todavía notaba los efectos del champán de la noche anterior.

—¿Y cómo hacemos encajar a Westley y a Roberts en esta teoría? Una vivía en Hackney y la otra en Tunbridge.

—Tiene coche. Tampoco es que esas distancias estuvieran fuera de su alcance.

—Pero las habría mencionado en sus anotaciones, ¿no, sargento? —Fielder negó con la cabeza—. Hay demasiadas cosas que no encajan. Ni siquiera las débiles teorías que ya teníamos se sostienen. Lo único que hemos encontrado ha sido un punto en común entre Westley y Roberts: las dos vivían solas y bastante aisladas desde que se habían jubilado. En cambio, Gillian Ward está casada, tiene una hija y trabaja.

—Eso significa —dijo Christy— que nos estamos aferrando a un denominador común equivocado. No parece que el hecho de que vivieran solas constituya el vínculo más decisivo entre las víctimas. Tiene que ser otra cosa, algo que se nos ha escapado hasta el momento.

—Tenemos que volver a hurgar en el pasado de Anne Westley —dijo Fielder—, así como en los de Carla Roberts y Gillian Ward, si bien en este último caso será más sencillo, porque al menos sigue viva. Sí, tenemos que centrarnos en la señora Ward.

—Y deberíamos procurar encontrar a Samson Segal —apostilló Christy—. ¡Es importante, señor! O bien tiene las manos sucias por el asunto o podría resultar ser un testigo decisivo. Ha estado observando la casa de los Ward y ha estado fisgoneando en sus vidas. Puede que se le ocurra algo que sea decisivo para nosotros.

—Interrogaremos de nuevo a la cuñada —determinó Fielder—, y tal vez consigamos alguna pista al respecto. Hace un frío de mil demonios ahí fuera. Segal tiene que haberse refugiado en alguna parte.

—Lo atraparemos —aseveró Christy.

Él la miró fijamente. En ese momento estaba completamente seguro de tener ya al autor de los crímenes.

Aunque tampoco acababa de creérselo.

2

Tenía la sensación de haber pasado los tres últimos días sentada en el sofá con la mirada perdida en la pared, sin comprender nada de lo que le estaba ocurriendo. Y no era cierto. Preparaba la cena, más que nada para Becky, limpiaba la casa, se duchaba por la mañana y se ponía ropa limpia, llenaba el lavavajillas y lo volvía a vaciar. Por la noche se tomaba un fuerte somnífero, se tendía en el sofá y se sumergía en una profunda oscuridad narcótica de la que despertaba por la mañana sin sentirse descansada. Se preparaba el desayuno, tostaba pan, cortaba fruta y freía huevos. Todo sin darse cuenta realmente de lo que hacía.

Tara ya se había quejado:

—¡Gillian, no puedo más! Me gustaría poder ocuparme de ti, pero tengo la sensación de que consigo el efecto contrario.

Gillian había mirado a su amiga con aire de súplica.

—Déjame que me ocupe de la casa, Tara. De lo contrario me volveré loca.

Esta había cedido enseguida.

—Por supuesto. Ya te entiendo.

Gillian y Becky se habían trasladado esa noche terrible a casa de Tara junto con Chuck, el gato, después de haber estado buscándolo desesperadamente y de haberlo encontrado ya muy tarde por la noche, temblando de miedo un par de jardines más allá. Debía de haber salido presa del pánico por la puerta abierta de la cocina en cuanto el horror y la violencia habían irrumpido en la casa. Una agente de policía amable y especialmente sensible le había explicado a Gillian que la casa debía quedar precintada enseguida, puesto que había sido la escena de un crimen.

—No podemos exponernos a que se destruyan pruebas. ¿Conoce a alguien que pueda alojarla a usted y a su hija por un tiempo?

Gillian había pensado primero en sus padres, pero vivían demasiado lejos. La siguiente persona en quien había pensado había sido Tara. Había llamado a su amiga, le había contado lo sucedido y en primera instancia no recibió más que silencio como respuesta. Al fin, Tara le preguntó, desconcertada:

—¿Qué ha ocurrido? —En el acto demostró ser una mujer acostumbrada por su profesión a tratar con casos de ese tipo. Reaccionó con serenidad y sin síntomas de bloqueo—. Llego enseguida —le había dicho—, para recogeros a Becky y a ti. Por supuesto que podéis quedaros en mi casa. Tanto tiempo como queráis.

Desde entonces, ahí estaban, en el elegante piso que Tara tenía en un edificio antiguo de Kensington. Entretanto, un inspector de Scotland Yard se había presentado para hablar con Gillian y esta le había contado todo lo que sabía, incluida la cruda verdad acerca de su historia con John. Una agente conversó con Becky en presencia de su madre y de una psicóloga. Gillian sabía que Becky era una testigo importante. No había visto al asesino, pero había bajado la escalera alertada por el jaleo y había oído a su padre gritando:

—¿Qué demonios es esto?

Y a continuación, dos disparos. Desde la escalera y a través de la puerta del comedor Becky pudo ver cómo su padre se desplomaba sobre una silla.

—¿Pensaste en salir corriendo hacia él? —preguntó la agente.

Becky negó con la cabeza.

—No —respondió con tono de disculpa—. Sabía que todavía había alguien ahí. Había oído cómo mi padre hablaba con alguien y luego los disparos. Tenía… tenía tanto miedo. Solo quería escapar. ¡Escapar! —Había empalidecido de golpe—. Debería haberlo ayudado. Debería haber ido. Debería…

La psicóloga intervino de inmediato.

—En absoluto, Becky. No podrías haber hecho nada por él. Lo mejor que podías hacer era ponerte a salvo.

—Solo quería saber qué fue exactamente lo que activó ese acto reflejo de esconderse en Becky —explicó la agente. Sonó como una justificación—. Por desgracia, todo cuanto vio, oyó y experimentó esa noche es significativo para nosotros.

Sin embargo, nada de lo que Becky había contado había permitido avanzar realmente en las pesquisas. Había estado tan absorta pintando en su cuarto que no se había dado cuenta de que un extraño había entrado en casa y había amenazado a su padre hasta que hubo oído los gritos de Tom.

—Cuando vi cómo papá caía sobre la silla me asusté mucho. Yo estaba en la escalera y me resbaló un pie. En cuanto oí el ruido, supe que… De algún modo pensé que quien lo había hecho ya sabía que yo estaba en casa. Casi me vuelvo loca de miedo. Volví a subir corriendo y busqué un lugar en el que esconderme.

Se le ocurrió meterse dentro de la maleta que guardaban en el desván porque ya se había escondido allí dentro otras veces jugando al escondite con sus amigas en la casa. Se había metido dentro en una postura forzada que le provocó dolores intensos en los brazos y las piernas. Conteniendo el aliento, había oído cómo el asesino la buscaba por toda la casa, cómo registraba todas las habitaciones, abría los armarios y apartaba los muebles.

—Cuando subió, casi me muero de miedo. Pensé que me encontraría enseguida. Hizo un ruido horrible lanzando todas las cajas y cacharros que encontraba a su paso. Pensé que iba a morir en cualquier momento.

—Pero ¿no viste absolutamente nada?

Becky negó con la cabeza.

—La tapa de la maleta estaba cerrada, no veía más que oscuridad a mi alrededor. Una oscuridad absoluta.

La agente quiso saber si Becky había oído el timbre de la puerta, pero la chica no lo recordaba.

—Creo que no, pero no lo sé. Aunque creo que habría bajado, si lo hubiera oído.

Ese día de Año Nuevo Becky había salido, todavía aturdida y abúlica, con Tara a patinar por Hyde Park. Tara había intentado convencer a Gillian para que las acompañara, pero esta había rechazado el ofrecimiento.

—No. Id vosotras. Me apetece estar sola.

Poco después de que se marcharan, el inspector Fielder la había llamado y le había preguntado si podía pasar a verla. A ella le habría gustado poder deshacerse de él, puesto que estaba agotada y tenía una gran sensación de vacío. Sin embargo, sabía que tenía que sobreponerse. Ese hombre hacía su trabajo y necesitaba que lo ayudara. Era importante encontrar al asesino de Tom.

En esos momentos, Fielder estaba sentado frente a ella en un sillón del piso de Tara. Gillian había preparado café y él aceptó gustoso que le sirviera una taza. Parecía cansado, probablemente había estado celebrando la Nochevieja.

Qué uno de enero tan horrible, pensó Gillian. Desde donde estaba podía ver el balcón y el fragmento de cielo gris que este permitía divisar. Chuck estaba sentado frente a la ventana, mirando fijamente hacia fuera, siguiendo con los ojos a los pájaros que de vez en cuando se posaban en la baranda y lo miraban con descaro.

El inspector Fielder expuso su teoría acerca de cómo el asesino había conseguido entrar en la casa.

—Suponiendo que realmente no hubiera llamado y que Tom tampoco le hubiera abierto la puerta, podría ser que hubiera encontrado una manera de entrar más simple y más cómoda. Lo hemos comprobado. Desde la calle se puede ver la cocina, a través de la pequeña ventana que hay en la puerta. Desde ahí se ve la puerta que permite acceder al jardín. Es especialmente visible de noche si el interior está iluminado. Suponemos que su marido debió de abrir la puerta del jardín, es probable que quisiera ventilar la cocina. La puerta no presenta ningún signo de haber sido forzada. El asesino, que a lo mejor había tenido la intención de llamar a la puerta en primera instancia, vio la oportunidad de rodear la casa y entrar en la cocina por el jardín. Por eso Becky no se había dado cuenta de nada.

—¿Hay huellas?

Fielder negó con la cabeza.

—Por desgracia, la nieve las cubrió de nuevo antes de que llegara la policía.

—Pero ¿por qué? —preguntó Gillian—. ¿Por qué? ¿Por qué habría querido alguien matar a Tom?

Él respondió con otra pregunta:

—¿Le dicen algo los nombres Carla Roberts y Anne Westley?

Gillian se tomó un par de segundos para intentar comprender las consecuencias de esa pregunta.

—¿Cree usted que hay alguna relación entre…?

—Entonces, ¿sabe quiénes son esas dos mujeres?

—Por los periódicos, sí. Aunque no las conocía personalmente.

—¿Había oído hablar de ellas anteriormente? ¿Su marido no las había mencionado jamás?

—No. Jamás.

—La doctora Anne Westley ejercía como pediatra en Londres. ¿Tal vez alguna vez llevó a Becky…?

—No, ya le he dicho que no las conocía.

Peter Fielder tomó un sorbo de café, dejó la taza con cuidado sobre la mesa y miró a Gillian muy serio.

—El arma del crimen. La pistola con la que dispararon a su marido. Es muy probable que se trate de la misma arma utilizada para reducir a las dos mujeres que le he mencionado.

—¿También les dispararon? —preguntó Gillian. En los periódicos solo había podido leer especulaciones acerca de las causas de esas dos muertes, puesto que la policía no había dado ningún tipo de información al respecto. Fielder quiso que, por el momento, Gillian siguiera sin conocer esos detalles.

—Todo parece indicar que fueron amenazadas con esa arma —replicó él a modo de evasiva—. En el caso de la doctora Westley, el asesino utilizó la pistola para abrir a tiros la puerta tras la que se había parapetado la anciana. De ahí que pudiéramos comparar los proyectiles.

A Gillian le pareció más que raro.

—Pero ¿por qué alguien que ha matado a dos ancianas tendría que haber matado a un hombre de mediana edad? Ni siquiera nos robó nada. ¡Es que no tiene sentido!

—Hasta el momento, toda esta historia no tiene ningún sentido en absoluto —dijo Fielder con resignación—, o por lo menos nosotros no se lo encontramos. Sin embargo, no podemos obviar el hecho de que… —se esforzó en encontrar las palabras para decirlo suavemente. No quería soltarle a Gillian sus sospechas con toda su dureza.

No obstante, ella adivinó lo que quería decirle. Lo vio venir.

—¿Cree usted que Tom no debería haber sido la víctima? ¿Cree que en realidad era yo el objetivo?

Fielder pareció aliviado por no haber tenido que decirlo él.

—En realidad no es más que una sospecha. Pero el hecho es que en circunstancias normales su marido no habría estado en casa a esas horas. Lo mismo que su hija, por cierto. Quien conozca mínimamente a su familia o haya investigado un poco sabe que usted habría estado sola.

—El asesino se fijó en la cocina…

—Sí. Pero no vio a nadie, porque su marido debía de estar ocupado en el comedor. El asesino simplemente vio la cocina iluminada y la puerta abierta. Se metió en la casa y de golpe se topó con un hombre en lugar de hacerlo, como esperaba, con una mujer. Difícilmente podría encontrar una explicación inocente para justificar que entrara en el comedor armado con una pistola. Y pensó que sería mejor matar a Thomas para que no pudiera identificarlo posteriormente. Luego, se horroriza al oír un ruido procedente de la escalera. Hay alguien más en la casa. Alguien que tal vez lo haya visto. Por eso se pone a buscar como un loco, aunque gracias a Dios su búsqueda fue infructuosa.

Gillian soltó un leve gemido y hundió el rostro en las manos.

—Si llega a encontrar a Becky…

—Becky tuvo mucha suerte. También tuvo suerte de que el asesino pensara en algún momento que sería demasiado peligroso seguir buscando y permanecer más tiempo en el lugar de los hechos, por lo que optó por dejarlo. ¡El ángel de la guarda de su hija hizo su trabajo, Gillian!

Ella levantó la cabeza.

—Pero ¿por qué yo? ¿Quién querría matarme a mí?

—Esa misma pregunta es la que nos hacemos nosotros desde hace semanas para los asesinatos de Roberts y Westley —dijo Fielder—, y si consideramos que usted estaba en la misma línea que esos dos casos y que la muerte de su marido no fue más que un dramático imprevisto, tenemos dos delitos de asesinato consumado y uno en grado de tentativa para los que el móvil sigue siendo un misterio. Estos crímenes demuestran un odio inmenso, esa es la única información que tenemos de los otros dos casos. La señora Roberts y la doctora Westley murieron de una forma excepcionalmente cruel. Al principio pensábamos que debía de tratarse de alguien que sintiera un odio monstruoso contra las mujeres en general y que posiblemente solo eligió a Roberts y a Westley porque vivían solas y aisladas, lo que las convertía en víctimas muy accesibles. En los dos casos, pasó más de una semana antes de que se descubriera el crimen y, además, por accidente. Pero usted no encaja en esa trama. Lo que nos hace pensar que tiene que ser otra la relación que la une a usted con esas dos mujeres.

—Pero ¡si no las conocía de nada!

—Aun así, puede que haya algún punto en común.

—¡Oh, Dios! —murmuró Gillian—. ¡Es horrible!

—¿Qué sabe usted acerca de Samson Segal? —preguntó Fielder.

Recibió justo la respuesta que había esperado a partir de las anotaciones de Samson Segal.

—¿Segal? ¿El tipo que siempre ronda por delante de nuestra casa?

Tal vez Christy tuviera razón, pensó Fielder de repente, pero antes de que pudiera intervenir de nuevo sonó el timbre de la puerta y Gillian se puso de pie mientras musitaba una disculpa. Cuando volvió, no lo hizo sola.

La seguía John Burton.

3

Samson Segal tuvo un susto de muerte cuando alguien llamó a la puerta de su habitación. Estaba seguro de que la pensión en la que se había acuartelado no tenía servicio de habitaciones, por lo que supuso que no se trataría de ningún miembro del personal.

—¿Quién es? —dijo con cautela.

—Soy yo. Bartek. ¡Abre!

Samson abrió, aliviado, el cerrojo de la puerta. Había llamado a Bartek a primera hora de la mañana, pero solo había obtenido la respuesta del buzón de voz del móvil. Le había contado dónde se había alojado y le había pedido que lo ayudara con algo de dinero. Después de eso se había sentado en la cama mirando hacia el retazo rectangular de cielo que se veía por la ventana, con la esperanza de que su amigo escucharía el mensaje en algún momento durante el día. Con la ridícula cantidad de cien libras no llegaría muy lejos. Cuando a altas horas de la noche había entrado en ese sucio cuchitril que apenas merecía el nombre de hotel para pedir una habitación, le habían volado ya treinta libras y la señora que lo atendió en la recepción, que apestaba a aguardiente y cigarrillos, le había anunciado ya que quería treinta libras más por adelantado si pensaba quedarse otra noche. Eso significaba que en tres noches se le habría acabado el dinero.

—¿Treinta libras? —había preguntado con horror. La dueña del local le había soltado enseguida una réplica mordaz.

—¿En qué mundo vive, joven? ¿En Jauja, donde todo es gratis? ¡Pues despierte! ¡Además, el precio incluye el desayuno, por lo que no se queje tanto!

Sin embargo, todavía no había podido comprobar la calidad del desayuno. Estaba paralizado. No había sido capaz de salir de aquella habitación fría y mohosa ni por un momento. Sabía que aquellas cuatro paredes de color verde pálido no le ofrecían más que una seguridad engañosa, pero el mundo exterior, en su situación, le parecía una pecera llena de pirañas y no se atrevía a asomar la cabeza siquiera.

Bartek tenía un aspecto horrible, Samson se dio cuenta de inmediato en cuanto lo vio entrar a trompicones en la habitación. Tenía los ojos hundidos y los labios grisáceos. Probablemente había estado celebrando el Año Nuevo hasta altas horas de la madrugada, por lo que estaba trasnochado y tenía resaca. En condiciones normales seguramente se habría quedado en la cama hasta la tarde. No obstante, en lugar de eso tenía que ocuparse de un amigo que se encontraba en serias dificultades.

Samson se sintió culpable en el acto.

—¡Bartek! ¡Gracias por venir!

Bartek miró a su alrededor una vez dentro de aquella estrecha habitación. El hotel estaba muy cerca de la estación de ferrocarril de Southend y era un edificio viejo y decrépito con los techos bajos y suelos que crujían a cada paso. Las ventanas eran pequeñas y el papel pintado que cubría las paredes era verdaderamente atroz. La cama de la habitación de Samson daba la impresión de que tenía que hundirse hasta tocar el suelo si uno se tendía en ella. Había un sillón, un armario estrecho de madera barata y un lavamanos en la pared. Para ir al baño había que salir y cruzar el pasillo.

El lugar no podía ser más desolador.

—Oh, Dios… —exclamó Bartek, tras lo que se encogió de hombros tiritando—. ¡Qué frío hace aquí!

—La calefacción no funciona —explicó Samson.

—Joder, tío —dijo Bartek mientras ocupaba el sillón—. Samson, ¡todo esto es una mierda! ¡La policía ha venido a verme!

—¿Qué?

—Y no eran de la policía de Southend, sino de Scotland Yard. ¿Te das cuenta de lo que eso significa?

—¡Dios mío!

—La agente Linville. Antes había hablado con tu encantadora cuñada y esta le había dicho que lo intentara en mi casa. Le contó que somos muy amigos y que quedamos cada semana en un pub y ¡vete a saber qué más! Le ha faltado tiempo para venir a verme. Helen y yo todavía estábamos en la cama…

—¿Y Helen le ha contado que anoche acudí a verte?

Bartek negó con la cabeza.

—Gracias a Dios, no. Y eso que no habíamos acordado nada. Se asustó mucho al ver a la policía en casa preguntando por ti, pero es lista y simplemente mantuvo la boca cerrada.

—¿Y tú qué le has dicho?

—Que la última vez que nos vimos fue antes de Navidad. Y que no tengo ni idea de dónde te escondes.

Samson se relajó un poco.

—Te lo agradezco de verdad, Bartek.

Bartek negó con la cabeza de nuevo, como si quisiera rechazar la gratitud de Samson a cualquier precio, como si nada quisiera más en el mundo que mantenerse a distancia de su amigo.

—Luego he oído tu mensaje en mi móvil. ¡Menuda imprudencia, Samson! ¡No vuelvas a hacerlo! No me dejes mensajes en el buzón de voz. Y tampoco en el contestador automático del teléfono fijo. De hecho, ¡no vuelvas a llamarme!

Samson se dio cuenta de que le fallaban las rodillas. A falta de otro lugar para sentarse, se dejó caer sobre la cama, que se hundió hasta el suelo con un quejido de muelles.

—¡Necesito tu ayuda, Bartek! ¡No podré conseguirlo solo!

—Tampoco puedes conseguirlo conmigo —replicó Bartek—, tienes que entregarte. Toma —revolvió en el bolsillo de los pantalones y sacó un par de billetes arrugados—, doscientas libras. Más no puedo darte. Y tampoco puedo hacer nada más por ti.

Samson se encorvó hacia delante y aceptó el dinero. Con eso podría quedarse viviendo allí casi una semana y media. Eso siempre que su foto no apareciera en los periódicos. En ese caso sería peligroso quedarse más de un par de horas en un mismo lugar.

—Gracias, Bartek. Sé que para ti esto es…

—Para mí esto es muy peligroso —dijo Bartek con voz airada—. No soy ciudadano británico, ¿entiendes? Estoy construyendo mi vida aquí. Trabajo duro, quiero casarme, Helen y yo queremos comprarnos un piso, nos gustaría ser padres. ¿Sabes lo que sucederá si me veo involucrado en la investigación de un asesinato? ¿Si emiten una orden de búsqueda oficial y yo te ayudo a esconderte? ¡Tú igual acabas un par de años en chirona, pero yo me juego que me expulsen y acabar de nuevo en Polonia! ¡Todo lo que tantos esfuerzos me ha costado se iría al garete de golpe y porrazo! ¡Podrías arruinarme el futuro!

—Pero es que no fui yo, Bartek. ¡Yo no le he tocado ni un pelo a nadie!

—Entonces, ¡no huyas! ¡Preséntate en comisaría!

—¡Es demasiado tarde! ¡Ya he huido!

—Pero puedes explicarlo. Les dices que huiste a causa del pánico, del desconcierto. Enseguida viste claramente que levantarías sospechas y huiste llevado por el miedo.

—No me creerán.

—Pero ¡tampoco podrán demostrar que hayas hecho algo!

—Ya sabes cómo son estas cosas. Necesitan acusar a alguien y yo me estaría ofreciendo en bandeja. Al fin y al cabo a ellos les da igual si en realidad yo…

—Vamos, basta ya —lo interrumpió Bartek—, solo por eso no te meterán en chirona. Tienen que demostrar que lo hiciste, y si no fuiste tú tendrán un problema. —Se puso de pie—. No puedo entrometerme en esto, Samson. Esto es lo último que hago por ti y solo espero que no me cueste el pellejo. A partir de ahora deberás ver cómo te las arreglas tú solo. Además, se lo he prometido a Helen. Está fuera de sí. Jamás la había visto tan furiosa.

Samson también se puso de pie.

—No fui yo —repitió como si se tratara de un mantra.

—Entonces no tienes nada que temer —apuntó Bartek.

—Pero tú tampoco —repuso Samson—. Porque no estás ayudando a un asesino, sino a un inocente.

En los ojos del polaco percibió el atisbo de una duda.

Con tristeza, Samson pensó que su amigo no estaba nada seguro de que realmente fuera inocente.

4

Los dos hombres se encontraron frente a frente y se miraron unos segundos sin decirse nada, igual de sorprendidos y momentáneamente inseguros de cómo lidiar con la situación.

—Hola, John —saludó Fielder al fin—. Jamás habría pensado que…

No llegó a terminar la frase.

—Hola, Peter. ¿Qué es lo que jamás habrías pensado? ¿Que volveríamos a encontrarnos?

—Que volveríamos a encontrarnos en la investigación de un asesinato. Eso es lo que no habría pensado —replicó Fielder.

—Tu gente ya me ha interrogado —le recordó John.

Fielder sonrió con amabilidad.

—Claro. Y han comprobado que no tienes coartada para el momento de los hechos. Me refiero al asesinato de Thomas Ward.

El énfasis que Fielder utilizó en esa última frase hizo que John entornara los ojos.

—¿Para qué asesinato más podría necesitar yo una coartada?

—Nadie te acusa de nada —intervino Gillian. A Fielder le pareció que a la mujer le temblaban ligeramente las manos—. A mí también me han interrogado. Es lo normal, ¿no?

—Por supuesto —dijo Fielder.

—¿Qué asesinatos más se han cometido? —insistió John.

—A Tom lo mataron con la misma arma que intervino en el asesinato de las dos ancianas —explicó Gillian—. Ya sabes, los periódicos han estado hablando de ello. Por eso piensan que en los tres casos podría tratarse del mismo asesino.

John arqueó las cejas.

—¿La misma arma?

—Exacto —contestó Fielder. Examinó minuciosamente la reacción de John al oír mencionar a las dos mujeres y se dio cuenta de cómo llegaba de golpe a la misma conclusión que había llegado la policía: Tom había sido una víctima accidental. El asesino iba a por la esposa. Fielder pudo leer literalmente la conclusión en los ojos de John y pensó que o bien era muy buen actor, o bien realmente no tenía nada que ver con el caso.

John se volvió hacia Gillian.

—Gillian…

—Lo sé —dijo ella—. Es posible que fuera a por mí. Soy una mujer y en condiciones normales habría estado sola en casa a esas horas. Encajo mejor en el caso que Tom.

—Por supuesto, no podemos saberlo con toda seguridad —dijo Peter Fielder—, pero de todos modos es mejor que se quede aquí una buena temporada, incluso cuando se haya desprecintado la casa. —De repente, se dirigió de nuevo a John—. ¿Cómo sabías que la señora Ward se alojaba en casa de su amiga?

—Esta mañana le he mandado un SMS —explicó Gillian antes de que John pudiera responder— y le he pedido que viniera. Justo después de la… muerte de Tom no quería verlo, pero desde entonces… —Encogió los hombros con desamparo—. No es que me sienta muy bien —añadió en voz baja— y tengo que estar dominándome todo el rato. Por Becky. Tara, mi amiga, se preocupa mucho por mí, pero siempre pienso que lo más probable es que no le gustara que fuera al encuentro de John aquella noche. No es que me lo haya dicho, pero… en su mirada me doy cuenta de que piensa que habría sido mejor haber dejado a Tom de una vez si ya no era feliz con él. No paro de pensar que, por dentro, cree que toda esta desgracia y este horror son fruto del engaño y la deslealtad.

Tragó saliva. El rostro le temblaba mientras intentaba contener las lágrimas.

John se le acercó y le pasó un brazo por encima del hombro. Los dos hombres se miraron por encima de la cabeza de Gillian. Estaban pensando lo mismo. No hacía falta ser psicólogo para comprender que Gillian proyectaba en su amiga todo lo que en realidad la estaba atormentando a ella: un sentimiento de culpa casi insoportable.

—No debe pensar de ese modo —le aconsejó Fielder—. No se trata de si su comportamiento fue moralmente correcto. Lo más importante es que estamos tratando con un asesino sin escrúpulos que por algún motivo que desconocemos había puesto a su familia en el punto de mira. La única culpabilidad que debemos aclarar es la que concierne a esa persona y esperemos que tenga que responder ante un juez, señora Ward. Se trata de eso y no de usted.

Ella se secó un par de lágrimas de las mejillas y bajó las manos. Había recuperado el control.

—¿Y cree usted que podría haber sido Samson Segal? —preguntó ella para volver al tema que había interrumpido la llegada de John.

—¿Quién es Samson Segal? —preguntó John enseguida.

—Vive en la misma calle que nosotros —respondió Gillian—, y… se ha estado comportando de un modo un poco extraño. Tom estaba furioso con él. —Miró a Peter Fielder—. ¿Han descubierto algo?

—Tenemos una pista al respecto —dijo Fielder—, pero debo decirle que no tenemos ni idea de si tiene alguna relación con el caso. ¿Qué entiende por un comportamiento extraño, señora Ward? ¿Y qué ha querido decir exactamente cuando ha dicho que merodeaba por delante de su casa?

—En algún momento nos dimos cuenta de que lo veíamos prácticamente cada vez que salíamos de casa o cuando mirábamos por la ventana. O bien pasaba por allí o estaba por los alrededores… Tom se dio cuenta antes que yo. Tara también tuvo esa impresión un día que vino a visitarme. Después de que tanto uno como el otro me llamaran la atención al respecto me di cuenta yo también de que me topaba con él con demasiada frecuencia. —Se encogió de hombros—. Pero no lo percibía como una amenaza. Me pareció que era un tipo simpático y tímido. Solitario y extravagante, pero inofensivo.

—Esa imagen inofensiva puede cambiar —explicó Fielder—. He tenido frente a mí a criminales peligrosos con un aspecto tan inocente que cualquier abuelita les habría confiado sin reservas la libreta de ahorros.

—Poco antes de Navidad tuvo lugar un incidente —dijo Gillian.

Acto seguido, le contó su encuentro con John, que tanto ella como Tom habían llegado tarde a casa, que Becky se había marchado de la fiesta de cumpleaños en la que debería haber pasado la noche y que Samson Segal se la había llevado a su casa. Le contó también que Tom se había comportado de forma hostil con ese vecino mientras que ella había sentido más bien gratitud. Peter Fielder ya conocía la historia por las anotaciones de Segal, pero la escuchó con interés de todos modos. Le pareció significativo comprobar que el comportamiento de Thomas Ward había sido verdaderamente inadecuado respecto al vecino. En ese sentido parecía que Segal no se había inventado nada ni se había dejado llevar por la ira. Había ayudado a la hija de los Ward en una emergencia y el padre de la chica no había demostrado ni el más mínimo agradecimiento.

—¿Sabe por qué su marido reaccionó de ese modo? —preguntó Fielder—. ¿Tenía algo contra Segal?

Ella reflexionó e intentó evocar la conversación que había mantenido esa noche con su marido. De algún modo extraño, todo aquello le pareció muy alejado en el tiempo. Como si hubieran pasado años desde entonces y no solo dos semanas.

—Creo que no sabría decírselo exactamente —contestó ella al fin—. Simplemente no le caía bien. Se asustó al enterarse de que alguien que era prácticamente un desconocido se había llevado a nuestra hija. Enseguida supuso lo peor, pero en realidad la situación fue de lo más inofensiva. El hermano y la cuñada de Segal también estaban allí y encontramos a Becky sentada en el salón, se había dormido frente al televisor. A mí me supo mal que Tom se comportara de forma tan grosera. Pero esa noche me dijo que ya había visto a Samson Segal varias veces frente a la casa y que por eso le había parecido que no había sido una coincidencia que estuviera allí precisamente cuando Becky apareció por casa y estuvo llamando al timbre en vano. Todo ello le pareció muy sospechoso.

—Sabemos que esa noche Becky le contó a Segal que tenía previsto pasar las vacaciones de Navidad en Norwich, con sus abuelos. Por lo que él pudo haber deducido que no estaría en casa —dijo Fielder.

—¿Habéis interrogado ya a ese tal Segal? —preguntó John.

—No —respondió Fielder—, ese es el problema. Ha desaparecido.

—¿Desaparecido? ¿Ha huido?

—Sí.

John resopló levemente entre los dientes.

—Comprendo. Eso no dice mucho a su favor.

—Si es inocente, sin duda no habrá sido una buena jugada —le dio la razón Fielder.

—Ha estado merodeando por la casa de los Ward —dijo John—, tenía motivos para estar furioso con Thomas Ward. ¿Hay algo que lo relacione también con las dos mujeres asesinadas?

Peter Fielder negó con la cabeza.

—Por lo que sabemos hasta el momento, no.

Tenía la impresión de que John sabía que todas las cartas no estaban sobre la mesa, pero era evidente que también tenía claro que seguir preguntando no llevaría a ninguna parte. Había sido un buen agente, muy intuitivo y capaz de descubrir lo que no se había dicho.

¿Podía haber sido él el asesino?

Tienes un problema con las mujeres, pensó Fielder, apuesto a que sí. No es tan claro y evidente como el de Samson Segal. Pero de algún modo tú tampoco estás bien de la cabeza. ¿Quién echa a perder una carrera tan prometedora solo porque no puede apartar las manos de una jovencita? ¿Cómo es posible que seas incapaz de tener una relación mínimamente normal? ¿Tenías que empezar una historia con una mujer casada, madre de una de las niñas a las que entrenas? Esposa de alguien que ha sido víctima de un asesinato. Eso es lo decisivo. El difunto Thomas Ward te acerca a una serie de crímenes atroces, John, y si tienes algo que ver con ello te juro que lo descubriré y te meteré entre rejas ¡y no sabes la increíble satisfacción que sentiré al hacerlo!

Se asustó por la vehemencia de sus propios pensamientos, por las emociones que ese colega de antaño era capaz de despertar en él. Percibió una mínima sonrisa, apenas un atisbo, en las comisuras de los labios de Burton y tuvo la desagradable impresión de no haber sido capaz de ocultar del todo lo que sentía tras una expresión impasible.

Se obligó a actuar de nuevo con objetividad y regresó al tema del viaje de Becky previsto para las vacaciones.

—¿Quién estaba al corriente de que Becky se ausentaría durante las Navidades? No podemos excluir la posibilidad de que el asesino hubiera tenido en cuenta esa circunstancia, de que supusiera que su hija no estaría en casa.

Gillian hizo un gesto de desamparo con las dos manos.

—Sería más fácil preguntar quién no lo sabía. Creo que todos sus compañeros de clase lo sabían. Tal vez también algunos de los padres. Todo el mundo en nuestro círculo de amistades lo sabía. Mi amiga Tara. Diana, la madre de la mejor amiga de Becky, Darcy. Algunos de los vecinos también lo sabían. Samson Segal al parecer también lo sabía. Hace años que Tom y yo nos llevamos a Becky el veintiséis de diciembre a Norwich y volvemos un par de días más tarde. Mi padre nos la devuelve justo antes de que empiece el curso. Siempre lo hemos hecho así. Varias mujeres de la limpieza que hemos tenido también lo sabían. La gente que trabaja con nosotros en la oficina también lo sabía. Todo el mundo, vaya.

—Comprendo —comentó Fielder.

—Antes de que me lo preguntes: yo también lo sabía —intervino John—. Durante la última hora de entrenamiento antes de Navidad estuvimos hablando sobre lo que haríamos durante las vacaciones y Becky lo contó.

—Perdone, Gillian —se disculpó Fielder—, pero debo preguntárselo: ¿Becky sabe algo acerca de su relación con el señor Burton?

Ella negó con la cabeza.

—No —susurró—. Al menos, espero que no sospeche nada.

—Supongo que también era mucha gente la que sabía que Thomas Ward acudía todos los martes por la noche al club de tenis, ¿no?

—Sí, también lo sabía casi todo el mundo.

—¿Tú lo sabías? —preguntó Fielder dirigiéndose a John de repente.

—Sí. Gillian lo mencionó una vez.

Y eres demasiado astuto para mentirme, pensó Fielder, te mostrarás tan cooperativo como puedas en todos los aspectos que pueda verificar. Pero eso no significa que en otras cosas no mientas más de lo que hablas.

—Adiós, señora Ward —dijo mientras le tendía la mano a Gillian—. ¿Tiene previsto quedarse aquí, en casa de la fiscal Caine? ¿Podré localizarla aquí?

—Sí.

—Estaría bien que… no saliera muy a menudo de este piso. Y que simplemente sea prudente. No se fíe de nadie.

Le habría gustado poder decirle claramente que desconfiaba de Burton y que lo mejor que podía hacer era mantenerse alejada de él, pero no podía expresar sus sospechas con tanta claridad. No tenía ninguna prueba contra John.

—Seré prudente —prometió Gillian. Tenía los dedos helados—. De todos modos tampoco pensaba salir mucho. Quiero pasar mucho tiempo junto a Becky. Me necesita.

—Tendremos que volver a hablar con ella. Procederemos con mucho cuidado, pero es posible que le vengan a la memoria más detalles acerca de esa noche. Sufrió un fuerte shock y puede que haya reprimido algunos recuerdos. Pero todo lo que pueda ir recordando podría llegar a ser importante.

—Por supuesto —dijo Gillian.

Acompañó al inspector Fielder hasta la puerta. Cuando hubo desaparecido por la escalera, cerró la puerta con esmero y puso la cadena de seguridad. Cuando volvió al salón, John estaba en cuclillas, acariciando al gato, que había abandonado su lugar junto a la ventana.

—No se fía de mí —admitió—. El inspector Fielder, quiero decir. Ya no me soportaba antes, cuando yo aún estaba en el cuerpo, pero le ha venido de perlas encontrarme de nuevo en el entorno de un asesinato.

—Pues a mí me ha dado la impresión de que es muy competente e imparcial —opinó Gillian—. No creo que se deje llevar por sus sentimientos.

John se puso de pie.

—¿Crees que yo podría haberlo hecho?

Ella lo miró, sorprendida.

—Por supuesto que no.

John se acercó a ella.

—¿Cómo estás? —Su voz sonó llena de ternura—. Todavía no había podido preguntártelo porque mi amable ex colega rondaba por aquí. Te veo muy pálida…

Se había dominado durante todo ese tiempo. Sobre todo por Becky, aunque también para no convertirse en víctima de sus propios sentimientos. Víctima de su espanto, de su desconcierto, de su tristeza, su culpa y su miedo. Pero en ese instante, al oír esa voz tan tierna, se había derribado ese muro de protección que tanto le había costado erigir alrededor de su corazón, de su alma o de cualquiera que fuera el lugar en el que se encontraba el núcleo candente de su dolor.

Se echó a llorar por primera vez desde que había sucedido aquello tan inconcebible. No fueron solo un par de lágrimas de noche, medio ahogadas en la almohada, con la respiración contenida para que Becky, que dormía a su lado, no se diera cuenta. En esos momentos las lágrimas fluyeron de verdad, lloró tanto que temblaba y se dejó abrazar. Podía sentir en las mejillas el tacto de la lana del jersey de John, así como los latidos de su corazón, la respiración regular que hacía bajar y subir el pecho de ese hombre que la abrazaba con fuerza, con seguridad, acostumbrado a conservar la calma y a no dejarse llevar jamás por los acontecimientos que sucedían a su alrededor.

Podría haber encontrado consuelo en ese abrazo.

Se dio cuenta de que no lo había sentido una vez se hubo apartado de él, mientras estaba en el baño sonándose la nariz, lavándose la cara y quitándose el maquillaje corrido de los ojos.

Se contempló en el espejo sin acabar de comprenderlo. No comprendía por qué seguía sintiendo ese frío y esa desesperación. Por qué se había sentido tan sola mientras John la abrazaba.

Tal vez no sería capaz de volver a encontrar consuelo. De ningún tipo. Jamás.

Se echó a llorar de nuevo.